Fotografía del interior del antiguo hospital de la Isla Poveglia. NATIONAL GEOGRPHIC |
Oración
Llegada la hora
en que el tiempo ya no es tiempo, todo se detiene, y el alma se colma de nostalgia.
Esa hora en que no hay vínculo entre “un momento y otro”, y no se oyen las voces
ni aquí, ni allá. Cuando el mudo-llanto es murmullo de la propia voz, eco, que emana
de la propia tristeza; cuando una es la voz de quien busca conectar su-palabra-en-diálogo
y otra el silencio-de-los-ángeles, que no puede ser oída. Nos preguntamos:
¿Qué pasa si tu
voz -gemido en pecho- no es atendida por quien debiera hacerla suya y
responderte?
Dante al intuir la atemporalidad de quienes murieron y ahora habitan el infierno, el purgatorio o el paraíso celestial; supuso que sus voces podían ser oídas, pero no atendidas.
La tremenda frustración de toda frustración acontece entre el más
allá y el más acá del tiempo donde nada se puede hacer, porque no hay conexión entre
esta y aquella realidad. A no ser que se comprenda desde las almas despiertas.
La cualidad principal
de la tecnología puesta en nuestras manos en los dispositivos digitales está en
la capacidad de acortar la distancia y el tiempo, haciendo del espacio y el tiempo
una realidad sin conexión. El espacio y el tiempo son unidades aisladas. Con lo
cual no es posible tejer historias de vida, que puedan ser contadas.
En el mundo de la
virtualidad donde todo está perdido en el tránsito de un enlace a otro, no quedan huellas, ni aroma en los recuerdos. No hay fotos
amarillas, ni sabores de cocina al calor del intercambio de miradas cómplices. Tampoco
hay vuelta atrás. Vida temporal y vida atemporal es el final de un por qué para
vivir. Ante lo cual: ¿Es posible la amistad y la durabilidad del amor sobre un proyecto
a largo plazo? ¿Dónde queda la memoria?
Sin embargo, los gemidos sin respuesta aparente pueden ser atendidos. Consolados, como solemos decir. La voz que vincula está en la oración y el silencio. Ahí hay aroma, color, sabor que se traduce en quietud. Para los tiempos que corren por los rieles de la tecnología, y de crisis de sentido -de pérdidas-, la oración es la voz que nos vincula con el silencio de los ángeles.
Y el amor el mejor
atisbo de eternidad, que Dante no pudo representar. Es, como la oración, la vía
a través del cual vivimos, hacemos historia, dialogamos, proyectamos, nos
contemplamos en la mirada de quienes caminan a nuestro lado.
El amor y la
oración conectan los pequeños segmentos de tiempo y espacio. Hacen de la nostalgia
la voz que se entrega y se atiende, no sólo en modo cognoscitivo, sino, y sobre
todo, en la transparencia del por qué para vivir la vida presente con aroma a
eternidad; porque en el amor podemos recuperar la historia que los demonios buscan
borrar porque le temen a lo eterno.