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Democracia y civilización







Democracia y civilización


 Con sólo que evolucionemos democráticamente en dirección de las mujeres, los esclavos y los extranjeros podríamos llamarnos mínimamente civilizados.


Por: Gvillermo Delgado OP


La democracia fui intuida en las sociedades griegas 2500 años atrás. Tuvo su apogeo en las ciudades-estados de Atenas y Esparta. Desde entonces se sigue definiendo por la participación política de los ciudadanos de una nación. Como una hablar bien de los seres civilizados. Aunque en la antigua Grecia se excluía a las mujeres, a los esclavos y a los extranjeros, aquella intuición está vigente.


En la ruta de los civilizados


Hoy: ¿Somos más civilizados o democráticos que entonces? No lo sé. Para declararnos abiertamente civilizados falta ganar terreno sobre la participación de las mujeres en la toma de decisiones reales, no como validación de lo hecho por los hombres a lo largo de los siglos, sino a partir de los usos y costumbres en que ellas nos han educado desde niños y encaminado en sabiduría para alcanzar la altura mínimamente requerida para ser humanos. También, para declararnos abiertamente civilizados nos falta ganar terreno sobre los esclavos, los que algunos llaman “las masas”, los manipulados sin pensamiento propio, los que trabajan para sobrevivir, los que nacen y mueren anónimamente como si fueran apátridas sin apellido y una herencia ancestral. Declararnos civilizados obliga ganar terreno sobre los extranjeros, esos que algunos definen como migrantes: los perseguidores de sueños, que mueren sobre la almohada de sus frustraciones. No digamos más. Con sólo que evolucionemos democráticamente en dirección de las mujeres, los esclavos y los extranjeros podríamos llamarnos mínimamente civilizados.


El gobierno de los principios


De ser cierta esta connotación histórica; entonces, a nosotros los civilizados y civilizadores de este siglo en marcha nos toca ejercer la noble misión humana de orientar el gobierno de los pueblos a partir de los principios fundamentales de la prudencia, la honestidad, la responsabilidad, la sabiduría, el consenso, el respeto, el bien común y la justicia.


Y ejercer el derecho democrático para elegir a quienes nos representan para gobernar nuestra ciudad: a los aptos o formados para esa digna tarea. O elegir a quienes a pesar de la academia han integrado en su carácter ético la sabiduría del buen vivir. No un carácter para vivir bien, porque eso puede apestar con el paso del tiempo, al retorcerse en las malas prácticas de la irresponsabilidad o de la corrupción, bajo premisas que finalmente sólo sirven para salvaguardar los intereses de unos pocos, o de las gremiales económicas que históricamente han ostentado poder a costa de lo que sea. No. Se trata del buen vivir, para convivir de acuerdo con lo que la naturaleza humana ha puesto en nuestra alma como herencia, y que se evidencia en los grandes principios universales y las normativas respectivas para hacerlos prevalecer, sin preferencias de género, sin discriminación racial o económica; sino con recta conciencia y principios fundamentales. Por eso elegir como nos toca ahora, no debe hacerse por quienes presumen una victoria, sino sobre quienes nos representan, aunque no canten victoria en la plaza pública. En esos casos habremos ganado en democracia y civilización.


Si para hablar de democracia nos remontamos al tiempo de los griegos de 2500 años atrás, para hablar de lo humano tendríamos que remontarnos a los tiempos ancestrales o primordiales desde donde hemos evolucionado milenariamente; por lo cual, ninguno de nosotros puede presumir que conoce su edad, porque la suya es la edad de sus ancestros y en consecuencia del largo camino de la humanidad del cual ahora somos su manifestación presente.


En clara conciencia de que un día seremos antepasados para otras generaciones que están por surgir de nosotros, de no hacer bien las cosas o no trazar debidamente la diferencia al respecto, como seres evolucionados, engrosaremos la masa de los seres anónimos, perdidos en las antípodas de la memoria.

viernes, 23 de junio de 2023

Un ángel en el camino

 


Un ángel en el camino


 El alma es tan hipersensible que, si damos lugar a la aceptación de ideas nuevas, a la comprensión de las personas, el alma nos perfecciona...



Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del lunes 24 de abril del 2023.

Transcripción literal: Lorena Natareno

 

 

El tiempo de la Pascua es para evaluarnos y fortalecernos

 

Evaluarnos a partir de cómo va nuestra vida espiritual. Que no se refiere solamente al interior, a nuestra vida que está en relación con Dios, sino, a esa vida espiritual que al mismo tiempo nos va dando la consistencia para ser consecuentes con lo que creemos, sobre todo, cuando entramos en relación con las demás personas.

 

La otra parte es un poco parecida al evaluarnos. Se trata de fortalecernos desde lo que creemos. La Iglesia nos propone como camino, un itinerario de vida espiritual, en el que participamos. Se trata, por ejemplo, de los Sacramentos, y de la reconciliación. En ese itinerario, cada uno de modo personal debiera afirmar: yo evalúo mi vida espiritual. Por eso creo que en este tiempo Pascual, debiera preguntarme: ¿En qué me he convertido? ¿Qué tipo de persona soy? ¿Cuál es el sello con el que los demás me identifican?

 

Un rostro imponente como la de un ángel

 

Imagínense la figura tan descriptiva en que los primeros cristianos eran señalados. Hoy tenemos una en los Hechos de los Apóstoles: la figura de Esteban.

 

Noten estas expresiones: “los miembros del Sanedrín miraron a Esteban y su rostro les pareció tan imponente como el de un ángel”. Es decir, incluso los adversarios, ven en aquellos convertidos por la fe, a Aquel en quien creen, prácticamente como si fueran otro Dios.

 

Un ángel es una figura extraordinaria. De tu vida ordinaria: ¿Qué de extraordinario miran los demás en ti? ¿Qué brota de ti sin que tú seas consciente? ¡Claro, estamos hablando de cosas buenas de este fortalecimiento espiritual!

 

Los frutos de la pascua

 

Por eso digo que este es un momento para ver qué tanto hemos crecido y qué tanto nos podemos evaluar. Ustedes dirán, por ejemplo: antes no lograba tener dominio sobre sí mismo; pero, he aprendido a darle tiempo a los momentos de enojo para que se me baje la espuma. De tal modo que, pasado el enojo y hablo, cuanto todo está asentadito, logro mirar el fondo con claridad. En las aguas revueltas no podía mirar; ahora sí puedo distinguir. ¡No sé si les pasa eso!

 

La Pascua es el momento para describir la luz en mi vida, para que lo religioso no sea sólo un discurso sino aquello que permite configurarme en algo nuevo, como lo hacemos con las máquinas. A una computadora si le ponemos más memoria RAM corre más rápido, si le ponemos un disco sólido la máquina será más hábil para a resolver nuestras tareas. ¿En qué me he configurado yo? ¿Qué plus me ha dado la Resurrección? ¿Hacia dónde me catapultó este tiempo de la Cuaresma? ¿Realmente los adversarios de siempre o las personas con las que yo me relaciono me miran como un ángel, o me siguen viendo como el de siempre? Y me siguen acusando: “vos no has cambiado nada, seguís siendo el mismo chambón, el mismo desordenado”.

 

Ustedes me habrán oído decir que la Pascua no es para confesarnos sino para seguir avanzando en lo que hemos experimentado durante estos tiempos fuertes de fe. No solo a nivel de sentimientos, sino desde la profundidad de nuestra alma, en esa relación íntima con Dios. Hemos participado de su muerte, hemos experimentado Su Resurrección. Estos son momentos significativos para nuestra vida ordinaria. Desde donde nos transformamos o simplemente permanecemos como personas con el corazón de piedra, que no cede a nada.

 

una estela espiritual

 

Yo he tenido el privilegio (lo digo así porque quizás esto termine pronto) de haber convivido siempre con Frailes mayores. En cuanto salí de mi casa de formación en Costa Rica donde estudié, me asignaron a un Convento de solo frailes mayores y españoles… Atendí por lo menos a tres frailes en su lecho de muerte. Eran extranjeros para mí, mayores en distancia de edad y en experiencias de formación. A veces sentía que no me comprendían. Siendo yo a penas alguien que venía saliendo de Casa de Formación todavía queriendo aprender, sentía que era bien difícil la vida de fraile; pero, fui aprendiendo mucho. Encontré en ellos mucha sabiduría acumulada. Hubo cosas que me corregían. A veces me tocaba ceder: poco a poco, poco a poco. La experiencia que he tenido en varios lugares, con los frailes mayores, aún aquí en Cobán es que: siendo mayores tienen un modo configurado de ser, y yo aun no.

 

Quiero decirles con esto que no podemos aferrarnos a decir: “es que yo ya soy así”, “es que yo ya aprendí este modo y no hay otro”. ¡Yo sí creo que no! O sea, el alma es tan hipersensible que, si damos lugar a la aceptación de ideas nuevas, a la comprensión de las personas, el alma nos perfecciona; el alma nos adhiere cada vez más a un modo distinto y nos vincula cada vez más a lo Divino. Por eso la experiencia que he tenido con los frailes mayores y sobre todo cuando muchos de ellos han muerto muy cercanos a mí, me han dejado una estela espiritual, una herencia por la que simplemente los extraño.

 

Con distinta frecuencia me levanto y pienso en alguno de los frailes mayores que me encaminaron y los extraño. Los extraño por lo que legaron en mí. Prevalece un sentimiento profundo y espiritual, que quizás no lo he heredado como ellos lo quisieron. Ellos que a pesar de su edad tuvieron siempre esa capacidad de transformarse de acuerdo con lo que creían y ser distintas personas aún con la edad.

 

Les vuelvo a preguntar ¿en qué se han transformado? ¿cómo creen que las demás personas los miran?  ¿En los mismos de siempre o en ángeles que van por el camino? ¿Qué valoraciones positivas dicen de ustedes sus propias familias? Y no tenemos que actuar para que digan cosas buenas de nosotros, sino estas cosas que nacen de la pura fortaleza espiritual.

 

Dejemos pues, que la Luz de lo Alto siga teniendo efectos radicales en nuestras vidas, tal como lo decía el escritor de la carta a los hebreos: “Tengan cuidado de no mostrar hospitalidad a los hermanos, porque aquellos incluso por rechazar la atención a un forastero dejaron de hospedar ángeles en su casa (hebreos 13, 2).

 

Que así seamos nosotros, como esos ángeles que pueden ser hospedados en cualquier casa, aún en la casa de siempre. Que se note esa Gracia del bautismo de la renovación de todo esto que se ha derramado sobre nosotros con toda la fuerza por la Resurrección del Señor. ¡Amén!

domingo, 18 de junio de 2023

CAMINO A EMAÚS

 



 
La Cruz no siempre deja oír la voz de Dios,

 pareciera que su voz también se apaga.


 

Por Gvillermo Delgado

Homilía del domingo 23 de abril del 2023.

Transcripción literal de Lorena Natareno.

 

El paso de los días felices

 

Si conocen San Salvador, sobre la ruta al oriente del país, está san Martin. Cuyo Patrón es San Martín de Tours. Su fiesta es el once de noviembre.  Un poco a la periferia está una aldea llamada Corinto o El Sauce. En la ribera del lago Ilopango. Pues ahí nací yo. En la ribera del lago Ilopango.

 

Un niño que nace en esos ambientes aprende rápido a pescar, a nadar, a perseguir mariposas. A jugar en estos ambientes. Pero esa vida infantil se termina pronto. Esa fue mi primea infancia.

 

Más o menos de ocho años dejé la aldea. Conservo aún en mi cabeza y en mi corazón aquellos recuerdos bonitos de infancia.

 

En esta aldea celebrábamos al Santo Niño de Atocha, los días del ocho al diez de febrero. De niño: ¿qué es lo que uno espera cada año?   ¡Las fiestas!  ¡Los cumpleaños! En mi caso, no me acostumbraron a celebrar el cumpleaños, pero sí las fiestas de los Santos. ¡Ya viene la fiesta de San Martín de Tours!, decíamos. Era evocar los juegos mecánicos, los dulces, las bombas y las despiertas.  ¡Ya viene la fiesta del Niño de Atocha! Pues bueno, las Cofradías y todos los juegos de luces que hacían en el lago, eran eventos especiales que se quedaron en la mente.

 

Como los tiempos felices que uno siempre recuerda: terminaron muy rápidos. Vino la guerra y fuimos expulsados del pueblo. Yo terminé mi infancia, mi niñez, en otro pueblo que se llama Quezaltepeque. Al otro lado del volcán de San Salvador. Siempre a la periferia de San Salvador.  Ahí continué mis estudios y crecí haciéndome hombre.

 

Nunca volvimos a ser los mismos. Donde fuéramos llevábamos una tristeza profunda, porque fuimos desarraigados del pueblo.

 

En el Salvador a aquellos que dejamos el lugar de origen para ir a otro lugar se nos llamó “desplazados de guerra”.

 

Dejar el lago fue triste. Ahí éramos felices.  Dejamos la casa. Dejamos nuestro pueblo. Dejamos para siempre la fiesta del Niño de Atocha con los Santos. Aunque, también los santos fueron despojados de los templos. San Martín siguió ahí, pero de bajo perfil.

 

Al recordar nuestra infancia hablamos de aquellos años. No dejamos de hablar de los momentos bonitos, cómo se oscureció y como la nostalgia nos deja siempre con un halo de tristeza.  Nunca volvieron aquellos tiempos y lugares, ¡nunca! Nunca volvimos a celebrar la fiesta del Santo Niño de Atocha ni la fiesta de San Martín.  Muchas personas de la comunidad no las volvimos a ver porque fueron asesinadas. Otros no volvieron a reunirse en la comunidad de los creyentes donde de niños celebrábamos. Quizá en otro momento nos encontremos.

 

Oscuridad en el corazón

 

Nos ha pasado que al reencontrarnos con algunos de la antigua aldea ya no nos reconocemos en el camino y fervor de la antigua comunidad. Algunos se congregan en iglesias evangélicas. Ya no es posible volver a contar aquello. Las experiencias ahora son diferentes, algunos no quieren saber nada más de la comunidad, aunque sí de Dios.  Al parecer una oscuridad nubló sus corazones.

 

En Quezaltepeque, el nuevo lugar donde nos vinimos a vivir, éramos totalmente desconocidos. No conocíamos a niños de nuestras edades. No conocíamos a los vecinos. Éramos los sospechosos del vecindario. Así es como comenzamos una nueva experiencia de fe. Un nuevo Patrón comenzó a guiar nuestras vidas: San José. Él fue el nuevo Patrón que nos adoptó.

 

¿Qué hay cuando somos desarraigados? ¿En qué nos convertimos?  Cuando migramos de nuestras casas hacia otros lugares ¿En qué nos convertimos?  ¿Cómo dejamos que lo que vibra internamente en nuestros corazones con alegría se convierta en otro tipo de vibraciones, quizás negativas?

 

Vamos adoptando nuevos estilos de vida. A veces nos convertimos en personas coléricas, entristecidas, que nunca más vuelven a recobrar la alegría. Nos convertimos en personas que en la frustración decimos: “somos inútiles, estamos condenados a este estilo de vida”. Y nunca más nos recuperamos. Otros, de estas experiencias sacamos provecho, innovamos el pensamiento y el corazón.

 


Discípulos desarraigados

 

Los discípulos de Emaús, como nosotros, también quedaron desarraigados de la comunidad- creyente, de sus amigos los discípulos. Van de regreso decepcionados y entristecidos. Como nos ha ocurrido a muchos. Algunos afirman: ¡Ya lo sé todo! ¡Ya nadie tiene que explicarme nada! Mis razones son suficientes para vivir mi vida. Entonces se hace válida la pregunta: ¿Qué hay con las intuiciones y las verdades de tu corazón? ¿Por qué nos encontramos a tantos hermanos que en otros momentos se congregaron o que vinieron a bautizarse a nuestros Templos bajo la misma fe, la misma devoción, celebraban con nosotros las fiestas patronales y ahora los encontramos por el camino como no creyentes? Van protestando por la vida: ¡Yo creo en Dios, pero no en la Iglesia!  ¡Yo creo en Dios, pero no en los Sacramentos!   Unos entran a nuestros templos esporádicamente y al parecer no creen en nada. ¿Cómo entonces, queridos hermanos, podemos transmitirles nuestras experiencias profundas de fe?

 

La intuición de la fe

 

Con el tiempo escuché decir a mi mamá que en aquellas circunstancias de la oscuridad que nos provocó el desarraigo al dejar nuestras tierras y tener que escondernos en otro municipio; decía: “yo me hincaba pidiéndole al Señor que nos diera mucha paz y que saliéramos de todo esto”. Porque no migramos porque nuestros papás consiguieron un nuevo trabajo, sino por huir. Lo cual significó perderlo todo. No teníamos de qué vivir, ni donde vivir.

 

Yo fui de los niños que cuando terminaban las vacaciones del año escolar, en el mes de octubre trabajábamos junto a nuestros papás. Veía con resignación a los demás compañeros de estudio jugar en las canchas de basquetbol.

 

Otra vez oí decir a mi mamá: “Yo sentía una gran tristeza por todo lo perdido”. Al ir al mercado o al centro del municipio pasábamos cerca de una iglesia evangélica donde aplaudían. En ese contexto, también ella dijo: “Yo sentía que ellos eran más felices que nosotros. Tuve una vez la gran tentación de entrar, cantar y aplaudir con ellos, pero era más fuerte lo que sentía en mi corazón”. De pequeños, lo único que hacíamos era ir a Misa los domingos. “Yo sentía que aquí eran más alegres, pero mi corazón no cedió a eso”, dijo mi madre. Con el paso del tiempo comprendí que lo que le pasó a mi mamá tenía que ver con su intuición de fe: esta era la alegría que prevalecía a pesar de la tristeza.

 

 

Esta es como la alegría de los discípulos de Emaús que todavía prevalece en su corazón. Prevalece como brasa abrazada por las cenizas. Está ahí. Arde, no con el mismo fervor de siempre, porque la muerte, la tristeza ahora es demasiado grande y les envuelve de tal manera que están vencidos.

 

La intuición de mi madre consolidó en todos sus hijos la fe que ahora nos sostiene en lo que somos, porque no nos dejamos vencer por la oscuridad, por la muerte.

 

La chispa de la Resurrección del Señor es la brasa. No arde como quisiéramos, no ilumina los pasos como quisiéramos porque el impacto de la muerte, de la tristeza, y de la persecución son mucho más poderosas.

 

Los malvados tienen mucho más poder sobre nosotros. Pero la fe nos sostiene. Es precisamente aquella que nos devolvió la alegría.  Mas tarde, es verdad. ¿Tuvimos que ser pacientes? Es cierto. ¿Tuvimos que experimentar la pobreza? También. ¿Tuvimos que escondernos? También. Pero triunfó y se impuso la fe sobre nosotros.

 

Esta es la misma fe de los discípulos de Emaús que tuvieron que esconderse porque tenían miedo.  ¿Por qué aun cuando el mismo Señor les explica las Escrituras para ellos no es suficiente? ¿Porque aun cuando Él se sienta a comer con ellos y les ha mostrado las llagas, no sigue siendo suficiente?

 

El triunfo de la Cruz

 

Ellos regresan a su lugar de origen buscando un lugar seguro de refugio. Pero, como solemos decir: “en la confusión no dejes de seguir la intuición de tu corazón”.  Esa que pareciera que ahora está totalmente oscurecida. Y la fe que debiera ser la única respuesta no lo es porque en lugar de darnos una sola respuesta a nuestras preguntas siempre nos abre a más preguntas.

 

Quienes quieren una única pregunta y experiencia como respuesta para guiar sus vidas se equivocan, porque Dios se manifiesta de distintas maneras, y nos habla aún en los momentos de terror.

 

El mismo terror que Él experimentó en la Cruz. La Cruz no siempre deja oír la voz de Dios, pareciera que su voz también se apaga.  Quienes sabemos esperar aún en estas circunstancias lo hacemos con la certeza que Él vence sobre la muerte. Esa es la alegría con la que después logramos despertar a estas nuevas experiencias de vida y de amor en Él, porque creemos que ha Resucitado.

 

Ahora aquí en Guatemala, nunca pensé que iba a venir y quedarme tanto tiempo y compartir la fe con ustedes ¡Nunca pensé! Tal vez sólo lo intuí cuando leí el Popol Vuh, en los estudios básicos. Recuerdo que encontraba mucha nostalgia en los relatos. Desde entonces, siempre quise conocer Guatemala.

 

Lo primero que hice al llegar por aquí fue preguntar: ¿Dónde están los lugares descritos en el Popol Vuh?

 

 

También me impresionó a mi llegada a Verapaz, el saludo de las personas: ¿Ma sa sa’ laa cho’ol? Que es lo mismo: ¿Cómo está tu corazón?  Y uno dice: Ah, ¡qué bonito!... más aún al seguir el diálogo:

 - ¡Mi corazón está bien! ¿Y el tuyo?

 - ¡Bien está mi corazón!  

 

Eso me alegró mucho porque es lo mismo que decir: yo no te hablo a ti, yo le hablo a tu corazón.   ¿Cómo está esa intuición profunda, que te mueve? 

 

Es algo así como sentir que lo que me mueve es ese motorcito interior de los afectos, de la ternura del corazón.  ¿Cómo está tu corazón?  Es un poquito parecido a lo que nos mueve en la fe del Señor: ¿Cómo va tu corazón? ¿Cómo están tus intuiciones de fe?   ¿Puede mucho más la tristeza, los problemas cotidianos que esa verdad que está dentro de tu corazón? 

 

Atender la voz del corazón

 

Posiblemente, queridos hermanos, sintamos que en muchos de nosotros pueden más las tristezas y los problemas, por eso nos quedamos escondidos, dormidos todo el día cuando debiéramos buscar un refugio, un espacio seguro para expresar la fe, para pedir ayuda a Aquel que está dentro de nosotros; pero quizá tú no sabes que él está ahí, que te ayuda a aclararte a lo largo del camino.  O al menos te ayuda a no dejarte vencer por la oscuridad de los problemas y de la tristeza.

 

Los discípulos de Emaús, una vez captaron con su intuición lo que el texto dice que: “Ardía nuestro corazón”, en ese ardor lograron mirar que Aquel forastero, era el Señor.  Esa intuición es precisamente la que los obliga a seguir en búsqueda y les hace volverse para encontrarse de nuevo con los discípulos.

 

Nosotros dejamos de celebrar la fiesta del Santo Niño de Atocha, pero San José nos volvió a recoger en la experiencia de la fe y ahí nos hicimos hombres, ahí nos hicimos profesionales todos los hermanos, a pesar de nuestras calamidades, a pesar de que la guerra nos tenía intimidados.

 

¡Así es!  Y esta es la experiencia de todos, queridos hermanos. Quizás la mía suene medio trágica y hasta inverosímil.  Otros tienen experiencias distintas; quizás mucho más trágicas, mucho más feas que esta.

 

El amor que se impone

 

La muerte no puede contra aquellos que creemos. El Amor se impone. No como a veces quisiéramos. No como lo imaginamos, sino como Dios lo imagina, como Dios lo supone para cada uno de nosotros. Y nos traza de tal manera la dirección de nuestro destino, que es él mismo a quien vamos encontrando  poco a poco juntos con los demás hermanos. Solo con el tiempo nos volvemos a reunir y nuestros ojos se van abriendo. 

 

Yo siempre simbolicé a mis papás con la gallina que cuida a sus pollitos para que no sean atrapados por el águila. Los pollitos dispersos acuden debajo de las alas de la gallina para protegerse y evitar ser atrapados. Así fueron mis padres, nos sobreprotegieron. Como el mismo Señor que nos protege en la adversidad. ¡Y a veces no nos damos cuenta de eso! porque nos sentimos tan seguros.

 

Que la Luz de lo Alto, la alegría de la Resurrección, queridos hermanos, sea precisamente aquella que, si aún no está plenificada totalmente en nosotros, le dejemos para que bajo la intuición profunda de la fe siga guiando nuestras vidas y alumbre nuestras oscuridades en la dirección de nuestra meta, nuestro destino. Esa oscuridad que Él mismo experimentó en la persecución, en la muerte y nubló el corazón y la mirada de aquellos que estaban reunidos con Él.  Pero no pudo la oscuridad ni la muerte. La fe es mucho más poderosa y el amor la expresión de esa fe que nos tiene reunidos a nosotros. Es la fuerza con la que venceremos siempre.

 

Si Cristo venció desde la muerte nosotros en Cristo también venceremos, porque Él es nuestra resurrección, Él es nuestro Salvador. ¡Que así sea!

domingo, 11 de junio de 2023

ESPIRITUALIDAD DE LA PASCUA

 


Haz un camino de espiritualidad en tu vida terrena, desde las pequeñas cosas.



Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del martes 18 de abril del 2023.

Transcripción literal de Lorena Natareno.


 

ESPIRITUALIDAD DE LA ALEGRÍA

 

Quienes hemos vivido en aldeas o pueblos recordaremos algunas de las prácticas bonitas que se dan cuando cocinan el ayote en dulce en la casa. Una vez cocinado, vamos y lo compartimos con los vecinos. Dicen: “Miren, hemos hecho ayote en dulce:  Aquí le traigo”. Pareciera que se hace la ollada de ayote en duce para compartirla con los demás.

 

Yo no sé si ustedes también tienen esa costumbre. Se que no es habitual que maten un cerdo y que inviten “a todos” a que vengan a comer con nosotros. Sobre todo, sin motivo. Aunque a veces alguien diga: Hoy estaba inspirada la abuela y se le ocurrió matar un pollo, aunque no sea mucho, pero venimos a compartirlo. Éstas son algunas de las prácticas de nuestras comunidades.

 

En algunas parroquias es habitual que durante la Pascua los fieles nos organicemos para hacer un paseo. Agarramos nuestras cosas y nos vamos a partir un pastel allá a la orilla del rio y pasar una mañana celebrando juntos. Somos la comunidad que hemos hecho un recorrido durante la Cuaresma: hemos rezado juntos y hemos celebrado la Resurrección del Señor.

 

Esta práctica es como una espiritualidad que surge de la alegría. 

 

No es cuestión de dinero. Es como quien dice: Tan sólo tenía cinco ayotes en la casa, compré panela, los cociné. Luego los reparto. Simplemente porque hay una alegría en mi corazón. Lo mismo pasa con el árbol de naranjas con frutas. Mientras más se le corta más naranjas da.  No hay que ser tacaños y no compartirlas, dice mi Madre. Se trata de compartir, aunque sea un poquito de la alegría que abunda en el corazón. A esto le llamamos espiritualidad.

 

 

ESPIRITUALIDAD DEL COMPARTIR

 

Vivir con espiritualidad es darle lugar al contentamiento de compartir las naranjas de este árbol, que no son mías. El Señor las puso en el jardín. Aunque haya sido yo quien las cuida. Son para compartir con los demás. ¿Qué puedo hacer con una ollada de ayote en dulce sólo para mí?: ¡No puedo hacer nada!

 

 La espiritualidad es precisamente esto: Compartir.  ¿Para qué estás ahorrando? ¿Para dejar pleitos el día que te mueras?  No. Comparte en cuanto puedas. Esto es precisamente lo que la primera comunidad de los creyentes junto a los discípulos hacía. Vendían lo que tenían para compartirlo. Porque la alegría de tener al Señor en el corazón despierta este gozo. Alegría con la que no me puedo quedar para mí solo. Por ser tanta, y no me cabe en el pecho, mejor si la comparto.

 

Esto es vivir de acuerdo con el Espíritu. No de cualquier espíritu, como ese otro que tiene límites, que se evidencia en el cansancio. No. Sino éste que una vez damos, se amplía, genera mucho más en una dirección en la que nosotros ni siquiera tenemos control.

 

Así actúa el Espíritu que no sabemos de dónde viene ni a donde va.  Simplemente es esta ola que nos envuelve. Nos empuja. Y dejamos que vaya obrando de acuerdo con esa fuerza que hay en nosotros.

 

Esto es lo que vamos escuchando en estos días en la comunidad primera de los creyentes y lo que el mismo Jesús refiere cuando dice: “Dar testimonio”.

 

ESPIRITUALIDAD DEL TESTIMONIO

 

Dar testimonio tiene dos modos. El certificar un hecho como tal. Yo aseguro que fue así. Yo lo vi. Yo lo he sentido. Es más, yo lo estoy experimentando, doy fe de esto. Esto es dar testimonio: porque lo vi, y porque lo vivo lo comparto.  La otra manera de entender el testimonio es imitar la buena acción. Por eso testimonio en la palabra original de los cristianos era asimilada a la expresión de martirio.  Decir: Yo doy testimonio, es morir tal como el Maestro murió. Así como Él se entregó: así yo quiero entregarme y morir. Testimonio es imitar lo bueno. Para que ese gran hecho del Maestro también acontezca en mí.  Dar testimonio en este sentido es llevar al extremo nuestra vida en la entrega.

 

Jesús en diálogo con Nicodemo alude al testimonio. Hay un testimonio que a ustedes todavía les está costando.  Si hemos experimentado la resurrección, nos costará dar testimonio, digámoslo así, porque seguimos siendo terrenos. En el día a día chocamos con lo que creemos, con lo que pensamos. Pareciera que todo se nos olvida de repente.  

 

Entiendo que debo ser más amable. Pero de pronto choco con una actitud de enojo, cuando tuve que poner a prueba mi amabilidad. A veces uno no reacciona sino hasta unos días después.

 

Somos terrenos, quizá por eso Jesús le hace ver a Nicodemo: que aún no logra entender de que hay que nacer de lo Alto, porque aún tiene que avanzar en el desprendimiento. Y que ese desprendimiento vaya generando en él esta capacidad de compartir.  ¿De qué te sirve desprenderte de algo si no es para compartirlo?

 

ESPIRITUALIDAD QUE VIENE DE LO ALTO

 

Si vas entendiendo poco a poco las cosas terrenas, lograrás entender las cosas que vienen de lo Alto.  Jesús dice: “Yo te hablo de lo que he visto”. Y claro está, como tú no lo has visto, todavía no logras penetrar a profundidad en las cosas de lo Alto. Te cuesta.

 

Haz un camino de espiritualidad en tu vida terrena, desde las pequeñas cosas.  De otra manera, déjate impulsar por el Espíritu.  Quizá digas: ¡Ah! Es que no se hacia dónde me va a llevar esto. Y el Maestro insistirá: ¡Déjate llevar, el Espíritu es como el aire, ¡no sabes de donde viene y no sabes a donde va! Si es buen Espíritu tiene que venir de un lugar bueno. Si es bueno sabemos que tiene que ir en una dirección buena.  ¡Déjalo! ¡Reparte tus ayotes en miel! ¡Déjalo! ¡Reparte tus naranjas!  ¡Déjalo! ¡Se generoso!

 

Si es el Espíritu el que te va moviendo, Dios te dará las capacidades, como a las campanas, que dicen: darán, darán.  Así, deja que esta fuerza de lo Alto mueva tu corazón. Dinamice, active, eso que ha estado dormido.  Y si ya te ha iluminado la Luz del Espíritu, deja que esta Luz te siga iluminando y que vaya iluminando la oscuridad de los otros.  ¡Estamos en el tiempo de la Pascua!

 

Queridos hermanos, el tiempo de la Pascua no es un tiempo para la confesión ni para decir qué voy a cambiar, sino para verificar de cómo va el cambio.  ¿Cómo estás viviendo tu cambio?  ¿Cómo estás impulsando tu cambio? Y para eso hay que dejar pues, que esta Luz, que este Espíritu con el que miramos alto nos lleve lejos. Qué sea él quien nos anime, quien nos impulse.

 

Entonces interróguense ustedes. Yo me he estado interrogando. Sobre todo, delante de estos textos tan bonitos de San Juan en el capítulo tercero. Delante de ese texto del diálogo del Señor con Nicodemo, como decimos: a mí siempre me saca de onda, siempre me patean fuerte.

 

Esto de meditar, esto de dejar que el Espíritu nos mueva, digamos por exigencia de conciencia, me obliga a dejar cosas, a ser más consecuente con lo que creo, con lo que vivo.

 

¿Cómo te está moviendo el Espíritu?  ¿Cómo te sigue iluminando la Luz del Resucitado?   Si aún no te mueve nada, ten por cierto que no hay mañana. ¡No hay mañana!  Deja que te asuma como cosa Suya. Esto es cambiar desde lo Alto, por el Espíritu de Dios.   ¡Amén!

domingo, 4 de junio de 2023