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LA NOCHE OSCURA

 


Un primer paso nos llevará a dar otros pasos más consistentes, más seguros.


Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del lunes 17 de abril del 2023.

Transcripción literal de: Lorena Natareno.

Fotografía: Lorena Natareno.

 

 

Hemos pasamos por momentos en los que nos declaramos como quienes han surgido de la tiniebla. Arrastrados, oscurecidos, perdimos el tesoro del amor que albergábamos en nuestro corazón. Porque actuamos mal y destruimos cosas.

 

También podemos describir de cómo han emergido cosas bonitas de algunos momentos de oscuridad, porque la oscuridad nos permitió meditar y descender al propio interior, a la propia conciencia y entender algo que de otra manera quizás no hubiera sido posible. 

 

Hay momentos tristes de la vida que, en lugar de oscurecernos, han iluminado el tesoro de nuestro corazón. Y nos han convertido en personas nuevas.

 

Las Sagradas Escrituras describe “el momento de la tiniebla” referido a Judas el Iscariote.  Judas envuelto en la tiniebla del mal, no dejó que el bien prevaleciera en él.  Una membrana lo aisló de tal manera que lo arrastró a las tinieblas del mal.

 

El salmo 35 dice que el malvado se acuesta meditando el crimen y no rechaza la maldad. Medita para perfeccionar lo malo. Diseña estrategias para derribar al justo.

 

Al mismo tiempo nos encontramos con los Santos…  A San Juan de la Cruz, a Santa Teresa, a Santa Catalina de Siena, a San Gregorio de Nisa y tantísimos más… Para la mayoría de los Santos la noche es el tiempo de la meditación, de la contemplación del Misterio Eterno. La noche es para contemplar las estrellas y descubrir la belleza de lo alto y al mismo tiempo relacionarla con las leyes morales que están en lo profundo del corazón.

 

 

En la tradición judía, la Torá se medita de noche. Por eso, la noche es un momento de crecimiento y de fortalecimiento espiritual. Esta es la razón por la cual el Evangelio de San Juan nos presenta a Nicodemo visitando al Señor de noche.  Precisamente en esos momentos Jesús le plantea una cuestión de fondo, dado que Nicodemo es un maestro que conoce bien las escrituras, le dice: “Hay que renacer de lo alto”. 

 

Renacer es como volvernos a inventar a nosotros mismos. Es renovarnos desde lo que ya somos.   Desde la condición actual, igual sea una condición pecadora, igual sea de errores… Pero reinventarnos. 

 

Esta es una capacidad en la que algunos logran comprender, contemplar el cielo nocturno y estrellado y descender al propio interior para contemplar las leyes de su moralidad. Al hacer esa combinación, del cielo estrellado con las leyes morales del interior, uno se descubre así mismo pequeño, mínimo. También sabe que lo grandioso acontece al descubrir que las verdades ya están en su corazón. Entonces, sabe que esta es la oportunidad para renovarse. 

 

La invitación que Jesús le hace a Nicodemo no logra su objetivo en un primer momento. Nicodemo con su alta sabiduría no logra entenderlo, aún apoyándose en el conocimiento de la Torá.  Renacer de lo alto, como lo indica Jesús es retomar las cosas desde Aquel que viene directamente de lo Alto. Aquel que es más que Moisés, mucho más que un profeta, mucho más que un Sacerdote, mucho más que un Maestro terreno, es Aquel que viene de lo Alto. 

 

Renacer desde Él es comprender que hay que ir más allá del cielo estrellado, más allá de la ley moral del interior que está en nuestros corazones.

 

Queridos hermanos, ahora piensen ustedes si han tenido noches oscuras o noches de tiniebla. Cualquiera que sea su pensamiento, vean que la consecuencia es evidente.  La de tiniebla acontece cuándo le dimos cabida al mal, al demonio y nos armamos en valor para hacer el mal. Es cuando nos ahorcamos o ahorcamos a otros a la manera de Judas. Esa es la tiniebla. 

 

¿Hemos tenido noches de oscuridad a la manera de Nicodemo en la que nos hemos enfrentado con nosotros mismos y nos hemos encontrado con el Señor? Quizás hayamos tenido noches oscuras como las que hablan los místicos. Noches del arrebato místico donde me encuentro a solas con el Señor.  A veces pareciera que esa noche es una controversia en donde no logro entender o distinguir donde termina una cosa y comienza la otra, porque muchas veces estas noches de oscuridad también son momentos de pérdida.

 

 Y lo digo, la noche, no solo como la hora física. Ese después que oscurece porque termina el día de luz, sino esos momentos en los que por ejemplo perdimos a un ser querido.

 

Ustedes piensen si perder a un ser que hemos amado tanto es un tiempo de tiniebla o es de oscuridad.  Si es de tiniebla es porque nos empeoramos. Si es de oscuridad porque nos mejoramos a pesar de la contradicción que la pérdida nos provoca. Es frecuente que a pesar de la pérdida no dejamos que se encapsule nuestro tesoro, el corazón, por la tiniebla del mal. En el caso contario somos presa fácil de la maldad. Y pasamos a renegar de Dios.

 

 

En la pérdida de nuestra noche oscura, no perdemos el sentido de la vida, sino más bien, a pesar del llanto, la desolación, del luto y de la tristeza, algo se nos ilumina. Y comenzamos a entender que este es un momento totalmente nuevo que no se nos hubiera dado, tristemente, sin la pérdida de este ser querido.  Este es un momento de oscuridad, esta es la noche oscura de la meditación, este es el resurgir desde lo Alto. 

 

 

Por eso queridos hermanos, la invitación que hace Jesús a Nicodemo, también se nos hace a nosotros. Se nos hace ahora, desde la vida espiritual que se traduce en la práctica ordinaria de nuestra vida. Y es precisamente el hecho de nacer de lo Alto del Agua y del Espíritu. Condición bautismal que consiste en sumergirnos en el corazón de Dios.

 

El que se sumerge en el corazón de Dios deja que Dios habite también su corazón.  Este momento es lo que algunos llaman, comprendido a partir de esta mística de Nicodemo, “el punto cero”, el punto de partida. 

 

Este momento de oscuridad –“punto cero”- es donde yo me reinvento. Reinvento mis relaciones, mi trabajo, mis negocios, mi vida moral, mi pensamiento, mis sentimientos.  Decir, yo me reinvento, es colocarme en el punto cero a partir del cual doy un primer paso.  Mi primer pasito como el niño o la niñita que empieza a caminar. Inseguro. De la mano de otros, de aquellos que ya tienen mucho más trecho de camino, que nos van trazando una dirección espiritual. 

 

Un primer paso nos llevará a dar otros pasos más consistentes, más seguros. De otra manera a crecer, a crecer. Ya no solamente de la mano de aquellos que nos guían, sino de Aquel que ahora abunda en nuestro corazón, que va iluminando toda nuestra existencia.

 

¿Ustedes habitan una noche oscura o una de tiniebla?   Si es de tiniebla, para no caer en la tentación del malvado, pidamos al Señor que nos conceda la Gracia de convertirnos, de cambiar nuestro modo de pensar.   Si es de oscuridad a la manera de Nicodemo, que anime nuestro espíritu, nos mejore o nos ayude a mejorarnos para renacer de lo Alto o para reinventarnos con los demás y para con Dios.  ¡Amén!


domingo, 28 de mayo de 2023

LAS HERIDAS QUE CURAN

 



A veces las heridas son una muestra de amor


Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del II Domingo de Pascua
16 de abril del Señor 2023.
Transcipción literal de: Lorena Natareno



TOMÁS, EL APOSTOL DEFRAUDADO

Haciendo un poco de jardinería esta semana me pasé lastimando el brazo derecho con las espinas de un árbol de tzité, que yo mismo sembré, quizá hace dos años. 


¡Duele! Aunque duelen los rasguños, uno le resta importancia porque sabe que las heridas del cuerpo externamente visibles duelen, pero sanan pronto. 

 

Hay heridas de dentro que siguen sangrando y a veces uno las lleva hasta la muerte y nunca cicatrizaron.  A veces nos toca acompañar, escuchar, sentarnos a llorar con algunas personas que fueron lastimados de niños.  Personas que hicieron promesas de amor, que iniciaron un proyecto empresarial y en un momento determinado fueron lastimadas. Pues, se encontraron con personas que les fallaron: les prometieron lealtad y les mintieron.  ¡Tuvieron que destruir todo y hasta ahora sangran por dentro!  

 

¿Es suficiente, que, a esas personas, les sigamos escuchando y les demos consuelos y les digamos, por ejemplo: “Ten paciencia, el Señor se va a encargar de ti, él te hará justicia” o decirle a uno de los conyugues: “¡sopórtalo a él!, ¡por fin es tu esposo!, ¡aguántalo!”?   ¿Qué hay con esto?  ¿Hasta dónde podemos sanar a nuestros hermanos desde la fe, desde el afecto, la compañía, y la complicidad que la familia provoca?

 

Porque una herida externa se sana con el tiempo. Y si la herida es profunda, vamos inmediatamente a quien pueda suturarla; y al cicatrizar quedan visibles los recuerdos. ¡Ahí estarán y a pesar de todo, seguirán siendo poco relevantes!   Pero aquellas heridas que siguen sangrando por dentro, ¿qué hay de ellas? Si nos han transformado en personas de mal humor, si nos han hecho desagradables cuando antes éramos agradables ¿Qué hay de nosotros? Hay expresiones abundantes como éstas: “Yo antes era feliz, hoy no lo soy”, como dice Chente Fernández: “sangramos por la herida”.  

 

Hoy nos encontramos con esta narración bellísima sobre el Apóstol Tomás llamado el mellizo.  En el segundo domingo de Pascua siempre escuchamos este texto. Hoy que también celebramos el día de la Misericordia, día instituido por iniciativa del Santo Padre Juan Pablo II. Nos encontramos, pues, con la figura de este Apóstol. En la narración del texto destaca un elemento importante, ese es:  ¡el momento en el que él profesa su fe!, ¡ratifica su amor al Señor, precisamente en el instante en que se encuentra delante de él.

 

 ¿Por qué el apóstol Tomás no estaba con los demás discípulos cuando ellos estaban reunidos? Juntos habían consolidado la unidad entre sí ante la ausencia del Señor. Pero Tomás es el gran ausente. 

 

Tomás junto con Pedro, fueron estos dos Apóstoles que habían dicho en reiteradas ocasiones, al Señor: “Estoy dispuesto a morir por Ti”.  Tomás dijo en algún momento a sus compañeros: “Vamos y muramos con Él”.  Expresión profunda de amor, valiente, como quien hace una promesa radical: “yo muero por ti, yo prometo darte mi vida y la ofrezco delante de ti; es más, lo hago público para que todos lo sepan. “Estoy dispuesto a todo, inclusive llegar al final contigo”.  Algo así es la promesa de Pedro, de Tomás.  

 

Entonces ¿por qué ahora no está?  Los que interpretan estos textos dicen que seguramente se sentía defraudado.  Defraudado: ¿Por qué?  Porque Jesús había muerto como un bandido. La muerte de Cruz a la distancia quizás no nos impacta tantísimo, pero en aquel contexto alguien que moría en la cruz era alguien cualquiera, alguien de la calle, un delincuente, un ladrón; alguien que incluso, para aquellos contextos mentales, tenía que morir.  A muchos de nosotros no nos asombra que un delincuente sea acribillado a balazos en la calle porque andaba con su arma y se enfrentó con otro.  ¡No nos sorprende porque pareciera que es de su naturaleza morir así, por ser un delincuente!  Esto y aquello, es un poco parecido. No es que Jesús anduviera haciendo maldades, todo lo contrario, pero para muchos pareciera que sí. 

 

Si en algún momento te definen como un delincuente, como alguien que incluso falta a los principios elementales de la fe, como le pasó a Jesús; entonces la muerte es una consecuencia lógica para ti. Es por eso por lo que Tomás se siente defraudado. Supongamos que le oímos decir: ¿Cómo es que este hombre en quien yo expresé mi radicalidad de amor al punto de decir que moriría por Él, no era tal como yo lo supuse? Eso solo puede ser expresión del sentirse defraudado, derrotado y un poco frustrado. 

 

Es natural que una persona tome distancia ante la frustración, ante el desencanto y a veces deje pasar el tiempo para aliviase y otras veces dejar pasar el tiempo para siempre. Esto es lo que pasó con Tomás.

 

LA HERIDA UN PUNTO DE PARTIDA

Queridos hermanos, aquí hay dos elementos que valen la pena tener en cuenta.  El primero es que si nosotros queremos sanar tenemos que establecer un punto de partida. Desde Tomás ese punto de partida es la herida. Pues desde ahí interpretémoslo. Cuando así ocurre la herida no es tal, aunque sea objetiva porque está a la vista; porque la herida, extrañamente comienza a iluminarnos. Y para esto, queridos hermanos, no debemos enfocarnos en los momentos felices de antes de la herida. Si nos colocamos en ese momento previo ciertamente vamos a extrañar ese momento feliz que tuvimos antes de ser heridos ¿no es cierto?

 

Cuando trazamos una frontera a partir de la herida uno quisiera echar tan atrás, tan atrás, hasta aquel momento lejano tan cómodo y seguro como el que teníamos cuando estábamos en el vientre de nuestra madre. En el vientre de la madre estábamos totalmente protegidos, no expuestos a los momentos de dolor. 

 

Tomás está en aquel momento previo de la herida. No quiere enfrentar la realidad que ahora ha acontecido. Por eso, hay que traerlo a que mire la herida de las frustraciones. La frustración de la herida es lo real. Lo demás, los tiempos felices de antes de la herida ya no son posibles, ya no existen. 


¿Por qué lloras, por qué te frustras ante aquello que ya no existe, que ya no está?  No te engañes.   La verdad debemos iluminarla a partir de la herida para acá. Es decir, de lo que tenemos delante. No desde lo que no tenemos.  Imaginemos los tiempos felices que tuvimos hace veinte años y cómo todavía seguimos atrás de esos veinte años extrañando lo que antes fuimos y ahora no tenemos. Y nos culpamos y culpamos a otros por ya no tener esos tiempos felices. Lo que realmente importa ahora es la herida. Y trazar la vida desde la herida hacia acá. Cuando procedemos así empezará en nosotros la verdadera sanidad. Eso es lo que finalmente descubre Tomás.

 

Ahora, imaginemos al apóstol diciéndole al Señor: ¡Me duele verte! Y no me atrevo a introducir mi dedo en tus heridas de tus manos, Señor; ni mi mano en tu costado herido. ¡No me atrevo a hacerlo!  Si Tomás no lo hace es porque ya no es necesario. Es suficiente constatar el hecho de las heridas. ¡Ha sanado!

  

SANAR LAS HERIDAS CON LA VERDAD

La segunda cuestión tiene que ver con responder a la pregunta: ¿Qué es aquello que nos ayuda a recuperarnos? Nos guste o no lo que nos pasa por enfrentarnos con la verdad, lo que nos hace sufrir muchas veces está en la mentira, en el engaño, esto que hemos adoptado como que fuera la realidad, pero que no lo es.

 

Nuestra alma comienza a iluminarse al aceptar con coraje la verdad de las cosas. ¿Te cuesta aceptar la verdad porque te duele?  No hay más alternativa que encararla. Tienes que ser humilde para presentarte delante de los demás con tu verdad. Todo lo demás es la mentira.  ¿De qué te sirve permitir que habite en ti una mentira?

 

Si no te abres a la verdad de las cosas nunca sanarás las heridas. En la verdad es donde encontrarás la auténtica salud.

 

En aquel momento en que permitimos que la verdad se apropie de lo que está aconteciendo en nosotros, la crisis empieza a caerse a pedazos. El miedo empieza a irse. Comenzamos a mostrarnos delante de los demás como lo que realmente somos. Nos presentamos como quien dice: ¡Ahora es cuando!

 

LA FE COMO PUNTO CLAVE DE SANACIÓN

Por eso, queridos hermanos, comprendamos la fe de Tomás a partir de estos dos momentos.

 

Tomás se encuentra con Jesús. En ese encuentro acontecen dos realidades preciosas que son las que definen prácticamente la fe.  Ese es el momento de la sanidad profunda en Tomás.

 

La primera realidad tiene que ver con las heridas del Maestro.  ¿Por qué si está resucitado nos muestra las llagas, los recuerdos del sufrimiento?  ¿Por qué? No es simplemente para llorar por lo que le pasó, si no para darnos muestras de su amor. Las heridas son eso, una expresión de Amor. Como cuando nos lastimamos haciendo trabajos de carpintería o de jardín. A menudo nos lastimamos queriendo hacer mejor el jardín, queriendo hacer una mesa nueva.  Cuando trabajando te lastimaste, tu trabajo se convierte en una muestra de amor. Por eso, llevo la herida y mi cicatriz como si fuera un trofeo, para mostrar lo que yo he sido capaz de hacer, lo que yo he sido capaz de hacer por amor.

 

Queridos hermanos, de no ser por el cansancio del trabajo y de los años, las heridas fueran una verdadera frustración solamente. El cansancio sería un reclamo, como cuando vamos por el camino con bastón en mano porque no podemos caminar, podemos decir: me hice viejo por ti, batallé por ti y mira lo desgraciado que ahora soy.  Pero no. El bastón es más bien un trofeo, una cruz que uno abraza con amor… porque así me desgasté y así llegué a este momento.  Eso es mostrarle las llagas a Tomás. Por eso Tomás se impacta profundamente. 

 

Y la segunda cuestión es, provocar precisamente en los Discípulos y en concreto a Tomás este momento de fe. Este es el punto clave.  Aquel que es capaz de reconocer el Amor que a través de las llagas el otro expresa, es capaz de adherirse profundamente a Aquel que nos ha amado y profesarle su fe, como Tomás al decir: ¡Señor mío y Dios mío!  En donde ya no hace falta explorar a fondo las heridas de la otra persona ni mis propias heridas interiores. Es aquí donde la fe sana, donde el Amor transforma, donde la persona se hace totalmente nueva. Nueva en el presente eterno en el que Dios está actuando.  

 

Entonces, nuestra vida cobra un nuevo significado y sentido. La vida se traducido en lo que el mismo texto dice acá, en la alegría de mirarlo a Él. En la alegría de hacer nuestro trabajo sabiendo que Él obra también en nosotros y con nosotros.  Que no todo depende de lo que yo con mi inteligencia y con mis capacidades soy capaz de hacer.  Que Dios también está obrando en mí, conmigo; y si igual me canso, me envejezco, me deterioro, el Señor va actuando en mí, va transformando las cosas desde mí.

 

Queridos hermanos, posiblemente nosotros llevemos heridas o cicatrices del cuerpo, visibles o invisibles interiormente. Presentarnos delante del Señor con estas heridas con estos dolores, con estas frustraciones y mirarle a Él, permitiendo entonces que desde la fe Él nos levante, Él nos sanará. Este es precisamente el momento culminante en que la Misericordia no simplemente es una expresión que está por encima de nuestras cabezas, sino es el punto clave de nuestra sanidad. 

 

Salgamos del mundo de las frustraciones, del dolor dando nuevo sentido a las cosas.  La fe es ese lugar que nos coloca fuera del dolor y del sufrimiento.  “Ya estamos hartos de sufrir”, nos decimos muchas veces. Si “topamos” con el dolor en la piel, podríamos tomar decisiones de las que las que quizá no tendremos tiempo ni para arrepentirnos. 

  

La fe nos sana. En el Señor encontramos el sentido de nuestra salvación. Por eso estas expresiones tan bonitas del escritor sagrado del Evangelio de San Juan lo ratifica: “Se escribieron estas cosas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios y para que creyendo tengan vida en su Nombre”. Nosotros tenemos vida en Su Nombre. Y como dice también el Apóstol San Pablo: nuestra fe es como el oro que se purifica en el fuego. Así en la dificultad, en las pruebas, en las heridas, en las frustraciones, no se apaga la fe; ahí nos purificamos. Las heridas nos iluminan todavía mucho más.   En ese sentido, las heridas que vienen de las pruebas, del engaño y de las frustraciones se convierten en luz que nos hacen mucho más poderosos. Decimos: ¡En el Nombre del Señor, nuestra vida tiene sentido, la merecemos y vale la pena vivirla!

 

¡Qué el Señor nos sane! ¡Que el Señor nos purifique a partir de nuestras heridas! ¡Desde sus llagas! ¡Desde la Cruz! Abracemos esa Cruz. Es la que nos sana, esa es la Cruz que nos salva. Que así sea. A Amén.

domingo, 21 de mayo de 2023

LA FE DE LOS CRISTIANOS

 



El creyente se impone a sí mismo una vida moral, una vida ética, de acuerdo con lo que cree.



Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación
del viernes de Pascua 14/04/2023
Transcripción literal:
Lorena Natareno



Los creyentes, sin excepción, donde sea y sobre todo donde expresemos nuestra fe, vamos a encontrar personas que no van a estar de acuerdo con nosotros porque no creen en lo que nosotros creemos.

 

Al no conocer lo que nosotros conocemos por la fe, tampoco tendrán la capacidad de creer.  ¿Por qué? Porque quienes no creen, no conocen. Y si conocen, sólo conocen aquello que su mente, o que sus capacidades a partir de la objetividad les permiten. Así construyen un mundo, -y aquí el lenguaje del Evangelio de San Juan es muy descriptivo- un mundo, de acuerdo con su comprensión racional.   Eso quiere decir, que ellos giran alrededor de ese mundo. Y por más que quieran, no pueden salir de esa realidad construida bajo sus criterios, su modo de ser.  La fe es ir mucho más allá de ese mundo. Es salir de ese mundo, escapar de ese mundo que, en cierto modo, atenta contra ellos mismos, donde perdieron la capacidad de resolver sus problemas más grandes, tales como el sentido de sus vidas. 

 

La fe, por el contrario, nos permite salir de ahí y otorgarnos ese sentido que a veces perdemos. Pero como no se trata simplemente de entrar a discutir y convencer a aquellos que no creen y que, obviamente tienen sus razones para no creer, pues tienen sus argumentos persuasivos, nosotros sólo expresamos nuestra fe y nos valemos de los símbolos, de los signos de fe. 

 

Hay realidades que sólo pueden ser comunicadas a través de símbolos.   Recuerden ustedes cuando se enamoraron.  ¿Qué símbolos usaban? No hacían falta las palabras ¿verdad?  Un pestañazo era suficiente para que el corazón de la otra persona latiera en modo desesperado.  Un signo, un gesto, un movimiento, un corazón dibujado no tiene sentido en sí mismo; pero sí, que lo tiene.

 

Para las grandes cosas no hacen falta grandes argumentos, sino símbolos que lo representen.  Por eso los símbolos son aquellas cosas materiales visibles y sensibles como puede ser una flor, una cruz, el agua, la luz. Esas cosas expresan una realidad no visible y la hacen totalmente presente.  Jesús es una realidad visible, perceptible a través de nuestros símbolos, de nuestros gestos que son expresiones de la fe. 

 

El pez y el pan, dos símbolos que en la Sagrada Escritura destacan, por ejemplo, en la multiplicación de los panes y los peces. Sobre todo, el pez, que en la iconografía es el ictus: “Jesús Hijo de Dios verdadero”, es una expresión simbólica que nos comunica al Dios verdadero, propio de los primeros símbolos del cristianismo, que los encontramos, todavía, en las catacumbas: lugar de refugio de los cristianos perseguidos por el imperio romano. 

 

El pez es uno de los símbolos que a mi personalmente me gusta muchísimo.  El pez como expresión de Jesús. Es la expresión de Jesús el Hijo de Dios en Quien yo creo, en Quien yo ordeno mi vida.   Jesucristo, el Hijo del Dios verdadero. Él es Aquel en Quien yo desgasto mi tiempo, en Quien yo creo relaciones, es por Quien yo estudio.  Es en Quien yo confío.  Por eso los símbolos que me hacen presente Su condición Divina, se adhieren a mi condición humana.

 

Cuando yo, por ejemplo, porto una Cruz, le pongo mucho significado. La Cruz deja de ser una materialidad cualquiera y se adhiere a mí, según Aquel a Quien yo busco y en Quien yo creo.   Intenten destruir una foto de su primer hijo o de las personas que aman: ¡quizás lo hagan! Pero siempre quedará esa imagen en su corazón, porque no es posible destruir aquello que se adquiere por la fe.

 

Así son nuestros símbolos, nos hacen según esta comprensión. Éstas son las cosas hermosas ¿verdad? ¡Cómo desde la fe, siempre vamos de lo menos a lo más, de lo poquito a lo grande! ¡Porque Dios así se ha comunicado siempre con nosotros!

 

No tengamos miedo, al hecho de que, a veces no podamos expresar nuestra fe con argumentos y conceptos. Simplemente la experiencia que en nosotros comienza por ser poquita va alcanzando un destello inmenso en el que, después ni nosotros lo podemos explicar.   Si no lo sabes decir, es porque te trasciende incluso a ti mismo. Si al amor no lo puedes agarrar, no lo puedes expresar, pero lo vives; eso te hace grande y como te hace grande, entonces, aquellos que presumen de racionalidad no saben qué hacer contigo. 

 

Por eso la mejor condición del cristiano, que lleva en su corazón la fe de Aquel que ha resucitado y viven en él, es simplemente vivir de tal manera que su ser cristiano le convierte en un modo distinto, siempre nuevo de ser.  ¡Nada más!… ¡Nada más que en ese modo de ser!

 

Yo vivo lo que creo y como vivo de acuerdo con lo que creo, pues, esto me es suficiente.  Y por eso, queridos hermanos, el creyente se impone a sí mismo una vida moral, una vida ética, de acuerdo con lo que cree. Con razón y con facilidad nos señalan cuando caemos en un error, en una contradicción ¿verdad?   Porque la fe, la gran verdad que nos ilumina, nos impone en si mismo un modo de ser de acuerdo con lo que creemos. Es la vida ética, que nadie nos la impone desde afuera, nosotros la aceptamos como un modo propio de ser y esto a mi me embellece y embellece mis relaciones humanas, porque lo hago precisamente basado en lo que yo creo.  

 

Todo esto, digamos, cuando lo aceptamos como un modo propio de ser y en ello renovamos constantemente toda nuestra vida, deja fuera de combate a aquellos que no creen, aquellos que no creyendo en Jesucristo no se han adherido a la fe, aquellos que no se congregan con nosotros, aquellos que ordenan su vida de acuerdo con sus únicos criterios. 

 

A nosotros simplemente nos toca ser, como una pequeñita luz, una pequeñita candela encendida con una llamita iluminando las oscuridades de este mundo.  Eso nos convierte en un modo de ser propio porque nuestra vida está configurada en base a Aquel que es la piedra que desecharon los arquitectos ¿verdad?  Esa expresión muy bonita de este Salmo, de aquel a quien despreciaron, aquel “que no tenía valor” ahora se convierte en la base, en el sustento, sin el cual este mundo prácticamente no es comprendido, no puede ser sostenido. 

 

Queridos hermanos, nuestra fe en el Resucitado está basada en un hecho histórico, que sobre todo, le da contenido a nuestra vida. Nos convierte en algo diferente, en un modo de ser nuevo.

 

Que esta Gracia abunde en nosotros y que nos ayude a perseverar así, hasta el final de nuestras vidas. ¡Amén!

lunes, 15 de mayo de 2023

LOS DESEOS PROFUNDOS DE LA VIDA CRISTIANA

 





Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.

Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del martes de Pascua, 11 de abril del 2023. 
Transcripción literal: Lorena Natareno.
 

Si queremos mirar con claridad tenemos que limpiar nuestra mirada. Si queremos mirar con autenticidad, con pureza, tenemos que limpiar nuestro corazón.

 

Si los ojos son la luz del alma. Entonces, ¿miramos realmente con el alma, con su autenticidad? ¿Siendo el alma creada directamente por Dios o imagen suya, nos permite mirar como él mira?

 

MIRAR CON OJOS DIVINOS


Para mirar con ojos divinos y con el corazón se nos sigue pidiendo ser bautizados. Que nos arrepintamos de nuestros pecados. Que recibamos el Espíritu Santo. Estas eran las ideas centrales de la predicación inicial de los discípulos. Pedro lo dijo a todos los judíos: hay que recibir el Espíritu Santo. Sólo después los ojos aprenderán a mirar, y el alma mirará lo que tiene que mirar.

 

Esta es la condición indispensable, para que como bautizados y como quienes nos hemos confesado más de dos veces durante la Cuaresma, recibamos la fuerza del Espíritu Santo, que es esa Luz que nos hace presente al Resucitado, y nos permite vivir en esta condición.

 

EL PECADO ANCLA DEL PASADO


El pecado en nuestra comprensión es aquello que nos ancla, nos mantiene estacionados en cosas del pasado. Porque el pecado es aquello que nos ha hecho daño y nos tiene en este estado. ¿En qué estado estás tú?

 

Basta con revisar las acciones del pasado, aquellas que no nos permiten limpiar nuestra mirada para mirar con claridad hacia el futuro. A veces se nos hace difícil mantener la mirada limpia, porque estamos demasiado anclados en ese pasado. Tan anclados estamos que cuando queremos corregirnos, corregimos a los otros, no nuestro pasado. Queremos apartar a los otros de su pasado, de su pecado. Y por nuestra parte insistimos en mantenernos tal cuales. Así es como aprendimos a sentenciar a otros.

 

Poco parecido lo que sucedió a unos amigos casados. Llegaron a confesarse con migo, después de que la esposa se confesó, se acercó su esposo y me dice:  -“Padre, yo no me voy a confesar, pero perdóneme de una vez los pecados”  -Y eso ¿por qué?, dije. El repuso: - “porque mi mujer ya se confesó con usted y seguramente ya le habló mal de mí, así que de una vez perdóneme”. Suele ocurrir ¿verdad? Son los otros, a los anclados en el pasado a quienes queremos corregir y eso no nos permite mirar con entera claridad.

 

 

Entonces, se trata de reinterpretar la vida presente. La condición del Dios eterno se halla totalmente en el momento presente. Si el pasado queda olvidado con el perdón de los pecados, ya no debiéramos mirar hacia él. Nos toca, más bien, partir del presente hacia adelante y visualizar de una manera totalmente nueva. Si no somos capaces de superar nuestro pasado trágico, doloroso, feo y pecaminoso y a la vez queremos que Dios nos resuelva las cosas, nada será posible a no ser que superemos aquellas cosas del pasado.

 

Por eso recibir el Espíritu Santo implica superar esta condición de pasado y abrirnos a una nueva visión, para que ahora Dios comience a construir con nosotros en adelante las cosas nuevas.

 

Hemos escuchado que las lágrimas en la mentalidad religiosa tienen un sentimiento profundo de culpabilidad.  Entonces ¿Por qué llorar delante de un difunto?  ¿por el amor que le tenemos o porque no volveremos a ver físicamente a la persona que se va?  Casi siempre se nos vuelca un sentimiento por el bien que no hicimos, por lo que no le dijimos...  Si lloramos por el bien que no hicimos, entonces, de aquí en adelante dejemos que la Gracia del Espíritu Santo nos permita llorar nuestra culpa. Por ese pasado que no podemos corregir, porque nos permitirá subir un grado en la bondad. Es lo que ocurre en el caso de María Magdalena.

 

SANTA MARÍA MAGDALENA


En la tradición del Nuevo Testamento, se cuenta que a María Magdalena le expulsaron siete demonios. Es el único dato que hay sobre ella. Por favor no digan que es una pecadora de otro estilo. Algunos de nosotros tenemos más de siete pecados. Somos unos brabucones, chismosos, buscapleitos, no saludamos a nadie. Pues, María Magdalena seguramente era así:  broncosa, enojona, de mal humor.   Si le expulsaron siete demonios es porque era una mujer de armas tomar, por decirlo así. Pero ya había sido perdonada por esto. Su pasado ya había quedado atrás. ¿Por qué llora ahora?   ¿Por qué llora ante la ausencia del Señor?


Llora porque tiene al Señor en su corazón. Porque Él ya forma parte de su condición de persona, de mujer.  No llora con sentimiento de culpa.


Persiste en el llanto por el mismo amor. Si en el amor nos hacemos buenos, esa bondad tiende a perfeccionarnos. Es como decir: ya soy buena, ahora quiero ser mejor; ahora soy mejor, quiero ser perfecta.

 

La mayoría hemos ido a la escuela. Como estudiantes al superar una calificación de sesenta, la pasando bien. Si logramos un nivel de ochenta o de noventa por ciento y un día sacamos un sesenta, sufriremos y lloraremos porque ya nos habíamos acostumbrado a un grado de perfeccionamiento.


 Así es en la superación humana y espiritual. Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.


El llanto de María Magdalena tiene que ver con el deseo de retener al Señor y plantearle un mundo de acuerdo con este amor, del que ella ya participa con Él. Ella visualiza el futuro. A pesar de eso las lágrimas no le permiten mirar con claridad, por eso confundió a Jesús con el jardinero (¡benditos jardineros! ¡dichosos los que nos gusta hacer jardín!). Pero una vez lo reconoce quiere hacerlo para ella, y de la comunidad; porque María Magdalena también representa a la comunidad. La comunidad de los creyentes que ya son parte de él. Por eso, María Magdalena, quiere que el Señor se quede para siempre con ella.

 

LA ESPERANZA CRISTIANA


Definir desde aquí nuestro futuro, es definir nuestra esperanza. Definir el hacia donde vamos y aquello en lo que nos vamos convirtiendo cada día. La persona que vive en la esperanza no solamente va realizando sueños de futuro, sino que va encontrando ya las satisfacciones de sus anhelos; porque va convirtiéndose en algo nuevo cada día, porque ya está encarando aquello en lo que finalmente, se convertirá. Esta es la esperanza.

 

Uno de los momentos tan místicos, tan sublimes y auténticos de los cristianos está en la Eucaristía. La Eucaristía cobra notoriedad en nosotros porque nos convierte desde la esperanza en aquello que seremos. Al participar, ya de la Eucaristía, nos estamos alimentando eternamente de lo que seremos para siempre. De tal manera que teniendo a Cristo en nuestro corazón lo tendremos a él eternamente. Esto define nuestra esperanza. Esto define en María Magdalena, su sueño de eternidad. La esperanza es querer poseer al Señor ahora mismo y que él me posea. La esperanza es que Él entre en mi alma y que me ilumine desde dentro. Esta es una experiencia mística y profunda de fe.

Queridos hermanos, si hemos salido de un tiempo de Cuaresma en el que hemos superado nuestros pasados trágicos de pecado, ahora nos abrimos con la Luz de la resurrección hacia un futuro y a una esperanza prometedora que, experimentamos en el resucitado. Eso es lo que nos ha convertido en personas diferentes, nuevas.  Esto es vivir en la condición de la Gracia. Esto es lo que ya nos provoca una inquietud de tensión hacia adelante. Es lo que nos hace sentir y proclamar nuestra fe y creer en la salvación eterna. 

 

Pidamos al Señor que esa Gracia abunde en nosotros, que nos ilumine desde la profundidad de nuestra alma. Que nuestra vida tenga sentido en función de nosotros mismos y para darle sentido a los otros.

 

Muchas personas en nuestro derredor andan carentes de sentido, con hambre de Dios. Aunque no lo digan. Con un hambre de eternidad que, aunque no lo expresen, la mendigan. Muchos mendigan amor y por no expresarlo, se auto torturan y torturan a los demás.  Sufren y hacen sufrir.  Si nosotros tenemos la Gracia, la esperanza, tenemos las capacidades de iluminar sus almas.  Si tenemos un sentido que viene de la esperanza, podemos dar ese sentido a la vida de los otros. Que el Señor nos conceda su abundante Gracia. ¡Que así sea! ¡Amén!

jueves, 11 de mayo de 2023