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La Gracia de Dios

 


La gracia de Dios


El ósculo de la paz es el gesto fraterno, 

el gesto de la comunicación del amor.



Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del 25 de abril del 2023.

Transcripción literal de: Lorena Natareno.


 

Los vecinos de Galilea al mirar a Jesús hacer milagros se preguntaban entre sí: ¿De dónde le viene a éste tal poder? ¿Con qué autoridad lo hace? En nuestra tradición decimos que esto es “fruto de la Gracia”. La Gracia de Dios estaba con Él. Él crecía en Gracia y Sabiduría.

 

La sabiduría es la capacidad de añadir conocimiento a partir de la experiencia del ensayo y el error.  Desde los golpes que nos vamos dando, la sabiduría crece. Con lo que aprendemos a saber decidir, saber alejarnos, saber estar, saber hablar, saber callar… ¡esto es la sabiduría humana!

 

El plus de la Gracia

 

La Gracia es otro nivel. Es el plus que nos va elevando, que va transfigurando esta sabiduría en algo diferente. Tú puedes tener mucha experiencia, mucha sabiduría para integrar experiencias; para aconsejarte a ti mismo o para aconsejar a los demás, pero no siempre tienes el plus de la Gracia.

 

Hay muchos entre nosotros que enlistan consejos o recetarios para vivir bien en tres puntos, cinco puntos. Pero nunca son suficientes, si quien da el consejo o quien lo recibe no tienen la Gracia. El consejo en sí mismo no basta. ¿Cómo comprender esto?

 

Si sigo los cinco pasos que me dan para vivir, pero no me resulta nada de lo que pretendo alcanzar: a lo mejor me sale un cangrejo o acabo haciendo rarezas.

 

¿Qué es lo que me falta entonces? Díganlo… díganlo… ¡la Gracia! ¿Y, cómo se adquiere la Gracia? Con frecuencia afirmamos que somos unos “desgraciados”. Lo decimos en el sentido de que no tenemos gracia alguna, en nada. Y se nota.

 

En el Bautismo se nos infunde o regala la Gracia. La Gracia es lo primero que recibimos del bautismo. Hay aquí una condición particular por la cual no solo crecemos: comiendo, estudiando, aprendiendo, cuidándonos o dejándonos cuidar; sino que crecemos con la Gracia de Dios. La misión de los padrinos del bautismo y de los papás del niño es cuidar esa Gracia, para que esa condición original en que hemos introducido nuestra vida individual en la vida de la comunidad se mantenga. Por eso los Sacramentos en los que posteriormente se nos pide participar: La penitencia, la Eucaristía… es para mantener viva y actuante esta Gracia en nosotros.

 

Esta es una capacidad extraordinaria que no depende de nosotros. Esta capacidad es al mismo tiempo un poder que Dios nos da en la justa medida, de acuerdo con lo que cada uno va cultivando. Por eso, para recibir la Gracia requerimos ausencia de pecado. Así Dios interviene en cada uno y la Gracia tiene efecto en ti. En este punto tiene sentido la pregunta que muchos hacen: - “Mire Padre, ¿y si no me he confesado, yo puedo comulgar?”

 

¿Cuántos comulgan sin confesarse? Supongo que la mayoría: ¿O no? Que es lo mismo, cuántos andamos en situación de pecado, aun así, accedemos a la condición de lo sagrado o al menos nos atrevemos a participar de lo divino.

 

Los efectos de la gracia


La pregunta sigue en pie: ¿se vale o no se vale? ¿puedo o no comulgar? Echen agua limpia en un trasto sucio ¿qué ocurre? El agua permanece limpia, sólo se enrarece en el trasto. El trasto no permite que el agua permanezca limpia por estar sucio. La Luz pura y santa alumbra el charco permaneciendo pura. Por tanto, si tú, por ejemplo, vienes y recibes los sacramentos estando en pecado, pues esa fuerza, ese poder de Dios no tiene el efecto en ti; qué sí tuviera si fueras un vaso limpio. Es cuestión de vida interior. El sacramento, como participación de lo sagrado, no tiene efecto en ti, si tú no tienes esa disposición interior.

 

Hay entre nosotros algunos que no se confiesan o no se han confesado nunca, tampoco participan de los Sacramentos como si no hubiesen sido bautizados. Así viven toda su vida. De ellos, otros afirman que, sólo vienen a la Iglesia chineados: de niños o casados, luego cargados al despedirse de este mundo con los pies fríos.

 

La Gracia se nos da para hacer uso de ella. Dios actúa en nosotros y a través de nosotros. Con la Gracia dejamos que Dios haga los milagros que Él ha hecho siempre. Para eso necesitamos esa Gracia que actúe en nosotros.

 

Quiero aludir de manera especial a las enseñanzas del apóstol San Pedro en su primera carta. (Las cartas de San Pedro tienen una connotación de mucha ternura, de hecho, a Juan Marcos lo trata como “mi hijo” o como hijito). Al escribir el Apóstol va recogiendo su experiencia, de cómo en él ha surtido efecto la Gracia, y cómo ese efecto es notorio en los milagros que él hizo; y dijo: “no es por mí, es por la fe que tengo en Cristo, por Su poder que está en mí. No soy yo”. Esa claridad le definió siempre, por eso se le llamó el pontífice (o sea, puente: instrumento para llegar a Dios).

 

La gracia en los humildes

 

Nadie será puente si la Gracia no está en él. Tampoco si no tiene la capacidad para resistir a la adversidad, como el León alado que simboliza al Evangelio de San Marcos. Recogemos un consejo que nos deja el Apóstol en el comienzo de esta carta, cuando dice: “Que, en su trato mutuo, la humildad esté siempre presente, pues Dios es enemigo de los soberbios y en cambio a los humildes les concede su Gracia”.

 

Si les pregunto: ¿ustedes quieren y necesitan la Gracia de Dios? Me imagino que la mayoría dirá que sí. Yo les diría a la manera de Pedro, “pues sean humildes”, bajen el listón, bajen ese garbo, bajen esa soberbia, y al hacerlo, lo que les quedará es la humildad.

 

La humildad queridos hermanos, consiste precisamente en reconocer los propios límites. Reconocer las debilidades. Pero no solamente reconocerlos y seguir siendo el mismo débil y limitado. Reconocer los propios límites es no ceder a aquellas cosas que contradicen la humildad. El soberbio es aquel que se cree y presume; y el pecado en él está precisamente en lo él que hace con lo que se cree y lo que presume.

 

¿Cómo tratas a los demás? A algunos les dan un poquito de poder y se marean. No saben los pobres qué hacer. Son unos pobres desgraciados que dan lástima; porque creen que tienen todo el poder olvidando que son gurús de paso. Al final de todo terminan, terminan siendo tan frágiles como los demás, eso que en cierto modo define la humildad. Tiene que ver con lo que el mismo Apóstol dice: “sean sobrios”.

 

La sobriedad es vivir sin mayores pretensiones. Si lo que tienes es fruto de tu trabajo y lo has conseguido no con el afán de tener por tener, ni ser en base a lo que tienes; sino en función de ser humilde, entonces has dado lugar a “ese algo especial”. Eso es reconocer los límites, dejando que la Gracia obre en ti o que Dios permita en ti hacer lo que Él haría si estuviera aquí en medio de nosotros.


Ahora Dios actúa en medio del pueblo a través de ti y a través de aquellos que les ha dado Su Gracia, Su Poder.

 

Esto es precisamente lo que el Apóstol nos aconseja en el capítulo cinco de esta carta, cuando habla de aquellos que viven en la Gracia. Ellos, no solamente tienen el poder de sanar, de aconsejar, de llevar la sabiduría a un nivel distinto, sino que al mismo tiempo tienen capacidad de buen trato, de buenas relaciones. Aquí están las palabras que él aconseja y que a mí siempre me han gustado, cuando dice: “salúdense los unos a los otros con el beso fraterno”. A eso se le llama también el ósculo de la Paz. Algunos lo llaman el “beso santo”.

 

El ósculo de la paz


¿Cómo se saludan ustedes? Con eso de la pandemia nos pusieron muchas restricciones y tan bonito que es saludarse de beso ¿verdad? El “ósculo de la paz” es el beso que transmite o comunica la ternura, la belleza del trato. En nuestra cultura es costumbre saludarnos con un beso en la mejilla. Algunos interpretan este modo de tratarnos y de mostrar nuestra ternura de un modo particular, especial.

 

No sé si ustedes tienen la costumbre de besar la frente. Es un modo de comunicar lo que quiero o que recibo. Yo siempre he interpretado ese beso como el ósculo de la paz, que es el gesto fraterno, el gesto de la comunicación del amor. Pero esto solamente se lo dan aquellos que saben que entre el tú y yo fluye un modo particular de ser. Pues San Pedro nos lo pide para toda la comunidad; o sea, para todos aquellos que han recibido la Gracia, a aquellos que han superado la soberbia, aquellos que con la Gracia del Señor saben que Él está actuando en ellos, pues en ellos ya hay un trato preferencial, un trato especial… en el ósculo de la Paz. Queridos hermanos, que la Gracia esté con ustedes: ¡Amén!

jueves, 6 de julio de 2023

LOS DESEOS PROFUNDOS DE LA VIDA CRISTIANA

 





Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.

Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del martes de Pascua, 11 de abril del 2023. 
Transcripción literal: Lorena Natareno.
 

Si queremos mirar con claridad tenemos que limpiar nuestra mirada. Si queremos mirar con autenticidad, con pureza, tenemos que limpiar nuestro corazón.

 

Si los ojos son la luz del alma. Entonces, ¿miramos realmente con el alma, con su autenticidad? ¿Siendo el alma creada directamente por Dios o imagen suya, nos permite mirar como él mira?

 

MIRAR CON OJOS DIVINOS


Para mirar con ojos divinos y con el corazón se nos sigue pidiendo ser bautizados. Que nos arrepintamos de nuestros pecados. Que recibamos el Espíritu Santo. Estas eran las ideas centrales de la predicación inicial de los discípulos. Pedro lo dijo a todos los judíos: hay que recibir el Espíritu Santo. Sólo después los ojos aprenderán a mirar, y el alma mirará lo que tiene que mirar.

 

Esta es la condición indispensable, para que como bautizados y como quienes nos hemos confesado más de dos veces durante la Cuaresma, recibamos la fuerza del Espíritu Santo, que es esa Luz que nos hace presente al Resucitado, y nos permite vivir en esta condición.

 

EL PECADO ANCLA DEL PASADO


El pecado en nuestra comprensión es aquello que nos ancla, nos mantiene estacionados en cosas del pasado. Porque el pecado es aquello que nos ha hecho daño y nos tiene en este estado. ¿En qué estado estás tú?

 

Basta con revisar las acciones del pasado, aquellas que no nos permiten limpiar nuestra mirada para mirar con claridad hacia el futuro. A veces se nos hace difícil mantener la mirada limpia, porque estamos demasiado anclados en ese pasado. Tan anclados estamos que cuando queremos corregirnos, corregimos a los otros, no nuestro pasado. Queremos apartar a los otros de su pasado, de su pecado. Y por nuestra parte insistimos en mantenernos tal cuales. Así es como aprendimos a sentenciar a otros.

 

Poco parecido lo que sucedió a unos amigos casados. Llegaron a confesarse con migo, después de que la esposa se confesó, se acercó su esposo y me dice:  -“Padre, yo no me voy a confesar, pero perdóneme de una vez los pecados”  -Y eso ¿por qué?, dije. El repuso: - “porque mi mujer ya se confesó con usted y seguramente ya le habló mal de mí, así que de una vez perdóneme”. Suele ocurrir ¿verdad? Son los otros, a los anclados en el pasado a quienes queremos corregir y eso no nos permite mirar con entera claridad.

 

 

Entonces, se trata de reinterpretar la vida presente. La condición del Dios eterno se halla totalmente en el momento presente. Si el pasado queda olvidado con el perdón de los pecados, ya no debiéramos mirar hacia él. Nos toca, más bien, partir del presente hacia adelante y visualizar de una manera totalmente nueva. Si no somos capaces de superar nuestro pasado trágico, doloroso, feo y pecaminoso y a la vez queremos que Dios nos resuelva las cosas, nada será posible a no ser que superemos aquellas cosas del pasado.

 

Por eso recibir el Espíritu Santo implica superar esta condición de pasado y abrirnos a una nueva visión, para que ahora Dios comience a construir con nosotros en adelante las cosas nuevas.

 

Hemos escuchado que las lágrimas en la mentalidad religiosa tienen un sentimiento profundo de culpabilidad.  Entonces ¿Por qué llorar delante de un difunto?  ¿por el amor que le tenemos o porque no volveremos a ver físicamente a la persona que se va?  Casi siempre se nos vuelca un sentimiento por el bien que no hicimos, por lo que no le dijimos...  Si lloramos por el bien que no hicimos, entonces, de aquí en adelante dejemos que la Gracia del Espíritu Santo nos permita llorar nuestra culpa. Por ese pasado que no podemos corregir, porque nos permitirá subir un grado en la bondad. Es lo que ocurre en el caso de María Magdalena.

 

SANTA MARÍA MAGDALENA


En la tradición del Nuevo Testamento, se cuenta que a María Magdalena le expulsaron siete demonios. Es el único dato que hay sobre ella. Por favor no digan que es una pecadora de otro estilo. Algunos de nosotros tenemos más de siete pecados. Somos unos brabucones, chismosos, buscapleitos, no saludamos a nadie. Pues, María Magdalena seguramente era así:  broncosa, enojona, de mal humor.   Si le expulsaron siete demonios es porque era una mujer de armas tomar, por decirlo así. Pero ya había sido perdonada por esto. Su pasado ya había quedado atrás. ¿Por qué llora ahora?   ¿Por qué llora ante la ausencia del Señor?


Llora porque tiene al Señor en su corazón. Porque Él ya forma parte de su condición de persona, de mujer.  No llora con sentimiento de culpa.


Persiste en el llanto por el mismo amor. Si en el amor nos hacemos buenos, esa bondad tiende a perfeccionarnos. Es como decir: ya soy buena, ahora quiero ser mejor; ahora soy mejor, quiero ser perfecta.

 

La mayoría hemos ido a la escuela. Como estudiantes al superar una calificación de sesenta, la pasando bien. Si logramos un nivel de ochenta o de noventa por ciento y un día sacamos un sesenta, sufriremos y lloraremos porque ya nos habíamos acostumbrado a un grado de perfeccionamiento.


 Así es en la superación humana y espiritual. Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.


El llanto de María Magdalena tiene que ver con el deseo de retener al Señor y plantearle un mundo de acuerdo con este amor, del que ella ya participa con Él. Ella visualiza el futuro. A pesar de eso las lágrimas no le permiten mirar con claridad, por eso confundió a Jesús con el jardinero (¡benditos jardineros! ¡dichosos los que nos gusta hacer jardín!). Pero una vez lo reconoce quiere hacerlo para ella, y de la comunidad; porque María Magdalena también representa a la comunidad. La comunidad de los creyentes que ya son parte de él. Por eso, María Magdalena, quiere que el Señor se quede para siempre con ella.

 

LA ESPERANZA CRISTIANA


Definir desde aquí nuestro futuro, es definir nuestra esperanza. Definir el hacia donde vamos y aquello en lo que nos vamos convirtiendo cada día. La persona que vive en la esperanza no solamente va realizando sueños de futuro, sino que va encontrando ya las satisfacciones de sus anhelos; porque va convirtiéndose en algo nuevo cada día, porque ya está encarando aquello en lo que finalmente, se convertirá. Esta es la esperanza.

 

Uno de los momentos tan místicos, tan sublimes y auténticos de los cristianos está en la Eucaristía. La Eucaristía cobra notoriedad en nosotros porque nos convierte desde la esperanza en aquello que seremos. Al participar, ya de la Eucaristía, nos estamos alimentando eternamente de lo que seremos para siempre. De tal manera que teniendo a Cristo en nuestro corazón lo tendremos a él eternamente. Esto define nuestra esperanza. Esto define en María Magdalena, su sueño de eternidad. La esperanza es querer poseer al Señor ahora mismo y que él me posea. La esperanza es que Él entre en mi alma y que me ilumine desde dentro. Esta es una experiencia mística y profunda de fe.

Queridos hermanos, si hemos salido de un tiempo de Cuaresma en el que hemos superado nuestros pasados trágicos de pecado, ahora nos abrimos con la Luz de la resurrección hacia un futuro y a una esperanza prometedora que, experimentamos en el resucitado. Eso es lo que nos ha convertido en personas diferentes, nuevas.  Esto es vivir en la condición de la Gracia. Esto es lo que ya nos provoca una inquietud de tensión hacia adelante. Es lo que nos hace sentir y proclamar nuestra fe y creer en la salvación eterna. 

 

Pidamos al Señor que esa Gracia abunde en nosotros, que nos ilumine desde la profundidad de nuestra alma. Que nuestra vida tenga sentido en función de nosotros mismos y para darle sentido a los otros.

 

Muchas personas en nuestro derredor andan carentes de sentido, con hambre de Dios. Aunque no lo digan. Con un hambre de eternidad que, aunque no lo expresen, la mendigan. Muchos mendigan amor y por no expresarlo, se auto torturan y torturan a los demás.  Sufren y hacen sufrir.  Si nosotros tenemos la Gracia, la esperanza, tenemos las capacidades de iluminar sus almas.  Si tenemos un sentido que viene de la esperanza, podemos dar ese sentido a la vida de los otros. Que el Señor nos conceda su abundante Gracia. ¡Que así sea! ¡Amén!

miércoles, 10 de mayo de 2023