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Claves para identificar la propia vocación

 


Cualquier vocación dejará siempre un halo de insatisfacción

Por: José Gvillermo Delgado


No existe persona en el mundo que no se sienta convocada a construir y participar de un mundo feliz, ya que la vocación primera y última consiste en alcanzar aquello que cada uno experimenta en la propia existencia. Esto es la vocación.

 

La vocación es responder al llamamiento que cada persona presiente a través de una voz interior, para orientar y definir su futuro. No hacerlo sería atentar contra sí mismo en un fluir de frustraciones.

 

El lugar de ese futuro no es sólo el más allá del ahora, sino el espacio que cada uno habita en sus acciones presentes, para definir el propio destino, como punto de llegada.

 

Por tanto, con la vocación aprendemos a formular las experiencias y a determinar las decisiones con sabiduría.

 

De tal modo que, la vocación apunta a la construcción de un mundo de relaciones, a un horizonte abierto a cosas mayores; como indicación de que somos seres en camino hacia un más allá, y a la vez constructores de un mundo feliz en el más acá de lo cotidiano.

 

Cualquier vocación dejará siempre un halo de insatisfacción, y nos pondrá en una actitud de búsqueda permanente, en dirección del perfeccionamiento. A esto llamamos misterio.

 

Esbozamos ahora algunas claves para definir la propia vocación.

 

Primero, si la vocación es una llamada, un futuro y un destino que orienta hacia la felicidad o a la realización, saber cuál es mi vocación equivale a preguntarse: ¿Cuál es mi destino y a qué futuro soy convocado? Con frecuencia la enfermedad, la edad y las frustraciones nos llevan a decir que no tenemos futuro o que ya no tenemos esa capacidad de búsqueda.

 

Una vida sin futuro será siempre una vida sin presente, en cambio una vida con futuro es cauce por donde fluye el amor en todo momento.

 

Segundo, nada acontece por azar, todo corresponde a un plan. Nos definimos por lo que hacemos y por lo que queremos llegar a ser. Esto es tener un proyecto de vida. Tal proyecto consiste en lanzarse hacia adelante con el fin de alcanzar algo o llegar a ser alguien en la vida. Sólo quien tiene un proyecto puede decir, al modo de San Pablo: “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21).

 

Si lo determinante de un proyecto tiene que ver con el hacer, este se anima desde una base de valores. Con lo cual, cada persona debe priorizar su propia escala de valores y responder: ¿Cuáles son los valores más importantes para amar o relacionarme por vocación?

 

Tercero, si la vocación es una convocatoria para atender una llamada que emerge del interior, como quien escucha una voz que le ordena y destina hacia un futuro; entonces esa voz no se puede obviar por ser de la naturaleza humana. No atenderla sería atentar contra el propio destino. Para no equivocarse debemos identificar las señales que conectan el universo espiritual con el mundo de las cosas sensibles exteriores.

 

Con frecuencia las señales se simbolizan en acontecimientos, experiencias, personas, eventos de júbilo o de sufrimiento. Reflexionar sobre esas señales es clave para conocer la realidad y orientar las decisiones según lo que debo hacer y lo que debo esperar. Eso es corresponder a la vocación.

 

Cuarto, el llamamiento es corresponder a ser uno mismo. No existe modo alguno de llegar a serlo sin interrogarse sobre el futuro que con frecuencia negamos, cuando sabemos que corresponden a las grandes verdades del territorio del alma, por ejemplo, la muerte. Corresponder a esa realidad y no negarla es descubrir el ser auténtico.

 

La vocación nos permite sobreponernos al propio temor de interrogarse sobre la propia muerte que todos llevamos estampada en el alma desde el día en que nacemos. Así es como enfrentamos la muerte y le damos sentido a la vida, quedando para siempre determinada nuestra vocación en todas las direcciones, hacia el mundo, hacia las otras personas y hacia Dios.


Publicado en prensa Libre, 28/02/2022, sección Buena Vida, p. 26. 

lunes, 10 de enero de 2022

UNA VIDA FELIZ

 




Por: Guillermo Delgado OP


Si actúas según el bien o el mal, no puedes presumir ignorancia del porvenir que te acecha. Lo bueno o lo malo, como las matemáticas, se calculan en función de los resultados.


La apuesta por lo bueno te hará firme; lo malo te debilitará extremadamente en lo que piensas, decides y haces.


Lo bueno apunta a la vida feliz. La vida feliz ordena todo con objetivos claros. En cambio, la apuestas por el mal asegura la desventura.


El espíritu humano es creado en dirección del bien; por eso, con él, toda persona sostiene las buenas actitudes y cultiva “las cosas buenas”. Sólo así la persona puede asegurar su destino. En su defecto, le apremia la incertidumbre.


El espíritu da razón a las creencias. Con el cual se desenvuelven todas las ideas, hacia su realización.


La persona que cree, batalla; como quien sueña, sabe que nada es en balde. Todo se alcanza.


Ordenar la vida en función del bien es asegurar una vida feliz, porque quien busca, tarde o temprano encuentra lo buscado.

jueves, 31 de diciembre de 2020

AMA, NADA MÁS

 




La realización es posible que llegue, pero mientras habites este mundo lo único que puedes hacer es amar.

Por: Gvillermo Delgado OP

Foto: original de jgda


Cuando fui estudiante de teología el siglo XX acababa, para entonces asimilé por poco tiempo que “el ser ideal” es posible mientras habitamos este mundo. Los desengaños por los que la misma teología me llevó vinieron después.


Los estadios que el tiempo marca en etapas mientras crecemos determinan lo que seremos para siempre. Vamos a la escuela, hacemos amigos, practicamos deportes o un arte, trabajamos, nos graduamos y tomamos decisiones. Por eso, hoy somos de acuerdo con lo que fuimos un día y mañana llegaremos a ser por lo que ahora somos.


Aprender que la felicidad es una tarea y no una meta allende del horizonte, nos cuesta toda la vida. Eso es lo que asimilé en el siguiente estadio de mi vida.


El día que por fin afirmemos sin tapujos que la realización humana no es posible, nos liberamos de tantos clichés asimilados por los convencionalismos culturales, sociales y a veces religiosos. Quizá ese día empecemos a ser más religiosos y más nosotros mismos. 


Esto que digo de repente podría inquietar el alma de más de dos personas, porque: ¿Quién de nosotros no afirma que vive para realizar su vida?, pero, les pido que continúen esta reflexión hasta el final. Saben ¿por qué?


Cargar con frustraciones, con diversidad de miedos e inseguridades es como si tuviéramos instalada en la raíz del cerebro alguna aplicación malvada imposible de desinstalar. Es como una condena anticipada. Sobre todo, lo cruel y penoso está en la desazón que nos provoca el hecho que experimentemos de tajo tales emociones por el afán de alcanzar la felicidad.


Desaprender, desheredar las propias riquezas, para retomar las promesas y el conocimiento cierto es la lección más hermosa que los profetas y los santos hicieron en su tiempo. 


Imagina a San Jerónimo al abandonar su vida feliz de los circos romanos para dedicarse después a una vida de austeridad, de penitencias y estudio de las Sagradas Escrituras. Si hablamos del Gran Agustín de Hipona, quien no conforme con sus riquezas y conocimientos llegó al despojo, al modo de los evangelios predicados por el mismo Jesús de Nazarét.


Llegado a este punto quizá te preguntes ¿A dónde quiero llegar? Desaprender para volver a aprender es lo que hacemos cuando amamos. 


Amar es despojarnos para volvernos a revestir “con un traje de triunfo”, como dice el profeta Isaías (62, 10). Amar entregándose como aquello que nadie puede comprar al modo del Cantar de los Cantares (8, 7). A eso quiero llegar con todo lo que vengo diciendo.


La felicidad, la realización o “la salvación eterna” de la que dicen las Sagradas Escrituras es posible sí y sólo sí te “despojas”, tal como se lo pidió Jesús al Joven rico: Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme (Mt 19, 21). Solo entonces lo probable será posible.


En pocas palabras, lo que finalmente digo es que la realización es posible que llegue, pero mientras habites este mundo, lo único que puedes hacer es amar. Nada más. 



miércoles, 19 de agosto de 2020

HACER EL BIEN


Hacer el bien

La moralidad se ocupa de orientar la conducta en dirección del bien. Según esto, el bien es el paraíso perdido y añorado. ¡Hay que encontrarlo y retenerlo!

Solemos decir que la vida feliz se alcanza al dejarnos guiar por ese bien. Entonces: ¿por qué no somos felices de una vez por todas?

Los grandes pensadores y la gente común han definido la “infelicidad” como efecto del mal cuya causa más radical está en la libertad. Como si la libertad fuera un defecto de la naturaleza.

Cuando en realidad la libertad define la dignidad humana. Con la libertad comprendemos el camino de la vida en dirección de la realización definitiva. Otra cosa es la “limitación” que nos recuerda a cada instante que el tiempo y el espacio en que vivimos es breve.

Según esto, la felicidad no está en un lugar, ni es un estado anímico y temporal. La felicidad es un “modo de ser y de estar” de cada persona; al mismo tiempo, es una tarea inconclusa que nos mantiene y mantendrá siempre ocupados. ¿Qué quiere decir esto?

Quiere decir que la felicidad es causada por el bien. El bien es una característica que define lo humano, tanto como define a Dios. Ya que todas las características que definen al Dios eterno también definen a toda persona, sólo que en sus límites.

Si lo dicho es verdad,  entonces, el bien no es solamente aquello que define la moral a la hora de fijarse en el comportamiento humano.

El bien es el modo de ser más original del ser humano. Por eso decimos que el bien origina todas las cosas bellas y deseadas, como la felicidad. Así la felicidad al “venir” del bien, también es un modo de ser.

Lo más propio de la persona es “ser-feliz”. Con razón decimos: soy feliz o somos felices. Ser-feliz es un modo de ser y estar con las personas y en el mundo.

La persona buena hace el bien porque sabe que de ninguna manera puede hacer el mal. Al estar hecha del bien sólo puede definirse buena. Hacer el mal sería atentar con su propia naturaleza.

Atentar con la naturaleza del bien y sus leyes es perderse. Perdidos en el caos no hay salvación posible. A no ser que recuperemos a tiempo la condición original con que fuimos hechos.

La persona buena por definición es feliz. De ahí en adelante todas las demás cualidades embellecerán su conducta. El cantautor español Luis Eduardo Aute, lo dice cantando: “Te embellece ser feliz”.

Si Dios creó a toda persona desde su propia bondad, hacer el bien es el mejor modo de ser humano.

O sea que, al no actuar conforme al bien, negamos la naturaleza humana y la divina al mismo tiempo. Sólo fijémonos como “des-calificamos” a una persona cuando hace el mal. 

A quién actúa según el mal le gritamos “cosas feas” reprochando ignorancia respecto a la naturaleza más propia y original del bien.

Por consiguiente, no nos queda más que hacer el bien, ya que somos del bien y para el bien. 

El paraíso no está perdido. Está en el diseño de cada ser humano. Si actúas conforme al bien la moral no tiene nada que decir. La moral sólo se explicará desde ti.

Por: Fr. José G. Delgado-Acosta OP
Foto: jgda
miércoles, 1 de mayo de 2019

un Proyecto de Vida


Proyecto de vida

Alcanzar aquello que uno se propone tiene que ver con la elaboración de razones que puedan ser implementadas como un bien amado. Eso es un Proyecto de Vida.

Los razonamientos válidos son construidos a partir de otras razones, propias o ajenas, y puestas a prueba repetidas veces, hasta el infinito.

En las razones están las fuerzas del movimiento. La acción exige constancia en dos ejes: la fuerza interna que está en la razón y la fuerza externa que es el movimiento. 

Las grandes ideas, como los sueños son la base de toda revolución científica. Del mismo modo, nuestra existencia, primero tuvo que ser una idea en el corazón de Dios, y en el de nuestros padres.

Una persona razonable, sustenta sus pensamientos y acciones en un proyecto. 

Quiero decir que, los propósitos como las razones obligan a creer, confiar, en uno mismo. 

Es frecuente escuchar decir: Yo no tengo nada que no me lo haya dado yo mismo. Todo cae en el marco de mis propias posibilidades.

Este argumento puede sonar a “exceso de autonomía” y lo es; sin embargo, es el punto de arranque y el motor que mueve hacia a todas las direcciones y metas. 

Partimos de la confianza en uno mismo. Luego, nos extendemos a todas aquella direcciones que las relaciones nos permitan. 

Dios está en entre esas relaciones. La más valiosa. Abiertos a Dios es lo mismo que asegurar que la meta trazada nunca será una tarea inútil. La energía, la dirección, el aliento y todo lo demás, vienen de las relaciones y del amor que tiene su fuente en Dios.

Aquellas personas que no tienen proyecto se abandonan en su propia miseria.

Imbuidos en el miedo y las acechanzas del mal, frustran las iniciativas propias y ajenas. Ese tipo de personas, suelen ser poco racionales y atractivas. Definidas por Alberto Cortés como “la masa”. 

La diferencia entre “la masa” y “la persona” es el proyecto y las razones que lo han puesto en movimiento.

Fíjate bien que, las personas sin proyecto, sin propósitos; aluden a las razones y propósitos de otros, repiten hasta el cansancio aquello que justifica “su modo de ser”; suelen ser gente con pocas posibilidades de apertura a los cambios; estáticos esperan que la suerte los sorprenda un día por el camino.

Por consiguiente, cada vez que emprendamos un nuevo año, por la razón que sea, te propongo que consideres tu propia vida a partir de un proyecto; que aprendas a contar con las personas y las cosas; que pienses en lo breve que es la vida; te animo a que no olvides que, las potencialidades si no se ejecutan se frustran al punto de entumecer los sueños; finalmente, no olvides nunca que una persona sin sueños es una persona miserable.

Si eres un soñador como yo, vas a tener tantas frustraciones como las estrellas del firmamento; si no lo eres, serás tan amorfo como el mar después de la tormenta; de uno y otro modo, lo que importa es que tengas un proyecto, que sueñes y que cuentes conmigo.

Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 3 de enero de 2018