Colibrí Hechos y Palabras lunes, 22 de diciembre de 2014 Sin Comentarios



Después de todo,
eres una certeza madurada con el sol
que vino poco a poco a este lugar.

Ya no te busco como lo hacía antes 
cuando desesperado agarraba camino
a perseguirte en mis viajes solitarios
sin apenas saber dónde tenías tu casa.

Ahora más bien,
me aproximo a tus alas concretas
que envuelven las almas, incluida la mía.

Porque cada vez que te acercas a mi solar
mi corazón empieza a prepararse
poco a poco
para que te poses
en la frescura de mis ramas.

Ocurre que
si llego  donde tú estás
o si vienes donde estoy yo
lo mismo da.

Siempre nos abrazamos desde dentro,
como raíces de árboles extraños
que se encuentran en el silencio
del fértil humus.

Y al presentir que estás por irte
me regreso en velocidad a la morada solitaria
dejándote atrás.

En mi camino de regreso,
de algún modo,
 adelante vienes
por donde el horizonte cae:
yo parezco perseguirte,
para intentar tocarte con mi dedo hacedor.

Mientras avanzo montaña adentro,
por las veredas más extrañas
me filtro entre los matorrales,
entristecido a buscarte
en la espesura de la neblina
que dejó la lluvia de la tarde.

Porque para mí
siempre ausente estás
y presente a la vez:
tanto que te haces totalmente actual
y radicalmente distante.

De ese modo,
como pastor solitario
pertenezco a los cerros.

Allá, paso viéndote en los detalles.
Me quedo oyéndote en la voz de los colibríes,
o, sintiéndote en la penumbra de cada tarde que se va.

Y cada vez me entrego a la noche
mecido por los grillitos del camino.

A media noche
a la hora de los espíritus benévolos
me baño en aceite crismal,
me consiento en tu belleza
para dormir cundido de amor.


Lejos de todo mal.

Por:  De José G. Delgado, OP
Fotos: prestadas



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