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Salud del alma

 


Salud del alma



Por: Gvillermo Delgado Acosta OP



La salud del cuerpo, del espíritu y de lo racional sólo llegará a sostenerse en el tiempo el día que apostemos por la salud moral. Lo han insinuado los neurocientíficos sosteniendo que la salud mental está arraigada en los problemas éticos. Cuidarnos deviene de la ética y la moral.


En el largo camino de las religiones ha quedado expresado que el pecado acarrea la propia culpa. La culpa se convierte en peso y el peso en el pesar que arrasa con toda vida dichosa. Si la bienaventuranza es añoranza de un paraíso perdido es porque es memoria de lo que un día fuimos y dejamos de serlo.


Basta con espiar por la propia historia desde la infancia y constatar tantas pérdidas, de lo que dejamos de ser. Hannah Arendt afirmó que la única razón por lo que vale la pena conocer el pasado es para modificar el futuro. Inmiscuirnos en aquello que perdimos y dejamos de ser, por acciones erradas, hace creer en lo mucho que aún podemos mejorar.


La ética es el camino. Cuando definimos a la persona como sabia, dada su razón y su proceso de perfeccionamiento en una larga data evolutiva, en el fondo lo que se describe es el silencioso devenir a través de la ética. Sin la ética jamás se podría definir a la persona, ni tan siquiera desde un mínimo ápice de sabiduría.


Recuperar a esa persona sabia, que la humanidad ha perdido, ha empezado a acontecer el día en que no hablemos de la ética universal como un imperativo, sino que tú y yo somos esa moral, esa ética; y atrevernos a decir: estoy buscando no sólo fuera de mí, sino en la persona que soy yo mismo. No como persona en soledad sino orientada hacia ti.


Bastaría que esa relación estuviera animada por el valor de la empatía como para reivindicar lo perdido y dar crédito a tantas luchas al nivel que sean, por la cual la persona ha batallado y sigue haciéndolo; pero cada vez que hace una lucha en lugar de asomarse a lo que busca lo enturbia, porque se reinventa no desde el bien sino desde el mal, desde lo inmoral.



Recuperar lo humano en el valor de la empatía sería renacer desde lo más original y auténtico, para ser en lo original y en lo auténtico.


Quien es empático llega a habitar el alma del otro. El empático habilita la capacidad de perdonar y ser perdonado. Bastaría una pequeña dosis de empatía para descender a las profundidades del alma; ya que la empatía es un buen asomo a lo sublime, a la condición espiritual humana. Reivindicarse desde ahí es recuperar al hombre sabio. Eso es recuperar la salud del alma.


miércoles, 14 de agosto de 2024

El mandamiento del Amor

 




El mandamiento del Amor

Mateo 22


La vida tiene una dirección infinita,

un horizonte que le guiará siempre


 

Por: Gvillermo Delgado OP


Toda persona es un ser misterioso. ¿Por qué? Porque desde el primer día de su existencia crece y busca alcanzar “algo” que no está a su disposición. Y nunca logrará adquirirlo. Con lo cual vivirá con esa tensión permanente. Así transcurrirá toda la vida.


En consecuencia, queramos o no, la vida tiene una dirección infinita, un horizonte que te guiará siempre. Que te convierte en un ser espiritual.


Lo misterioso y espiritual son los resabios que existen en el alma humana de lo eterno. No cómo un indicio de su origen, sino de su condición creada por un ser superior a él.


De ahí que, quienes viven sin intentar ni siquiera pensarlo o creerlo, hacen de su vida un fin en sí mismo. Eso puede parecerles racional y suficiente, pero el hecho de que esas razones le arrastren hacia angustias y momentos mínimos de felicidad es un indicador que están en el error.


El rastro más significativo de lo misterioso es la intuición interior, que nos musita: que somos para lo eterno, cuya expresión más alta está en el amor. Con lo cual afirmamos que fuera del amor la persona “vive sin vivir”: estará condenada a la insatisfacción frustrante y triste.


Con razón Jesús dijo que amar es el mandamiento principal, y se ejerce no de cualquier modo. Se ejerce con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. O sea, con todo lo que la persona es. Porque el amor acontece ahí, con todo y para todo. O no es amor. Así que aquellos que presumen no participar de Dios, jamás tendrán la capacidad de amar.


Quien niega lo que ha recibido como regalo, a la vez será negado por aquellos que aman en verdad. Quien niega el amor, lo eterno será un resabio de eternidad, nunca un hecho. De tal modo que cuando dicen amar, no hacen otra cosa que buscar amarse ellos mismos, y mantenerse vigentes mientras la muerte los arrebata de este mundo. Viven para morir, como las plantas y los animales.


Por eso digo que la persona se convierte en un ser misterioso cuando acepta haber recibido el amor primero que viene de aquel que es misterioso: Dios. Y se da cuenta al recibirlo, por eso ama como si fuera Dios mismo. Con lo cual descubre que ese misterio que crece día con día en él, le permite no solo abarcar el amor de otros, sino ampliar su alma hacia la plenitud. Por tanto, hallando amor en las personas, comprende su vida presente como un anticipo de su vida futura y definitiva que descansará en el misterio mayor que es Dios.


En resumidas cuentas, el ser humano misterioso sabe que a Dios no lo puede amar fuera del amor a las demás personas y que no existe amor a las demás personas que a su vez no esté orientado a Dios.


Por eso, quiso Jesús dejar el amor a Dios como el mandamiento principal, del mismo modo el amor al prójimo.


Fuera del amor nada somos, porque nada es posible. Todo en el amor, nada sin el amor.

lunes, 6 de noviembre de 2023

ESPIRITUALIDAD DE LA PASCUA

 


Haz un camino de espiritualidad en tu vida terrena, desde las pequeñas cosas.



Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del martes 18 de abril del 2023.

Transcripción literal de Lorena Natareno.


 

ESPIRITUALIDAD DE LA ALEGRÍA

 

Quienes hemos vivido en aldeas o pueblos recordaremos algunas de las prácticas bonitas que se dan cuando cocinan el ayote en dulce en la casa. Una vez cocinado, vamos y lo compartimos con los vecinos. Dicen: “Miren, hemos hecho ayote en dulce:  Aquí le traigo”. Pareciera que se hace la ollada de ayote en duce para compartirla con los demás.

 

Yo no sé si ustedes también tienen esa costumbre. Se que no es habitual que maten un cerdo y que inviten “a todos” a que vengan a comer con nosotros. Sobre todo, sin motivo. Aunque a veces alguien diga: Hoy estaba inspirada la abuela y se le ocurrió matar un pollo, aunque no sea mucho, pero venimos a compartirlo. Éstas son algunas de las prácticas de nuestras comunidades.

 

En algunas parroquias es habitual que durante la Pascua los fieles nos organicemos para hacer un paseo. Agarramos nuestras cosas y nos vamos a partir un pastel allá a la orilla del rio y pasar una mañana celebrando juntos. Somos la comunidad que hemos hecho un recorrido durante la Cuaresma: hemos rezado juntos y hemos celebrado la Resurrección del Señor.

 

Esta práctica es como una espiritualidad que surge de la alegría. 

 

No es cuestión de dinero. Es como quien dice: Tan sólo tenía cinco ayotes en la casa, compré panela, los cociné. Luego los reparto. Simplemente porque hay una alegría en mi corazón. Lo mismo pasa con el árbol de naranjas con frutas. Mientras más se le corta más naranjas da.  No hay que ser tacaños y no compartirlas, dice mi Madre. Se trata de compartir, aunque sea un poquito de la alegría que abunda en el corazón. A esto le llamamos espiritualidad.

 

 

ESPIRITUALIDAD DEL COMPARTIR

 

Vivir con espiritualidad es darle lugar al contentamiento de compartir las naranjas de este árbol, que no son mías. El Señor las puso en el jardín. Aunque haya sido yo quien las cuida. Son para compartir con los demás. ¿Qué puedo hacer con una ollada de ayote en dulce sólo para mí?: ¡No puedo hacer nada!

 

 La espiritualidad es precisamente esto: Compartir.  ¿Para qué estás ahorrando? ¿Para dejar pleitos el día que te mueras?  No. Comparte en cuanto puedas. Esto es precisamente lo que la primera comunidad de los creyentes junto a los discípulos hacía. Vendían lo que tenían para compartirlo. Porque la alegría de tener al Señor en el corazón despierta este gozo. Alegría con la que no me puedo quedar para mí solo. Por ser tanta, y no me cabe en el pecho, mejor si la comparto.

 

Esto es vivir de acuerdo con el Espíritu. No de cualquier espíritu, como ese otro que tiene límites, que se evidencia en el cansancio. No. Sino éste que una vez damos, se amplía, genera mucho más en una dirección en la que nosotros ni siquiera tenemos control.

 

Así actúa el Espíritu que no sabemos de dónde viene ni a donde va.  Simplemente es esta ola que nos envuelve. Nos empuja. Y dejamos que vaya obrando de acuerdo con esa fuerza que hay en nosotros.

 

Esto es lo que vamos escuchando en estos días en la comunidad primera de los creyentes y lo que el mismo Jesús refiere cuando dice: “Dar testimonio”.

 

ESPIRITUALIDAD DEL TESTIMONIO

 

Dar testimonio tiene dos modos. El certificar un hecho como tal. Yo aseguro que fue así. Yo lo vi. Yo lo he sentido. Es más, yo lo estoy experimentando, doy fe de esto. Esto es dar testimonio: porque lo vi, y porque lo vivo lo comparto.  La otra manera de entender el testimonio es imitar la buena acción. Por eso testimonio en la palabra original de los cristianos era asimilada a la expresión de martirio.  Decir: Yo doy testimonio, es morir tal como el Maestro murió. Así como Él se entregó: así yo quiero entregarme y morir. Testimonio es imitar lo bueno. Para que ese gran hecho del Maestro también acontezca en mí.  Dar testimonio en este sentido es llevar al extremo nuestra vida en la entrega.

 

Jesús en diálogo con Nicodemo alude al testimonio. Hay un testimonio que a ustedes todavía les está costando.  Si hemos experimentado la resurrección, nos costará dar testimonio, digámoslo así, porque seguimos siendo terrenos. En el día a día chocamos con lo que creemos, con lo que pensamos. Pareciera que todo se nos olvida de repente.  

 

Entiendo que debo ser más amable. Pero de pronto choco con una actitud de enojo, cuando tuve que poner a prueba mi amabilidad. A veces uno no reacciona sino hasta unos días después.

 

Somos terrenos, quizá por eso Jesús le hace ver a Nicodemo: que aún no logra entender de que hay que nacer de lo Alto, porque aún tiene que avanzar en el desprendimiento. Y que ese desprendimiento vaya generando en él esta capacidad de compartir.  ¿De qué te sirve desprenderte de algo si no es para compartirlo?

 

ESPIRITUALIDAD QUE VIENE DE LO ALTO

 

Si vas entendiendo poco a poco las cosas terrenas, lograrás entender las cosas que vienen de lo Alto.  Jesús dice: “Yo te hablo de lo que he visto”. Y claro está, como tú no lo has visto, todavía no logras penetrar a profundidad en las cosas de lo Alto. Te cuesta.

 

Haz un camino de espiritualidad en tu vida terrena, desde las pequeñas cosas.  De otra manera, déjate impulsar por el Espíritu.  Quizá digas: ¡Ah! Es que no se hacia dónde me va a llevar esto. Y el Maestro insistirá: ¡Déjate llevar, el Espíritu es como el aire, ¡no sabes de donde viene y no sabes a donde va! Si es buen Espíritu tiene que venir de un lugar bueno. Si es bueno sabemos que tiene que ir en una dirección buena.  ¡Déjalo! ¡Reparte tus ayotes en miel! ¡Déjalo! ¡Reparte tus naranjas!  ¡Déjalo! ¡Se generoso!

 

Si es el Espíritu el que te va moviendo, Dios te dará las capacidades, como a las campanas, que dicen: darán, darán.  Así, deja que esta fuerza de lo Alto mueva tu corazón. Dinamice, active, eso que ha estado dormido.  Y si ya te ha iluminado la Luz del Espíritu, deja que esta Luz te siga iluminando y que vaya iluminando la oscuridad de los otros.  ¡Estamos en el tiempo de la Pascua!

 

Queridos hermanos, el tiempo de la Pascua no es un tiempo para la confesión ni para decir qué voy a cambiar, sino para verificar de cómo va el cambio.  ¿Cómo estás viviendo tu cambio?  ¿Cómo estás impulsando tu cambio? Y para eso hay que dejar pues, que esta Luz, que este Espíritu con el que miramos alto nos lleve lejos. Qué sea él quien nos anime, quien nos impulse.

 

Entonces interróguense ustedes. Yo me he estado interrogando. Sobre todo, delante de estos textos tan bonitos de San Juan en el capítulo tercero. Delante de ese texto del diálogo del Señor con Nicodemo, como decimos: a mí siempre me saca de onda, siempre me patean fuerte.

 

Esto de meditar, esto de dejar que el Espíritu nos mueva, digamos por exigencia de conciencia, me obliga a dejar cosas, a ser más consecuente con lo que creo, con lo que vivo.

 

¿Cómo te está moviendo el Espíritu?  ¿Cómo te sigue iluminando la Luz del Resucitado?   Si aún no te mueve nada, ten por cierto que no hay mañana. ¡No hay mañana!  Deja que te asuma como cosa Suya. Esto es cambiar desde lo Alto, por el Espíritu de Dios.   ¡Amén!

sábado, 3 de junio de 2023

La vida en Dios

 




La vida en Dios es dulzura y amabilidad


Por: José Guillermo Delgado OP


La vida en Dios

Es distinto hablar de alguien que darlo a conocer. Hablar define y visibiliza a ese alguien según la idea que tenemos de él. Darlo a conocer es manifestar su presencia. Esto es revelarlo tal cual es.

Jesús no habla del Padre, sino que revela al Padre. Manifiesta su gloria. La cruz no es un lugar de tortura sino el momento para manifestar el gran amor que fluye entre él y el Padre. De ahí que él se entrega por amor. Todo lo que hace lo hace en nombre de su Padre, porque todo lo que tiene o ha recibido lo ha recibido de él. Por eso él nos da lo que a su vez ha recibido.

En Jesús ocurre algo parecido a lo que les pasa a los niños respecto a sus padres en la psicología evolutiva: el niño adquiere primero la conciencia de su padre que de sí mismo. En el niño esto se debe al defecto de su autoconciencia, en Jesús es por sobreabundancia.

En el caso nuestro...

En Jesús hay una relación profunda de pertenencia con el Padre. Afirmó: Todo lo mío es tuyo. Todo lo tuyo es mío. Mi voluntad es cumplir la tuya.

La vida en Dios es permanecer en su amor. Dentro. En ese amor que sólo es de Dios. En ese amor hacer el camino. ¿Cuál? En el que es “el camino la verdad y la vida”.

Es pertenecer. Ser en él. Dar lo que a su vez hemos recibido. De la misma manera en que pertenecemos a él, de ese mismo modo pertenecemos a los hermanos. De ese modo nos condonamos a ellos. De ahí devienen la calidad de las actitudes en el trato a las personas.

 

Dulzura

La dulzura es un grado óptimo de relación. Es un superlativo que pasa de ser considerado verbalmente a tratar a Dios y a los hermanos según esa comprensión. No es adulación ni un dulzón empalagoso que más bien incomoda. Es un modo óptimo de entender y de ser, para tratar a los demás. Es trasladar el tipo de relación que tenemos con Dios para con los hermanos. Es la coherencia cristiana.

En el lenguaje bíblico no existen los superlativos para calificar una realidad, por eso se usa el recurso de la repetición de un adjetivo. De Dios, por ejemplo, se dice que es santo y para exaltarlo por encima de todo decimos que es santo, santo, santo. De otro modo, Dios es santísimo. Igual podemos decir que es dulce, bello, justo, misericordioso.

Santa Catalina de Siena se refería a Dios como: Mi amado o amantísimo Señor, amadísimo esposo. Lo califica como dulce o dulcísimo Señor mío. Amor dulcísimo. Dulcísimo esposo.

Con la expresión dulzura se refiere a una íntima y profunda relación con el Padre. Que es a su vez una relación de pertenencia. Como quien dice: Él es mío. Yo soy de su propiedad. 

Asimismo, nos protegemos en la oración a la madre, como: Vida dulzura y esperanza nuestra.

Muchas jovencitas llevan el nombre de Dulce. Muchas lo son. Muchos somos referencia ética de este modo de ser y estar con Dios.

En quienes no hay distinción de preferencia para tratar a una persona respecto a otra, es porque así lo entienden y así viven su relación con el mismo Dios.

 

La amabilidad

¿Hay entre vosotros quien tenga sabiduría o experiencia? Que muestre por su buena conducta las obras hechas con la dulzura de la sabiduría (Santiago 3, 13). Esa es la amabilidad.

La dulzura es la amabilidad en el trato. Que es efecto de la sabiduría y la experiencia y al mismo tiempo la multiplicación de virtudes. Como aquellas que brotan del amor en la lista que san Pablo enumera en Cor 13. El amor disculpa todo, es servicial…

 

La vida en Dios

La vida en Dios es conocerle a él. Conocer es el principio necesario para que el amor se manifieste. Nadie ama lo que no conoce. Con razón santo Tomás decía que nacemos con dos defectos: la ignorancia y el pecado. Ambos son impedimento para conocer a Dios y amarle y amar a los hermanos. 

Habitar en Dios es permanecer en él. Santa Teresa de Calcuta afirmó que lo difícil no es llegar a la meta, sino permanece en ella.

Vivir en Dios es dar todo aquello que a su vez hemos recibido de él. La gracia consiste en recibir sin merecer nada, y a la vez dar a otros lo que a su vez hemos recibido.

Dar lo que a su vez he recibido me convierte en aquel que ha conocido y permanece en Dios. 

Esa es la vida de los cristianos: El quinto evangelio.

martes, 22 de febrero de 2022

El misterio humano




el Misterio humano

Existe una cosa propia de la condición humana a la que llamamos misterio. Cuando se decanta a lo bueno y santo es preferida como ideal, cuando se inclina hacia lo retorcido es algo despreciable. Inclinados a uno u otro lado, es como transcurre la vida.

Guillermo Delgado, OP

Las ideas grandes mueven las obras grandes. Si por una de ellas fueras recodado después de tu muerte, entonces pensarás: que no sólo valió la pena la idea que hiciste valer para los demás y para ti, sino que te hiciste inmortal, ya que sin saberlo buscabas a Dios donde ni siquiera lo sospechabas.

Queramos o no aceptarlo, la grandeza o la pequeñez, lo mortal o lo inmortal nos definen. Hay una cosa propia de la condición humana que por no saber cómo explicar llamamos misteriosa. Por ejemplo, tiene que ver con la actitud que asumimos una vez probamos la derrota.

¿Por qué el fracaso pone al descubierto una debilidad y la potencializa al extremo del aniquilamiento? Se supone que quien fracasa luchando como quien se hunde en el fango avanzando en un camino bueno, que él mismo determinó, jamás perderá la dirección que traía, a no ser que esa debilidad le haga cambiar de dirección.

Hay otra cosa más sublime que hace original al humano. Tiene que ver con una fuerza que lo moviliza a lo radicalmente bueno.

No hay cosa más sublime que vivir sabiendo que somos originalmente buenos, y que ahí está el fundamento de todo lo que en esta vida podemos conquistar.

A la hora en que comprendemos que en nosotros existe esa fuerza extraordinariamente buena, que nos mueve, no sólo llegamos a definirnos como lo que somos, originariamente buenos, sino que llegamos a saber por fin cual es el móvil de la vida ética y feliz.

Sólo los años hacen comprender lo misterioso de lo humano. Quizá porque empezamos a encarar la condición mortal con realismo. Así es como las grandes lecciones se aprenden de las pequeñas cosas. A menudo aquello que nunca tuvo valor, ahora brilla como el sol que se asoma en el horizonte entre las montañas lejanas. Mientras más limitada es la vida más grande se muestra. Por ejemplo, la enfermedad nos traza el halo de lo eterno.

Las voces eternas se oyen, no en el ruido sino en el silencio. Ya que la “soledad” hace posible la generación de la voz más potente.

Ocurre que en los ensayos de muerte que vienen con el profundo sueño, la verdad se asoma. También aparece en el descubrimiento de ser- uno-mismo. Y aunque esa verdad no nos introduzca en aquel lugar al que nos dirigimos paso a paso, sin embargo, lo traza como camino para llegar a ser, mientras avanzamos, lo que al menos mínimamente siempre hemos soñado.

Somos herederos de un paraíso del que jamás podremos ser expulsados.


domingo, 7 de junio de 2020

Jesús no es para todos



Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”


Por: Guillermo Delgado OP
Foto: El Cristo de Velásquez, Museo del Prado, Madrid.



La sabiduría divina no es ajena a la sabiduría humana. Es más, la sabiduría de Dios sólo es comprensible en el lenguaje y la experiencia humana. Dios es tan cercano al corazón humano, dado el origen divino del corazón humano.



Un río es río en su recorrido, al unirse al mar es mar. Los cristianos, lo somos en Cristo. El cristiano que no se hace uno en Cristo no es cristiano, quizás porque en el camino de su vida aún no ha encontrado el modo de fundir su vida a la de Cristo, tanto como el río al mar.



Jesús no es para todos porque su persona debe ser aceptada libremente, captada de tal modo que afecte el camino que cada uno lleva en la dirección de su final inevitable.



Los cristianos lo somos por el bautismo. Con el bautismo nos hicimos uno en Cristo, al participar de su muerte y resurrección. Aún más, participamos de ordinario, en su vida divina cada vez que escuchamos o leemos su evangelio y al participar de los sacramentos, por ejemplo, en la reconciliación, y sobre todo al unirnos a su mesa del pan eucarístico.



Sin embargo, en muchos casos, “ser cristiano” sólo es una potencialidad o una capacidad sin usar; como una semilla de un árbol de aguacate guardada en un frasco de cristal. O como un un barco anclado en el muelle. Seguro en el vaso o en el muelle, nunca llegará al ancanzar las metas para las cuales fue creado, y vino a este mundo. 



El barco está seguro en el puerto, pero es para navegar. Lo propio de la semilla es llegar a ser árbol y el barco lanzarse al mar. Del mismo modo la identidad del cristiano no es tener otro nombre que se guarda de lunes a viernes y se saca a pasear los fines de semana. Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”, tanto, como un modo de ser.



Jesús es para todos porque es dado a todos, pero no es para todos porque sólo unos pocos logran hacerse uno en él. Cómo el río se hace uno con el mar.



Tal experiencia no es sólo para las personas religiosas o de gran experiencia mística, sino para aquellos que quieran vivir una vida con sentido humano. Sabiendo que todo tiene un inicio y un final. Y mientras se toca cualquiera de los extremos, la vida sólo debiera ser de amor y en el amor, para que valga la pena. Eso es fundirse o hacerse uno en Cristo en la vida cotidiana.



Para que Jesús sea para todos, recomiendo tres prácticas que pueden insertarse en la vida cotidiana.



Primero. No posponer la práctica de la conversión. La conversión es volverse a lo mejor que hemos sido en el pasado, para recuperar el sentido de una vida presente y futura. Conversión es regresar al punto en que nos extraviamos. Los días felices que tuvimos nunca están perdidos para siempre, pueden volver a ser otra vez; todavía con más belleza, si los retomamos desde lo mejor de nosotros mismos. Más aún si logramos examinar lo mejor de las personas. Ahí nos enfrentaremos cara a cara con el mismo Cristo quien nos dijo: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.



Segundo. Oír la voz de Dios en la propia interioridad. La persona o sabe vivir en silencio y en soledad o es incapaz de atender las verdades que están dentro de ella misma y de los grandes maestros, como Jesús.



La voz eterna de Dios suena imponente en el silencio, sólo interrumpido por el llanto del niño que nace, por el silbo del aire nocturno, por la lluvia que golpea los techos de madrugada, por el anciano que muere confiado en un amor mayor.



Hay que bajarse del ruido del mundo para descender a tu interior donde Dios habla en lo secreto y como águila te eleva por las alturas para enseñarte a amar desde lo infinito.


Tercero. Vivir en austeridad, moderación o sobriedad. Significa no acumular cosas más allá de lo que necesitas para vivir. Es darse cuenta de lo poco que necesitas para tener una vida feliz. Casi siempre sólo llegamos a notarlo cuando una persona se despide de este mundo por fallecimiento o cuando enfermamos gravemente. Las despedidas y el regreso a casa nos dan ese sentido de comprensión.

Piensa, por un instante que te vas de viaje por seis meses: echa en la maleta sólo lo que necesitarás para ese tiempo. Luego considera, que viajas por un mes ¿qué pondrías en la maleta? O piensa que viajas por dos días solamente. ¿Y si te vas para siempre fuera del país?: ¿qué necesitas llevarte?

Te darás cuenta de que son pocas las cosas que necesitas. Seguramente harás una selección de lo que en verdad necesitarás.

La vida es un viaje breve hacia la eternidad. ¿De cuanto tiempo? Nadie puede saberlo.


Ir por la vida ligeros de equipaje es llevar consigo en la maleta lo que necesitas. Nada más.


Al salir de viaje y regresar, sabes que en casa hallarás lo que dejaste; en cambio traerás cosas nuevas como regalos para quienes se quedaron esperándote.


Las cosas que dejaste al irte siguen en el mismo lugar, sin mérito y con mucho olvido. Tú en cambio regresas renovado, con el brillo en los ojos de haberte ido y de haber regresado. 


Esos son los frutos de la austeridad, la sobriedad o la moderación. ¿Lo notaste?


Eso es vivir en Cristo. Eso es hacerte uno en Cristo. Es de pocos. No para todos.
domingo, 3 de marzo de 2019

EL VACÍO EXISTENCIAL


El vacío existencial es aquello que no tiene contenido ni es sostenido por nada. 


Sentir vacío es sentir la nada. La nada es "la náusea", esa sensación de abandono y de muerte anticipada; en tal caso, la persona se siente, sin quererlo, inclinada al desprecio de sí misma en la sensación acre de hallarse con su muerte. 


Quien experimenta el vació fija su alma simbólicamente en el pasado, se ancla en un punto fijo. Se inmoviliza. La existencia no tiene rumbo. El ser es opaco, no se ilumina. 


Sin embargo, el vacío como extremo de vaciamiento, puede ser indicación que lo humano “debe alzar vuelo”. Lo humano, dado su origen, no puede ser para la muerte. La muerte física, cuando se percibe, abre puertas a otras experiencias, antes desconocidas. 


El vacío existencial es la pérdida de sentido que puede ser reivindicado a partir de la soledad, y el encuentro. Porque la soledad es algo más que el vacío. La soledad es la sensación profunda de que algo está por venir. Sensación que avizora la llegado de algo o alguien. El pueblo judío lo entendía como el momento de la visión (Ap 8, 1). Visión que requiere de la soledad y del silencio.


La soledad empuja al silencio, que hace crecer en la persona el anhelo de escuchar, con el afán de atender aquello "siempre mayor" que viene. Es la impresión de sentirse en búsqueda y a la vez encontrado. Porque la soledad no está centrada simbólicamente en el pasado sino en el silencio y la intuición. Es la pasión anticipada que hace venir lo grandioso. Esa pasión que afecta todo el ser y todo el entorno habitado. 


En justicia la soledad hace experimentar de modo extraordinario aquello que está en la conciencia en grado ínfimo; por eso, hace venir a las ciencias, las expresiones simbólicas del misterio, las voces del viento que anuncian la belleza. La soledad, impulsa desde las profundidades del alma, hacia lo que cada quien sabe que debe llegar a ser, porque está hecho para "esas cosas grandes". Sobre todo la soledad mueve al encuentro de lo que puede ser amado y no está siendo amado. 


La soledad es la madre de la esperanza, la esperanza que hace dialogante a la persona; pone a uno delante de lo otro para desvelar lo más humano posible. Es la plataforma de eso que llamamos felicidad. Con lo que inevitablemente se ha de vivir la vida en el "eterno presente". Es el impacto inesperado de "ese de repente" que nos pone delante de lo que ni siquiera imaginabas un día; pero que siempre nos puso en movimiento


Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Fotografía: Luis Ixim.


jueves, 17 de diciembre de 2015