Guillermo Delgado



José Guillermo Delgado-Acota

Nací en San Martín, San Salvador. De niño perseguí mariposas y peces, allá entre la arena blanca y el agua apacible del ancestral lago Ilopango. O sea, un lago me vio crecer. Más tarde, todavía niño, llegó la guerra, y me llevaron a Quezaltepeque, donde me hice hombre, lejos de los sauces y la arena. Adolecí el dolor de la juventud entre el asfalto y los matorrales. Fue el Volcán de San Salvador quien me sostuvo a su sombra de caminos subversivos y de clandestinos amaneceres de octubre. Así pasaron los años entre la ambigüedad que provoca el dolor y las alegrías que traen los estudios. Conocí la Orden en la casualidad de encontrar a Dios en los duelos y prisas de la guerra de El Salvador. Me llamaron a participar en una convivencia vocacional, organizada por los novicios de aquel entonces. Fui sin conocer a penas la Iglesia el Rosario, ahí delante el Parque Libertad, en el corazón de San Salvador. La fachada el del templo estaba llena de pancartas, con gritos revolucionarios. Los frailes se movían dentro con entusiasmo. Me hicieron creer en lo que apenas sostenía en breves sueños. Empecé a comprender algunas cosas, el por qué de la guerra, por ejemplo; y algunas razones de lo que había en mi corazón juvenil. Sólo con el tiempo entendí lo que yo mismo hacía y lo que debía hacer. Así fue como me vine a la Orden. Ahora ando lo que ando. En mi mochila siempre llevo el estandarte de mi alegría, porque no decirlo, también, de mis duelos. Lo pongo donde reposo, a veces como gitano acampo por breves horas en una estación. Intento tener una palabra de buena noticia para quienes, desde siempre, la esperan. Para aquellos, que, sin yo saberlo me esperan. Ahora hecho hombre con he cruzados varios umbrales.

¿Qué diré? ¿Por cuánto tiempo podré habitar el secreto mustio de las palabras nocturnas, desconocidas y actuantes cuando acontece la manifestación del ser humano; mientras me construyo a poquitos con palabras que sólo pueden hacer visible lo más sublime del amor que se ventila en lo más íntimo de mi alma?

Ahora juro delante de la vida que aprendí amar. Y esto me ha costado muchas escaramuzas de las que siempre he salido ileso, al menos nunca he sangrado por lo aorta.

Fascinado por el Evangelio de Jesús, mi corazón está vigente, intacto. Aún me caben muchos sueños en la mochila. Ahora mismo he izado mi bandera para esperar a que te asomes a mis anhelos más profundos, mientras con menos fuerzas ya no persigo las mariposas ni me baño en mi lago. En la arena espero el barquito que pronto me llevará por el ancho a-mar.

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