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CONFIANZA

 




Confianza


Por: Gvillermo Delgado OP


Las relaciones humanas fuertes tienen cimientos fuertes. Si estos fallan se derrumba todo. Esos cimientos o principios éticos con profundidad y universalidad son el verdadero tesoro del alma.


Entre esos principios existe uno que es medular, el de la confianza. Cuyo origen descansa en la fe, se consolida en el amor y se manifiesta al ofrecerse con la propia vida. Faltar a este principio es faltar a todo, es cambiarlo todo.


Debilitada la confianza se caen las relaciones humanas que antes tenían cimientos sólidos. Se caen a pedazos sin posibilidad de reconstruirse. Quedando arruinada para siempre cualquier relación verdadera.


La confianza es la expresión visible y externa de una verdad profunda que por su densidad forma parte del diseño natural de la persona. En tanto realidad visible de lo profundo del alma, la confianza define a la persona. Sin tal principio, la persona se anula, se reduce a “la nada” o se minimiza.




Como un asterisco que tiene un punto concéntrico, faltar a la confianza es dirigirse a todas partes sin un horizonte definido, imposibilitando en cada instante que la luz divina interior se manifieste en su esplendor. Faltar a la confianza aniquila la belleza y origina el desorden. Toda persona en desorden lo afea todo, expele hedor, porque se aleja del punto concéntrico de la verdad interior.


La confianza por tener cimientos y aromas insondables es frágil como pompa de jabón. Sostenida en lo blando y sublime de las relaciones de amor, puede esfumarse con suma facilidad, socavando todo lo demás. Por eso, exige ser cuidada, fortalecida y entregada. La confianza es el alma transferida del yo al tú, no como moneda de cambio sino como ofrenda de amor. Con lo cual si no se dona o no se recibe no existe.




Cuidar el alma que se expande desde uno mismo hacia quien se ama es cuidarse y entregarse en plenitud; para no perderse nunca. Esto es lo que Jesús entendía cuando dijo: dar vida y vida abundante.


Dice la sabiduría popular, desde distintas expresiones culturales, que la confianza se gana con mil actos, pero se pierde con uno sólo. Perdida la confianza ¿qué queda de la persona y para qué vive? Si la confianza afianza al amor, la falta de confianza lo cambia todo. ¡No lo permita el cielo! ¡No lo permitas tú!

miércoles, 28 de mayo de 2025

Salud del alma

 


Salud del alma



Por: Gvillermo Delgado Acosta OP



La salud del cuerpo, del espíritu y de lo racional sólo llegará a sostenerse en el tiempo el día que apostemos por la salud moral. Lo han insinuado los neurocientíficos sosteniendo que la salud mental está arraigada en los problemas éticos. Cuidarnos deviene de la ética y la moral.


En el largo camino de las religiones ha quedado expresado que el pecado acarrea la propia culpa. La culpa se convierte en peso y el peso en el pesar que arrasa con toda vida dichosa. Si la bienaventuranza es añoranza de un paraíso perdido es porque es memoria de lo que un día fuimos y dejamos de serlo.


Basta con espiar por la propia historia desde la infancia y constatar tantas pérdidas, de lo que dejamos de ser. Hannah Arendt afirmó que la única razón por lo que vale la pena conocer el pasado es para modificar el futuro. Inmiscuirnos en aquello que perdimos y dejamos de ser, por acciones erradas, hace creer en lo mucho que aún podemos mejorar.


La ética es el camino. Cuando definimos a la persona como sabia, dada su razón y su proceso de perfeccionamiento en una larga data evolutiva, en el fondo lo que se describe es el silencioso devenir a través de la ética. Sin la ética jamás se podría definir a la persona, ni tan siquiera desde un mínimo ápice de sabiduría.


Recuperar a esa persona sabia, que la humanidad ha perdido, ha empezado a acontecer el día en que no hablemos de la ética universal como un imperativo, sino que tú y yo somos esa moral, esa ética; y atrevernos a decir: estoy buscando no sólo fuera de mí, sino en la persona que soy yo mismo. No como persona en soledad sino orientada hacia ti.


Bastaría que esa relación estuviera animada por el valor de la empatía como para reivindicar lo perdido y dar crédito a tantas luchas al nivel que sean, por la cual la persona ha batallado y sigue haciéndolo; pero cada vez que hace una lucha en lugar de asomarse a lo que busca lo enturbia, porque se reinventa no desde el bien sino desde el mal, desde lo inmoral.



Recuperar lo humano en el valor de la empatía sería renacer desde lo más original y auténtico, para ser en lo original y en lo auténtico.


Quien es empático llega a habitar el alma del otro. El empático habilita la capacidad de perdonar y ser perdonado. Bastaría una pequeña dosis de empatía para descender a las profundidades del alma; ya que la empatía es un buen asomo a lo sublime, a la condición espiritual humana. Reivindicarse desde ahí es recuperar al hombre sabio. Eso es recuperar la salud del alma.


miércoles, 14 de agosto de 2024

Valores de una persona para otra persona

 


Mis valores para ti 

 

Por: Gvillermo Delgado OP


Valores para una persona es la síntesis a la que finalmente he llegado, luego de un largo trecho de reflexionar sobre valores y confrontarlos conmigo mismo.


Valores para una persona definen el pensamiento que orientan las emociones, para decidir y actuar. Son el esplendor de la realidad espacial y temporal que afectan todo: La vida moral y espiritual. Ahí están las razones para enjuiciar y normar a modo de criterios la conducta en cada caso.


Si un día concluyes que existen tantos valores, que son sólo tuyos, y al mirarlos en los demás llegues a pensar que tu alma se ha expandido en otras almas como luz; entonces, concluirás que eres fuente de irradiación porque participas de los bienes originarios y universales.


Por consiguiente, si llegas a afirmar, como yo ahora, que “estos valores son míos y de los demás”, como ratificación de tu propia existencia; sabrás que existirás siempre en ellos, aunque desaparezcas para este tiempo y este espacio. Si eso te llegara a pasar: serás recuerdo, amor, alma expandida, bondad actuante.


Sin más, presento la jerarquía de  mis 5 valores, los razono "para" todas las demás personas:



El amor. El amor está por encima de todos los demás valores, por ser el regalo más grande de la vida, a lo que llamamos gracia. Por ser lo primero imprime carácter. Es el valor ideal. La base para construir mi marco teórico. El amor es fuente y meta de toda la existencia. El criterio para comprender y hacer el bien. Se ilumina en el bien y se manifiesta en la belleza.


La alegría. Subordinado al amor. La alegría es expresión de lo que abunda en mi interior. Si falta alegría en mis acciones humanas, por las razones que sean, es obligatorio examinar las posibles causas de las desarmonías y caos interiores. Es indispensable examinar los sueños, oír los reclamos del cuerpo en los temas de salud, examinar los recuerdos, las tristezas. Refundarse en el amor.


El respeto. Respeto es la condición de cuidar. Al ponerme en relación con los otros me obligo a cuidarme primero. Solo entonces me convierto en estima amorosa para las demás personas. Hallar en los otros (y en la creación entera) aquello que destella belleza, ese asombro de “hallar” me abre al respeto. Y al hallarlo de modo exclusivo en las personas me obligo a dignificarlas.


Empatía. Empatía aglutina todas mis capacidades de sentir (lo bueno o lo malo) de los demás y al mismo tiempo asumir su condición. Me hace solidario. Me define en el servicio. Es un modo de visibilizar la fuerza del amor. Es el rasgo primario y lejano en el tiempo de mi edad personal. Al ser la fuerza primaria de mi diseño humano, me convierte en persona buena por naturaleza. Con lo cual afirmo que nací “para” existir en relación con todo lo que existe. Por eso existo.


Responsabilidad. Es cargar. Encargarme del otro. Y cómo sólo en el amor se carga, no cargar nunca reclamos de la propia conciencia y actuar en consecuencia, eso me define responsable. Como quien responde por cada una de las acciones realizadas.


Honestidad. Es dignidad y honor. Tan universal que se pronuncia de modo parecido en casi todos los idiomas del mundo. Este valor me hace aparecer igual en todos los ámbitos de la vida en que participo. Soy el mismo en la ermita del pueblo, el mismo en la Plaza Gerardo Barrios del Centro de San Salvador, el mismo en las aulas de la Universidad. 


Intento ser, no un espejo que ataja y refleja la luz, sino el vidrio que la deja pasar. Soy lo que ven. Lo que los demás miran de mí, eso soy.

 

La honestidad es la luz que lo atraviesa todo. Va y viene. Permite ver afuera lo que hay adentro y adentro lo que hay afuera. Es el mejor modo de ser digno mientras duermo, desayuno, hablo con las personas, reflexiono el evangelio y doy un beso al saludar. Es mi honorabilidad.


Libertad. Es la fuerza de mi voluntad. Que apuntala a la toma de decisiones hacia lo mejor de mí. Pero antes promueve mi pensamiento y la imaginación fundamentada en la fe y el orden de mi mundo. Es la configuración de mi tiempo y mi espacio. Mis límites y alcances. Mis frustraciones y realizaciones en orden del perfeccionamiento. 

martes, 9 de abril de 2024

El mandamiento del Amor

 




El mandamiento del Amor

Mateo 22


La vida tiene una dirección infinita,

un horizonte que le guiará siempre


 

Por: Gvillermo Delgado OP


Toda persona es un ser misterioso. ¿Por qué? Porque desde el primer día de su existencia crece y busca alcanzar “algo” que no está a su disposición. Y nunca logrará adquirirlo. Con lo cual vivirá con esa tensión permanente. Así transcurrirá toda la vida.


En consecuencia, queramos o no, la vida tiene una dirección infinita, un horizonte que te guiará siempre. Que te convierte en un ser espiritual.


Lo misterioso y espiritual son los resabios que existen en el alma humana de lo eterno. No cómo un indicio de su origen, sino de su condición creada por un ser superior a él.


De ahí que, quienes viven sin intentar ni siquiera pensarlo o creerlo, hacen de su vida un fin en sí mismo. Eso puede parecerles racional y suficiente, pero el hecho de que esas razones le arrastren hacia angustias y momentos mínimos de felicidad es un indicador que están en el error.


El rastro más significativo de lo misterioso es la intuición interior, que nos musita: que somos para lo eterno, cuya expresión más alta está en el amor. Con lo cual afirmamos que fuera del amor la persona “vive sin vivir”: estará condenada a la insatisfacción frustrante y triste.


Con razón Jesús dijo que amar es el mandamiento principal, y se ejerce no de cualquier modo. Se ejerce con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. O sea, con todo lo que la persona es. Porque el amor acontece ahí, con todo y para todo. O no es amor. Así que aquellos que presumen no participar de Dios, jamás tendrán la capacidad de amar.


Quien niega lo que ha recibido como regalo, a la vez será negado por aquellos que aman en verdad. Quien niega el amor, lo eterno será un resabio de eternidad, nunca un hecho. De tal modo que cuando dicen amar, no hacen otra cosa que buscar amarse ellos mismos, y mantenerse vigentes mientras la muerte los arrebata de este mundo. Viven para morir, como las plantas y los animales.


Por eso digo que la persona se convierte en un ser misterioso cuando acepta haber recibido el amor primero que viene de aquel que es misterioso: Dios. Y se da cuenta al recibirlo, por eso ama como si fuera Dios mismo. Con lo cual descubre que ese misterio que crece día con día en él, le permite no solo abarcar el amor de otros, sino ampliar su alma hacia la plenitud. Por tanto, hallando amor en las personas, comprende su vida presente como un anticipo de su vida futura y definitiva que descansará en el misterio mayor que es Dios.


En resumidas cuentas, el ser humano misterioso sabe que a Dios no lo puede amar fuera del amor a las demás personas y que no existe amor a las demás personas que a su vez no esté orientado a Dios.


Por eso, quiso Jesús dejar el amor a Dios como el mandamiento principal, del mismo modo el amor al prójimo.


Fuera del amor nada somos, porque nada es posible. Todo en el amor, nada sin el amor.

lunes, 6 de noviembre de 2023

CAMBIAR EN REALIDAD

 


Somos como los árboles que, florecen de pie


Por: Gvillermo Delgado OP


¿Cómo realizar cambios reales en uno mismo? 


El punto de partida es considerar aquellas cosas que no están bien y necesitan ser cambiadas. 


Frente a ese balance de cosas son frecuentes las promesas. Promesas, a veces dichas según lo que creemos que las otras personas esperan de nosotros. Hay otras, dichas “hacia uno mismo”, calculando el impacto negativo que el hecho ha provocado y las consecuencias en el devenir.


Ante lo cual, propongo tres actitudes que deben darse en cada persona, sin excepción; actitudes, no como estados diferentes o escalonados; sino unificados. Estos son: cambios desde abajo, cambios desde dentro, cambios desde la pequeñez.


Cambios desde abajo. La actitud de cambio más auténtica es aquella que nos mueve a doblar las rodillas. Reconociendo con humildad la fragilidad en la que hemos caído. Ya que, mirar desde abajo es dejar que se abra para nosotros lo inmenso de lo alto. Sabiendo que una vez nos pongamos en pie, seremos envueltos por la inmensidad de la altura: donde está el bien preciado, que habíamos perdido por los males consentidos. Es una actitud simple y grandiosa, al mismo tiempo.


Cambios desde dentro. Las rodillas dobladas expresan debilidad y al mismo tiempo grandeza. Un tronco de árbol erguido se eleva gracias a la madurez de su corazón. Pero una vez se fractura o se pudre cede a la fuerza de la gravedad de la que es objeto la tierra. Lo mismo pasa con la persona.


 Elevados somos grandiosos. Debilitados por dentro cedemos a la caída, sólo es cuestión de tiempo, aunque tengamos raíces profundas.


Por tanto, la actitud de cambio que brota desde dentro es de recomposición, para evitar la caída definitiva. Recomposición no es reparación, sino resurgir con las fuerzas naturales con que el alma ha sido dotada, para elevarnos hacia las alturas, nuestra meta. Se trata de fortalecernos desde el propio interior. 


Esto es la espiritualidad, ese lugar del alma, dode la salud se consolida, que nos sostiene en los momentos difíciles, el desde do donde surgimos para sobreponernos a la adversidad.


Si eso es verdad, entonces, ha de ser al mismo tiempo el punto central para realizar todo tipo de cambios y mejorarnos, en dirección de la plenitud.


Cambios desde la pequeñez. Somos grandiosos, no gigantes. No somos para la presunción del poder o las riquezas efímeras. Somos para lo alto que no se extingue, no para la tierra solamente. Somos como los árboles que, florecen de pie. Capaces de dar frutos donde seamos plantados. Por lo cual, nunca será posible elevarnos hacia lo infinito sin antes ser semilla o un frágil esqueje.


Experimentar lo grandioso desde la pequeñez es no olvidar nunca nuestra limitación y que estamos en crecimiento permanente, como la semilla que contiene al invisible árbol. Así, somos el silencio de la frágil semilla que se pudre para despertar del sueño que alberga al interior de su alma, y ser plantados.


El coraje y la fuerza para un cambio real proviene, pues, del reconocernos pequeños como una invisible semilla de mostaza, como en su momento nos ejemplificó el Señor, ya que de ahí nos elevamos o nos recuperamos para el camino que originalmente traíamos.


Cambio real es recuperarnos. Es volver a ser. Volvernos más fuertes; aunque sea a partir del defecto. Cambios reales ya no como expectativas para nadie; ni siquiera para uno mismo. Los cambios reales son para recuperar la estatura que nos corresponde por ser humanos, creaturas de Dios, ya que fuimos creados para la altura, lo grandioso, para la felicidad.

lunes, 13 de marzo de 2023

EL RESPETO

 

El respeto es perfume que  se vierte sobre toda relación humana, haciéndola bella y deseable.

 

Por Guillermo Delgado OP

10/01/2023


El respeto es el valor básico para la convivencia. El suelo para andar.


El respeto no es el valor sustancial como el amor, en tanto fuente de los valores y efecto multiplicador de una vida feliz. Sin embargo, el respeto expresa al amor con toda su carga. En tal razón, el respeto es la acción primaria del amor que, como perfume, se vierte sobre toda relación humana, haciéndola bella y deseable.


Perder el respeto es perderse fuera del amor. ¿Es posible vivir en el extravío, o fuera del respeto?


Una relación sin respeto es vacía y tosca. Es perderse en lo irracional y absurdo. Un ser absurdo solo puede subsistir bajo el efecto de la dopamina artificial; no vive ni vivirá en la energía que el amor en su pureza esparce sobre el alma y la condición humana. Más bien ya está condenado a perderse.


Quien ha perdido el respeto a las demás personas se lo ha perdido a él mismo. Carece de identidad y sentido. Debe ser recuperado. O encaminado a la perdición, arrasará todo lo que se pose ante sí.


Para recuperar el respeto hay que recuperara el sentido del amor. Empezando por admirar a las personas en la belleza propia de los niños y los ancianos. Además, generalizar la admiración que despierta una persona en particular hacia todas las demás sin excepciones; sabiendo que el amor es universal, común a todos, más allá de las diferencias individuales, culturales, y socioeconómicas.


Para recuperar el respeto, estamos obligados a reinventar las relaciones humanas desde la empatía con el universo de todo lo creado. Que incluye, para empezar, lo humano en todos los grados; los animales, las plantas, el paisaje; después, el cuidado personal: la alimentación, los ejercicios físicos, la apariencia, el sueño, el esparcimiento y el buen humor.


Una vez emprendemos este sentido, sin saberlo, estamos cuidándonos y cuidando a los demás. De otro modo, ya estamos amando al “prójimo, como a nosotros mismos”. Entonces, el respeto ha retomado su camino, del que nos habíamos extraviado.

martes, 10 de enero de 2023

LA INTEGRIDAD DE LAS PERSONAS

 


La persona íntegra vive del asombro que le provocan las pequeñas cosas

Por: Gvillermo Delgado OP


La integridad establece la identidad de toda persona. A su vez,  la identidad define las relaciones que sentimos necesarias para existir, hacia las personas y al universo de las cosas. Y como resultado tenemos a la persona moral y ética o  la persona cabal, tal como se traduce de los idiomas mayas.


Desde mi experiencia, la persona íntegra debe definirse al menos por siete capacidades o responderse a la pregunta: ¿cómo sé si soy una persona íntegra? 


Ya que la persona íntegra:


1.  Es libre. Capaz de hacerse cargo de sus acciones, y en algunos casos responder por los demás.


2.  Es pacífica. Por ser capaz de ser paciente ante la adversidad. La persona pacífica, extrae sus fuerzas para resistir a las adversidades en el silencio y la soledad.


3.  Es independiente y dependiente al mismo tiempo. Es capaz de comprender las normas que rigen su propia conciencia, haciéndolas valer al relacionarse con los demás y con los múltiples universos. Con lo cual, ama y permite ser amado.


4.  Ama. Por ser capaz de cuidar y dejarse cuidar por los otros.


5.  Crea y recrea. Es capaz de cooperar con sus propios talentos a que el mundo se mejore. Esto le hace sentise como si fuera un pequeños dios.


6.  Vive del asombro que le provocan las pequeñas cosas. Por ser capaz de salir de sí mismo para fundirse con lo diferente.


7.  Al reconocerse así mismo reconoce a Dios en su mundo. Pues es capaz de ser feliz con lo poco que tiene. Y si aspira a algo mayor, ha de ser al modo de Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, los filósofos y artistas, los abuelos y los niños. Sabe que el ser más nunca pasa por poseer las cosas, sino por amar desde las cosas y alcanzar gracias a ello, todo aquello por el cual existe.

jueves, 18 de agosto de 2022

LO ETERNO Y LO TEMPORAL

 




Todo se escapa en el mismo momento en que intentamos poseerlo


Por: Gvillermo Delgado OP

16/12/2021

 

Las cosas se definen por sus características sensibles. Todas las cosas tienen color, olor, forma, textura, tamaño, espacio. Valen, se compran. Tienen un principio y un final. Tienen causas y efectos. O sea que las cosas hacen comprensible la realidad que se nos presenta a la vista.


De ellas partimos para explicar las realidades más complejas, aquellas que tienen características visibles e invisibles a la vez.


Un árbol no asombra como el nacimiento de un niño; un cuerpo por simétrico que sea no provoca tanta incertidumbre como la eternidad de la vida.


Lo explicable da satisfacciones, tranquilidad, seguridad, estabilidad; porque, en cierto modo podemos poseerlo, como a un par de zapatos. 


Lo inexplicable, como la vida “después de la muerte” se aísla como tema aparte, porque al intentar poseerla se escapa como un atardecer entre las montañas de diciembre.


Por eso, la persona insinúa conocer lo eterno sin poseerlo. Lo cual desata en su alma una serie de añoranzas y un futuro prometedor al que nunca llega.


Con facilidad pasamos del gusto al disgusto; distinguimos lo oscuro de la luz, el nacimiento de la muerte, la alegría de la tristeza, el bien del mal, el amor del odio, lo bueno de lo malo, al diablo de los ángeles, y al Dios eterno de lo pasajero del mundo.


Tenemos dos “cosas” imprescindibles para vivir, que extrañamente no podemos poseerlas, como a un teléfono para manipularlo al gusto. Ellas son: el tiempo y el espacio.


Nadie puede pausar un segundo o alargar un día feliz. El tiempo pasa implacablemente dejando huellas imborrables en “un-de-repente”; en un ¡zas! se convierte en recuerdo, describiendo nostalgias en la memoria. 


Mi madre a sus ochenta años, suele decir: ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Cómo pasa todo! ¡La vida se nos va!


Igual ocurre con el espacio. Tenemos un territorio, una patria y una casa. Tenemos un cuerpo que se calca en la sombra, como huella indeleble mientras avanzamos por los caminos, pero no podemos poseer el propio cuerpo ni a otro ajeno. Todo se escapa en el mismo momento en que intentamos poseerlo. El día que morimos, el espacio queda, la sombra se borra.


Es fácil entender la eternidad de lo temporal. Uno se posee, el otro a tientas.


La persona es el punto de equilibrio entre lo eterno y lo temporal. Sacia sus necesidades, tiene valores, se perfecciona en virtud de la felicidad; y, aunque a veces simula no saberlo, es consciente que todo eso pasará como su sombra por el camino de su juventud.


Cuando la persona se hace en la justicia o se transforma en un ser justo, entonces expresa resabios de eternidad. Pues, sabe que, solo puede definirse en el amor y hacia ahí se encamina, aunque no lo alcance nunca en su totalidad. El amor provoca en todo ser humano una sed eternidad.


De ahí, sabemos que poseemos el amor y que somos poseídos por él. Para asegurarlo salimos a buscarlo en las demás personas y en el mundo de las cosas creadas; pues, lo eterno sólo puede acontecer en el amor, aunque sea a tientas.


El amor se posee sólo mientras la persona ama o es amada. Nadie nació para un par de zapatos. Todos nacimos del amor y para el amor.

jueves, 16 de diciembre de 2021

Llegar a ser alguien en la vida







Llegar a ser alguien en la vida


Por Gvillermo Delgado OP
21/09/2021


¿Para qué estudias?, le pregunté a un estudiante universitario de la Facultad de Administración de Empresas, dijo: “Estudio para llegar a ser alguien en la vida”. Él sabe que existe una posibilidad de convertirse en persona de importancia en un mundo donde las relaciones y el conocimiento son determinantes para hacer valer el esfuerzo académico.


El conocimiento y el interés no son suficientes para alcanzar las metas. Hay otra cosa necesaria. No siempre somos conscientes que el fundamento de lo que somos o podemos llegar a ser depende de las relaciones que creamos con los otros. Qué tan elemental sea depende del modo en que buscamos asegurarlo.


Es casi imposible alcanzar el éxito sin aferrarnos a los padres, a amistades sólidas o exclusivas que tengan como base la confianza. Esos son los referentes de sentido que finalmente nos definen como personas sabias. O sea, asegurando las relaciones, veamos por qué.


La confianza

Todos creemos en algo o en alguien, aunque no todos expresamos abiertamente que tenemos fe. La incredulidad es una decisión y la fe un horizonte de sentido, sin el cual es imposible realizar las posibilidades de alcanzar las metas que desde niños perseguimos.


La confianza como expresión de la fe, empieza por creer o encontrarse con alguien. Es colocarnos delante del otro para creerle, para darle el corazón y hacerle fuerte. Y hacerme fuerte “yo mismo”. Ese es el principio del conocimiento de las personas y de uno mismo. De tal modo que la fe es el amor que ve y permite divisar el horizonte hacia donde avanzamos cada día.


Los sueños

¿Qué sería de nuestros sueños, sin la fe y las personas con quienes nos relacionamos y en quienes damos consistencia a nuestros anhelos? La fe es ya, en sí misma la posibilidad de consumar nuestros sueños.


Soñar, ser alguien en la vida es poner de manifiesto que por más que presumamos de sí mismos, nunca un anhelo puede alcanzarse sólo con las propias fuerzas o el puro intelecto. Ya que estamos referidos, lo queramos o no, a un poder que nos trasciende, a quien podemos llamar Dios, o simplemente esa otra realidad que nos mueve a ser más, el poder al que estamos subordinados en este mundo limitado.


Para unos, Dios es experimentado de modo personal más allá de toda religión y es el tú infinito de todo anhelo, ya que permite ir más allá de lo que hallamos en nuestras posibilidades humanas; para otros no es otra cosa que el sentido de nuestras vidas.


El sentido de la vida

Llamamos sentido al mundo o al conjunto de todas las cosas incluido lo humano. También es viaje, dirección que se asoma, la meta final de una vida. Es la determinación de una dirección dentro de un amplio sistema de direcciones. Es subordinar la parte de nuestra realidad, que experimentamos como nuestro mundo, al todo de nuestros anhelos, incluido el más allá de nuestro mundo.


Decimos que hay sentido cuando todo concuerda, cuando las cosas van como deben ser, cuando todo se consigue y sale bien, cuando ilumina nuestro pensamiento y da satisfacción a nuestros sentimientos de vida. De tal modo, el sentido lo experimentamos en la satisfacción, la paz. Son los triunfos y la felicidad, un amor compartido o simplemente un perdón otorgado.


Con el sentido nos apoderamos del mundo para hacernos responsables de él. Ese mundo al que tenemos delante y es nuestro, que construimos a través del conocimiento y las obras, construyéndonos a nosotros mismos.


Así funciona la vida. Llevamos adelante los sueños, las profesiones y nos convertimos en ese alguien por el cual un día vinimos a la universidad.


Construir un mundo de sentido

Construirnos en el mundo de sentido es encaminarnos en la simplicidad ética de hacer el bien concreto, con el que apuntamos a un bien mayor; porque nadie se encamina a la nada sino al todo de sentido. Queremos decir que obrar importa cuando lo ponemos al servicio de una meta, cuando lo experimentamos como algo que hemos recibido de alguien. Eso es lo que define el anhelo de “llegar a ser alguien”, con lo que en cierto modo saciamos, nuestras inquietantes búsquedas o insatisfacciones humanas.


Viktor Frank, psiquiatra sobreviviente de los campos de concentración Nazi escribió, con razón: “No importa tanto lo que nosotros podamos esperar aun de la vida cuanto lo que la vida espera de nosotros”. Partir del sentido es creer, dar dirección a todo aquello en que nos ocupamos.


Creer en uno mismo es importante, pero no más que confiar en aquellos con quienes nos relacionamos. Quien no es capaz de sostenerse en las relaciones profundas para luchar por lo que quiere, podrá alcanzar lo que quiera e incluso ser feliz, pero será más difícil alcanzar sus metas. El sentido de la vida nos sostiene ahora mismo en la fe y traza el horizonte de las metas por las cuales vivimos.


 Publicado en Prensa Libre, el 20 de septiembre del 2021. En la sección Buena Vida, salud emocional, página 22.

https://www.prensalibre.com/vida/salud-y-familia/llegar-a-ser-alguien-en-la-vida/?fbclid=IwAR1LJ4zOx5F0LiwVVGlIvMPuvhN105Frhdsyvf1_RBuHxa8eylZHuOb2HtQ

martes, 21 de septiembre de 2021

Reinventarme para la felicidad

 




Por: Gvillermo Delgado OP
11de junio del 2021


Existe una tensión que me mueve en todo momento. Se trata de aquello que quiero alcanzar en cada cosa. Estoy convencido que cualquier acción sino es en dirección de la felicidad, realmente no vale la pena.


¿Qué otra cosa me puede preocupar más que no tener la paz suficiente para vivir una vida tranquila?


Si quiero gozar la vida lejos de todo mal, me obligo a aceptar los límites que las leyes de la naturaleza me imponen, además de suprimir todo aquello que no necesito.


No necesito aquello que puede ser perdido. Lo que puede ser perdido, no me debiera imponer sufrimiento porque no es parte de la vida, por tanto, de los límites que la naturaleza me impone.


En tal caso, la muerte es el mayor de los límites, que acontece en cada momento del desarrollo cotidiano, como el reloj que va muriendo en cada segundo de tiempo.


Aceptar la muerte es estar preparado para gozar la vida, libre de todo mal y sufrimiento. La muerte como la finalización de todo, no la necesito, pero sí estoy obligado comprenderla como límite, para que el día que “caiga en el sueño de la muerte” (Sal, 13,3) pueda despertar a una vida feliz, sin relojes.


Lo que debe preocuparme es perder aquello que sí necesito y que nadie me puede dar. Eso es lo que depende de mí. Hay algo que nadie me puede quitar porque nadie me lo puede dar. Esa es la paz.


La quietud de espíritu depende de los límites que acepto y de los excesos que suprimo, cuando estos me conducen al dolor y al sufrimiento.


Al otro lado de mí, está la ciencia. Ahí, nada puede ser creado. La ciencia sólo pone al descubierto aquello que es invisible a la simple mirada del conocimiento. La ciencia reinventa lo que ya existe, para que pueda ser captado por la simple mirada. 


El impacto de la re-invención, propio de la ciencia, se debe al efecto de su utilidad y eficacia, pues resuelve aquellas cosas que otrora aceptábamos en la fatalidad del límite. Con la ciencia hacemos de todo cosa, una oportunidad para crecer hacia el mundo más deseado.


Por nuestra parte, la persona que se re-inventa, reconoce los límites de su propia naturaleza. Hace de la razón y de las pasiones, los instrumentos eficaces para guiarse.


Eso es aceptar aquella razón creadora que configura todo lo que existe y que da origen a la naturaleza de todo cuanto existe. A quien llamamos Dios. Si ese es Dios, delante de él, reconocer los limites es emprender caminos de libertad en dirección suya. Donde la meta es la felicidad que acontece en él, sin lo cual será siempre imposible la vida feliz.


Si no inventamos nada, quiere decir que reinventarnos es hacer de la felicidad la terea más digna por el cual vivimos en cada caso.


Esa es la paz que nadie me puede dar, que nadie me puede quitar. Pues yo me la doy, cuando me reinvento a cada instante, mientras el reloj del tiempo avanza.

viernes, 11 de junio de 2021

El DERECHO A LA FELICIDAD

 




El derecho a la felicidad


Por: Gvillermo Delgado OP


¿La felicidad se adquiere como un derecho? ¿Por qué es un derecho? Y, ¿Quién tiene que concederlo?


La felicidad más que un derecho es una tendencia propio de la persona (hacia donde orienta sus anhelos). Es el fin último al que se orienta. En ese afan, cruzamos las fronteras de este al otro mundo a otros universos posibles.


Con la felicidad se trazan las búsquedas mientras se vive y se sacian todas las necesidades e inquietudes. En pocas palabras con la felicidad se realiza la vida. Porque con ella se vive ahora mismo en el horizonte de la eternidad. Desde ahí se comprende la realidad de la dignidad, el sentido del endiosamiento humano: eso de creernos dioses, aunque no seamos más que simples mortales.


Si eso es verdad, entonces, la felicidad ya está en la persona. Forma parte de su diseño original. En lugar de hablar de derechos, más bien, ¿no es cierto que nos toca entenderlos y actuar como se hace con los metales preciosos a la hora de hacer brillar aquello que ya está contendido en su esencia?


Si ya poseemos el derecho a la felicidad nadie tiene que darlo. Aunque nos toque hacerlo valer en algunos casos. Como cuando en cierto modo nos ha sido negado en la convivencia social, en tal caso, toca, obrar como se hace con la mugre sobre la belleza del metal precioso. La mugre, como la envidia al posarse sobre lo bello, acabará más temprano que tarde diluyéndose en la nada, dando lugar a la luz de lo bello. Así pasa con la felicidad.


Santo Tomás de Aquino nos dijo en sus escritos que, los Estados deben organizarse con el fin de procurar el bien común, la paz y la felicidad de los ciudadanos. Tuvo razón. De lo contrario ¿con que otro propósito se rige el destino de un pueblo, sino promoviéndolo a la felicidad?


Por su parte, Dante Alighieri, en su obra Monarquía, afirmó que: el género humano vivirá tanto mejor cuanto más libre sea. En tal razón, dice el poeta, que Dios al crearnos nos dotó del mayor de los dones, el de la libertad. De donde afirmó que la libertad y la paz nos hacen obrar de un modo casi divino. Pues, la paz y la libertad son medios para la felicidad. Así, en este mundo somos felices como humanos y allá, en el cielo, lo seremos como dioses.


Los Estados Unidos de norte América al promulgar su constitución de 1788, lo hicieron en el fundamento de los principios de la libertad, la unidad, la justicia y la tranquilidad general. Ellos tenían claro, al menos en los inicios, que no hay otro fin mayor que el de la felicidad de los ciudadanos.


Si los Estados deben asegurarnos ese derecho, nos toca luchar colectivamente para que así sea. Al mismo tiempo que cada persona se convierte en el destinatario y la patria de esos derechos.


Así como es imposible que algo acontezca en otra cosa sin que haya en ella cierta disposición de recibir lo que se ofrece, también es imposible, no dar aquello que a la vez se ha recibido. Por tanto, es propio de las personas recibir y dar lo recibido. De lo contario aquello que es recibido gratuitamente pierde el misterio de su grandeza. ¿En qué se convierte un gobierno cuando no cumple con ese mandato? Y, ¿Qué es aquello que se frustra en toda persona si no experimenta la felicidad y la asegura para los otros?


Ningún atleta olímpico recibe la antorcha de los juegos para hacerla suya esperando ansioso la hora en que se extinga. En ese caso el atleta y la antorcha perderían su esencia. Lo mismo pasaría con cualquier persona.


La esencia humana está en su dignidad. Lo muestra cualquier hombre jugando, amando, luchando, trabajando…; sobre todo en aquello que le da sentido al vivir su vida presente en paz y tranquilidad mientras avanza en dirección de la felicidad, que en cierto modo ya posee o ya es poseído por ella.


Con razón toda persona se dignifica al punto de compararse con los dioses, al modo de los griegos. La dignidad describe lo grandioso de lo humano, tanto que al actuar lo hace como si fueran ellos mismos los dioses. Así es como se hicieron las catedrales de piedra firme, erguidas hacia las alturas; así es como se construyen puentes y aeronaves, se programan viajes a velocidades del sonido o la luz y se descifran los códigos genéticos.


Por tanto, una persona digna, jamás espera que los demás le declaren un derecho por pequeño o grande que este sea. Sabe que es un deber suyo asegurarlo. Sabe también, que el único modo de hacerlo valer para todos es asegurarlo primero para sí. Queda claro entonces que es necesario ser feliz siempre y en todo momento para hacer feliz a los otros. Por eso y de este modo es como definimos la felicidad como un derecho.


No hay mejor gloria para una persona que hacer feliz a todos los demás siendo feliz él mismo.

lunes, 19 de abril de 2021