La realización es posible que llegue, pero mientras habites
este mundo lo único que puedes hacer es amar.
Por: Gvillermo Delgado OP
Cuando fui estudiante de teología el siglo XX acababa, para entonces asimilé por poco tiempo que “el ser ideal” es posible mientras habitamos este mundo. Los desengaños por los que la misma teología me llevó vinieron después.
Los estadios que el tiempo marca en etapas mientras
crecemos determinan lo que seremos para siempre. Vamos a la escuela, hacemos amigos, practicamos deportes o un arte,
trabajamos, nos graduamos y tomamos decisiones. Por eso, hoy somos de acuerdo con lo que fuimos un día y mañana llegaremos a
ser por lo que ahora somos.
Aprender que la felicidad es una tarea y no una meta
allende del horizonte, nos cuesta toda la vida. Eso es lo que asimilé en el
siguiente estadio de mi vida.
El día que por fin afirmemos sin tapujos que la realización humana
no es posible, nos liberamos de tantos clichés asimilados por los
convencionalismos culturales, sociales y a veces religiosos. Quizá ese día empecemos a ser más religiosos y más nosotros mismos.
Esto que digo de repente podría inquietar el alma de más de
dos personas, porque: ¿Quién de nosotros no afirma que vive para realizar su
vida?, pero, les pido que continúen esta reflexión hasta el final. Saben ¿por qué?
Cargar con frustraciones, con diversidad de miedos e inseguridades
es como si tuviéramos instalada en la raíz del cerebro alguna aplicación
malvada imposible de desinstalar. Es como una condena anticipada. Sobre todo, lo cruel y penoso
está en la desazón que nos provoca el hecho que experimentemos de tajo tales emociones
por el afán de alcanzar la felicidad.
Desaprender, desheredar las propias riquezas, para retomar las
promesas y el conocimiento cierto es la lección más hermosa que los profetas y
los santos hicieron en su tiempo.
Imagina a San Jerónimo al abandonar su vida
feliz de los circos romanos para dedicarse después a una vida de austeridad,
de penitencias y estudio de las Sagradas Escrituras. Si hablamos del Gran Agustín
de Hipona, quien no conforme con sus riquezas y conocimientos llegó al despojo, al modo de los evangelios predicados por el mismo Jesús de Nazarét.
Llegado a este punto quizá te preguntes ¿A dónde quiero
llegar? Desaprender para volver a aprender es lo que hacemos cuando amamos.
Amar es despojarnos
para volvernos a revestir “con un traje de triunfo”, como dice el profeta Isaías
(62, 10). Amar entregándose como aquello que nadie puede comprar al modo del Cantar
de los Cantares (8, 7). A eso quiero llegar con todo lo que vengo diciendo.
La felicidad, la realización o “la salvación eterna” de la que
dicen las Sagradas Escrituras es posible sí y sólo sí te “despojas”, tal como
se lo pidió Jesús al Joven rico:
Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en
los cielos; y ven, sígueme (Mt 19, 21). Solo entonces lo
probable será posible.
En pocas palabras, lo que finalmente digo es que la realización
es posible que llegue, pero mientras habites este mundo, lo único que puedes
hacer es amar. Nada más.
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