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Jesús no es para todos



Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”


Por: Guillermo Delgado OP
Foto: El Cristo de Velásquez, Museo del Prado, Madrid.



La sabiduría divina no es ajena a la sabiduría humana. Es más, la sabiduría de Dios sólo es comprensible en el lenguaje y la experiencia humana. Dios es tan cercano al corazón humano, dado el origen divino del corazón humano.



Un río es río en su recorrido, al unirse al mar es mar. Los cristianos, lo somos en Cristo. El cristiano que no se hace uno en Cristo no es cristiano, quizás porque en el camino de su vida aún no ha encontrado el modo de fundir su vida a la de Cristo, tanto como el río al mar.



Jesús no es para todos porque su persona debe ser aceptada libremente, captada de tal modo que afecte el camino que cada uno lleva en la dirección de su final inevitable.



Los cristianos lo somos por el bautismo. Con el bautismo nos hicimos uno en Cristo, al participar de su muerte y resurrección. Aún más, participamos de ordinario, en su vida divina cada vez que escuchamos o leemos su evangelio y al participar de los sacramentos, por ejemplo, en la reconciliación, y sobre todo al unirnos a su mesa del pan eucarístico.



Sin embargo, en muchos casos, “ser cristiano” sólo es una potencialidad o una capacidad sin usar; como una semilla de un árbol de aguacate guardada en un frasco de cristal. O como un un barco anclado en el muelle. Seguro en el vaso o en el muelle, nunca llegará al ancanzar las metas para las cuales fue creado, y vino a este mundo. 



El barco está seguro en el puerto, pero es para navegar. Lo propio de la semilla es llegar a ser árbol y el barco lanzarse al mar. Del mismo modo la identidad del cristiano no es tener otro nombre que se guarda de lunes a viernes y se saca a pasear los fines de semana. Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”, tanto, como un modo de ser.



Jesús es para todos porque es dado a todos, pero no es para todos porque sólo unos pocos logran hacerse uno en él. Cómo el río se hace uno con el mar.



Tal experiencia no es sólo para las personas religiosas o de gran experiencia mística, sino para aquellos que quieran vivir una vida con sentido humano. Sabiendo que todo tiene un inicio y un final. Y mientras se toca cualquiera de los extremos, la vida sólo debiera ser de amor y en el amor, para que valga la pena. Eso es fundirse o hacerse uno en Cristo en la vida cotidiana.



Para que Jesús sea para todos, recomiendo tres prácticas que pueden insertarse en la vida cotidiana.



Primero. No posponer la práctica de la conversión. La conversión es volverse a lo mejor que hemos sido en el pasado, para recuperar el sentido de una vida presente y futura. Conversión es regresar al punto en que nos extraviamos. Los días felices que tuvimos nunca están perdidos para siempre, pueden volver a ser otra vez; todavía con más belleza, si los retomamos desde lo mejor de nosotros mismos. Más aún si logramos examinar lo mejor de las personas. Ahí nos enfrentaremos cara a cara con el mismo Cristo quien nos dijo: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.



Segundo. Oír la voz de Dios en la propia interioridad. La persona o sabe vivir en silencio y en soledad o es incapaz de atender las verdades que están dentro de ella misma y de los grandes maestros, como Jesús.



La voz eterna de Dios suena imponente en el silencio, sólo interrumpido por el llanto del niño que nace, por el silbo del aire nocturno, por la lluvia que golpea los techos de madrugada, por el anciano que muere confiado en un amor mayor.



Hay que bajarse del ruido del mundo para descender a tu interior donde Dios habla en lo secreto y como águila te eleva por las alturas para enseñarte a amar desde lo infinito.


Tercero. Vivir en austeridad, moderación o sobriedad. Significa no acumular cosas más allá de lo que necesitas para vivir. Es darse cuenta de lo poco que necesitas para tener una vida feliz. Casi siempre sólo llegamos a notarlo cuando una persona se despide de este mundo por fallecimiento o cuando enfermamos gravemente. Las despedidas y el regreso a casa nos dan ese sentido de comprensión.

Piensa, por un instante que te vas de viaje por seis meses: echa en la maleta sólo lo que necesitarás para ese tiempo. Luego considera, que viajas por un mes ¿qué pondrías en la maleta? O piensa que viajas por dos días solamente. ¿Y si te vas para siempre fuera del país?: ¿qué necesitas llevarte?

Te darás cuenta de que son pocas las cosas que necesitas. Seguramente harás una selección de lo que en verdad necesitarás.

La vida es un viaje breve hacia la eternidad. ¿De cuanto tiempo? Nadie puede saberlo.


Ir por la vida ligeros de equipaje es llevar consigo en la maleta lo que necesitas. Nada más.


Al salir de viaje y regresar, sabes que en casa hallarás lo que dejaste; en cambio traerás cosas nuevas como regalos para quienes se quedaron esperándote.


Las cosas que dejaste al irte siguen en el mismo lugar, sin mérito y con mucho olvido. Tú en cambio regresas renovado, con el brillo en los ojos de haberte ido y de haber regresado. 


Esos son los frutos de la austeridad, la sobriedad o la moderación. ¿Lo notaste?


Eso es vivir en Cristo. Eso es hacerte uno en Cristo. Es de pocos. No para todos.
domingo, 3 de marzo de 2019

LA IDENTIDAD CRISTIANA





Mis siete puntos 
para entender la identidad cristiana



Por: Gvillermo Delgado OP



1. La identidad no es una conquista para siempre, se construye durante toda la vida, se acopla y afirma en cada época y cada cultura. Además, se va haciendo poco a poco entre varias identidades; donde hay una como la más importante, que predomina en la persona. Con la que cada cada uno es reconocido. Para muchos de nosotros ser cristiano es la identidad primera. Despues todo lo demás.


Para descubrir la propia identidad hay que responderse a las siguientes preguntas: ¿Quién soy? ¿Quién dicen que soy? ¿Cuál es el sentido para mi vida? ¿Cómo va cambiando ese sentido a lo largo del tiempo? 


2. La identidad tiene que ver con «Ser uno mismo» en la diversidad del mundo. Por ejemplo, la auténtica identidad cristiana en medio de todas las corrientes de pensamiento de la vida social implica fortalecer las capacidades de diálogo y tolerancia.


No sólo hacer una profesión de fe, al modo de doctrina según los dogmas de la Iglesia; más bien, se trata de dar razones de lo que se cree, o dar evidencia de la esperanza a través de la propia experiencia o la ajena. Este camino del diálogo, tan necesario, no debe hacernos olvidar el tener presente las líneas fundamentales del ser cristiano a la luz del Evangelio de Jesús.



3. Ser auténticos en la novedad tecnológica y la diversidad cultural. El mundo de la tecnología nos confiere una infinidad de posibilidades para evolucionar y ser mejores personas. Hay muchas cosas que no están siendo bien aprovechadas, quizá porque entrañan riesgos que no se pueden soslayar, de los cuales debemos estar prevenidos, so pena perder la verdadera identidad cristiana. Por consiguiente, conviene considerar dos presupuestos: 


  • Un primer presupuesto es conocer el cristianismo a la luz del Evangelio de Jesús. El asombroso panorama cultural de la fe  es ya de por sí invaluable. Con justa razón puede llamarse católica. Que en su sentido etimológico es universal, ya que se ha encarnado en múltiples formas a lo largo de XXI siglos y a lo ancho del orbe. Ese conocer  no debe ser para «creernos» que somos «mejores que otros», sino para aprender y crecer como personas. Se trata de hacer nuestro propio camino, para heredar a las próximas generaciones, aún no conocidas, aquello que ellos deben perfeccionar.

  • En segundo lugar, es indispensable poseer una auténtica cultura cristiana. Estamos obligados a formarnos más allá del catecismo escolar para no ser presas de la manipulación a causa de la propia ignorancia. Podríamos fácilmente sentir un cierto complejo ante los clichés y los ataques sistemáticos de los diversos medios de comunicación; por ejemplo, a raíz de tópicos tales como la inquisición, las cruzadas, el antisemitismo y más recientemente la pedofilia; hasta el punto, de que alguno pudiera avergonzarse de su fe y por supuesto ocultarla en la plaza pública o en los ámbitos más personales de la vida. Tal actitud mostraría ignorancia: como la enemiga mayor de Dios sobre la Tierra.

4. Reconocer nuestros orígenes. No hay que olvidar, por ejemplo, entre otras muchas realidades, que los ideales de la Revolución Francesa tienen una matriz incontrovertiblemente cristiana: libertad, igualdad y fraternidad que impregnan el mensaje cristiano. Ha sido en la cultura cristiana donde ha surgido la democracia, y el fenómeno de la universidad, como lugar de saber y como manifestación de la confianza del hombre en su propia razón.


El cristianismo se ha trascendido hacia diversos fueros. Así, la Iglesia Católica, por ejemplo, ha sido promotora desde sus inicios de los grandes valores universales, como la justicia y la paz. La Iglesia ha sido siempre, como decía Juan  Pablo II, «experta en humanidad» y continúa siéndolo. Los derechos humanos y la reflexión sobre la dignidad y la defensa de la persona son indudablemente un legado cristiano. Actualmente la Iglesia entabla una feroz y pacífica batalla para defenderlos, siendo en ello casi una voz aislada en el conjunto de la sociedad. Con ello sólo busca ser fiel a la herencia que se ha desprendido directamente del mensaje de Jesús.



5. La fe cristiana se ha enriquecido con las múltiples facetas de la inculturación a lo largo de este tiempo, y simultáneamente ha realizado una labor de criba, purificando aquellos elementos culturales incompatibles con el mensaje cristiano y sobre todo con la dignidad humana, para saber tocar después las mejores notas de las sinfonías que cada cultura pueda ofrecer desde su hermosa herencia ancestral. Con ello, la misma fe se ha purificado, al punto de pedir perdón por los enormes pecados históricos que le han alejado del Evangelio de Jesús.


 El legado cultural y humano de la fe es invaluable; va del Mausoleo de Constanza en Roma a la Capilla del Rosario en Puebla, de “La Ciudad de Dios” de San Agustín al Quijote de Cervantes, de San Francisco a Teresa de Calcuta, etc. Más aún en la cercanía y afinidad con las culturas originarias de los Pueblos de África, los Mayas de Guatemala, los Incas del Perú, los árabes y la enorme diversidad cultural.



6. Solidaridad con los cristianos. Además de conocer la fe cristiana, su tradición y su vida, y valorarla convenientemente, es necesario estar al tanto de lo que hacen y sufren los cristianos en todo el mundo. Las malas noticias se propagan con mayor rapidez que las realidades buenas del heroísmo cristiano de tantos fieles a lo largo del mundo. Es preciso conocerlos y servir de altavoces para que el mensaje cristiano pueda seguir fecundando el mundo y no se repliegue a causa de la presión ejercida en su contra.


7. La identidad cristiana empieza «por conocerse uno mismo» a partir de las experiencias internas y la realidad social que nos abraza. Se trata, también de conocer lo que se cree, dar razones de ello. Eso permite mirar a través de un cristal limpio, lejos de ideologías perversas y malintencionadas. Lo cual permite amar realmente, bajo el principio de que sólo se ama lo que se conoce. 


«El sentido que emana de la fe determina la identidad». La identidad bien discernida da consistencia a la vida en todos los ámbitos de la vida. Ayuda a buscar respuestas a las inquietudes más importantes de la persona dentro de los límites humanos y no en la dispersión del mundo.


Una buena construcción del ser a partir de la identidad configura a la persona adulta,  al buen ciudadano, al buen profesional y cristiano. Eso quiere decir, llegar a ser personas auténticas y responsables que lleguen a afirmar, sin tapujos: soy cristiano.


Fotos: Varias de jgda; orquideas: Ramiro Argueta; Medallón: Miriam Mancilla.

viernes, 6 de noviembre de 2009