Por: Gvillermo Delgado OP
Los ayes y porqués del alma
De lo hondo del alma surgen permanentes
voces de “ayes”, quejidos de pena y dolor, y “porqués” de incertidumbres como
hontanar que emerge de montañas. Describiendo así el estado de miseria y misterio
del que a menudo a atraviesa la vida de todo ser humano, en el ancho mar por
donde define su existencia. Determinando de tal modo cada segundo del tiempo y
la dirección del horizonte hacia donde se dirige.
Tal condición inspiró a Dante los
relatos de la selva oscura en descenso al infierno en flanco contraste con el
paraíso que le elevó a las moradas celestes.
Los lamentos y las preguntas
provienen de ecos profundos que golpean los muros interiores del alma. Donde no
podemos presumir ignorancia de sus causas y de las respuestas más auténticas;
porque venimos de un mundo luminoso donde no podemos escondernos por más que lo
intentemos.
Por ser estas, verdades sumergidas,
dirán los maestros de psicología profunda, se manifiestan en sentimientos
conscientes como tentáculos para alcanzar a quienes caminan a nuestro lado. Ocurre,
que al no ser conscientes se exteriorizan simbólicamente en los sueños o en acciones
espontáneas de las que no siempre tenemos control.
Lo mejor de todo de ese mundo interior
de verdades es que ayudan a “conocernos a nosotros mismos” y a que los otros nos
definan; para no perder el horizonte hacia donde marchamos.
Petróleo en el mar
Hay una tercera realidad que Hobbes
miró monstruosa, parecida al Leviatán de los mares; representada en las
instituciones sociales necesarias para poder convivir de modo racional. Con lo
cual justificamos al Estado y sus mecanismos de control, a veces de violencia,
coartando así la libertad individual con indolencia. Esa realidad a veces se
nos presenta como petróleo derramado en nuestro mar.
¿Podremos un día erradicar ese monstruo y a sus profetas?
¡Ay, de nosotros! ¿Por qué avanzamos mar adentro y nunca abrazamos el horizonte que nos guía? ¡Ay, de las verdades que nos iluminan desde dentro!