Madonna de la granada de Fra Angélico (1523-1524) |
La
expresión «Madre»
El concepto «Madre» representa la belleza y la vida en
todo el acontecer humano. La belleza de la Madre se impone en todo lo que
existe, es aura que envuelve lo viviente haciendo razonable aquello que se escapa
a la comprensión mundana por ser manifestación de lo misterioso. Ese
sentimiento le permite a la personas hallarle sentido a las cosas cotidianas,
incluso a las horrendas, dándoles matiz de perfeccionamiento.
O sea que, existe una experiencia y una comprensión de
tal expresión. Como experiencia es lo que extrañamente llamamos amor: fuerza
arrasadora que vincula a una persona con otra, aunque sean diametralmente
diferentes. La compresión, por su parte, es la representación simbólica de la
belleza en la Madre que hace nacer, en toda comunidad humana y en la persona
individual, las narraciones de tipo mitológico para explicar los sentimientos
más profundos.
En el ámbito más personal o privado, la profundidad de
los sentimientos subsisten en las relaciones orientadas a la complementariedad.
Todo ser viviente -las plantas, los animales y hasta los seres inanimados-
perduran en la complementariedad, todo es vacuo e inútil sin «su-otro-yo». El
universo es caos sin el abrazo de la complementariedad. Las diversas
representaciones simbólicas de la complementariedad se convierten en la
justificación más idónea para entender el esplendor de la naturaleza humana y
del mundo. Por ejemplo, las relaciones opuestas que nacen de «la atracción de
lo-otro y extraño», como el día y la noche, la luna y el sol, el agua y el
fuego, la vida y la muerte, el hombre y la mujer, dan a conocer la belleza de
la Madre como fuerza unificadora que abraza y armoniza todo; de tal modo, que
el sentimiento materno es el nervio que une a las partes, llama a la parte
vacía para ser llenada, y a la parte inerte a ser vitalizada.
En la experiencia de la fe cristiana la Madre es el
punto de encuentro de lo divino y lo humano, porque revela la omnipotencia de
Dios y lo grandioso de lo humano. Dios hermana a toda la raza humana en su
Hijo, en particular en la condición de Dios-Padre, sobre todo al «compartir» a
la Madre de su Hijo con la comunidad humana -eso ocurre en el momento en que
Juan, el discípulo de su Hijo, recibe «a su» Madre «en su» casa.
La
expresión «Madre» en lo divino
Imaginemos por un instante a Dios creando los opuestos
y ordenando las cosas para dar paso al Edén, donde el Creador se abraza con lo
creado. En los primeros dos capítulos del libro de Génesis, el escritor
sagrado, cuenta que Dios crea y pone las cosas en orden, y sólo después crea a
la persona humana como hombre y como mujer. Al parecer, la «soledad» no le va
al hombre, ya que para existir necesita exteriorizar lo femenino desde sí. Más
allá de «una mujer», lo que al hombre le urge es realizar el gran sueño de lo
humano, como un trascenderse desde-sí-mismo (es la razón por lo que Dios hace caer al hombre en sueño profundo,
quien al despertarse, «se reconoce» él mismo en la mujer, al decir: «Ésta sí es
carne de mi carne y hueso de mis huesos»).
Ser llamados a la unión no es sólo llenar el vacío o
revitalizar lo inerte, sino hacer nacer y acompañar el desarrollo de los
grandes sueños del que un día se despertó la vida. La unión es el sentimiento
humano que siempre moverá inconscientemente a mirar el punto de origen, que «aparenta
estar» en el horizonte visible inmediato -captado por todos los sentidos-. Por
eso, la Madre como punto de unión o de re-unión está presente a lo largo de
toda la vida, y la persona no puede vivir sin estar orientada a ella. Como la
aguja del reloj que va tras cada segundo sin nunca alcanzarlo y retorna
periódicamente a su punto de partida para marcar un nuevo comienzo, así la
persona busca ser unificado en la Madre.
La
expresión «Gran Madre»
La idea de la «Gran Madre» es tan familiar porque está
presente en la feminidad que alcanza su máxima expresión en nuestras madres y
abuelas -sobre todo, en las representaciones femeninas de la naturaleza-.
Con razón, lo femenino complementa la realidad y
«envuelve» al universo en un solo abrazo. Así como nadie en este mundo nace sin
madre, el hombre (Adán, en tanto ser humano) sólo es bello «en relación» a
ella. Científicamente se ha demostrado que el diseño humano desde la «célula primaria» es femenino y tal realidad, en
cierto modo, perdura a la largo de la vida.
De ahí que la única manera de poseer ese sentimiento
sublime es adherirse radicalmente con aquello que sin saberlo tiene que
representar esa cualidad femenina y divina. Con razón quien encuentra ese
sentimiento representado en su ser amado «encuentra un tesoro» y «vende todo lo
que tiene» para atarse irremediablemente a él o «lo compra con su dinero»
haciéndolo suyo. Quienes logran captar esa verdad saben que deben atarse a su
ser amado, y que tal atadura les sostendrá vigente el sentimiento (de amor)
hasta el día en que vuelvan al lugar donde comenzó la vida.
La
«Gran Madre» en la fe cristiana-católica
Muchas de las imágenes que representan a la Gran Madre
sostienen a un niño en sus manos u otros símbolos que denotan la generación de
la vida de modo perenne. En la fe cristiana-católica, las imágenes perfectas
están en la Virgen María. Ella sostiene la vida, la del Dios encarnado.
Aquellos que gustamos de tal belleza nos sentimos sostenidos en esas
representaciones. Y desde los regazos de la Madre declaramos calladamente que «somos
seres para la vida y no para la muerte», porque para cuantos amamos, la muerte
nunca tiene la última palabra. La muerte no es otra cosa que la ausencia de ese
sentimiento amoroso que contradice la genialidad de la obra creadora. Sabemos
que todo lo que tiene vida en el basto universo envejece a cada instante. Cada
segundo que pasa es letal, sólo la Madre como expresión de la belleza divina es
quien nos hace hallar sentido incluso a lo calamitoso, al desprecio y a la
muerte. En justicia oímos decir: dichosos quienes salvan su vida atándose a ese
Gran Amor.
La
realidad profunda del inconsciente
La Gran Madre es la realidad más profunda del
inconsciente que al exteriorizarse conscientemente revela la verdad de los
sentimientos. Así como nadie se contenta con la sola revelación del símbolo,
sino con la satisfacción del deseo al poseerlo o sentirse poseído por él, así, la
Gran Madre como expresión universal de la belleza es puente, es lugar que da
crédito a lo que sentimos y queremos poseer. Que Dios haya tenido Madre y que
esa Madre también sea nuestra, no es una simple invención ideológica ni un
principio antropológico, sino la más grande revelación de quién es Dios. Esa
madre es el lugar en que el Verbo (la Palabra Eterna) se hace carne "y habita
entre nosotros" (Jn 1,14), más allá de toda analogía, es el espacio que
nosotros también habitamos, donde encontramos la otra parte que nos permite
encarnar el sentimiento, creer, esperar, amar y hacernos para las realidades
que perduran más allá del acontecer presente.∞
Por: Fr. José G. Delgado
Foto: Museo del Prado
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