El Deseo de María Magdalena
«Estaba María Magdalena junto al sepulcro fuera llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.» Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? (San Juan 20, 11- 15).
Guillermo Delgado Acosta OP
Según San
Gregorio Magno, lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del
amor que ardía en el corazón de aquella mujer.
Ella buscaba
al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su
amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado.
Ella fue la
única en verlo porque se había quedado buscándolo. De ella hemos aprendido que: Lo que da fuerza a las
buenas obras es la perseverancia en ellas.
Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?
Se le
pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo, ya que, al
recordar a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego de su amor.
María, al
sentirse llamada por su nombre, reconoce al que lo ha pronunciado, y, al
momento, lo llama: «Rabboni», es decir: Maestro», ya que el mismo a quien ella
buscaba exteriormente era el que interiormente la instruía para que lo buscase
(San Gregorio).
Distinto a
San Agustín, María Magdalena no buscaba fuera aquella que ya sabía que estaba dentro. Ella
buscaba fuera aquel gran amor que ya tenía dentro. Porque esa era la única manera de unirse plenamente con el todo. Hacerse uno en el amor. Como el río que corre abrazarse con sus propias agua al mar.
El momento de la unidad es precisamente cuando las aguas se confunden: tanto lo humano con lo divino, como las aguas duces del río con las saladas del mar.
El momento de la unidad es precisamente cuando las aguas se confunden: tanto lo humano con lo divino, como las aguas duces del río con las saladas del mar.
El llanto de María Magdalena le
perfecciona ya que dilata la búsqueda del amor y pone en aumento el
deseo de hallarlo. Aunque no había encontrado del todo lo que ella buscaba, ya sabía que lo conocía. Lo sabía por la fuerza inconfundible el amor interior que le quemaba («porque fuerte como la muerte es el amor... sus destellos de fuego, la llama misma del Señor» Cantar 8, 6).
«Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor» (San Gregorio).
Buscar afuera lo que ya está dentro
Es imposible
buscar y hallar afuera aquello que no está dentro. La fuerza vehemente de buscar
fuera sólo puede venir del deseo interior. Si este es bueno, tarde o temprano se expondrá en el descubrimiento pleno.
Cuando se busca
fuera aquello que no está dentro cualquier cosa sacia los anhelos de
eternidad.
María Magdalena
es movida por la misma fuerza del amor interior. Su deseo consiste en saciar su
sed con el agua interior. Más aún, fundirse en le único y definitivo amor. Además, sabe que el agua interior no es suya. Sabe que en definitiva encontrar al amado es descubrir ese amor que le subordina el alma.
De pronto,
en aquella mañana de búsqueda, María Magdalena dejó salir de sus labios apenados
estas palabras:
«Como la sierva que anhela las corrientes de agua,
así suspira mi alma por ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios vivo» (Salmo 42, 1-2).
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