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Un ángel en el camino

 


Un ángel en el camino


 El alma es tan hipersensible que, si damos lugar a la aceptación de ideas nuevas, a la comprensión de las personas, el alma nos perfecciona...



Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del lunes 24 de abril del 2023.

Transcripción literal: Lorena Natareno

 

 

El tiempo de la Pascua es para evaluarnos y fortalecernos

 

Evaluarnos a partir de cómo va nuestra vida espiritual. Que no se refiere solamente al interior, a nuestra vida que está en relación con Dios, sino, a esa vida espiritual que al mismo tiempo nos va dando la consistencia para ser consecuentes con lo que creemos, sobre todo, cuando entramos en relación con las demás personas.

 

La otra parte es un poco parecida al evaluarnos. Se trata de fortalecernos desde lo que creemos. La Iglesia nos propone como camino, un itinerario de vida espiritual, en el que participamos. Se trata, por ejemplo, de los Sacramentos, y de la reconciliación. En ese itinerario, cada uno de modo personal debiera afirmar: yo evalúo mi vida espiritual. Por eso creo que en este tiempo Pascual, debiera preguntarme: ¿En qué me he convertido? ¿Qué tipo de persona soy? ¿Cuál es el sello con el que los demás me identifican?

 

Un rostro imponente como la de un ángel

 

Imagínense la figura tan descriptiva en que los primeros cristianos eran señalados. Hoy tenemos una en los Hechos de los Apóstoles: la figura de Esteban.

 

Noten estas expresiones: “los miembros del Sanedrín miraron a Esteban y su rostro les pareció tan imponente como el de un ángel”. Es decir, incluso los adversarios, ven en aquellos convertidos por la fe, a Aquel en quien creen, prácticamente como si fueran otro Dios.

 

Un ángel es una figura extraordinaria. De tu vida ordinaria: ¿Qué de extraordinario miran los demás en ti? ¿Qué brota de ti sin que tú seas consciente? ¡Claro, estamos hablando de cosas buenas de este fortalecimiento espiritual!

 

Los frutos de la pascua

 

Por eso digo que este es un momento para ver qué tanto hemos crecido y qué tanto nos podemos evaluar. Ustedes dirán, por ejemplo: antes no lograba tener dominio sobre sí mismo; pero, he aprendido a darle tiempo a los momentos de enojo para que se me baje la espuma. De tal modo que, pasado el enojo y hablo, cuanto todo está asentadito, logro mirar el fondo con claridad. En las aguas revueltas no podía mirar; ahora sí puedo distinguir. ¡No sé si les pasa eso!

 

La Pascua es el momento para describir la luz en mi vida, para que lo religioso no sea sólo un discurso sino aquello que permite configurarme en algo nuevo, como lo hacemos con las máquinas. A una computadora si le ponemos más memoria RAM corre más rápido, si le ponemos un disco sólido la máquina será más hábil para a resolver nuestras tareas. ¿En qué me he configurado yo? ¿Qué plus me ha dado la Resurrección? ¿Hacia dónde me catapultó este tiempo de la Cuaresma? ¿Realmente los adversarios de siempre o las personas con las que yo me relaciono me miran como un ángel, o me siguen viendo como el de siempre? Y me siguen acusando: “vos no has cambiado nada, seguís siendo el mismo chambón, el mismo desordenado”.

 

Ustedes me habrán oído decir que la Pascua no es para confesarnos sino para seguir avanzando en lo que hemos experimentado durante estos tiempos fuertes de fe. No solo a nivel de sentimientos, sino desde la profundidad de nuestra alma, en esa relación íntima con Dios. Hemos participado de su muerte, hemos experimentado Su Resurrección. Estos son momentos significativos para nuestra vida ordinaria. Desde donde nos transformamos o simplemente permanecemos como personas con el corazón de piedra, que no cede a nada.

 

una estela espiritual

 

Yo he tenido el privilegio (lo digo así porque quizás esto termine pronto) de haber convivido siempre con Frailes mayores. En cuanto salí de mi casa de formación en Costa Rica donde estudié, me asignaron a un Convento de solo frailes mayores y españoles… Atendí por lo menos a tres frailes en su lecho de muerte. Eran extranjeros para mí, mayores en distancia de edad y en experiencias de formación. A veces sentía que no me comprendían. Siendo yo a penas alguien que venía saliendo de Casa de Formación todavía queriendo aprender, sentía que era bien difícil la vida de fraile; pero, fui aprendiendo mucho. Encontré en ellos mucha sabiduría acumulada. Hubo cosas que me corregían. A veces me tocaba ceder: poco a poco, poco a poco. La experiencia que he tenido en varios lugares, con los frailes mayores, aún aquí en Cobán es que: siendo mayores tienen un modo configurado de ser, y yo aun no.

 

Quiero decirles con esto que no podemos aferrarnos a decir: “es que yo ya soy así”, “es que yo ya aprendí este modo y no hay otro”. ¡Yo sí creo que no! O sea, el alma es tan hipersensible que, si damos lugar a la aceptación de ideas nuevas, a la comprensión de las personas, el alma nos perfecciona; el alma nos adhiere cada vez más a un modo distinto y nos vincula cada vez más a lo Divino. Por eso la experiencia que he tenido con los frailes mayores y sobre todo cuando muchos de ellos han muerto muy cercanos a mí, me han dejado una estela espiritual, una herencia por la que simplemente los extraño.

 

Con distinta frecuencia me levanto y pienso en alguno de los frailes mayores que me encaminaron y los extraño. Los extraño por lo que legaron en mí. Prevalece un sentimiento profundo y espiritual, que quizás no lo he heredado como ellos lo quisieron. Ellos que a pesar de su edad tuvieron siempre esa capacidad de transformarse de acuerdo con lo que creían y ser distintas personas aún con la edad.

 

Les vuelvo a preguntar ¿en qué se han transformado? ¿cómo creen que las demás personas los miran?  ¿En los mismos de siempre o en ángeles que van por el camino? ¿Qué valoraciones positivas dicen de ustedes sus propias familias? Y no tenemos que actuar para que digan cosas buenas de nosotros, sino estas cosas que nacen de la pura fortaleza espiritual.

 

Dejemos pues, que la Luz de lo Alto siga teniendo efectos radicales en nuestras vidas, tal como lo decía el escritor de la carta a los hebreos: “Tengan cuidado de no mostrar hospitalidad a los hermanos, porque aquellos incluso por rechazar la atención a un forastero dejaron de hospedar ángeles en su casa (hebreos 13, 2).

 

Que así seamos nosotros, como esos ángeles que pueden ser hospedados en cualquier casa, aún en la casa de siempre. Que se note esa Gracia del bautismo de la renovación de todo esto que se ha derramado sobre nosotros con toda la fuerza por la Resurrección del Señor. ¡Amén!

sábado, 17 de junio de 2023

Fortalecer la fe en tiempos de crisis



Fortalecer la fe en tiempos de crisis


Toda crisis es el debilitamiento de lo humano, que se manifiesta cuando nuestras facultades racionales son insuficientes para enfrentar las dificultades. Es sentirnos obligados a aceptar con frustración que necesitamos ser asistidos por otras fuerzas.

Guillermo Delgado OP

07/04/2020

Si la crisis nos empuja en el debilitamiento a reconocer que somos incapaces de superar las dificultades por nosotros mismos, entonces la fe se nos revela como esa otra fuerza que necesitamos. De otro modo, la crisis es la epifanía de la fe.

¿Dónde está la fe? ¿Cómo la adquiero?
La fe se experimenta en lo humano. Eso quiere decir que lo humano es el lugar de la fe, por eso la fe es humana y al mismo tiempo no lo es. Por eso digo que "se experimenta en lo humano".

1. La fe es humana porque la persona individual necesita del tú. Nadie se sostiene solo. Lo cual implica confiar y necesitar de las otras personas.  En tales términos la fe cala y fortalece a la propia persona y le hace capaz de superar su debilitamiento. Por tanto, solo se fortalece aquello que ya existe, pero está débil.

2. Al afirmar que la fe no sólo es humana, aceptamos que la fe es divina. Aceptamos que lo divino sucede en lo humano. Es decir, para que la fe divina acontezca necesita la fe humana.

Dios presupone lo humano para regalarnos la fe, como la semilla requiere de la tierra fértil para germinar.

3. En ambos casos la fe es un regalo. Un regalo que no se exige a nadie y que nadie está obligado a dar. En la fe no se dan cosas, es uno mismo quien se dona o se regala. 

Humanamente uno se entrega a los demás o jamás experimentará el amor. En cuanto a Dios, él se está donando permanentemente, es una fuente inagotable que no cesa. En ambos casos la fe es probada en donarse uno mismo por amor.

Sin el amor, como fruto de la fe, no hay conexión entre las personas ni con Dios; para apoyarse, para comunicarse, para no dejar de ser humanos, para combatir y encarar el devenir incierto de las cosas.

4. Las personas de fe fortalecemos las relaciones humanas, encaramos con actitud toda situación, por difícil que sea. Sabemos plantarnos en la adversidad y agradecer en los tiempos felices.

Las personas de fe sabemos anticiparnos a la derrota y a la muerte, pues, aunque parezca contradictorio, siempre encontramos atisbos de luz en la tiniebla. Ya que el debilitamiento extremo siempre nos muestra donde están los demás personas y donde está Dios.

La fe es relación, confianza y certeza en la incertidumbre. Hace decir: “yo confío en ti como en mí, y en esas otras fuerzas extraordinarias que me aseguran aquello que busco”. Por consiguiente, la fe obliga descender al sentimiento de indigencia y mostrar que somos seres necesitados.

La fe es el alma del amor
La acción buena que recibimos, cualquiera que sea y de donde sea que venga es lo que llamamos amor. El amor es expresión de la fe, porque la fe es el alma del amor. El amor es el sentimiento más puro del alma que experimentamos gracias a la fe. O sea que, la fe toca las vibras más profundas de lo humano y las liras más lejanas de la alabanza divina.

Las personas de fe además de relacionarnos, esperar, confiar, fortalecernos; también construimos, porque sabemos que esperamos “algo”. Nadie va al trabajo o a la escuela si no supiera que el futuro le pertenece. 

En ese sentido la fe es alma del amor, pues nos hace construir cosas, construirnos como ciudadanos y cuidarnos mientras nos amamos. El amor es la acción movilizada por la fuerza de la fe. En cierto modo, el amor es la superación del debilitamiento de lo humano. Es "hacernos para" los demás y hacernos para lo divino.

El momento decisivo de la crisis
La crisis pone al desnudo todo aquello que no tenemos asegurado; activa los dispositivos del alma y nos ponen en estado de alerta delante de lo que urge tener bajo control. La fe da ese control. Pero no como fuerza que se impone, sino como luz que viene de lo alto y al mismo tiempo brota de la misma persona.

La fe es la experiencia de agradecimiento por todo lo que recibimos sin esperar nada a cambio. Es el abrazo de lo divino que disipa la incertidumbre. Que, aunque no define el devenir con la claridad que quisiéramos, la ilumina y eso nos basta.

En la crisis como debilitamiento ponemos en entredicho lo que en otro tiempo no cuestionábamos. Por ejemplo, que las certezas del futuro dependen del conocimiento racional, de la economía, de la tecnología, de las capacidades humanas a todo nivel.

En el entredicho volvemos a los orígenes y a la indigencia. Volvemos al lugar donde nos fundamos como seres necesitados. Es decir, gracias a las crisis aprendemos a depender de los otros y de Dios. Extrañamente en esa relación de dependencia la muerte no se nos revela como lo más trágico sino como quien orienta la vida que ahora vivimos. Esa es la fe.

Foto: Ricardo Guardado OP

martes, 7 de abril de 2020

El poder de ser-uno-mismo




El poder de ser-uno-mismo


¿Cómo superar el vacío interior? Existen modos. Esta vez quiero aludir a uno, y es, a través de la re-valoración de la soledad y la memoria.

Volverse sobre uno mismo es hallarse en la soledad de los propios orígenes. De suerte que de la soledad vienen las capacidades para tomar decisiones firmes.

Por ejemplo, la ancianidad se vive con gozo cuando se centra en la decisión de conmemorar la vida. Eso la hace alegre y feliz, no sólo en lo momentáneo. Volcados a la niñez y a la juventud, los ancianos viven jubilosos. Para ellos el recuerdo no es una frustración por aquello que jamás volverán a ser, sino por el gozo de mirarse a sí mismos en lo que persiste en su alma.

La soledad no es un estado de abandono (a modo de desamparado o vació) sino la experiencia más propia "para ser humano", que con frecuencia pasa por la “buena relación de las personas” y no por el puro formalismo de los contratos institucionales que garantizan la “realización material”. Con lo cual constatamos que la soledad acerca a Dios, a los ideales, y a las relaciones humanas plenas.

Para cualquier edad de la vida, cuidarse y autoevaluarse, son recomendaciones prácticas. Cuidar las capacidades de autocontrol. De tal modo que, en el momento más importante del éxito, una vez colocados en la cima de los ideales, no se pierda el control del mundo personal y social. Para eso la autoevaluación ayuda a “dudar de todo”, incluidas las creencias elementales, para perfeccionar la fe y mantener la integridad de los ideales.

A menudo las personas que rigen las instituciones se declaran con poder -de acuerdo con sus parámetros de realización y anhelos- llegan a obviar la realidad, creyendo que lo que ahora son, será para siempre. La experiencia nos dice que toda conquista dura tanto como una puesta de sol, que precede a la oscura noche. No hay que esperar a la derrota para medir las propias fuerzas; aunque es frecuente que el hombre libre puede reivindicarse, aún en la desventura.

El hombre libre es quien está brotando siempre, como de una fuente de agua, de su propia soledad y memoria.

Por: Gvillermo Delgado Acosta
Pintura: Alfonse, "La luna y las estrellas".

lunes, 20 de enero de 2020