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Diez propósitos para un año

 


Diez propósitos para un año

 

La felicidad está en el umbral de tu casa. Déjala entrar.


 

Por: Guillermo Delgado OP

 

La felicidad es una tarea que no llega sola, se hace venir. Nada es posible sin las fuerzas profundas del interior. La felicidad está en el umbral de tu casa. Déjala entrar.

En seguida te propongo 10 propósitos posibles para la felicidad. Un año puede ser tiempo suficiente para que estos te sustenten el alma.

 

1.Creer lo que sueñas. La creencia se abraza con la fe. Convencerte de lo que crees es permitirte surgir desde tus raíces más profundas, como semilla que despierta y se manifiesta en una planta visible que crece y se desarrolla. No puedes sólo creer sin soñar, ni soñar sin creer.

 

2. Ama lo que eres. Con el cristianismo aprendimos que el amor a las otras personas es reflejo del amor propio de la persona que ama; y este es a su vez muestra del gran amor de Dios. ¡Claro! Eso obliga amar lo que uno es. Amar la propia condición humana: mi color de piel, mi condición familiar, mi propia historia. Lo que soy es el equipaje que me aliviana para ser ahora mismo y para avanzar en cualquier dirección con un horizonte preciso.

 

3. Amar a aquellos con quienes convives. Hemos sido creados para amar, para relacionarnos. Del amor venimos y ahí volvemos, siempre. El amor es el único lugar seguro. El amor es el lugar privilegiado y habitado por las personas con quienes convivimos, aunque en la cotidianidad de la vida no siempre expresen todo el amor esperado. Cada uno tiene a esas personas de apellidos e historias similares. A esas hay que amar siempre. Porque ahí comienza todo y ahí se vuelve siempre. Cuando todo se reduce a los más íntimo y personal, siempre tenemos a las personas que amamos y nos aman.

 

4. Buscar espacios de silencio y soledad. Si quieres oír y seguir la voz profunda de las verdades del alma, debes cuidar y crear espacios de silencio y soledad. A veces esos espacios están habitados de personas prudentes, ancianos que pueden ser nuestros padres, abuelos o vecinos; también pueden ser lugares como los templos, las montañas; la propia habitación o esos espacios personales con fragancia y música al gusto. Ahí donde la verdad se impone y se quiere. Esos lugares te convierten en aquello fresco y amable que llevas consigo ahí donde vas o estés. Los demás lo notarán. Verán en ti a un ser misterioso. Lo misterioso viene de la soledad y el silencio. Todos queremos amar lo misterioso y a la vez hacerlo nuestro. Dale lugar a lo misterioso en ti. Luego me cuentas.

 

5. Haz ejercicios físicos. El ejercicio físico es el primer paso para la meditación que unida a las buenas vibras, te hacen fuerte desde la actividad cerebral. De esa combinación proceden, en gran parte, la salud física, emocional, intelectual y espiritual.

 

5. Buscar la salud espiritual. Al decir equilibrio pensamos en la balanza que sostiene dos fuerzas contrarias. Referirnos a la salud espiritual es convivir con todas las fuerzas del interior y del exterior, desde donde nos constituimos, somos y pertenecemos, y nos transformamos en personas con un sentido para vivir, o en personas que tienen razones (o por qués) definidos para vivir. Las personas espirituales llevan la vida con satisfacción, aun en lo difícil, por ejemplo, situaciones de salud, estados de imperfecciones físicas o emocionales o historias fatales. La salud espiritual levanta, orienta y en consecuencia define la calidad de vida que ahora mismo cada uno merece.

 

6. Lee y medita en el conocimiento humano y científico. Si sabes leer, lee. Nadie debiera presumir del conocimiento mínimo. Demasiadas cosas están dichas y explicadas por hombres y mujeres de ciencia, que no debiéramos desconocer. No te conformes con leer aquello que te imponen las redes sociales. Cuida de no caer en la superficialidad de “los contenidos” que te siegan y niegan la posibilidad de conocer la verdad de lo humano y del universo. Se dueño de tu propio destino. Decide tú mismo qué leer, en qué creer. Define la dirección de tu vida desde el conocimiento científico y humano, para no ser uno más en el montón, sino persona en la multitud. Ser el personaje que piensa y habla diferente.

 

7. Crea. Inventa un mundo nuevo. Que sea tu mundo. Antes se decía que hay tantos mundos como personas, porque cada uno creaba el suyo. Ahora no ocurre, porque unos pocos crean jerarquías de valores, modos de ser, preferencias sobre las cosas y las imponen. Por ejemplo, en las redes sociales. Muchos viven según las ocurrencias de otros. Es necesario que volvamos a crear el propio mundo, retomar la autonomía de la libertad. Crea, como el mismo Dios creó el mundo. Inventa tus propias palabras, haz arte. Diseña un universo para ti donde quepan todos aquellos que amas.

 

8. Cuidarse cuidando a los otros y al planeta. Cuidar es el mejor sinónimo del amor. Amar no es sólo un pensamiento, es una tarea. ¿De qué sirve la salud física, emocional y espiritual, sin que redunde en la salud de los otros? Sería una sombra maligna que enferma. Tu autoestima se mira en la planta que cuidas y en el tenue atardecer que entra por tu ventana. De tal modo que cuando contemplas un atardecer te contemplas a ti mismo y cuando cuidas a quienes amas respiras la paz profunda de la belleza.

 

9. Celebrar lo que eres y tienes. No añores nada que no sea aquello que ya tienes en tu ser profundo. Todo lo demás, incluso las personas, llegarán tarde o temprano a tu vida, incluso sin buscarlas. No vivas para las cosas. No vivas para el trabajo. Trabaja para vivir. Deja que las cosas te sirvan y se vayan cuando no las necesites. Suelta, libérate de lo innecesario. Vive con lo esencial. Entonces cada instante será para ti como celebrar lo que eres y lo que ya tienes.

 

10. Agradece en todo momento. Lo que ahora has llegado a ser se debe a lo que decidiste en el pasado. Eres aprendizaje. Agradece por lo que fuiste y por el momento presente. Favorece así todo aquello que sin saber vendrá a tu vida en trabajo, salud, relaciones y buenos tiempos. Celebra la vida. Motivos sobran. Un día te irás de este mundo y todo quedará. Si no agradeces y celebras con alegría un día serás olvidado como las cenizas de un árbol viejo.

martes, 7 de enero de 2025

Fortalecer la fe en tiempos de crisis



Fortalecer la fe en tiempos de crisis


Toda crisis es el debilitamiento de lo humano, que se manifiesta cuando nuestras facultades racionales son insuficientes para enfrentar las dificultades. Es sentirnos obligados a aceptar con frustración que necesitamos ser asistidos por otras fuerzas.

Guillermo Delgado OP

07/04/2020

Si la crisis nos empuja en el debilitamiento a reconocer que somos incapaces de superar las dificultades por nosotros mismos, entonces la fe se nos revela como esa otra fuerza que necesitamos. De otro modo, la crisis es la epifanía de la fe.

¿Dónde está la fe? ¿Cómo la adquiero?
La fe se experimenta en lo humano. Eso quiere decir que lo humano es el lugar de la fe, por eso la fe es humana y al mismo tiempo no lo es. Por eso digo que "se experimenta en lo humano".

1. La fe es humana porque la persona individual necesita del tú. Nadie se sostiene solo. Lo cual implica confiar y necesitar de las otras personas.  En tales términos la fe cala y fortalece a la propia persona y le hace capaz de superar su debilitamiento. Por tanto, solo se fortalece aquello que ya existe, pero está débil.

2. Al afirmar que la fe no sólo es humana, aceptamos que la fe es divina. Aceptamos que lo divino sucede en lo humano. Es decir, para que la fe divina acontezca necesita la fe humana.

Dios presupone lo humano para regalarnos la fe, como la semilla requiere de la tierra fértil para germinar.

3. En ambos casos la fe es un regalo. Un regalo que no se exige a nadie y que nadie está obligado a dar. En la fe no se dan cosas, es uno mismo quien se dona o se regala. 

Humanamente uno se entrega a los demás o jamás experimentará el amor. En cuanto a Dios, él se está donando permanentemente, es una fuente inagotable que no cesa. En ambos casos la fe es probada en donarse uno mismo por amor.

Sin el amor, como fruto de la fe, no hay conexión entre las personas ni con Dios; para apoyarse, para comunicarse, para no dejar de ser humanos, para combatir y encarar el devenir incierto de las cosas.

4. Las personas de fe fortalecemos las relaciones humanas, encaramos con actitud toda situación, por difícil que sea. Sabemos plantarnos en la adversidad y agradecer en los tiempos felices.

Las personas de fe sabemos anticiparnos a la derrota y a la muerte, pues, aunque parezca contradictorio, siempre encontramos atisbos de luz en la tiniebla. Ya que el debilitamiento extremo siempre nos muestra donde están los demás personas y donde está Dios.

La fe es relación, confianza y certeza en la incertidumbre. Hace decir: “yo confío en ti como en mí, y en esas otras fuerzas extraordinarias que me aseguran aquello que busco”. Por consiguiente, la fe obliga descender al sentimiento de indigencia y mostrar que somos seres necesitados.

La fe es el alma del amor
La acción buena que recibimos, cualquiera que sea y de donde sea que venga es lo que llamamos amor. El amor es expresión de la fe, porque la fe es el alma del amor. El amor es el sentimiento más puro del alma que experimentamos gracias a la fe. O sea que, la fe toca las vibras más profundas de lo humano y las liras más lejanas de la alabanza divina.

Las personas de fe además de relacionarnos, esperar, confiar, fortalecernos; también construimos, porque sabemos que esperamos “algo”. Nadie va al trabajo o a la escuela si no supiera que el futuro le pertenece. 

En ese sentido la fe es alma del amor, pues nos hace construir cosas, construirnos como ciudadanos y cuidarnos mientras nos amamos. El amor es la acción movilizada por la fuerza de la fe. En cierto modo, el amor es la superación del debilitamiento de lo humano. Es "hacernos para" los demás y hacernos para lo divino.

El momento decisivo de la crisis
La crisis pone al desnudo todo aquello que no tenemos asegurado; activa los dispositivos del alma y nos ponen en estado de alerta delante de lo que urge tener bajo control. La fe da ese control. Pero no como fuerza que se impone, sino como luz que viene de lo alto y al mismo tiempo brota de la misma persona.

La fe es la experiencia de agradecimiento por todo lo que recibimos sin esperar nada a cambio. Es el abrazo de lo divino que disipa la incertidumbre. Que, aunque no define el devenir con la claridad que quisiéramos, la ilumina y eso nos basta.

En la crisis como debilitamiento ponemos en entredicho lo que en otro tiempo no cuestionábamos. Por ejemplo, que las certezas del futuro dependen del conocimiento racional, de la economía, de la tecnología, de las capacidades humanas a todo nivel.

En el entredicho volvemos a los orígenes y a la indigencia. Volvemos al lugar donde nos fundamos como seres necesitados. Es decir, gracias a las crisis aprendemos a depender de los otros y de Dios. Extrañamente en esa relación de dependencia la muerte no se nos revela como lo más trágico sino como quien orienta la vida que ahora vivimos. Esa es la fe.

Foto: Ricardo Guardado OP

martes, 7 de abril de 2020

La Fe


La Fe

Todas las personas tendemos a la búsqueda de cosas mayores, digamos, como ejemplo, la felicidad. Nos pasamos la vida añorando ser felices y luchando por ello. Sin embargo, nos despedidos de este mundo sin un día haberla alcanzado, al menos en el modo que la imaginamos.

Guillermo Delgado OP

El problema de no alcanzar la felicidad está en el modo de buscarla. Necesitamos de la fe.

¿Qué es la fe?

La fe al estar en relación con la religión, por tanto, con Dios, nos da certezas. 

Así es como esperamos y alcanzamos grandes cosas. Por la fe nos reconocemos limitados y necesitados. 

De ahí que por la fe buscamos aquello que el alma sabe que requerimos para ser felices.

A la vez, por la fe aprendemos a reconocer que no nos bastamos a nosotros mismos. Necesitamos ser sostenidos por «el otro».

«Necesitar y ser sostenidos» son dos realidades interiores que dan consistencia a la fe, por la cual creamos vínculos profundos «con aquel» que nos asegura lo que buscamos.

Gracias a la fe nos relacionamos con Dios de múltiples formas, porque en la fe establecemos el lenguaje propio para hablar con Él. 

Hablamos a Dios y él nos oye. Él habla y nosotros escuchamos. Así nos entendemos con Dios. Por eso, acostumbramos a afirmar: «hablando nos entendemos bien».

Quiere decir que, para tener fe hay que aceptar la palabra de Dios. Él habla de muchos modos: en las escrituras, en la naturaleza, y principalmente en el corazón humano. Él está en todo, pero hay que oírlo. Nos da «su» palabra. Sólo depende que nosotros la aceptemos y lo oigamos. 

Aceptar «su» palabra, implica entrar en relación con él. Esa es la fe verdadera.

Del mismo modo en que entendemos la fe, puesta en relación con Dios, también entendemos la fe humana.

En la fe humana sostenemos relaciones de confianza. Creemos en las otras personas. Ponemos al descubierto que somos necesitados de ellas y esperamos ser sostenidos por ellas. 

En ese orden de cosas, damos confianza y esperamos la confianza de las otras personas, sin la cual no es posible ninguna relación humana permanente.

Con la fe en Dios, aprendemos a creer en Dios y creerle a Dios. Del mismo modo nos ponemos a prueba con las personas y el mundo.

Con la fe nos relacionamos en confianza total. Por eso, la fe es la vía sublime por la cual nos llega el amor. El amor único de Dios. De donde el amor humano se deriva.

Dios se relaciona con nosotros con un sólo propósito, y este es el de amarnos. Nosotros nos relacionamos entre sí del mismo modo, para amarnos. O sea que, la fe lleva al amor. 

La fe es el alma del amor. Y hace del amor la realidad visible por el cual nosotros creemos.

La tan ansiada felicidad sólo puede ser posible en el amor, en un amor animado por la fe. 

Ese día, el de la felicidad, no puede esperar más... solo hay que empezar con animar al amor con la fe. 


Foto: jgda
domingo, 6 de octubre de 2019