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La fe y el miedo

 



¡Qué fácil es dar consejos! Decir, por ejemplo: ¡sé valiente, no tengas miedo! ¡Ten fe!

 De Gvillermo Delgado OP


¿Es posible no tener miedo? ¿Vivir en fe plena? De momento digamos que no es posible. Menos aún, superar los grados intensos de miedo o alcanzar un óptimo grado de fe y mantenernos constantes. No en personas normales como nosotros.

El reto para toda persona, religiosa o no, científico o filósofo, maestro o alumno, consiste en cómo responder a esas preguntas en el devenir de su vida. Sabiendo que el miedo, en muchos casos, es como el pedagogo interior que va advirtiendo de peligros y señalando las direcciones. En tal razón el miedo no se evade. Se le saca provecho. Lo primero es dejar que se manifieste, pero poniéndole límites: no más de 10 segundos. Los beneficios tienen que venir después.

Hay miedos que instruyen. Otros que no, pues son angustia real o imaginada ante el posible riesgo de no tener el control de sí mismos y de no alcanzar aquello que anhelamos. Es ese sentido al miedo, al ser creación propia, se le gobierna. No puede ser como un fantasma que yo mismo creo, y luego me espanta. Digamos pues, que es creación propia.

En cambio, la fe es certeza. Muchas veces opaca, no visible ni siquiera en el propio intelecto, los afectos o intuiciones. Sin embargo, permanece como el rumbo verdadero que moviliza, sin el cual seriamos almas ciegas, fuera de horizonte.

Por otro lado, hay muchos tipos de miedos, los más comunes son ciegos. Frecuentemente aparecen como impulsos que paralizan. Invitan a no hacer nada mientras la tormenta nos pasa encima. Nos anclan en pantanos a morir aterrados.

Si el miedo ciega, paraliza, te hunde en el pantano de la nada, te hace morir sin luchar; debes saber que, a pesar de todo, el miedo no se puede arrancar de tu piel, es la sombra de tu existencia, al menos mientras caminas bajo el sol. El miedo es de tu naturaleza. Es el grito silencioso de la conciencia que, aún mientras duermes te aconseja en los sueños. En consecuencia, el miedo es el buen consejero. El reto, la armadura para no huir, quedarte ahí, a enfrentar la batalla. El miedo es consejero, y si se ilumina con el sol de la fe puede conducirnos a buenos y seguros puertos.

Si el miedo es miopía, la fe es el ojo limpio del alma. Que orienta, hace ver y alcanzar lo que el miedo imposibilita.

Por eso, la fe como virtud es superación del miedo, gracias al esfuerzo de las decisiones y la angustia. Además, la fe es un regalo de la vida, de Dios, del universo, del todo, confabulando en favor de que tú, y tu entorno sean chispa, luz, fuego, llama que prende, ilumina, quema, evoluciona hacia las cosas grandes. Es decir, la fe define a las personas de “alma grande” (mahatma) como maestros, al modo del Señor Jesús.

En la lengua hebrea se utiliza el término “’amán” para decir amén. Este verbo significa apoyarse, asentarse, poner la confianza en alguien más solido que nosotros. Es decir, en la luz universal, que llamamos Dios.

De tal modo que la fe, y no el miedo, definen, finalmente, el tiempo como un regalo. Regalo es aquello que todos quisiéramos, pero lo esperamos de otros. Si lo compramos o exigimos ya no es regalo.

El tiempo como regalo, es aquello que no puedes darte, pero sí vivir, y para que lo vivas de acuerdo con la luz y las grandes cosas, con alma grande, los ojos de la fe serán siempre indispensables.

Foto: original de redes
domingo, 9 de agosto de 2020

El misterio humano




el Misterio humano

Existe una cosa propia de la condición humana a la que llamamos misterio. Cuando se decanta a lo bueno y santo es preferida como ideal, cuando se inclina hacia lo retorcido es algo despreciable. Inclinados a uno u otro lado, es como transcurre la vida.

Guillermo Delgado, OP

Las ideas grandes mueven las obras grandes. Si por una de ellas fueras recodado después de tu muerte, entonces pensarás: que no sólo valió la pena la idea que hiciste valer para los demás y para ti, sino que te hiciste inmortal, ya que sin saberlo buscabas a Dios donde ni siquiera lo sospechabas.

Queramos o no aceptarlo, la grandeza o la pequeñez, lo mortal o lo inmortal nos definen. Hay una cosa propia de la condición humana que por no saber cómo explicar llamamos misteriosa. Por ejemplo, tiene que ver con la actitud que asumimos una vez probamos la derrota.

¿Por qué el fracaso pone al descubierto una debilidad y la potencializa al extremo del aniquilamiento? Se supone que quien fracasa luchando como quien se hunde en el fango avanzando en un camino bueno, que él mismo determinó, jamás perderá la dirección que traía, a no ser que esa debilidad le haga cambiar de dirección.

Hay otra cosa más sublime que hace original al humano. Tiene que ver con una fuerza que lo moviliza a lo radicalmente bueno.

No hay cosa más sublime que vivir sabiendo que somos originalmente buenos, y que ahí está el fundamento de todo lo que en esta vida podemos conquistar.

A la hora en que comprendemos que en nosotros existe esa fuerza extraordinariamente buena, que nos mueve, no sólo llegamos a definirnos como lo que somos, originariamente buenos, sino que llegamos a saber por fin cual es el móvil de la vida ética y feliz.

Sólo los años hacen comprender lo misterioso de lo humano. Quizá porque empezamos a encarar la condición mortal con realismo. Así es como las grandes lecciones se aprenden de las pequeñas cosas. A menudo aquello que nunca tuvo valor, ahora brilla como el sol que se asoma en el horizonte entre las montañas lejanas. Mientras más limitada es la vida más grande se muestra. Por ejemplo, la enfermedad nos traza el halo de lo eterno.

Las voces eternas se oyen, no en el ruido sino en el silencio. Ya que la “soledad” hace posible la generación de la voz más potente.

Ocurre que en los ensayos de muerte que vienen con el profundo sueño, la verdad se asoma. También aparece en el descubrimiento de ser- uno-mismo. Y aunque esa verdad no nos introduzca en aquel lugar al que nos dirigimos paso a paso, sin embargo, lo traza como camino para llegar a ser, mientras avanzamos, lo que al menos mínimamente siempre hemos soñado.

Somos herederos de un paraíso del que jamás podremos ser expulsados.


domingo, 7 de junio de 2020

Cuidar la Vida



Armonía es vivir imitando el orden de la naturaleza


Por:  Gvillermo Delgado OP


Cuidar es “hacerse cargo del otro”; atender aquello que es distinto a mí, de tal modo que, “el otro” no sea mínimamente lastimado y vulnerado. Es parecido a la tensión permanente que une la rama al árbol y al instinto de las aves cuando construyen un nido para sus crías.

  

Igual es el valor de la responsabilidad. Estrictamente la responsabilidad es responder: “hacerse cargo de uno mismo”. O asumir las consecuencias de las propias acciones.

 

 La responsabilidad es una de las características de la persona adulta. Que define, al mismo tiempo, la moralidad y la vida buena y feliz.

 

 La responsabilidad y el cuidado

Aunque es diferente al cuidado, la responsabilidad, ayuda a comprender el cuidado. Pues, en cierto modo, la responsabilidad es ocuparse “del otro”; si no fuera así se reduciría a un antivalor que fomenta el individualismo extremo (por ocuparse sólo de sí mismo).

 

 Hacerse cargo de uno mismo, implica también hacerse cargo de los demás. No existe vida feliz si no está orientada a la vida de las otras personas con quienes convivimos.


Por lo mismo, la responsabilidad y el cuidado son fuente de las normas y demás valores morales. 

  

De tal modo que el amor se asimila al cuidado. Quien ama cuida, quien cuida ama. 

  

Salir de uno mismo

Con el cuidado una persona sale de sí misma. Se desprende de su propio yo. Como rama que se arranca del tronco, como esqueje, para reproducirse en una nueva planta. De tal acción se derivan los valores de la compasión, la solidaridad, la amistad, el altruismo, la armonía, etc. Siendo la vida la membrana que envuelve todo e intuye la vida feliz.

 

 El valor de la armonía

Veamos, por ejemplo, el valor de la armonía. El universo es contemplado en las pequeñas cosas. Una diminuta hormiga recrea el hábitat de un maravilloso universo. Para la hormiga todo el mundo acontece de modo articulado cuando avanza por el camino silencioso. 


De ahí que la armonía es como la danza de la creación. Donde nada se mueve por las propias fuerzas.

 

 La armonía es orden. Es el dedo que señala a la belleza y a las leyes naturales que la rigen. La armonía es la belleza de Dios en la naturaleza. Aristóteles dijo que la belleza tiene formas y estas son el orden, la simetría y la delimitación. En ese sentido, el arte es contemplación de la naturaleza. O trata de imitar la naturaleza a través del orden y la simetría. En pocas palabras, armonía es vivir imitando el orden de la naturaleza. Es el arte de Dios.

 

La virtud cardinal

Quienes vivimos con una clara consciencia de la débil condición humana, descubrimos que el mundo (o la recreación) no nos pertenecen. Y, por tanto, no nos queda más que cuidarlo, como cuidamos la salud del cuerpo. Quien cuida la naturaleza que acontece fuera de su cuerpo, cuida su mismo cuerpo.


“Cuidar” de modo responsable es la virtud cardinal propia de las relaciones humanas; porque embellece al mundo que habitamos y al mismo tiempo nos hace bellos a nosotros mismos.

  

La belleza acontece en el instante de las buenas relaciones humanas, porque hacemos habitable la tierra y nuestro propio cuerpo. Cuando eso pasa, el alma ha encontrado su lugar como el agua la quietud de su pozo. 

 

No hay otro modo de existir sin la referencia “a lo otro” de la naturaleza: todo lo que acontece fuera de mí. Ese es el único modo de cuidarnos a nosotros mismos.

  

Somos naturaleza. Somos belleza

Yo no existo sin "lo otro". Aceptar que el universo en su totalidad puede ser comprendido desde mi propio mundo es hacerme consciente de la responsabilidad de “hacerme cargo” del universo que nace de mi interior, del modo en que lo entiendo.  


Eso es lo pasa en el instante en que “me hago cargo del otro”, (de los demás).

martes, 6 de agosto de 2019

La Vida es un Sueño

La Vida es un Sueño

“Quiero recordar que la vida es un sueño
y en mi corazón siempre guardaré un lugar
por si te llego a encontrar al despertar”.
Pedro Calderón de la Barca.

Nacer es despertar de un sueño que Otro soñó. Ese sueño sólo puede ser conocido mientras vivimos. Nacemos para vivir el sueño de la vida. 

Una vez en el mundo aprendemos a movemos en espacios extremadamente pequeños y breves, que sólo empiezan a tener sentido en aquel instante que los imaginamos buenos. Que terminamos haciéndolos bellos. Esa tuvo que ser la razón que le llevó a decir al filósofo Leibniz que: el mundo que habitamos es el único y mejor entre los posibles mundos.

Tal belleza que ya está en las profundidades del alma la hacemos venir a nuestro mundo exterior visible.

La memoria es el maestro que nos ha encaminado a ser lo que ahora somos, porque se alimenta de una realidad interior donde todo sueño se materializa. Es decir, el sueño es una idea material, concreta.

El sueño es concreto como es concreta la vida. Es la vida la que en este momento me permite leer y pensar lo que leo.

En pocas palabras, la vida es un sueño imaginado y vuelto a imaginar tantas veces posibles, que emerge del alma, hasta día que nos digan: «Retornad hijos de Adán» (Salmo 89, 6).

Retornar es volver al punto de partida como en un círculo perfecto en que acontece la vida con un inicio y un final; que luego se abre como en un espiral hacia lo alto de modo infinito buscando fundirse con lo eterno.

Imaginar en círculo nos convierte en dioses poderosos: con capacidades de crear mundos, de viajar por el espacio, de convertir el agua en luz y calcular la velocidad de un haz por el basto espacio (300.000.000 m/s). Más aún, nos hace capaces de entender la vida como un sueño breve que acaba en otro sueño. Donde la luz no tiene velocidad. Un lugar en que la luz, la justicia y la paz se abrazan.

La vida vino de un sueño que nunca tuvimos y se nos concedió sin tampoco pedirla. Lo cual la convierte un auténtico regalo de amor.

Quien vive sueña la vida feliz. Aun viviéndola, porque sabe que siéndola suya nunca lo es del todo. Además, es consciente que delante de todo regalo de amor no queda más que agradecer el regalo, fundiendo su alma con el dador. Por eso, todo regalo funda la amistad o la hace consiste.

Eso explica las capacidades que tenemos de amar mientras vivimos. El poder de mirar lejos y comprender el dinamismo de las fuerzas misteriosas que nos mueven. La capacidad de abrir puertas, a través de las cuales avanzamos a otros mundos. De tal modo que el día que nos marchemos las dejemos abiertas para que otros tengan la posibilidad de mirar lejos, avanzar hacia horizontes lejanos y materializar sus sueños, tal como lo hicimos nosotros.

Como todo sueño, no puede retenerse para siempre. Al manifestarse en instantes mínimos y efímeros, mientras dormimos, una vez despiertos sólo puede ser narrado de diversos modos e incluso reinventarse. Del mismo modo, el sueño de la vida tiene que venir de una fuerza mayor e infinita que explique todos los demás sueños.

Así, al afirmar que la “la vida es bella”, alguien tuvo que soñarla primero. Crearla desde su propia belleza. Con tal dimensión que nosotros, los mortales de este mundo, nos sintamos obligados a buscarla en todos los rostros y destellos de luz; hasta el día que por fin nos demos cuenta de que la belleza está en el mapa interior del alma. Tomemos en cuenta que, en cierto modo, ahí prevalecen los atisbos más cercanos con aquel que soñó y creo cada vida humana.

Con todo esto que hemos afirmado, también podemos decir que vivir es vivir un sueño breve que sólo es comprendido con la muerte. Por eso exaltamos la bondad de quienes mueren.

Mientras vivimos nos pasamos los días entendiendo la vida y soñándola. Somos incapaces de crearla. Sólo tenemos la capacidad de recibirla y de recrearla. Como en el amor somos capaces de amar y ser amados porque hemos recibido el amor. Jamás hemos sido, ni seremos capaces de crearlo. ¡El amor es uno, como una es su causa!

La muerte muestra colores diferentes de los sueños queridos porque tiene que ver con los sueños consumados. Ese es un grado particular de la belleza hacia donde la vida tiende. Mirarnos desde lo que fuimos nos hace capaces de comprender aquello que ahora somos. No existe otro modo de comprender lo que ahora somos. Sólo se entiende desde lo que un día fuimos.

Por eso, lo queramos o no, somos un invento del pasado. No como un pasado cronológico sino como memoria escrita de manera indeleble en el alma. Despertar todos los días desde la memoria del alma, eso es vivir el sueño de la vida.

Es hermoso vivir el pasado como lo que un día fuimos, para imaginar el mejor mundo posible y contener aquella belleza en la que aún no somos, pero que sin duda seremos.

Si vivir es imaginar lo que podemos llegar a ser, morir es recobrar lo mejor que fuimos. Eso quiere decir que, imaginar la vida desde el pasado es querer la vida, no de cualquier modo, sino haciéndola bella.

Por eso cuando un ser querido fallece reconstruimos su vida hacia nosotros desde los esbozos más hermosos y buenos. Así, la muerte es un tesón necesario para que la vida sea siempre bella. Es una expresión del único y eterno amor.

La vida es un sueño por eso es bella. Por tal motivo, la mejor manera de vivir la vida es vivirla como un sueño. Que el trayecto haga que toda alma buena sea la alfombra por donde Dios camina entre nosotros.

Por: Fr. Guillermo Delgado OP
Revisión: Glenda Macz
Foto: jgda
lunes, 15 de abril de 2019

Las Etapas de la Vida



Las Etapas de la Vida


Nacer no es suficiente para vivir. Vivir es conocer las leyes de la vida. Con razón, “los más grandes enseñan a los más pequeños” a descifrarlas y a hacerlas valer.

Nacer frágiles con las manos apretadas es indicación que somos por naturaleza necesitados. Sólo el día en que nos despidamos de este mundo abriremos los puños. Aquel día quedará liberado lo que se nos dio a la hora de nacer.

La muerte es no necesitar nada. Y debe ser posible mientras vivimos. En cambio la muerte física se impone en el silencio, la frustración y el llanto, porque fue entendida sólo desde la "necesidad y el aburrimiento". 

¿Por qué entender la muerte como final y no como principio? o ¿Por qué la muerte debe ser solamente física? El día que la muerte sea más existencial y no física, viviremos al modo como lo enseñó la Madre Teresa de Calcuta, quien iba con las manos extendidas, nunca empuñadas. De ella aprendimos que las manos extendidas son las del amor y las empuñadas del egoísmo y el odio. Eso es morir para vivir.

¿Por qué sólo en las etapas de la juventud la definición de sí mismo se construye en base a los anhelos y la realización? y ¿Por qué conforme la persona toma decisiones y asume responsabilidades el pasado empieza a ser el horizonte más querido?

Aprender a vivir no es fácil. Conforme nos alejamos de la niñez, la nostalgia de lo que fuimos empieza a imponerse. Nos convertimos en sentimentales. En los recuerdos encontramos el mejor refugio que nos define. Quiero decir que, con el paso de los años la memoria discrimina lo próximo y se remonta a lo recóndito. La memoria se hace más selectiva, nunca olvidadiza. La vida se manifiesta tal cual. Pero, para muchos ya es tarde. Yo creo que para la vida y el amor nunca es tarde.

Es cierto que con la ancianidad la muerte física se asoma, como el sol matutino entre las montañas, tan cierto que el cuerpo en su decaimiento lo recuerda a cada instante. Sin embargo, junto a la muerte, se impone impetuoso, un amor en estado puro; sobre todo, al descubrirse la persona, así misma, en las generaciones que heredan sus genes. Con justicia, los nietos, para los abuelos, son el gran amparo y fortaleza. Y para que quienes aman la vida en todas sus manifestaciones, ese mismo hecho los recompensa a cada instante y más allá del tiempo.

Demasiado tarde llegamos a comprender que la única manera de no morir está en relación con el amor que damos y el amor que recibimos.

En el amor no cesamos de aprender y no cesamos de enseñar. Sólo en el amor es posible vivir la vida hasta el final. Porque ese amor en que amamos nunca fue nuestro, es y sólo puede serlo de Dios.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: Familia Delgado-Acosta

lunes, 21 de enero de 2019