Viendo "Posts antiguos"

El mandamiento del Amor

 




El mandamiento del Amor

Mateo 22


La vida tiene una dirección infinita,

un horizonte que le guiará siempre


 

Por: Gvillermo Delgado OP


Toda persona es un ser misterioso. ¿Por qué? Porque desde el primer día de su existencia crece y busca alcanzar “algo” que no está a su disposición. Y nunca logrará adquirirlo. Con lo cual vivirá con esa tensión permanente. Así transcurrirá toda la vida.


En consecuencia, queramos o no, la vida tiene una dirección infinita, un horizonte que te guiará siempre. Que te convierte en un ser espiritual.


Lo misterioso y espiritual son los resabios que existen en el alma humana de lo eterno. No cómo un indicio de su origen, sino de su condición creada por un ser superior a él.


De ahí que, quienes viven sin intentar ni siquiera pensarlo o creerlo, hacen de su vida un fin en sí mismo. Eso puede parecerles racional y suficiente, pero el hecho de que esas razones le arrastren hacia angustias y momentos mínimos de felicidad es un indicador que están en el error.


El rastro más significativo de lo misterioso es la intuición interior, que nos musita: que somos para lo eterno, cuya expresión más alta está en el amor. Con lo cual afirmamos que fuera del amor la persona “vive sin vivir”: estará condenada a la insatisfacción frustrante y triste.


Con razón Jesús dijo que amar es el mandamiento principal, y se ejerce no de cualquier modo. Se ejerce con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. O sea, con todo lo que la persona es. Porque el amor acontece ahí, con todo y para todo. O no es amor. Así que aquellos que presumen no participar de Dios, jamás tendrán la capacidad de amar.


Quien niega lo que ha recibido como regalo, a la vez será negado por aquellos que aman en verdad. Quien niega el amor, lo eterno será un resabio de eternidad, nunca un hecho. De tal modo que cuando dicen amar, no hacen otra cosa que buscar amarse ellos mismos, y mantenerse vigentes mientras la muerte los arrebata de este mundo. Viven para morir, como las plantas y los animales.


Por eso digo que la persona se convierte en un ser misterioso cuando acepta haber recibido el amor primero que viene de aquel que es misterioso: Dios. Y se da cuenta al recibirlo, por eso ama como si fuera Dios mismo. Con lo cual descubre que ese misterio que crece día con día en él, le permite no solo abarcar el amor de otros, sino ampliar su alma hacia la plenitud. Por tanto, hallando amor en las personas, comprende su vida presente como un anticipo de su vida futura y definitiva que descansará en el misterio mayor que es Dios.


En resumidas cuentas, el ser humano misterioso sabe que a Dios no lo puede amar fuera del amor a las demás personas y que no existe amor a las demás personas que a su vez no esté orientado a Dios.


Por eso, quiso Jesús dejar el amor a Dios como el mandamiento principal, del mismo modo el amor al prójimo.


Fuera del amor nada somos, porque nada es posible. Todo en el amor, nada sin el amor.

martes, 7 de noviembre de 2023

El trabajo y la migración de los jóvenes

 


El trabajo y la migración de los jóvenes


La vida es para vivirla 

y engrandecerla en cada acción.


 

Por Gvillermo Delgado OP

19 de septiembre de 2023.

 

Todos necesitamos un trabajo para vivir, porque necesitamos dignificar la vida para vivirla. En la tradición cristiana comprendemos esa dignidad en la figura de san José obrero como modelo del hombre hacedor.

 

Existe una actitud básica de todo obrero, esta es de ofrecer a Dios el comienzo de su jornada y agradecer por lo que realizó al final del día. Esta actitud le deviene del solaz que el cansancio provoca. Es la paz, el sosiego, la satisfacción que viene del desgaste cotidiano, al que de otro modo llamamos dignificación del hombre.

 

Guatemala gradúa anualmente más de doscientos mil jóvenes aptos para unirse a las fuerzas productivas del país. De esos solo una tercera parte encuentra un trabajo formal. El resto se ve obligado a buscar rutas laborales alternativas, ya sean en las ciudades o fuera del país cuyo destino principal es Estados Unidos. Ese sentimiento de “forzar” la migración de los jóvenes, se define como si fueran “expulsados de su propia patria”. Que más allá de un derecho, la migración les estigmatiza para siempre como quienes perdieron un lugar de pertenencia.

 

La educación básica mínima no es suficiente para obtener un trabajo digno, pero sí suficiente para migrar.

 

Las posibilidades de acceso a la comunicación y la técnica capacitan a los jóvenes para soñar en grande y movilizar sus energías más allá de su propio territorio, de su intelecto y sus emociones. Pero la tecnología no les capacita para desarrollarse en otras latitudes, con lo cual les toca realizar trabajos que nunca hicieron mientras estudiaron o vivían con sus familias. Entonces, migrar no sólo es una expulsión de su propio territorio sino verse obligados a realizar trabajos esclavizantes sin los cuales sería imposible tocar, al menos, con el dedo índice el sueño que los movilizó en estas peripecias.

 

Condenados a envejecer sin mayores incentivos de vida, muchos mueren sin abrazar los anhelos más profundos que un día los vio largarse de sus tierras.

 

Así como las manos son para construir y la boca es para la palabra, la vida es para vivirla y engrandecerla en cada acción.

 

Necesitamos un trabajo digno para vivir. Es digno el trabajo si posibilita envejecer y disfrutar el tiempo en el que la vida acontece.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Tu casa es fragancia de Cristo

 


Tu casa es fragancia de Cristo

 

 

Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del 30 de abril del 2023.

Transcripción literal de: Lorena Natareno

 

 

La casa como epicentro de la vida

 

No hay entre nosotros quien no tenga un centro, un lugar de donde salir y hacia donde regresar cotidianamente. Piensen en cuál es su centro, su punto de irradiación. Este suele ser la casa: ¿No es cierto?

 

En la casa hay puntos claves e importantes. Si tuviéramos que mencionar el lugar de la casa donde permanecemos más tiempo y la vida transcurre: donde envejecemos, nos curamos, creamos relaciones, peleamos y nos reconciliamos, donde nos hacemos personas y permitimos que los otros también lo sean. Esos lugares de la casa posiblemente sean: la mesa en donde comemos (aunque cada vez nos reunimos un poquito menos a su alrededor). En la mesa cada uno tiene un lugar, una silla. Nadie lleva a un extraño a que se siente en ese lugar especial de la mesa. Otro lugar importante de la casa es la cama. Tampoco invitamos a cualquiera para que descanse en “nuestra cama”. ¡No, no, no, cuidadito! A lo sumo los hijos pueden descansar en la cama de los padres. Aunque a veces hay "ladrones", como dice el Evangelio, que se meten sin permiso a nuestras casas...

 

El cuerpo y el templo son también epicentro de la vida

 

La casa es el lugar más importante en la ciudad. De igual forma el cuerpo es templo en el ámbito de lo humano, cuyo altar es el cerebro. Ahí están las emociones y todo lo que rige el cuerpo. Nada puede ser gobernado sin el cerebro. Por eso es como el el altar del templo. En pocas palabras, en el cerebro está el alma del ser. Por eso hay que cuidarlo. Cuidarlo significa no dejar que entren ni que se queden ahí ideas y sentimientos malos. No permitir que el pasado nefasto nos siga carcomiendo como el comején lo hace con la madera. No permitir para no sufrir mientras carcome ese lugar sagrado.

 

Como es la casa para la ciudad, también son nuestros Templos o iglesias. Pues son referentes de identidad. El Templo es el epicentro, el lugar de llegada, desde donde salimos. Por eso la puerta más importante que nosotros atravesamos es la puerta del Templo.

 

Dice Santa Catalina de Siena que una vasija si está llena no hace ruido; hace ruido cuando está vacía.  Nuestros Templos están llenos. Están llenos del silencio de la presencia de Dios. Al entrar entramos en esa Presencia a través del silencio que ahí encontramos.

 

Sólo así nos capacitamos para oír la voz del Maestro cuando dice:

Vengan a Mí, todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón… Mi yugo es fácil y Mi carga ligera». (Mateo 11, 28-30) ¡Vengan!

 

Jesús es ese el lugar que buscamos

 

Al modo de Santo Tomás preguntemos: "Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?"(14,5). Jesús le dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

 

Jesús se define a sí mismo: “Yo soy la verdad”. Y reafirma: “Yo soy la resurrección”. Además, Él es puerta (Juan 10, 7). Es el acceso para habitar este Templo: epicentro desde donde Dios se hace sentir en el silencio, donde escucha nuestra voz muchas veces agobiada.

 

Solo así entendemos lo que hemos oído hoy en la primea lectura: “eviten vivir en un mundo corrompido”. Es decir, aquí hay una actitud primera, esa es apartarnos del mundo de la corrupción, de la perdición. Santa Catalina hablaba de “las aguas putrefactas” como sinónimo de lo apestoso de la maldad y el demonio. En contraposición con lo que decimos en las bendiciones de nuestras casas al pedir que desde nuestras casas se difunda la fragancia de Cristo. Entrar en el templo y salir de él es difundir esa fragancia.

 

En cuanto nos apartamos del mundo corrompido sabremos elegir la puerta por donde entrar.  Para eso requerimos de una actitud primera. Dios cuenta con nuestras disposiciones personales. Dios no va a resolver por ti aquello que tú puedes hacer a partir de aquello que Él ya te ha dado, que son las capacidades naturales. ¡Apártate, ya no te sigas saltando esos muros! ¡No te bañes más en las aguas putrefactas que sabes que te convierten en el apestoso, en tóxico, en destructor, en el que lleva ideas perversas, maquiavélicas, el que hace que los otros incluso se engañen porque les presentas como bueno lo que yo ya sé que es malo!

 

Escuchar la voz del Pastor

 

Revise cada uno su pasado. Atrévase a conocer a la persona que camina a su lado. Y descubrirá que siempre algo bueno nace incluso de aquello que parece malo.

 

Apártese cada uno del mal. El mal no lo hará por ti. Esa es la primera indicación para que podamos escuchar la voz del Pastor. De lo contrario oiremos otras cancioncitas. Seguiremos otros slogans. Y no la Voz del Pastor. Asimílate a él. Él tiene la capacidad de entender lo que hay en tu corazón. Como lo hacen los papás con sus hijos chiquitos. A veces no hace falta ni una sola palabra. Un gesto es suficiente para ser comprendido. Pues, un gesto es algo más que una palabra. De Igual forma el Evangelio de San Juan nos presenta la figura del Pastor.

 

El pastor, como sabemos es quien se ha convertido en el guía, en el maestro. Quien te cuida y guía. Y convierte a su vez a los otros en personas sensibles que escuchan y atienden su voz.

 

Curar las heridas y cumplir la misión

 

Desde nuestro epicentro, que puede ser el Templo, nuestras casas, nuestro corazón; desde donde salimos y regresamos a diario; ahí donde acontece aquello que da consistencia a nuestra vida, ahí es donde se entreteje el amor y desde donde resolvemos los problemas más grandes, y curamos las heridas por graves que sean.

 

¿Sabes que hace una loba herida para sanarse? Se esconde de la manada y lame sus heridas. Una vez sana, regresa a la manada, porque entiende su responsabilidad de guiar, de cuidar. La loba muere o se deja morir cuando entiende que ya no tiene la capacidad de guiar y de cuidar. Igual pasa con el lobo alfa: cuida, guía. Siempre avanza a lugares seguros para ejercer fielmente su tarea. Igual ha de pasar con nosotros. Sólo debemos irnos a un lugar seguro, a la casa o al Templo para aliviarnos y sanarnos.

 

Les habrá pasado muchas veces que no quieren que sus hijos los vean llorar para que no sepan de sus limitaciones. Dado que, no pueden perder la condición de guías. En esta misión, mostrar debilidad puede indicar que no estamos hábiles para cuidar de los demás. Por eso nos curamos, a veces lejos de todos. Como lobas heridas.

 

Los buenos pastores nunca merman en su ímpetu, aún en las debilidades del cuerpo. Nos pasa que cuando cuidamos de nuestros ancianos en su poca salud, descubrimos en ellos que siguen siendo el punto de referencia para nosotros. Aunque ya no hacen las cosas que hicieron con menos edad, quizás diez o veinte años atrás, siguen siendo nuestros guías, nos siguen cuidando desde el silencio de su propio dolor. Como es el caso de mi padre en su ancianidad. Esos son nuestros ancianos, y desde ellos, desde su corazón, se difunde la misma fragancia de Cristo, porque siguen siendo pastores.

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Somos puerta abierta

 

Hoy desde que se despertaron y se pusieron de pie atravesaron muchas puertas. ¿Las han contado? Probablemente la misma puerta la hemos atravesado muchas veces. Así a lo largo de todo el día. Ya no digamos si salimos de casa y entramos al carro, y los percatamos de las puertas de la casa, de la Iglesia, del súper mercado… Muchas puertas, como claves importantes. Entonces, ¡qué nuestra vida también sea esa puerta en la que otros entren! Así como no estamos conscientes de las puertas que a estas horas del día hemos atravesado, también hemos perdido la memoria y no recordamos a cuántos les hemos cerrado las puertas, ¿verdad? En eso también hemos perdido la memoria.

 

Les invito a que en la docilidad del mismo Cristo seamos una puerta abierta. Abrir tus puertas de par en par a quien hoy tendrías que permitirle entrar a tu alma, a tu corazón, a tu memoria y te pueda guiar y cuidar. De repente te estás perdiendo la oportunidad de guiar y de cuidar, de ser como Cristo: el Pastor de otros que te necesitan.

 

De repente uno de entre nosotros diga: “sí, pero es que yo ya le había abierto las puertas a esa persona, pero no quiere entrar, lo he invitado y le he dicho hablemos, arreglemos esto o lo otro y no quiere”. Eso es recurrente en las relaciones humanas. A pesar de eso: ¡Deja las puertas abiertas! Más temprano que tarde reconocerán tu voz de pastor. Si la otra persona conoce tus sentimientos, con la excusa que sea, tímidamente llegará un día a ti, porque el amor siempre encuentra su camino. No cierres las puertas.

 

Pidamos al Señor que nos conceda la capacidad de mantener nuestras puertas abiertas, así como la de nuestras casas…   Demasiados necesitan ser cuidados, ser guiados.  Nuestra casa es el punto de referencia y quizás no lo sabíamos. Ahora que lo sabemos, dejemos que otros entren en nuestras casas.  Dejemos las puertas de nuestra alma abiertas, de par en par… muéstralo con tu sonrisa, con tu manera de presentarte delante de los demás, para que esta gracia se derrame en ti y en tu casa.

 

¡Que seas tú y tu casa ese lugar desde donde se difunde ampliamente la fragancia de Cristo! ¡Amén!

 


viernes, 18 de agosto de 2023

La Gracia de Dios

 


La gracia de Dios


El ósculo de la paz es el gesto fraterno, 

el gesto de la comunicación del amor.



Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del 25 de abril del 2023.

Transcripción literal de: Lorena Natareno.


 

Los vecinos de Galilea al mirar a Jesús hacer milagros se preguntaban entre sí: ¿De dónde le viene a éste tal poder? ¿Con qué autoridad lo hace? En nuestra tradición decimos que esto es “fruto de la Gracia”. La Gracia de Dios estaba con Él. Él crecía en Gracia y Sabiduría.

 

La sabiduría es la capacidad de añadir conocimiento a partir de la experiencia del ensayo y el error.  Desde los golpes que nos vamos dando, la sabiduría crece. Con lo que aprendemos a saber decidir, saber alejarnos, saber estar, saber hablar, saber callar… ¡esto es la sabiduría humana!

 

El plus de la Gracia

 

La Gracia es otro nivel. Es el plus que nos va elevando, que va transfigurando esta sabiduría en algo diferente. Tú puedes tener mucha experiencia, mucha sabiduría para integrar experiencias; para aconsejarte a ti mismo o para aconsejar a los demás, pero no siempre tienes el plus de la Gracia.

 

Hay muchos entre nosotros que enlistan consejos o recetarios para vivir bien en tres puntos, cinco puntos. Pero nunca son suficientes, si quien da el consejo o quien lo recibe no tienen la Gracia. El consejo en sí mismo no basta. ¿Cómo comprender esto?

 

Si sigo los cinco pasos que me dan para vivir, pero no me resulta nada de lo que pretendo alcanzar: a lo mejor me sale un cangrejo o acabo haciendo rarezas.

 

¿Qué es lo que me falta entonces? Díganlo… díganlo… ¡la Gracia! ¿Y, cómo se adquiere la Gracia? Con frecuencia afirmamos que somos unos “desgraciados”. Lo decimos en el sentido de que no tenemos gracia alguna, en nada. Y se nota.

 

En el Bautismo se nos infunde o regala la Gracia. La Gracia es lo primero que recibimos del bautismo. Hay aquí una condición particular por la cual no solo crecemos: comiendo, estudiando, aprendiendo, cuidándonos o dejándonos cuidar; sino que crecemos con la Gracia de Dios. La misión de los padrinos del bautismo y de los papás del niño es cuidar esa Gracia, para que esa condición original en que hemos introducido nuestra vida individual en la vida de la comunidad se mantenga. Por eso los Sacramentos en los que posteriormente se nos pide participar: La penitencia, la Eucaristía… es para mantener viva y actuante esta Gracia en nosotros.

 

Esta es una capacidad extraordinaria que no depende de nosotros. Esta capacidad es al mismo tiempo un poder que Dios nos da en la justa medida, de acuerdo con lo que cada uno va cultivando. Por eso, para recibir la Gracia requerimos ausencia de pecado. Así Dios interviene en cada uno y la Gracia tiene efecto en ti. En este punto tiene sentido la pregunta que muchos hacen: - “Mire Padre, ¿y si no me he confesado, yo puedo comulgar?”

 

¿Cuántos comulgan sin confesarse? Supongo que la mayoría: ¿O no? Que es lo mismo, cuántos andamos en situación de pecado, aun así, accedemos a la condición de lo sagrado o al menos nos atrevemos a participar de lo divino.

 

Los efectos de la gracia


La pregunta sigue en pie: ¿se vale o no se vale? ¿puedo o no comulgar? Echen agua limpia en un trasto sucio ¿qué ocurre? El agua permanece limpia, sólo se enrarece en el trasto. El trasto no permite que el agua permanezca limpia por estar sucio. La Luz pura y santa alumbra el charco permaneciendo pura. Por tanto, si tú, por ejemplo, vienes y recibes los sacramentos estando en pecado, pues esa fuerza, ese poder de Dios no tiene el efecto en ti; qué sí tuviera si fueras un vaso limpio. Es cuestión de vida interior. El sacramento, como participación de lo sagrado, no tiene efecto en ti, si tú no tienes esa disposición interior.

 

Hay entre nosotros algunos que no se confiesan o no se han confesado nunca, tampoco participan de los Sacramentos como si no hubiesen sido bautizados. Así viven toda su vida. De ellos, otros afirman que, sólo vienen a la Iglesia chineados: de niños o casados, luego cargados al despedirse de este mundo con los pies fríos.

 

La Gracia se nos da para hacer uso de ella. Dios actúa en nosotros y a través de nosotros. Con la Gracia dejamos que Dios haga los milagros que Él ha hecho siempre. Para eso necesitamos esa Gracia que actúe en nosotros.

 

Quiero aludir de manera especial a las enseñanzas del apóstol San Pedro en su primera carta. (Las cartas de San Pedro tienen una connotación de mucha ternura, de hecho, a Juan Marcos lo trata como “mi hijo” o como hijito). Al escribir el Apóstol va recogiendo su experiencia, de cómo en él ha surtido efecto la Gracia, y cómo ese efecto es notorio en los milagros que él hizo; y dijo: “no es por mí, es por la fe que tengo en Cristo, por Su poder que está en mí. No soy yo”. Esa claridad le definió siempre, por eso se le llamó el pontífice (o sea, puente: instrumento para llegar a Dios).

 

La gracia en los humildes

 

Nadie será puente si la Gracia no está en él. Tampoco si no tiene la capacidad para resistir a la adversidad, como el León alado que simboliza al Evangelio de San Marcos. Recogemos un consejo que nos deja el Apóstol en el comienzo de esta carta, cuando dice: “Que, en su trato mutuo, la humildad esté siempre presente, pues Dios es enemigo de los soberbios y en cambio a los humildes les concede su Gracia”.

 

Si les pregunto: ¿ustedes quieren y necesitan la Gracia de Dios? Me imagino que la mayoría dirá que sí. Yo les diría a la manera de Pedro, “pues sean humildes”, bajen el listón, bajen ese garbo, bajen esa soberbia, y al hacerlo, lo que les quedará es la humildad.

 

La humildad queridos hermanos, consiste precisamente en reconocer los propios límites. Reconocer las debilidades. Pero no solamente reconocerlos y seguir siendo el mismo débil y limitado. Reconocer los propios límites es no ceder a aquellas cosas que contradicen la humildad. El soberbio es aquel que se cree y presume; y el pecado en él está precisamente en lo él que hace con lo que se cree y lo que presume.

 

¿Cómo tratas a los demás? A algunos les dan un poquito de poder y se marean. No saben los pobres qué hacer. Son unos pobres desgraciados que dan lástima; porque creen que tienen todo el poder olvidando que son gurús de paso. Al final de todo terminan, terminan siendo tan frágiles como los demás, eso que en cierto modo define la humildad. Tiene que ver con lo que el mismo Apóstol dice: “sean sobrios”.

 

La sobriedad es vivir sin mayores pretensiones. Si lo que tienes es fruto de tu trabajo y lo has conseguido no con el afán de tener por tener, ni ser en base a lo que tienes; sino en función de ser humilde, entonces has dado lugar a “ese algo especial”. Eso es reconocer los límites, dejando que la Gracia obre en ti o que Dios permita en ti hacer lo que Él haría si estuviera aquí en medio de nosotros.


Ahora Dios actúa en medio del pueblo a través de ti y a través de aquellos que les ha dado Su Gracia, Su Poder.

 

Esto es precisamente lo que el Apóstol nos aconseja en el capítulo cinco de esta carta, cuando habla de aquellos que viven en la Gracia. Ellos, no solamente tienen el poder de sanar, de aconsejar, de llevar la sabiduría a un nivel distinto, sino que al mismo tiempo tienen capacidad de buen trato, de buenas relaciones. Aquí están las palabras que él aconseja y que a mí siempre me han gustado, cuando dice: “salúdense los unos a los otros con el beso fraterno”. A eso se le llama también el ósculo de la Paz. Algunos lo llaman el “beso santo”.

 

El ósculo de la paz


¿Cómo se saludan ustedes? Con eso de la pandemia nos pusieron muchas restricciones y tan bonito que es saludarse de beso ¿verdad? El “ósculo de la paz” es el beso que transmite o comunica la ternura, la belleza del trato. En nuestra cultura es costumbre saludarnos con un beso en la mejilla. Algunos interpretan este modo de tratarnos y de mostrar nuestra ternura de un modo particular, especial.

 

No sé si ustedes tienen la costumbre de besar la frente. Es un modo de comunicar lo que quiero o que recibo. Yo siempre he interpretado ese beso como el ósculo de la paz, que es el gesto fraterno, el gesto de la comunicación del amor. Pero esto solamente se lo dan aquellos que saben que entre el tú y yo fluye un modo particular de ser. Pues San Pedro nos lo pide para toda la comunidad; o sea, para todos aquellos que han recibido la Gracia, a aquellos que han superado la soberbia, aquellos que con la Gracia del Señor saben que Él está actuando en ellos, pues en ellos ya hay un trato preferencial, un trato especial… en el ósculo de la Paz. Queridos hermanos, que la Gracia esté con ustedes: ¡Amén!

viernes, 7 de julio de 2023

Democracia y civilización







Democracia y civilización


 Con sólo que evolucionemos democráticamente en dirección de las mujeres, los esclavos y los extranjeros podríamos llamarnos mínimamente civilizados.


Por: Gvillermo Delgado OP


La democracia fui intuida en las sociedades griegas 2500 años atrás. Tuvo su apogeo en las ciudades-estados de Atenas y Esparta. Desde entonces se sigue definiendo por la participación política de los ciudadanos de una nación. Como una hablar bien de los seres civilizados. Aunque en la antigua Grecia se excluía a las mujeres, a los esclavos y a los extranjeros, aquella intuición está vigente.


En la ruta de los civilizados


Hoy: ¿Somos más civilizados o democráticos que entonces? No lo sé. Para declararnos abiertamente civilizados falta ganar terreno sobre la participación de las mujeres en la toma de decisiones reales, no como validación de lo hecho por los hombres a lo largo de los siglos, sino a partir de los usos y costumbres en que ellas nos han educado desde niños y encaminado en sabiduría para alcanzar la altura mínimamente requerida para ser humanos. También, para declararnos abiertamente civilizados nos falta ganar terreno sobre los esclavos, los que algunos llaman “las masas”, los manipulados sin pensamiento propio, los que trabajan para sobrevivir, los que nacen y mueren anónimamente como si fueran apátridas sin apellido y una herencia ancestral. Declararnos civilizados obliga ganar terreno sobre los extranjeros, esos que algunos definen como migrantes: los perseguidores de sueños, que mueren sobre la almohada de sus frustraciones. No digamos más. Con sólo que evolucionemos democráticamente en dirección de las mujeres, los esclavos y los extranjeros podríamos llamarnos mínimamente civilizados.


El gobierno de los principios


De ser cierta esta connotación histórica; entonces, a nosotros los civilizados y civilizadores de este siglo en marcha nos toca ejercer la noble misión humana de orientar el gobierno de los pueblos a partir de los principios fundamentales de la prudencia, la honestidad, la responsabilidad, la sabiduría, el consenso, el respeto, el bien común y la justicia.


Y ejercer el derecho democrático para elegir a quienes nos representan para gobernar nuestra ciudad: a los aptos o formados para esa digna tarea. O elegir a quienes a pesar de la academia han integrado en su carácter ético la sabiduría del buen vivir. No un carácter para vivir bien, porque eso puede apestar con el paso del tiempo, al retorcerse en las malas prácticas de la irresponsabilidad o de la corrupción, bajo premisas que finalmente sólo sirven para salvaguardar los intereses de unos pocos, o de las gremiales económicas que históricamente han ostentado poder a costa de lo que sea. No. Se trata del buen vivir, para convivir de acuerdo con lo que la naturaleza humana ha puesto en nuestra alma como herencia, y que se evidencia en los grandes principios universales y las normativas respectivas para hacerlos prevalecer, sin preferencias de género, sin discriminación racial o económica; sino con recta conciencia y principios fundamentales. Por eso elegir como nos toca ahora, no debe hacerse por quienes presumen una victoria, sino sobre quienes nos representan, aunque no canten victoria en la plaza pública. En esos casos habremos ganado en democracia y civilización.


Si para hablar de democracia nos remontamos al tiempo de los griegos de 2500 años atrás, para hablar de lo humano tendríamos que remontarnos a los tiempos ancestrales o primordiales desde donde hemos evolucionado milenariamente; por lo cual, ninguno de nosotros puede presumir que conoce su edad, porque la suya es la edad de sus ancestros y en consecuencia del largo camino de la humanidad del cual ahora somos su manifestación presente.


En clara conciencia de que un día seremos antepasados para otras generaciones que están por surgir de nosotros, de no hacer bien las cosas o no trazar debidamente la diferencia al respecto, como seres evolucionados, engrosaremos la masa de los seres anónimos, perdidos en las antípodas de la memoria.

viernes, 23 de junio de 2023

Un ángel en el camino

 


Un ángel en el camino


 El alma es tan hipersensible que, si damos lugar a la aceptación de ideas nuevas, a la comprensión de las personas, el alma nos perfecciona...



Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del lunes 24 de abril del 2023.

Transcripción literal: Lorena Natareno

 

 

El tiempo de la Pascua es para evaluarnos y fortalecernos

 

Evaluarnos a partir de cómo va nuestra vida espiritual. Que no se refiere solamente al interior, a nuestra vida que está en relación con Dios, sino, a esa vida espiritual que al mismo tiempo nos va dando la consistencia para ser consecuentes con lo que creemos, sobre todo, cuando entramos en relación con las demás personas.

 

La otra parte es un poco parecida al evaluarnos. Se trata de fortalecernos desde lo que creemos. La Iglesia nos propone como camino, un itinerario de vida espiritual, en el que participamos. Se trata, por ejemplo, de los Sacramentos, y de la reconciliación. En ese itinerario, cada uno de modo personal debiera afirmar: yo evalúo mi vida espiritual. Por eso creo que en este tiempo Pascual, debiera preguntarme: ¿En qué me he convertido? ¿Qué tipo de persona soy? ¿Cuál es el sello con el que los demás me identifican?

 

Un rostro imponente como la de un ángel

 

Imagínense la figura tan descriptiva en que los primeros cristianos eran señalados. Hoy tenemos una en los Hechos de los Apóstoles: la figura de Esteban.

 

Noten estas expresiones: “los miembros del Sanedrín miraron a Esteban y su rostro les pareció tan imponente como el de un ángel”. Es decir, incluso los adversarios, ven en aquellos convertidos por la fe, a Aquel en quien creen, prácticamente como si fueran otro Dios.

 

Un ángel es una figura extraordinaria. De tu vida ordinaria: ¿Qué de extraordinario miran los demás en ti? ¿Qué brota de ti sin que tú seas consciente? ¡Claro, estamos hablando de cosas buenas de este fortalecimiento espiritual!

 

Los frutos de la pascua

 

Por eso digo que este es un momento para ver qué tanto hemos crecido y qué tanto nos podemos evaluar. Ustedes dirán, por ejemplo: antes no lograba tener dominio sobre sí mismo; pero, he aprendido a darle tiempo a los momentos de enojo para que se me baje la espuma. De tal modo que, pasado el enojo y hablo, cuanto todo está asentadito, logro mirar el fondo con claridad. En las aguas revueltas no podía mirar; ahora sí puedo distinguir. ¡No sé si les pasa eso!

 

La Pascua es el momento para describir la luz en mi vida, para que lo religioso no sea sólo un discurso sino aquello que permite configurarme en algo nuevo, como lo hacemos con las máquinas. A una computadora si le ponemos más memoria RAM corre más rápido, si le ponemos un disco sólido la máquina será más hábil para a resolver nuestras tareas. ¿En qué me he configurado yo? ¿Qué plus me ha dado la Resurrección? ¿Hacia dónde me catapultó este tiempo de la Cuaresma? ¿Realmente los adversarios de siempre o las personas con las que yo me relaciono me miran como un ángel, o me siguen viendo como el de siempre? Y me siguen acusando: “vos no has cambiado nada, seguís siendo el mismo chambón, el mismo desordenado”.

 

Ustedes me habrán oído decir que la Pascua no es para confesarnos sino para seguir avanzando en lo que hemos experimentado durante estos tiempos fuertes de fe. No solo a nivel de sentimientos, sino desde la profundidad de nuestra alma, en esa relación íntima con Dios. Hemos participado de su muerte, hemos experimentado Su Resurrección. Estos son momentos significativos para nuestra vida ordinaria. Desde donde nos transformamos o simplemente permanecemos como personas con el corazón de piedra, que no cede a nada.

 

una estela espiritual

 

Yo he tenido el privilegio (lo digo así porque quizás esto termine pronto) de haber convivido siempre con Frailes mayores. En cuanto salí de mi casa de formación en Costa Rica donde estudié, me asignaron a un Convento de solo frailes mayores y españoles… Atendí por lo menos a tres frailes en su lecho de muerte. Eran extranjeros para mí, mayores en distancia de edad y en experiencias de formación. A veces sentía que no me comprendían. Siendo yo a penas alguien que venía saliendo de Casa de Formación todavía queriendo aprender, sentía que era bien difícil la vida de fraile; pero, fui aprendiendo mucho. Encontré en ellos mucha sabiduría acumulada. Hubo cosas que me corregían. A veces me tocaba ceder: poco a poco, poco a poco. La experiencia que he tenido en varios lugares, con los frailes mayores, aún aquí en Cobán es que: siendo mayores tienen un modo configurado de ser, y yo aun no.

 

Quiero decirles con esto que no podemos aferrarnos a decir: “es que yo ya soy así”, “es que yo ya aprendí este modo y no hay otro”. ¡Yo sí creo que no! O sea, el alma es tan hipersensible que, si damos lugar a la aceptación de ideas nuevas, a la comprensión de las personas, el alma nos perfecciona; el alma nos adhiere cada vez más a un modo distinto y nos vincula cada vez más a lo Divino. Por eso la experiencia que he tenido con los frailes mayores y sobre todo cuando muchos de ellos han muerto muy cercanos a mí, me han dejado una estela espiritual, una herencia por la que simplemente los extraño.

 

Con distinta frecuencia me levanto y pienso en alguno de los frailes mayores que me encaminaron y los extraño. Los extraño por lo que legaron en mí. Prevalece un sentimiento profundo y espiritual, que quizás no lo he heredado como ellos lo quisieron. Ellos que a pesar de su edad tuvieron siempre esa capacidad de transformarse de acuerdo con lo que creían y ser distintas personas aún con la edad.

 

Les vuelvo a preguntar ¿en qué se han transformado? ¿cómo creen que las demás personas los miran?  ¿En los mismos de siempre o en ángeles que van por el camino? ¿Qué valoraciones positivas dicen de ustedes sus propias familias? Y no tenemos que actuar para que digan cosas buenas de nosotros, sino estas cosas que nacen de la pura fortaleza espiritual.

 

Dejemos pues, que la Luz de lo Alto siga teniendo efectos radicales en nuestras vidas, tal como lo decía el escritor de la carta a los hebreos: “Tengan cuidado de no mostrar hospitalidad a los hermanos, porque aquellos incluso por rechazar la atención a un forastero dejaron de hospedar ángeles en su casa (hebreos 13, 2).

 

Que así seamos nosotros, como esos ángeles que pueden ser hospedados en cualquier casa, aún en la casa de siempre. Que se note esa Gracia del bautismo de la renovación de todo esto que se ha derramado sobre nosotros con toda la fuerza por la Resurrección del Señor. ¡Amén!

domingo, 18 de junio de 2023

CAMINO A EMAÚS

 



 
La Cruz no siempre deja oír la voz de Dios,

 pareciera que su voz también se apaga.


 

Por Gvillermo Delgado

Homilía del domingo 23 de abril del 2023.

Transcripción literal de Lorena Natareno.

 

El paso de los días felices

 

Si conocen San Salvador, sobre la ruta al oriente del país, está san Martin. Cuyo Patrón es San Martín de Tours. Su fiesta es el once de noviembre.  Un poco a la periferia está una aldea llamada Corinto o El Sauce. En la ribera del lago Ilopango. Pues ahí nací yo. En la ribera del lago Ilopango.

 

Un niño que nace en esos ambientes aprende rápido a pescar, a nadar, a perseguir mariposas. A jugar en estos ambientes. Pero esa vida infantil se termina pronto. Esa fue mi primea infancia.

 

Más o menos de ocho años dejé la aldea. Conservo aún en mi cabeza y en mi corazón aquellos recuerdos bonitos de infancia.

 

En esta aldea celebrábamos al Santo Niño de Atocha, los días del ocho al diez de febrero. De niño: ¿qué es lo que uno espera cada año?   ¡Las fiestas!  ¡Los cumpleaños! En mi caso, no me acostumbraron a celebrar el cumpleaños, pero sí las fiestas de los Santos. ¡Ya viene la fiesta de San Martín de Tours!, decíamos. Era evocar los juegos mecánicos, los dulces, las bombas y las despiertas.  ¡Ya viene la fiesta del Niño de Atocha! Pues bueno, las Cofradías y todos los juegos de luces que hacían en el lago, eran eventos especiales que se quedaron en la mente.

 

Como los tiempos felices que uno siempre recuerda: terminaron muy rápidos. Vino la guerra y fuimos expulsados del pueblo. Yo terminé mi infancia, mi niñez, en otro pueblo que se llama Quezaltepeque. Al otro lado del volcán de San Salvador. Siempre a la periferia de San Salvador.  Ahí continué mis estudios y crecí haciéndome hombre.

 

Nunca volvimos a ser los mismos. Donde fuéramos llevábamos una tristeza profunda, porque fuimos desarraigados del pueblo.

 

En el Salvador a aquellos que dejamos el lugar de origen para ir a otro lugar se nos llamó “desplazados de guerra”.

 

Dejar el lago fue triste. Ahí éramos felices.  Dejamos la casa. Dejamos nuestro pueblo. Dejamos para siempre la fiesta del Niño de Atocha con los Santos. Aunque, también los santos fueron despojados de los templos. San Martín siguió ahí, pero de bajo perfil.

 

Al recordar nuestra infancia hablamos de aquellos años. No dejamos de hablar de los momentos bonitos, cómo se oscureció y como la nostalgia nos deja siempre con un halo de tristeza.  Nunca volvieron aquellos tiempos y lugares, ¡nunca! Nunca volvimos a celebrar la fiesta del Santo Niño de Atocha ni la fiesta de San Martín.  Muchas personas de la comunidad no las volvimos a ver porque fueron asesinadas. Otros no volvieron a reunirse en la comunidad de los creyentes donde de niños celebrábamos. Quizá en otro momento nos encontremos.

 

Oscuridad en el corazón

 

Nos ha pasado que al reencontrarnos con algunos de la antigua aldea ya no nos reconocemos en el camino y fervor de la antigua comunidad. Algunos se congregan en iglesias evangélicas. Ya no es posible volver a contar aquello. Las experiencias ahora son diferentes, algunos no quieren saber nada más de la comunidad, aunque sí de Dios.  Al parecer una oscuridad nubló sus corazones.

 

En Quezaltepeque, el nuevo lugar donde nos vinimos a vivir, éramos totalmente desconocidos. No conocíamos a niños de nuestras edades. No conocíamos a los vecinos. Éramos los sospechosos del vecindario. Así es como comenzamos una nueva experiencia de fe. Un nuevo Patrón comenzó a guiar nuestras vidas: San José. Él fue el nuevo Patrón que nos adoptó.

 

¿Qué hay cuando somos desarraigados? ¿En qué nos convertimos?  Cuando migramos de nuestras casas hacia otros lugares ¿En qué nos convertimos?  ¿Cómo dejamos que lo que vibra internamente en nuestros corazones con alegría se convierta en otro tipo de vibraciones, quizás negativas?

 

Vamos adoptando nuevos estilos de vida. A veces nos convertimos en personas coléricas, entristecidas, que nunca más vuelven a recobrar la alegría. Nos convertimos en personas que en la frustración decimos: “somos inútiles, estamos condenados a este estilo de vida”. Y nunca más nos recuperamos. Otros, de estas experiencias sacamos provecho, innovamos el pensamiento y el corazón.

 


Discípulos desarraigados

 

Los discípulos de Emaús, como nosotros, también quedaron desarraigados de la comunidad- creyente, de sus amigos los discípulos. Van de regreso decepcionados y entristecidos. Como nos ha ocurrido a muchos. Algunos afirman: ¡Ya lo sé todo! ¡Ya nadie tiene que explicarme nada! Mis razones son suficientes para vivir mi vida. Entonces se hace válida la pregunta: ¿Qué hay con las intuiciones y las verdades de tu corazón? ¿Por qué nos encontramos a tantos hermanos que en otros momentos se congregaron o que vinieron a bautizarse a nuestros Templos bajo la misma fe, la misma devoción, celebraban con nosotros las fiestas patronales y ahora los encontramos por el camino como no creyentes? Van protestando por la vida: ¡Yo creo en Dios, pero no en la Iglesia!  ¡Yo creo en Dios, pero no en los Sacramentos!   Unos entran a nuestros templos esporádicamente y al parecer no creen en nada. ¿Cómo entonces, queridos hermanos, podemos transmitirles nuestras experiencias profundas de fe?

 

La intuición de la fe

 

Con el tiempo escuché decir a mi mamá que en aquellas circunstancias de la oscuridad que nos provocó el desarraigo al dejar nuestras tierras y tener que escondernos en otro municipio; decía: “yo me hincaba pidiéndole al Señor que nos diera mucha paz y que saliéramos de todo esto”. Porque no migramos porque nuestros papás consiguieron un nuevo trabajo, sino por huir. Lo cual significó perderlo todo. No teníamos de qué vivir, ni donde vivir.

 

Yo fui de los niños que cuando terminaban las vacaciones del año escolar, en el mes de octubre trabajábamos junto a nuestros papás. Veía con resignación a los demás compañeros de estudio jugar en las canchas de basquetbol.

 

Otra vez oí decir a mi mamá: “Yo sentía una gran tristeza por todo lo perdido”. Al ir al mercado o al centro del municipio pasábamos cerca de una iglesia evangélica donde aplaudían. En ese contexto, también ella dijo: “Yo sentía que ellos eran más felices que nosotros. Tuve una vez la gran tentación de entrar, cantar y aplaudir con ellos, pero era más fuerte lo que sentía en mi corazón”. De pequeños, lo único que hacíamos era ir a Misa los domingos. “Yo sentía que aquí eran más alegres, pero mi corazón no cedió a eso”, dijo mi madre. Con el paso del tiempo comprendí que lo que le pasó a mi mamá tenía que ver con su intuición de fe: esta era la alegría que prevalecía a pesar de la tristeza.

 

 

Esta es como la alegría de los discípulos de Emaús que todavía prevalece en su corazón. Prevalece como brasa abrazada por las cenizas. Está ahí. Arde, no con el mismo fervor de siempre, porque la muerte, la tristeza ahora es demasiado grande y les envuelve de tal manera que están vencidos.

 

La intuición de mi madre consolidó en todos sus hijos la fe que ahora nos sostiene en lo que somos, porque no nos dejamos vencer por la oscuridad, por la muerte.

 

La chispa de la Resurrección del Señor es la brasa. No arde como quisiéramos, no ilumina los pasos como quisiéramos porque el impacto de la muerte, de la tristeza, y de la persecución son mucho más poderosas.

 

Los malvados tienen mucho más poder sobre nosotros. Pero la fe nos sostiene. Es precisamente aquella que nos devolvió la alegría.  Mas tarde, es verdad. ¿Tuvimos que ser pacientes? Es cierto. ¿Tuvimos que experimentar la pobreza? También. ¿Tuvimos que escondernos? También. Pero triunfó y se impuso la fe sobre nosotros.

 

Esta es la misma fe de los discípulos de Emaús que tuvieron que esconderse porque tenían miedo.  ¿Por qué aun cuando el mismo Señor les explica las Escrituras para ellos no es suficiente? ¿Porque aun cuando Él se sienta a comer con ellos y les ha mostrado las llagas, no sigue siendo suficiente?

 

El triunfo de la Cruz

 

Ellos regresan a su lugar de origen buscando un lugar seguro de refugio. Pero, como solemos decir: “en la confusión no dejes de seguir la intuición de tu corazón”.  Esa que pareciera que ahora está totalmente oscurecida. Y la fe que debiera ser la única respuesta no lo es porque en lugar de darnos una sola respuesta a nuestras preguntas siempre nos abre a más preguntas.

 

Quienes quieren una única pregunta y experiencia como respuesta para guiar sus vidas se equivocan, porque Dios se manifiesta de distintas maneras, y nos habla aún en los momentos de terror.

 

El mismo terror que Él experimentó en la Cruz. La Cruz no siempre deja oír la voz de Dios, pareciera que su voz también se apaga.  Quienes sabemos esperar aún en estas circunstancias lo hacemos con la certeza que Él vence sobre la muerte. Esa es la alegría con la que después logramos despertar a estas nuevas experiencias de vida y de amor en Él, porque creemos que ha Resucitado.

 

Ahora aquí en Guatemala, nunca pensé que iba a venir y quedarme tanto tiempo y compartir la fe con ustedes ¡Nunca pensé! Tal vez sólo lo intuí cuando leí el Popol Vuh, en los estudios básicos. Recuerdo que encontraba mucha nostalgia en los relatos. Desde entonces, siempre quise conocer Guatemala.

 

Lo primero que hice al llegar por aquí fue preguntar: ¿Dónde están los lugares descritos en el Popol Vuh?

 

 

También me impresionó a mi llegada a Verapaz, el saludo de las personas: ¿Ma sa sa’ laa cho’ol? Que es lo mismo: ¿Cómo está tu corazón?  Y uno dice: Ah, ¡qué bonito!... más aún al seguir el diálogo:

 - ¡Mi corazón está bien! ¿Y el tuyo?

 - ¡Bien está mi corazón!  

 

Eso me alegró mucho porque es lo mismo que decir: yo no te hablo a ti, yo le hablo a tu corazón.   ¿Cómo está esa intuición profunda, que te mueve? 

 

Es algo así como sentir que lo que me mueve es ese motorcito interior de los afectos, de la ternura del corazón.  ¿Cómo está tu corazón?  Es un poquito parecido a lo que nos mueve en la fe del Señor: ¿Cómo va tu corazón? ¿Cómo están tus intuiciones de fe?   ¿Puede mucho más la tristeza, los problemas cotidianos que esa verdad que está dentro de tu corazón? 

 

Atender la voz del corazón

 

Posiblemente, queridos hermanos, sintamos que en muchos de nosotros pueden más las tristezas y los problemas, por eso nos quedamos escondidos, dormidos todo el día cuando debiéramos buscar un refugio, un espacio seguro para expresar la fe, para pedir ayuda a Aquel que está dentro de nosotros; pero quizá tú no sabes que él está ahí, que te ayuda a aclararte a lo largo del camino.  O al menos te ayuda a no dejarte vencer por la oscuridad de los problemas y de la tristeza.

 

Los discípulos de Emaús, una vez captaron con su intuición lo que el texto dice que: “Ardía nuestro corazón”, en ese ardor lograron mirar que Aquel forastero, era el Señor.  Esa intuición es precisamente la que los obliga a seguir en búsqueda y les hace volverse para encontrarse de nuevo con los discípulos.

 

Nosotros dejamos de celebrar la fiesta del Santo Niño de Atocha, pero San José nos volvió a recoger en la experiencia de la fe y ahí nos hicimos hombres, ahí nos hicimos profesionales todos los hermanos, a pesar de nuestras calamidades, a pesar de que la guerra nos tenía intimidados.

 

¡Así es!  Y esta es la experiencia de todos, queridos hermanos. Quizás la mía suene medio trágica y hasta inverosímil.  Otros tienen experiencias distintas; quizás mucho más trágicas, mucho más feas que esta.

 

El amor que se impone

 

La muerte no puede contra aquellos que creemos. El Amor se impone. No como a veces quisiéramos. No como lo imaginamos, sino como Dios lo imagina, como Dios lo supone para cada uno de nosotros. Y nos traza de tal manera la dirección de nuestro destino, que es él mismo a quien vamos encontrando  poco a poco juntos con los demás hermanos. Solo con el tiempo nos volvemos a reunir y nuestros ojos se van abriendo. 

 

Yo siempre simbolicé a mis papás con la gallina que cuida a sus pollitos para que no sean atrapados por el águila. Los pollitos dispersos acuden debajo de las alas de la gallina para protegerse y evitar ser atrapados. Así fueron mis padres, nos sobreprotegieron. Como el mismo Señor que nos protege en la adversidad. ¡Y a veces no nos damos cuenta de eso! porque nos sentimos tan seguros.

 

Que la Luz de lo Alto, la alegría de la Resurrección, queridos hermanos, sea precisamente aquella que, si aún no está plenificada totalmente en nosotros, le dejemos para que bajo la intuición profunda de la fe siga guiando nuestras vidas y alumbre nuestras oscuridades en la dirección de nuestra meta, nuestro destino. Esa oscuridad que Él mismo experimentó en la persecución, en la muerte y nubló el corazón y la mirada de aquellos que estaban reunidos con Él.  Pero no pudo la oscuridad ni la muerte. La fe es mucho más poderosa y el amor la expresión de esa fe que nos tiene reunidos a nosotros. Es la fuerza con la que venceremos siempre.

 

Si Cristo venció desde la muerte nosotros en Cristo también venceremos, porque Él es nuestra resurrección, Él es nuestro Salvador. ¡Que así sea!

domingo, 11 de junio de 2023