El
alma es el «estado» de mayor cercanía de una persona con la divinidad. El alma
es «lugar interior» como una casa de encuentro y convivencia familiar.
«En ese lugar» acontecen las relaciones más íntimas y determinantes de toda
persona humana, por ejemplo, «ahí» se toman las decisiones para hacer posible
cualquier sueño.
Cuando
una persona ha tomado una decisión que le cambió la vida, en el devenir de los
días, siempre volverá al lugar y al tiempo en que aquella decisión fue hecha. En esos casos es frecuente acudir a los testigos que avalaron las acciones, de quienes
en cierto modo podrá prescindir, pero no podrá hacerlo jamás «de su Juez
interior» quien habita permanentemente «su Casa».
«La
Casa interior» es representada simbólicamente como «Casa exterior». Con razón la
persona busca «fuera» aquello que en cierto modo está «dentro», ya que inconscientemente «sabe» que esa es la única manera de conectarse con lo más íntimo y querido. Le pasa a los amantes, a los poetas, a los amigos de Dios, a los religiosos
consagrados, al científico, al deportista, al maestro, al filósofo, a los que tienen el alma limpia, etc., simplemente porque aman, se asombran con los descubrimientos que hacen todos los días en la naturaleza creada y porque saben que si viven, debe ser por estar unidos con un alma más grande y universal.
Todos ellos tocan con sus conocimientos, con su modo de ser, la profundidad o la altura de lo que aman; como «pequeños dioses mortales», se aproximan, aunque sea momentáneamente a la gloria, al éxito y a la felicidad.
Todos ellos tocan con sus conocimientos, con su modo de ser, la profundidad o la altura de lo que aman; como «pequeños dioses mortales», se aproximan, aunque sea momentáneamente a la gloria, al éxito y a la felicidad.
Con razón toda persona busca la gloria en el trofeo, el botín, la medalla, el título, el cetro, la corona y el reconocimiento público. Pero no todos son «pequeños dioses», al no serlo, aveces impulsan sus vidas a satisfacciones efímeras, a leves glorias simbólicas de la unión con la divinidad, sin trascender.
Quienes no logran distinguir la verdadera gloria (lo más profundo y alto) se confunden, de modo que, con facilidad tienden a pasar de la gloria al fracaso o de ser ángeles a convertirse en demonios. En el mejor de los casos, no queda más que expulsarlos del paraíso terrenal.
Eso explica el hecho que no todos tenemos la fuerza anímica para habitar el Alma Grande (esa que saben habitar, los santos, los mártires, los maestros, los místicos y los doctores del conocimiento) y vivir en la unidad del alma.
Quienes no logran distinguir la verdadera gloria (lo más profundo y alto) se confunden, de modo que, con facilidad tienden a pasar de la gloria al fracaso o de ser ángeles a convertirse en demonios. En el mejor de los casos, no queda más que expulsarlos del paraíso terrenal.
Eso explica el hecho que no todos tenemos la fuerza anímica para habitar el Alma Grande (esa que saben habitar, los santos, los mártires, los maestros, los místicos y los doctores del conocimiento) y vivir en la unidad del alma.
El
alma es la fuerza que moviliza a la persona en sus búsquedas para saciar los deseos más profundos o escalar las alturas infinitas. O sea que, el alma es una fuerza profunda e interior, por eso tan exterior; tan alta, y al mismo tiempo tan cercana e íntima.
Entonces,
el alma es la mejor definición de la persona que busca realizar el gran sueño del que despertó un día en una Casa interior, porque vino de otra exterior: de su siempre amante y Creador.
Por: Fr.
José G. Delgado
Foto: jgda (Fort Worth)
miércoles, 7 de septiembre de 2016