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Entender la libertad

Entender la libertad

Por Gvillermo Delgado
Rebeldes
La rebeldía es consecuencia de nuestras impotencias, en relación con el dominio de sí mismo, a partir de las leyes que nos gobiernan.

Si las leyes vienen de uno mismo, las consideramos autónomas; si las leyes las imponen desde fuera, de cualquier tipo de institución, entonces las consideramos heterónomas.


La rebeldía es el modo de actuar de acuerdo con las leyes a las que nos oponemos. Oponerse a una o a otra depende de las impotencias, la fragilidad con la que nos enfrentamos al mundo en un caso determinado. Es así como nos oponemos a la religión, a la policía, a la opinión de las personas, al matrimonio; en el peor de los casos, nos oponemos a las leyes de nuestro propio interior.


¿Que pasa cuando ya no nos sentimos dueños de la propia casa, de nuestro interior ni del ambiente que nos rodea? Ante tal impotencia nos declaramos ¡rebeldes! «dueños» de nuestra propia ley y de la verdad. Es decir, no queremos nada con nadie ni con nada, y nos atrincheramos en «nosotros mismos», como los únicos que determinan el presente y el futuro de todo. 


¿En qué se ha convertido la libertad? La libertad se ha convertido en expresión de la propia autonomía.

Al punto de creer que «cualquier relación si nos impone normas a las que hay que someterse, aunque vengan de Dios, contradice la libertad». ¡Gran error!

El error consiste en la pretensión de conquistar la perfecta libertad sólo con los recursos propios, considerarnos dueños absolutos y capaces de disponer de la propia vida a conveniencia.

Pero sólo a Dios pertenece la perfecta libertad y él se la concede a la persona, si ella la acepta.

Ley de amor
Por definición la persona no es un ser pasivo ni puede ser sumiso a la ley. Es autónomo y responsable. Pero tampoco es la fuente primaria de su ley. Por tales motivos, al ser limitada la persona no puede, por más que lo intente, generar una ley absoluta para ella misma.

Por eso, toda ley es propia y a la vez le es dada de fuera de sí mismo.

El ser humano lucha contra sí mismo para convertirse en «dios». En realidad, alcanza a ser absoluto, pero sólo hasta donde su límite se lo permita.

Sin embargo, su pretensión solo tiene sentido en «dependencia original», porque esa dependencia no destruye su autonomía interna. Al contrario, le da consistencia.

Esa ley externa de la que depende (llamémosle, «ley de amor» y que viene del Dios absoluto) sólo puede ser asumida desde el fondo de lo humano, debido a su capacidad de interiorizarla y hacerla suya, con lo que se capacita para las grandes cosas.

Pongo aquí la ley del amor, porque si bien es cierto que la persona «se hace en el amor», es incapaz de «darse ese amor», ya que «el amor siempre le es dado» como un regalo nunca merecido.

De otro modo, ese amor divino asumido humanamente nos fundamenta, ya que se convierte en una exigencia de sentido y de coherencia en el seno de la conducta. Además, el amor define a la persona. ¿Qué le queda a un hombre si renuncia a esa ley de amor de la cual depende, quiéralo o no?

Libres en el mundo
Nosotros somos libres en el mundo, pero no hemos creado este mundo que constituye nuestro ser; tampoco hemos creado esa libertad que somos.

Todo esto «se nos ha dado» y se «nos da» en cada instante, para un tiempo provisional, ya que no podemos matar nuestra muerte y vivir para siempre, por más que lo intentemos. Nuestra libertad sólo puede ser vivida en esa provisionalidad. La libertad absoluta cae fuera de nuestros anhelos.

Quiero decir que, de ser libre, sólo puedo serlo en el marco de aquella a la que me someto por la ley del amor.

Inmersos en las diversas posibilidades
Por ser limitados siempre nos movemos en el ámbito de las opciones o posibilidades. El sueño de lo infinito y la inmortalidad no pueden ser tenidos en el mundo de lo finito y la mortalidad. Entre una cosa y otra siempre encontraremos un enorme abismo.

Este abismo no puede colmar nunca el espíritu. Mientras nuestro espíritu no vea a Dios y quede saciado en él, tendremos que escoger y optar entre las diversas posibilidades.

La Gracia
La libertad sólo se nos ha dado para que nos realicemos. Pero hay quienes al entender la libertad como una no-dependencia de algo o de alguien que los supera, hacen de «su» libertad algo destructivo. En cambio, aquellos que se entregan y aceptan la dependencia, su libertad es comprometida y constructiva.

En pocas palabras la libertad es amar lo que se nos exige. Vivir la ley es una respuesta de amor y libertad.

Sin amor la ley mata. Para que eso no pase Dios nos da su gracia. La gracia cura y perfecciona la libertad humana para conducirla a la libertad divina.

La gracia es la vida misma de Dios, que se le comunica a la persona para regenerarla en su voluntad libre.

La gracia en la voluntad humana es la presencia del amor divino que opera en su voluntad, es como injertarse en el mismo Dios.

Por la gracia, Dios infunde en cada persona un amor por el que ama a Dios por él mismo y a todas las cosas por él. Ese amor perfecciona la voluntad y la eleva por encima de su naturaleza para vivir el amor en la libertad.

Ahora piensa ¿Cómo amar a las personas? ¿cuál es la causa del fracaso de las «relaciones de amor»?

Foto: en red

lunes, 30 de julio de 2018

El valor de la Comida



                   El valor de la Comida

Una persona cualquiera siempre se descubre «humana» delante de otra persona. Con frecuencia lo hace alrededor de la comida. Ya que la comida es el símbolo sagrado más preciado en todo el universo de las cosas.

Por: Gvillermo Delgado OP


Una casa sin cocina no es una casa
Cocina, comedor, dormitorio y sala son los lugares más sagrados de una casa. A veces uno prevalece sobre los otros de acuerdo a las circunstancias.

Cuando hablamos del «vacío existencial» pensamos en tiempos y lugares tristes, por ejemplo, en la soledad de la tumba después que enterramos a un ser querido; en todo aquello que queda atrás de un primero de enero o en un teatro vacío después de su función. 

Vació es el salto de la soledad al abandono. Como cuando uno se queda solo porque todos los demás se van a cualquier parte, y no sabemos que hacer con nuestro tiempo libre y espacio que ocupamos. 

Así pues, vacío existencial es la pérdida del sentido ante la ausencia de aquello que define la vida.

Ahora bien, si intentamos responder a la pregunta: ¿Qué es una casa sin cocina y mesa de comedor? No queda más que decir que: «no existe». En todo caso, lo que queda (si es que queda algo) es un vacío inhabitable.

Una casa se convierte en hogar sólo cuando en su interior arde una hoguera. La hoguera da calor y protección a quienes viven en la casa. La hoguera es la llama que arde en la casa mientras se cocinan los alimentos para quienes la habitan o la visitan.

Las hornillas de las casas campesinas ahúman el entorno. Otorgan identidad vital a las viviendas y al vecindario,  pues preservan los alimentos y aromatizan el aire que acerca a las personas en el silente fluir de una braza bajo el comal. 

¿Qué queda de una casa campesina sin el humo que se escapa por sus chimeneas?

La comida como símbolo de encuentro
Una persona cualquiera siempre se descubre «humana» delante de otra persona. Con frecuencia lo hace alrededor de la comida. Ya que la comida es el símbolo sagrado más preciado en todo el universo de las cosas.

La comida como símbolo de encuentro significa «unión y comunión». Con razón la comida no sólo satisface las necesidades objetivas, sino todas aquellas que demandan las circunstancias humanas. Así, por ejemplo, el paso de la vida a la muerte o de la muerte a la vida sin comida en la mesa no tienen sentido, ya que la comida hace posible la vida y traza estelas por donde la existencia se define en cada caso.

Imagina el matrimonio de tu hija o el funeral de un ser querido donde falte, por lo mínimo, una taza de café y un pedazo de pan. Cuando aquello que compartes, ya sea la tristeza o el festejo, lo simbolizas en la comida, eso que compartes toma un nuevo matiz: si es de tristeza deja de ser menos trágico, si es de gozo lo trasciendes a lo más profundo de tu interioridad o lo elevas a las alegrías más sublimes.


En el momento en que la comida es el símbolo del encuentro entre dos o más personas, lo que está ocurriendo es que «tu condición humana» está volviendo a nacer, tanto, como si Dios te tomara en sus manos como barro moldeable e hiciera de ti una vasija nueva.

La bendición del trabajo
El salario se sacraliza en aquel instante en que se transfiere el valor material del dinero a los alimentos como sustento elemental para la familia y los amigos. Del mismo modo, el trabajo significa «la bendición de Dios».

Dice el escritor sagrado: «Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y te irá bien» (Sal 128, 2). Esa es la razón de ser de la existencia humana: «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado» (Gn3, 19).

Mientras «volvemos a la tierra de la cual fuimos sacados» santifiquemos la mesa con la alegría de los niños que crecen y la bienvenida de los amigos que llegan a la casa. Hagámoslo en la unión y comunión. 

Simbolicemos en este acto al gran amor del cual venimos. En el que nos reunimos cada vez que la mesa se pone para contemplarnos, celebrar la vida o unirnos en solidaridad con quienes sufren una pena. 

Foto: jgda
viernes, 20 de julio de 2018