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El mal



El mal 

El mal es un problema humano que no debiera existir; pero existe.

El mal es muralla infranqueable con quien la persona libra una batalla de modo permanente. 

Desde que lo humano es humano el mal se ha convertido para él en una realidad inevitable; y como voz desesperada golpea el paredón como grito de muerte que al parecer Dios no escucha.

El mal no debiera existir ya que toda persona humana está llamada a una realización siempre mayor, la felicidad permanente, por ejemplo; y el mal impide tal anhelo. 

Humanamente no es posible la realización sin la pérdida, como no puede haber vida sin crecimiento. En el desarrollo o crecimiento siempre debe perderse algo, sin el cual no es posible alcanzar mínimamente aquello que se busca. Por ejemplo, nadie puede realizar su personalidad adulta sin renunciar a la felicidad de la niñez o de la juventud. 

Por tales razones el mal no sólo es inevitable, sino al parecer, parte de la naturaleza del ser limitado, que dará sentido a la vida en aquella hora en que, a pesar de lo que provoca, impulsa la búsqueda de la comunión plena con lo infinito, como lo entendía San Ireneo al referirse a la salvación “como crecimiento hacia la plenitud”.

De otra manera, el mundo sensible, el de la limitación, -no el de Dios- produce el mal inevitable, porque impide la perfección. 

¿Dónde está Dios? 

¿Por qué no acude al clamor de quienes sufren el mal? 

Si afirmamos que Dios es amor, jamás abandona a quienes creó por amor. Por tanto, Dios padece el mismo grito desesperado de quien lo expresa, del mismo modo como la madre experimenta el sufrimiento de su propio hijo. El ser de Dios, estando entre nosotros, tiene que ver con la lucha permanente ante el mal. Y, es precisamente ahí donde nuestra existencia tiene verdadero sentido, a pesar del sufrimiento que el mal provoca.

Consideremos cómo la muerte de Jesús en la Cruz implica una tremenda confianza en el Padre, porque el Padre nunca estuvo tan unido al Hijo que en su muerte; tal afirmación es completamente válida, también al decirlo para nosotros.

¿Dios creo el mal?

Dios crea al ser humano finito, con realización infinita. Si Dios hubiera creado a la persona humana infinita, entonces ya no sería una persona humana, sino otro Dios, y Dios no puede crearse así mismo. Por consiguiente, Dios no crea el mal, sino a la persona finita.

Al crear a la persona con esa condición le da la capacidad de aspirar y alcanzar lo infinito. Por eso le crea por amor y le ama de modo permanente.

Eso quiere decir que Dios está en diálogo de amor con sus criaturas, y le está invitando de modo permanente a la comunión infinita de la que él  participa.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 27 de junio de 2018

La Fuente del Amor



El amor define a la persona y a su Creador

 

Por: Gvillermo Delgado OP


El escritor sagrado de la primera carta de San Juan dijo que “Dios es amor” 
(1Jn 4, 8). En eso centró sus enseñanzas a las comunidades cristianas de finales del primer siglo. E incluso decía que, quien no ama, aún no ha conocido a Dios.

 

Ese amor uno y único, hace uno y únicos a aquellos en quienes acontece.


En las personas ese amor fluye como agua pura e incólume. Decir que fluye es afirmar que no nace en esa o aquella persona, sino que en ella sólo corre como agua de manantial.


Entonces ¿Dónde nace? Nace en quien es uno y único, y hace uno y único en quienes acontece.


De otro modo, ninguna persona puede presumir de tener el amor, sólo expresa un amor cuya fuente no está en ella misma, sino en otra fuente. Sin embargo, todo ser humano, por serlo, ama y es amado en ese "otro" amor que tiene una fuente única, la divina.


Con justa razón el amor es esa realidad que hace misteriosa a la persona y a su búsqueda. No porque sea inalcanzable o incognoscible, no, sino porque le hace extraordinaria, le da sentido a su existencia, y en definitiva le lanza al conocimiento de su fuente.

Así, por ejemplo, el amor hace extraordinario al hombre en aquella hora que buscando saciar la sed en su única fuente, halla agua en otra fuente. Esa es la “hora bendita” en que se descubre así mismo delante de otra persona. Empieza a amar.


Aquí y sólo aquí es cuando el escritor sagrado del Genesis (2, 23) pone en boca de Adán, aquellos sentimientos que lo inducen a decir: “Esa si es carne de mi carne y huesos de mis huesos”. Y cuando Levinas afirma: “Frente al otro me encuentro ante una fuente de significados y valores”. Eso mismo lo afirma radicalmente el antropólogo, al decir: “El acceso a lo humano es el otro”.


Es decir, el fundamento de una persona sólo puede estar en la otra persona; porque la otra persona será siempre el acceso a la fuente más lejana y profunda, de donde emana el amor.


Dios es esa Fuente inagotable del amor, en quien el alma se sacia. Así lo expresaban, también, aquellos místicos del siglo VI a. C. al cantarlo en sus cítaras: “Señor, tu eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma tiene sed de ti como tierra reseca agostada sin agua” (Sal 62, 1).


¡Qué gran misterio el nuestro al hallar tal riqueza en las otras personas!


Por lo mismo, solo podemos ser felices delante de las personas, nunca sin ellas. 


Quizá haya quienes encuentren felicidad en las cosas y las mascotas; si bien es cierto, habrá que certificarlo como algo agotable y efímero; porque el amor no acontece en algo, sino en alguien. Eso es precisamente lo que hace inagotable al amor
.
 
Por consiguiente, el amor humano, como indicación del único amor, el amor Fuente, es y será siempre inagotable, a pesar de sus flaquezas por no transparentar convenientemente su pureza, como lo dijo el apóstol:
“Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4, 7).
lunes, 11 de junio de 2018