El Cielo Hechos y Palabras viernes, 1 de julio de 2016 Sin Comentarios


Eran las cuatro de la tarde cuando salí presuroso de Casa. Por dos años había preparado tal viaje. Los retos me seducían, las alturas medían mi estatura.

Como cualquier extraño, empecé a subir la montaña.

La noche me atrapó sin apenas darme cuenta.

Para entonces, mi respiración ya se había acelerado.

Sabía que debía llegar a la meta que yo mismo me impuse.


En cada impulso de mis pasos pensaba: que, trazar un límite es tener el cielo por señal.


En algún momento llegué a creer que alguien calcaba mis pasos, pero sólo era la sombra difusa y tendida en la vereda de mi mediana estatura.


En la cruz-calle, María Magdalena descansaba a la sombra de los olivares. Antes de mirarle a los ojos el perfume de su ánfora me habían alcanzado. En el suelo aún se veían los rastros sinuosos de una palabra en arameo. Yo pensé: ¿Ésto es real o es sólo el rumor lejano del viento que trae el mensaje de los trenes que avanzan en sus carriles cuando traen las tropas al término de la guerra?
...
Llegué exhausto a la cumbre, y contemplé perplejo las líneas curvas del horizonte.

Así transcurrieron las horas hasta que decidí regresar al punto de partida, sólo que veinte años después.
Para entonces, el cielo había dejado de ser una metáfora. María Magdalena, quien tenía las palabras exactas, me había dicho que lo razonable del alma está en saberse colocar a la sombra del amor; que el cielo no es una conquista de las fuerzas humanas únicamente -porque el cuerpo no siempre es capaz de la verdad-, sino un regalo que sólo el amor puede darte. Me dijo, además,  que el modo de hacer tuyo ese amor es aceptarlo con el beneplácito del alma entera. Sin dejar nada, nada, nada, fuera. Por último, me dijo: el paso siguiente es atender las palabras del Maestro cuando dijo: ¡Vete en Paz! ¡El amor te ha liberado¡ ¡El mal no te hará daño nunca más! 

Después, tuve que proseguir mi camino. No quedaba más.

Jamás, olvidé el color de su mirada, el olor de su perfume, el semblante de su estatura y el tono sublime de sus palabras. Sin duda, tenía un alma grande: había sido inundada por el amor.

Desde entonces, pasados aquellos años, yo camino en la dirección que el cielo me traza 

Foto: jgda (BS, FW).

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