Mucho Gusto en Conocerte Hechos y Palabras sábado, 9 de julio de 2016 Sin Comentarios

Mucho Gusto en Conocerte
¿Por qué me da tanto gusto conocerte? 
Porque al saber de ti, me conozco yo mismo.

Accedo a ti con mis palabras. Las palabras son la mejor representación de mi pensamiento. Y, el pensamiento se construye en la sensibilidad del corazón.

De otro modo, las palabras son el caleidoscopio que descompone aquellas cosas que mis sentidos perciben de ti.

¿No será que al mirarme, te miras también tú; e interpretas tus mismas palabras? 

Al tomar una foto cualquiera, percibes la belleza. Esa fotografía la guardas, llevándola al grado inconsciente de tus recuerdos. Tarde o temprano volverá a presentarse delante de ti.
La belleza percibida es aprendida desde uno mismo. ¿De dónde más? La belleza, son pequeños impulsos interiores que mueven la existencia. Quienes a su vez se remontan a los fundamentos, a la fuente de donde venimos.
Por eso, amamos aquello que asimilamos con el pensamiento. Tal realidad nos convierte en personas creyentes, de acuerdo a lo comprendido, porque en el nódulo de la razón determinamos las decisiones como “las mejores”.

Desde ahí nos convertimos en intérpretes de nosotros mismos y de todo lo que amamos; y en personas que creen (creer es la razón de ser de la autoestima). Por consiguiente, la mejor manera de comprendernos a nosotros mismos sólo puede ser posible delante de quien es nuestro semejante. Así es como el hijo ama a su padre por toda la vida.

Desde siempre se ha dicho que Dios habita el centro del corazón humano, por eso aprendimos a colocarnos en ése centro, poniendo la totalidad de lo que decimos amar. 

Entiendo por Corazón el centro o lo fundamental de lo humano, no necesariamente un órgano o un lugar físico.


Lo razonable de tal acierto está en que del corazón brotan las leyes auténticas. La ética ha nacido de la sensibilidad humana más profunda que tiene un centro específico en lo humano. Lo que nunca ha estado en el corazón puede ser desvirtuado como humano, por consiguiente nadie está obligado a obedecerlo. Sólo se obedece aquello que nace del centro divino-humano y se alimenta de aquella Fuente. Esa obediencia es el soporte de la libertad y del amor con el que finalmente conocemos a quienes amamos.
Quiero decir que, si un día te sentiste amado y amaste a alguien, “eso” nunca puede ser finalizado repentinamente, pues quien ama como quien es amado ha sido percibido con el corazón y grabado, ahí incluso de modo inconsciente, en un amor infinito. Como dice el escritor sagrado: "grábame como tatuaje en tu corazón, como sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el infierno la pasión" (Cantar de los Cantares, 8, 6).
Con justa razón algunas experiencias cuentan que en el momento final de la vida suele mirarse una película que recuenta los hechos y las personas que hicieron de la vida una auténtica historia de amor.

Delante de lo que amas no hay nada sin valor. El conocimiento de ti mismo y de la persona conocida te perfecciona. Te hace más feliz. En el dado caso que consideres alguna banalidad en ti, ha de ser porque nunca aprendiste a interpretar las representaciones simbólicas que la otra persona te expuso. O porque no quisiste que tu mente hiciera ciencia de la conciencia.

Lo que no-cambia en ti será aquello que aprendiste como verdadero y lo pusiste en lo profundo de  tu corazón, porque ahí está la fuente de la felicidad.

Lo-que-sí-cambia sólo puede ser aquello que te perfecciona, ya que esa es la razón de ser de toda persona. El cambio para perfeccionarse.
Como botan sus hojas los árboles para darle lugar a las flores y sus frutos, así debes cambiar tú para hacerte valer en la belleza, de cuya imagen eres extraída.
Así es como te percibo en la belleza cuando me dices tu verdad. Y aseguro: que me conozco más y mejor, conociéndote a ti.

De Gvillermo Delgado-Acosta.
Foto: jgda
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