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Celebremos la Navidad



Celebremos la Navidad
Los calendarios se ordenan en ciclos con los cuales destacan el paso de un tiempo a otro. Dando significados a cada momento de transición. La finalidad consiste en registrar y conmemorar los acontecimientos del pasado e imaginar el futuro posible. Mostrando que el tiempo no pasa en vano.

De otro modo, lo que se pretende es exteriorizar aquello que habita en la profundidad de las almas y expresar los sentimientos. Para lograrlo a cabalidad se inventaros los símbolos. El fondo de esa verdad es que "algo" está cambiando, hacia afuera y hacia dentro de cada persona.

En los tiempos ancestrales o primordiales se crearon los símbolos. Por ejemplo, durante la navidad prevalecen símbolos como: de luz, de follaje, de la familia, y de todo lo referente a lo nuevo o recién nacido. Con razón, en esas fechas,  nos re-vestimos con ropa nueva, como quien renueva su piel. Y lucimos renovados por dentro y por fuera. Por ser este el único modo de experimentar lo que sentimos en las profundidades de la propia existencia. Y para afrontar con realismo aquello que ya está cambiando en nosotros; a todo cambio que ya se impuso, y no nos hemos querido dar cuenta; por ejemplo, el hecho de no aceptar las enfermedades o la propia vejez.

Notemos que, al terminarse el año solar, se imponen ciertos cambios climáticos, secos o fríos (dependiendo de la latitud), que calzan perfectamente con la simbolización del nacimiento del Hijo de Dios, porque acoge aquello que hemos sido y lo que en cierto modo anhelamos llegar a ser. Con lo cual visualizamos aquello que fuimos y que jamás volveremos a ser nunca más.

El símbolo no sólo representa el nacimiento del Hijo de Dios sino también a nosotros mismos. Por eso, el símbolo es capaz de despertar sentimientos, lanzarnos a lo más recóndito del pasado, o a la profundo del propio inconsciente; y, al mismo tiempo desata la imaginación en base a lo que somos capaces de construir en lo venidero. Pues es lo único que nos queda. El resto depende del Dios en quien creemos. No hay más.

Lo cierto es que, cuando ese acontecimiento simbolizado une el tiempo pretérito infinito y el advenimiento de todas las cosas, transforma las mentalidades y los afectos, ya que permite imaginar el futuro y visualizarnos re-novados.

Por eso, esas fechas cobran actualidad año tras año. Porque lo queramos o no, ya no somos lo mismo que hace 12 meses. Se nos acorta la vida y los significados del tiempo, de los espacios y de las relaciones humanas y de Dios. Ahora la existencia tiene un nuevo candor, color e importancia.

Todo ciclo de tiempo indica, pues, que un círculo se cierra y se abre a la vez. En ese intervalo es donde dan lugar los festejos. Estos suelen ser muy breves como una chispa de luz. Pero, como el sol, que resplandece antes de llegar y al irse, (es lo que vemos en el amanecer y al anochecer), así la espera alegra los corazones y al irse prolonga las alegrías en lo venidero.

La navidad es un acto efímero, es nacer en un instante que emerge de un destello. Es dar a luz la Luz, que ilumina todo toda la vida.

En esa claridad intercambiamos regalos, nos abrazamos, deseamos buenas cosas para unos y otros, antes que llegue la penumbra. Es el instante para soñar el mundo que merecemos vivir, es el cuándo la vida es interpretada y renovada como las hojas de la higuera.

¿Qué sería la vida sin celebraciones? Mataríamos los sueños. El trabajo sería el peor de los azotes. La familia la fruta envenenada que hay que comer como castigo. No habría proyectos de vida, tampoco posibilidades de perfeccionamiento. Pasaríamos los días mordiendo el polvo de la miseria y moriríamos únicamente para las cenizas.

Las celebraciones son necesarias en todo caso. El sentido más grande está en que renueva el alma, lo hace en la comida y la bebida, en la danza y el compartir. Simbolizando todo aquello que merece expresarse, pero que no es posible hacerlo con palabras.

Gracias al festejo el devenir vendrá y superará las dificultades, reparará las fuerzas debilitadas; de tal modo, el festejo hace de la esperanza la materia prima de lo que se espera, y la razón del por qué luchar en el momento presente.

En pocas palabras, navidad es la chispa de vida divina que une el inicio con el final, que renueva el alma mortal en actos de festejos, para asegurar entusiasmos suficientes en el porvenir de glorias o penurias.

Entonces, si la navidad es el nacimiento del hijo del Hombre, es también el nacimiento de lo humano; el instante propicio para la renovación del propio interior.

La navidad es la Palabra Eterna reiterada que dice: lo humano no es polvo de muerte.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda

lunes, 19 de noviembre de 2018

INTERROGATORIO



INTERROGATORIO
Si el tiempo no se detiene
¿para dónde va?

Si el espacio cambia

¿de dónde viene?


¿Qué es el presente?
El presente 
son todos los colores,
las formas,
la música,
y el viento,
de tu sonrisa.

Yo.

Y, ¿El futuro qué es?
El futuro serán siempre
los olores,
el firmamento en penumbra
detenido en el humito gris
de una taza de café
de la finca Miranda
del Volcán de San Salvador
en noviembre. 

El futuro 
soy yo
mirándote
en el azul lejano
del cerro Guazapa.

Por: Gvillermo Delgado
Foto: jgda
martes, 6 de noviembre de 2018

LA IRRESPONSABILIDAD


LA IRRESPONSABILIDAD
Examinamos "el ser irresponsable" a la luz de un sondeo de opinión que realizamos con un grupo de estudiantes de la Universidad Lándivar del Campus de la Verapaz, sobre el valor de la puntualidad. Estas pinceladas son apenas un esbozo mínimo de un trabajo mayor.
La irresponsabilidad es la primera causa que define a la impuntualidad. Como defecto es un modo de ser cultural e individual, interiorizado, difícil de corregir.
Según el parecer de las personas encuestadas, la irresponsabilidad pone en evidencia el desinterés de querer hacer las cosas bien. Por tanto, el ser impuntual es un “faltar a los valores”.
Esta falta es grave, en el ámbito de las emociones y en la moral, por atentar contra sí mismo y contra los demás. De diez personas ocho opinan que "ese defecto" puede ser corregido, ya que la elasticidad y bipolaridad de los valores lo posibilitan; pero requiere que las personas adopten una estructura disciplinaria, reasumiendo con seriedad el sistema de normas que hacen posible que los valores sean concretos.
Queda demostrado que los valores se evidencian en el cumplimiento o incumplimiento de la norma moral que los hacen valer. Eso quiere decir que la impuntualidad sólo pone en evidencia un sistema de normas frágil y en crisis. Si las personas, o los colectivos, los incumplen es por su debilitamiento.
Por tal motivo, cuando se afirma que la impuntualidad ya es un modo de ser, incluso cultural, se está afirmando que el sistema normativo ya no existe, está débil o se ha socavado. En tal situación, lo único que queda es la irresponsabilidad, en tanto negación del valor.
Una sociedad hundida en la irresponsabilidad simplemente no funciona. Cualquier país estaría condenado a la miseria moral y al subdesarrollo humano. En cierto modo podemos afirmar que, nadie sacará a nadie del atolladero si la misma persona no se impulsa desde sus mismas fuerzas. Sin embargo, la misma sociedad puede, y de hecho facilita que sus individuos se reanimen, de lo contrario, como en una peste, ponen en estado de riesgo al resto sus miembros.
Al derrumbarse el sistema de normas, ¿qué queda?: pues, fundar uno nuevo. O refundar los ethos revalorando la riqueza de aquellos que han dado consistencia a las sociedades que nos han hecho evolucionar como personas hasta el día de hoy. Pero esta tarea, de no venir por los cauces de la cultura, la tradición, las instituciones, el sistema de creencias y valores, será siempre inútil.
Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda