Salud del alma
Por: Gvillermo Delgado Acosta OP
La salud del
cuerpo, del espíritu y de lo racional sólo llegará a sostenerse en el tiempo el
día que apostemos por la salud moral. Lo han insinuado los neurocientíficos sosteniendo
que la salud mental está arraigada en los problemas éticos. Cuidarnos deviene
de la ética y la moral.
En el largo
camino de las religiones ha quedado expresado que el pecado acarrea la propia
culpa. La culpa se convierte en peso y el peso en el pesar que arrasa con toda
vida dichosa. Si la bienaventuranza es añoranza de un paraíso perdido es porque
es memoria de lo que un día fuimos y dejamos de serlo.
Basta con
espiar por la propia historia desde la infancia y constatar tantas pérdidas, de
lo que dejamos de ser. Hannah Arendt afirmó que la única razón por lo que vale
la pena conocer el pasado es para modificar el futuro. Inmiscuirnos en aquello
que perdimos y dejamos de ser, por acciones erradas, hace creer en lo mucho que
aún podemos mejorar.
La ética es
el camino. Cuando definimos a la persona como sabia, dada su razón y su proceso
de perfeccionamiento en una larga data evolutiva, en el fondo lo que se
describe es el silencioso devenir a través de la ética. Sin la ética jamás se podría
definir a la persona, ni tan siquiera desde un mínimo ápice de sabiduría.
Recuperar a
esa persona sabia, que la humanidad ha perdido, ha empezado a acontecer el día
en que no hablemos de la ética universal como un imperativo, sino que tú y yo somos esa moral, esa ética; y atrevernos a decir: estoy buscando no sólo
fuera de mí, sino en la persona que soy yo mismo. No como persona en soledad
sino orientada hacia ti.
Bastaría que esa relación estuviera animada por el valor de la empatía como para reivindicar lo perdido y dar crédito a tantas luchas al nivel que sean, por la cual la persona ha batallado y sigue haciéndolo; pero cada vez que hace una lucha en lugar de asomarse a lo que busca lo enturbia, porque se reinventa no desde el bien sino desde el mal, desde lo inmoral.
Recuperar lo
humano en el valor de la empatía sería renacer desde lo más original y auténtico,
para ser en lo original y en lo auténtico.
Quien es empático llega a habitar el alma del otro. El empático habilita la capacidad de perdonar y ser perdonado. Bastaría una pequeña dosis de empatía para descender a las profundidades del alma; ya que la empatía es un buen asomo a lo sublime, a la condición espiritual humana. Reivindicarse desde ahí es recuperar al hombre sabio. Eso es recuperar la salud del alma.