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La razón del Bautismo Cristiano





La razón del Bautismo Cristiano


Por: Gvillermo Delgado Acosta OP


Jesús que no tenía pecado (Heb 2, 17) es bautizado en el río Jordán por Juan el Bautista (Mt 3, 13-17), quien realizaba un bautismo de conversión. En aquel gesto se oyó una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado”; quedando mostrado así que el acercamiento de Dios a la humanidad es total. 


El vínculo de Dios con lo humano es tan íntimo al punto de hacernos hijos suyos. En el bautismo, lo humano y lo divino se abrazan.


El primer y gran acercamiento de Dios tiene que ver con hacer suya la tradición judía. En el bautismo, Jesús recibe la venía de la comunidad a la que pertenecía, para emprender su ministerio. Él asume y se vincula a la tradición de sus antepasados.


La novedad de Jesús está en el Evangelio que predica y la eficacia de su misión consistió en que asumió la herencia ancestral de su pueblo. Otra cosa es la crítica que hace a las instituciones, aún las religiosas, para que la buena noticia las inunde.


Jesús no inventó la tradición de un pueblo. Su novedad consiste en renovar todas las cosas. De ahí la importancia de su bautismo.


En tal razón, los cristianos somos bautizados, asumiendo así, en la tradición de la Iglesia, el legado del Evangelio a lo largo de tantos años.


El bautismo cristiano consiste en participar de la muerte y resurrección del Señor, para convertirnos en “ciudadanos del infinito”. Con lo cual constatamos que Dios camina con nosotros desde el día que nacemos hasta el momento de la muerte.


El bautismo de los cristianos, en tanto participar de la vida de Cristo, significa que no somos sólo seres terrenos, “nacidos del agua”, sino también “nacidos de lo alto” (Jn 3, 5), de tal modo que, somos del agua y del Espíritu. En nuestra humanidad prevalece el mismo Espíritu de Dios.


Al ser bautizados, aun siendo niños, por la fe de toda la Iglesia, dejamos claro que no somos sólo fruto de la necesidad terrena, sino seres con aspiraciones superiores.


La experiencia de los bautizados denota, de este modo, que por pequeños que sean nuestros sueños y tareas, estos llevarán siempre un hálito de eternidad. He ahí la razón del bautismo cristiano.

domingo, 12 de enero de 2020

Jesús no es para todos



Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”


Por: Guillermo Delgado OP
Foto: El Cristo de Velásquez, Museo del Prado, Madrid.



La sabiduría divina no es ajena a la sabiduría humana. Es más, la sabiduría de Dios sólo es comprensible en el lenguaje y la experiencia humana. Dios es tan cercano al corazón humano, dado el origen divino del corazón humano.



Un río es río en su recorrido, al unirse al mar es mar. Los cristianos, lo somos en Cristo. El cristiano que no se hace uno en Cristo no es cristiano, quizás porque en el camino de su vida aún no ha encontrado el modo de fundir su vida a la de Cristo, tanto como el río al mar.



Jesús no es para todos porque su persona debe ser aceptada libremente, captada de tal modo que afecte el camino que cada uno lleva en la dirección de su final inevitable.



Los cristianos lo somos por el bautismo. Con el bautismo nos hicimos uno en Cristo, al participar de su muerte y resurrección. Aún más, participamos de ordinario, en su vida divina cada vez que escuchamos o leemos su evangelio y al participar de los sacramentos, por ejemplo, en la reconciliación, y sobre todo al unirnos a su mesa del pan eucarístico.



Sin embargo, en muchos casos, “ser cristiano” sólo es una potencialidad o una capacidad sin usar; como una semilla de un árbol de aguacate guardada en un frasco de cristal. O como un un barco anclado en el muelle. Seguro en el vaso o en el muelle, nunca llegará al ancanzar las metas para las cuales fue creado, y vino a este mundo. 



El barco está seguro en el puerto, pero es para navegar. Lo propio de la semilla es llegar a ser árbol y el barco lanzarse al mar. Del mismo modo la identidad del cristiano no es tener otro nombre que se guarda de lunes a viernes y se saca a pasear los fines de semana. Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”, tanto, como un modo de ser.



Jesús es para todos porque es dado a todos, pero no es para todos porque sólo unos pocos logran hacerse uno en él. Cómo el río se hace uno con el mar.



Tal experiencia no es sólo para las personas religiosas o de gran experiencia mística, sino para aquellos que quieran vivir una vida con sentido humano. Sabiendo que todo tiene un inicio y un final. Y mientras se toca cualquiera de los extremos, la vida sólo debiera ser de amor y en el amor, para que valga la pena. Eso es fundirse o hacerse uno en Cristo en la vida cotidiana.



Para que Jesús sea para todos, recomiendo tres prácticas que pueden insertarse en la vida cotidiana.



Primero. No posponer la práctica de la conversión. La conversión es volverse a lo mejor que hemos sido en el pasado, para recuperar el sentido de una vida presente y futura. Conversión es regresar al punto en que nos extraviamos. Los días felices que tuvimos nunca están perdidos para siempre, pueden volver a ser otra vez; todavía con más belleza, si los retomamos desde lo mejor de nosotros mismos. Más aún si logramos examinar lo mejor de las personas. Ahí nos enfrentaremos cara a cara con el mismo Cristo quien nos dijo: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.



Segundo. Oír la voz de Dios en la propia interioridad. La persona o sabe vivir en silencio y en soledad o es incapaz de atender las verdades que están dentro de ella misma y de los grandes maestros, como Jesús.



La voz eterna de Dios suena imponente en el silencio, sólo interrumpido por el llanto del niño que nace, por el silbo del aire nocturno, por la lluvia que golpea los techos de madrugada, por el anciano que muere confiado en un amor mayor.



Hay que bajarse del ruido del mundo para descender a tu interior donde Dios habla en lo secreto y como águila te eleva por las alturas para enseñarte a amar desde lo infinito.


Tercero. Vivir en austeridad, moderación o sobriedad. Significa no acumular cosas más allá de lo que necesitas para vivir. Es darse cuenta de lo poco que necesitas para tener una vida feliz. Casi siempre sólo llegamos a notarlo cuando una persona se despide de este mundo por fallecimiento o cuando enfermamos gravemente. Las despedidas y el regreso a casa nos dan ese sentido de comprensión.

Piensa, por un instante que te vas de viaje por seis meses: echa en la maleta sólo lo que necesitarás para ese tiempo. Luego considera, que viajas por un mes ¿qué pondrías en la maleta? O piensa que viajas por dos días solamente. ¿Y si te vas para siempre fuera del país?: ¿qué necesitas llevarte?

Te darás cuenta de que son pocas las cosas que necesitas. Seguramente harás una selección de lo que en verdad necesitarás.

La vida es un viaje breve hacia la eternidad. ¿De cuanto tiempo? Nadie puede saberlo.


Ir por la vida ligeros de equipaje es llevar consigo en la maleta lo que necesitas. Nada más.


Al salir de viaje y regresar, sabes que en casa hallarás lo que dejaste; en cambio traerás cosas nuevas como regalos para quienes se quedaron esperándote.


Las cosas que dejaste al irte siguen en el mismo lugar, sin mérito y con mucho olvido. Tú en cambio regresas renovado, con el brillo en los ojos de haberte ido y de haber regresado. 


Esos son los frutos de la austeridad, la sobriedad o la moderación. ¿Lo notaste?


Eso es vivir en Cristo. Eso es hacerte uno en Cristo. Es de pocos. No para todos.
domingo, 3 de marzo de 2019