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Salud del alma

 


Salud del alma



Por: Gvillermo Delgado Acosta OP



La salud del cuerpo, del espíritu y de lo racional sólo llegará a sostenerse en el tiempo el día que apostemos por la salud moral. Lo han insinuado los neurocientíficos sosteniendo que la salud mental está arraigada en los problemas éticos. Cuidarnos deviene de la ética y la moral.


En el largo camino de las religiones ha quedado expresado que el pecado acarrea la propia culpa. La culpa se convierte en peso y el peso en el pesar que arrasa con toda vida dichosa. Si la bienaventuranza es añoranza de un paraíso perdido es porque es memoria de lo que un día fuimos y dejamos de serlo.


Basta con espiar por la propia historia desde la infancia y constatar tantas pérdidas, de lo que dejamos de ser. Hannah Arendt afirmó que la única razón por lo que vale la pena conocer el pasado es para modificar el futuro. Inmiscuirnos en aquello que perdimos y dejamos de ser, por acciones erradas, hace creer en lo mucho que aún podemos mejorar.


La ética es el camino. Cuando definimos a la persona como sabia, dada su razón y su proceso de perfeccionamiento en una larga data evolutiva, en el fondo lo que se describe es el silencioso devenir a través de la ética. Sin la ética jamás se podría definir a la persona, ni tan siquiera desde un mínimo ápice de sabiduría.


Recuperar a esa persona sabia, que la humanidad ha perdido, ha empezado a acontecer el día en que no hablemos de la ética universal como un imperativo, sino que tú y yo somos esa moral, esa ética; y atrevernos a decir: estoy buscando no sólo fuera de mí, sino en la persona que soy yo mismo. No como persona en soledad sino orientada hacia ti.


Bastaría que esa relación estuviera animada por el valor de la empatía como para reivindicar lo perdido y dar crédito a tantas luchas al nivel que sean, por la cual la persona ha batallado y sigue haciéndolo; pero cada vez que hace una lucha en lugar de asomarse a lo que busca lo enturbia, porque se reinventa no desde el bien sino desde el mal, desde lo inmoral.



Recuperar lo humano en el valor de la empatía sería renacer desde lo más original y auténtico, para ser en lo original y en lo auténtico.


Quien es empático llega a habitar el alma del otro. El empático habilita la capacidad de perdonar y ser perdonado. Bastaría una pequeña dosis de empatía para descender a las profundidades del alma; ya que la empatía es un buen asomo a lo sublime, a la condición espiritual humana. Reivindicarse desde ahí es recuperar al hombre sabio. Eso es recuperar la salud del alma.


miércoles, 14 de agosto de 2024

Valores de una persona para otra persona

 


Mis valores para ti 

 

Por: Gvillermo Delgado OP


Valores para una persona es la síntesis a la que finalmente he llegado, luego de un largo trecho de reflexionar sobre valores y confrontarlos conmigo mismo.


Valores para una persona definen el pensamiento que orientan las emociones, para decidir y actuar. Son el esplendor de la realidad espacial y temporal que afectan todo: La vida moral y espiritual. Ahí están las razones para enjuiciar y normar a modo de criterios la conducta en cada caso.


Si un día concluyes que existen tantos valores, que son sólo tuyos, y al mirarlos en los demás llegues a pensar que tu alma se ha expandido en otras almas como luz; entonces, concluirás que eres fuente de irradiación porque participas de los bienes originarios y universales.


Por consiguiente, si llegas a afirmar, como yo ahora, que “estos valores son míos y de los demás”, como ratificación de tu propia existencia; sabrás que existirás siempre en ellos, aunque desaparezcas para este tiempo y este espacio. Si eso te llegara a pasar: serás recuerdo, amor, alma expandida, bondad actuante.


Sin más, presento la jerarquía de  mis 5 valores, los razono "para" todas las demás personas:



El amor. El amor está por encima de todos los demás valores, por ser el regalo más grande de la vida, a lo que llamamos gracia. Por ser lo primero imprime carácter. Es el valor ideal. La base para construir mi marco teórico. El amor es fuente y meta de toda la existencia. El criterio para comprender y hacer el bien. Se ilumina en el bien y se manifiesta en la belleza.


La alegría. Subordinado al amor. La alegría es expresión de lo que abunda en mi interior. Si falta alegría en mis acciones humanas, por las razones que sean, es obligatorio examinar las posibles causas de las desarmonías y caos interiores. Es indispensable examinar los sueños, oír los reclamos del cuerpo en los temas de salud, examinar los recuerdos, las tristezas. Refundarse en el amor.


El respeto. Respeto es la condición de cuidar. Al ponerme en relación con los otros me obligo a cuidarme primero. Solo entonces me convierto en estima amorosa para las demás personas. Hallar en los otros (y en la creación entera) aquello que destella belleza, ese asombro de “hallar” me abre al respeto. Y al hallarlo de modo exclusivo en las personas me obligo a dignificarlas.


Empatía. Empatía aglutina todas mis capacidades de sentir (lo bueno o lo malo) de los demás y al mismo tiempo asumir su condición. Me hace solidario. Me define en el servicio. Es un modo de visibilizar la fuerza del amor. Es el rasgo primario y lejano en el tiempo de mi edad personal. Al ser la fuerza primaria de mi diseño humano, me convierte en persona buena por naturaleza. Con lo cual afirmo que nací “para” existir en relación con todo lo que existe. Por eso existo.


Responsabilidad. Es cargar. Encargarme del otro. Y cómo sólo en el amor se carga, no cargar nunca reclamos de la propia conciencia y actuar en consecuencia, eso me define responsable. Como quien responde por cada una de las acciones realizadas.


Honestidad. Es dignidad y honor. Tan universal que se pronuncia de modo parecido en casi todos los idiomas del mundo. Este valor me hace aparecer igual en todos los ámbitos de la vida en que participo. Soy el mismo en la ermita del pueblo, el mismo en la Plaza Gerardo Barrios del Centro de San Salvador, el mismo en las aulas de la Universidad. 


Intento ser, no un espejo que ataja y refleja la luz, sino el vidrio que la deja pasar. Soy lo que ven. Lo que los demás miran de mí, eso soy.

 

La honestidad es la luz que lo atraviesa todo. Va y viene. Permite ver afuera lo que hay adentro y adentro lo que hay afuera. Es el mejor modo de ser digno mientras duermo, desayuno, hablo con las personas, reflexiono el evangelio y doy un beso al saludar. Es mi honorabilidad.


Libertad. Es la fuerza de mi voluntad. Que apuntala a la toma de decisiones hacia lo mejor de mí. Pero antes promueve mi pensamiento y la imaginación fundamentada en la fe y el orden de mi mundo. Es la configuración de mi tiempo y mi espacio. Mis límites y alcances. Mis frustraciones y realizaciones en orden del perfeccionamiento. 

martes, 9 de abril de 2024

LA INTEGRIDAD DE LAS PERSONAS

 


La persona íntegra vive del asombro que le provocan las pequeñas cosas

Por: Gvillermo Delgado OP


La integridad establece la identidad de toda persona. A su vez,  la identidad define las relaciones que sentimos necesarias para existir, hacia las personas y al universo de las cosas. Y como resultado tenemos a la persona moral y ética o  la persona cabal, tal como se traduce de los idiomas mayas.


Desde mi experiencia, la persona íntegra debe definirse al menos por siete capacidades o responderse a la pregunta: ¿cómo sé si soy una persona íntegra? 


Ya que la persona íntegra:


1.  Es libre. Capaz de hacerse cargo de sus acciones, y en algunos casos responder por los demás.


2.  Es pacífica. Por ser capaz de ser paciente ante la adversidad. La persona pacífica, extrae sus fuerzas para resistir a las adversidades en el silencio y la soledad.


3.  Es independiente y dependiente al mismo tiempo. Es capaz de comprender las normas que rigen su propia conciencia, haciéndolas valer al relacionarse con los demás y con los múltiples universos. Con lo cual, ama y permite ser amado.


4.  Ama. Por ser capaz de cuidar y dejarse cuidar por los otros.


5.  Crea y recrea. Es capaz de cooperar con sus propios talentos a que el mundo se mejore. Esto le hace sentise como si fuera un pequeños dios.


6.  Vive del asombro que le provocan las pequeñas cosas. Por ser capaz de salir de sí mismo para fundirse con lo diferente.


7.  Al reconocerse así mismo reconoce a Dios en su mundo. Pues es capaz de ser feliz con lo poco que tiene. Y si aspira a algo mayor, ha de ser al modo de Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, los filósofos y artistas, los abuelos y los niños. Sabe que el ser más nunca pasa por poseer las cosas, sino por amar desde las cosas y alcanzar gracias a ello, todo aquello por el cual existe.

jueves, 18 de agosto de 2022

Personas educadas

 



Personas educadas

Guillermo Delgado
15 de febrero del 2021


Nos dijeron de niños que “las personas educadas saludan”. Afirmando así que, la educación es el principio útil para tejer las buenas relaciones, a todo nivel y en todo lugar. Con las personas que hallamos en los corredores de la casa o por las calles de camino al mercado.

Al insistir tanto en la educación queda claro que, eso de “relacionarse” humanamente no siempre es para todos; porque prevalece en el interior de cada persona un instinto larvario de rebeldía que arrastra retorcidamente por direcciones, no alineadas con la recta razón. A eso llamamos “misterio estulticia”.

¿Cómo educar en los casos de retorcimiento? Esta pregunta se salva por el punto de partida, y es este, que toda persona, aún en el misterio lejanísimo de su esencia bondadosa, puede ser restablecida y rehumanizada.


Gracias a la profesionalización escolar hemos aprendido que a unos se les puede confiar la educación de otros, sean niños, jóvenes o adultos; con el propósito de llegar a conocer las leyes de la ciencias físicas y sociales, al ser humano en su esencia, su origen y destino. Y eso, por ejemplo, porque aun siendo adultos, muchos emprenden el digno camino de la paternidad, sin estar preparados para el ejercicio de esa loable misión. De ahí la necesidad imperiosa de recurrir a otros para que coadyuven a tal tarea.


Sin embargo, no siempre es necesaria la escolaridad para ser educados. Por generaciones hemos perfeccionado el sano juicio de la convivencia. Lo que ahora enseñamos en las escuelas y las universidades a veces sólo tiene, como cosa nueva, los modos de enseñar a los niños y a los jóvenes.


El ser humano como el conocimiento científico no es un invento de laboratorio, establecido de una vez para siempre, sino un descubrimiento continuo que se perfecciona en la ecuación: ensayo-error.


Dichosamente, en cada época y acontecimientos, las sociedades nos han regalado seres humanos sabios e iluminados que nos han instruido y guiado con sus intuiciones y conocimientos hacia una manera mejor y perfecta para relacionarnos.


Por consiguiente, el imperioso principio “aprender a aprender”, nos obliga a mirar el propio pasado con ojos de apertura, aprender de lo que un día fuimos; soñar una vida mejor que la que ahora llevamos, para aprender desde lo que creemos; permitir que aparezcan en nuestro espejo aquellas personas dignas de ser imitadas, pues nos educamos en relación con los demás, sobre todo con quienes se aproximan, en cierto modo, a lo que soñamos; valorar las huellas que vamos dejando por donde avanzamos, que otros pisarán, de lo contrario la vida es un sinsentido y absurdo; finalmente, sin fatalismos, estar conscientes que la vida se nos va poco a poco en el implacable tiempo, pero el mundo que dejaremos el día que nos vayamos, será sin duda, mejor que aquel que hallamos el día en que fuimos llamados a la existencia.

lunes, 15 de febrero de 2021

El virus y lo viral


El virus y lo viral

Hemos perdido el rumbo del universo. Al des-oír la voz interior de lo real cedimos con fascinación al encanto del desorden (el cáos de los griegos). Ahora sabemos que el orden (el cosmos de los griegos) debe reiniciarse. Lo real del cosmos debe imponerse sobre el cáos. Para eso estamos obligados a re-aprender los valores éticos que desde siempre hemos practicado al calor de la hoguera de la casa y del café compartido.

De: Gvillermo Delgado OP


Hasta hace pocos meses la palabra virus no era mala. Era sinónimo de moda, difusión de aquello que todos deben saber por ser relevante, de lo que nadie podía quedar excluido.

Lo viral estaba en las redes sociales. Del cual sacaban ventaja los partidos políticos, las cadenas de producción y mercadeo, la opinión pública, las religiones; en fin, los dueños de los medios de la comunicación masiva… esa realidad viral, declaró buenas las tendencias de las nuevas versiones tecnológicas y de comunicación, y definió obsoleta toda inversión de apenas meses o de escasos años atrás. Ya no digamos cómo invalidó las tradiciones ancestrales, la riqueza heredada visible en los valores morales, las relaciones tú y yo como eje de realización. Mirarnos a los ojos, era cosa del pasado.

Ese virus “era bueno”. Había que alimentarlo como a las mascotas de sala. Debíamos invertir en él nuestro dinero como consumidores acérrimos para asegurar un estatus social y virtual; desgastar nuestro tiempo en contemplar sus novedades para eternizar las horas felices. “La ética y la moral” se surtían de esos manantiales ficticios. Los nuevos movimientos religiosos, sociales, de género, ecológicos y el mercado a todo nivel, hacían venia a sus grandes catedrales e idolatraban a sus gurus.

Pero, ese mismo virus que en su origen histórico era malo, y que en “ese-ahora” es bueno, nos traicionó desde el inconsciente más lejano que dormita como príncipe en el colchón del alma. Porque aquello que por definición y por historicidad es malo, no puede nunca-jamás llegar a ser bueno. Una cosa no puede ser buena y mala al mismo tiempo y en el mismo sentido, decía Aristóteles.

La traición consiste en que “lo viral” volvió a convertirse en virus. Es decir, nunca fue bueno. Siempre fue un virus letal y no lo sabíamos. En esto hay consenso en los santos, los filósofos y científicos, ya que la fe, la verdad, la sabiduría y lo real, están en la mente y el corazón; basta con que veamos las cosas con la mente, las nombremos con la boca y las toquemos con las manos para que sean algo más que reales, del mismo modo como construimos una casa o hacemos volar un avión por las alturas a grandes distancias, o como aludimos a Dios a la hora de planear la vida sabiendo que no podemos someter al tiempo, al espacio, ni a nada a nuestro antojo. Por eso Dios es real, como todas las cosas que nombramos y tocamos.

En esto consiste la traición, en que llamamos bueno lo que nunca fue bueno y quisimos hacer con ello un mundo real y armónico. Pero eso jamás será posible, ya que lo real siempre se impone como la verdad. El virus siguió siendo virus. Lo sabía el alma, el inconsciente y la realidad total de las cosas.

Ahora nos toca aceptar con sentimiento frustrado que nadie tiene autoridad suficiente para declarar que es pecado o qué no es sólo para permitir decir y hacer lo que le conviene. Pero lo hicimos, violentando lo real e intentando esquivar a las leyes del universo. Ya sabemos que al traicionar lo real provocamos cáos; hacemos un descontrol descomunal, del que no podemos escaparnos por más que huyamos. No hay a donde ir.

Por no escuchar la conciencia interior a tiempo, ahora la conciencia universal y exterior se ha hecho sentir con sus “grandes voces silenciosas” que nadie oye, pero le aturden. !Es el virus¡

¿Qué nos queda? Nos queda volver a atender las voces internas de la conciencia, atender la verdad de lo real, atender las normas morales como expresión de los principios universales y los valores concretos.

No olvidemos-nunca que las relaciones humanas pasan primero por el pensamiento. Nos convertimos en lo que creemos o pensamos: “Las ideas, pensamientos y acciones se convierten en hábitos, y configuran la memoria colectiva” (así pensaba Jung). Eso determina el desarrollo de cualquier sociedad. De suerte que podemos conectarnos con los pensamientos de los demás. Somos herederos de genes, pensamientos y hábitos. Quiero decir que la memoria no está sola en el cerebro. La naturaleza y la cultura es memoria.

Es preciso recordar que en cada instante que respiramos y pensamos estamos resumiendo todos los siglos. Sheldrake decía que, “todo lo que pasó sigue pasando en cierto modo”. Por eso cuidar los sentimientos y los pensamientos es definitivo para reconstruir el universo y pasar del cáos al orden.

Para eso estamos obligados a re-aprender los valores éticos que desde siempre hemos practicado al calor de la hoguera de la casa y del café compartido.
viernes, 17 de abril de 2020

Contrapeso



CONTRAPESO

Todo aquello que vale, vale por la fuerza que lo sostiene. Con frecuencia los valores morales se sostienen en el cumplimiento de las normas morales. Sólo las aves se sostienen en el aire. Pero es por otras razones.

No es exacto decir que la crisis de valores de la sociedad actual se deba a la técnica y la comunicación. Lo ha pasado  es que se han debilitado las normas morales que armonizan la convivencia social. Por eso que ya no somos capaces de sentarnos a la mesa a comer juntos y confiar en las promesas de las otras personas.

De no reconocer la constatación de esta verdad y actuar a tiempo, habremos perdido para siempre al ser humano civilizado. Sólo nos quedará la posibilidad de reeducarnos como se educan a los niños que despiertan del vientre de su madre para mirar la luz del mundo. 

Así como la inercia es carencia porque le falta energía física propia, la gravedad existe gracias al contrapeso necesario de un cuerpo respecto a otro; igual pasa en toda relación humana, ella es contrapeso de dos o más personas. Igual son los las normas morales a los valores y su cumplimiento.

Nada puede sostenerse por sí mismo, todo requiere de ser movido o sostenido por otro. Aun Dios, subsiste en la comunicación de su amor, razón por la cual creó al ser humano.

Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
domingo, 23 de diciembre de 2018

El valor de la Comida



                   El valor de la Comida

Una persona cualquiera siempre se descubre «humana» delante de otra persona. Con frecuencia lo hace alrededor de la comida. Ya que la comida es el símbolo sagrado más preciado en todo el universo de las cosas.

Por: Gvillermo Delgado OP


Una casa sin cocina no es una casa
Cocina, comedor, dormitorio y sala son los lugares más sagrados de una casa. A veces uno prevalece sobre los otros de acuerdo a las circunstancias.

Cuando hablamos del «vacío existencial» pensamos en tiempos y lugares tristes, por ejemplo, en la soledad de la tumba después que enterramos a un ser querido; en todo aquello que queda atrás de un primero de enero o en un teatro vacío después de su función. 

Vació es el salto de la soledad al abandono. Como cuando uno se queda solo porque todos los demás se van a cualquier parte, y no sabemos que hacer con nuestro tiempo libre y espacio que ocupamos. 

Así pues, vacío existencial es la pérdida del sentido ante la ausencia de aquello que define la vida.

Ahora bien, si intentamos responder a la pregunta: ¿Qué es una casa sin cocina y mesa de comedor? No queda más que decir que: «no existe». En todo caso, lo que queda (si es que queda algo) es un vacío inhabitable.

Una casa se convierte en hogar sólo cuando en su interior arde una hoguera. La hoguera da calor y protección a quienes viven en la casa. La hoguera es la llama que arde en la casa mientras se cocinan los alimentos para quienes la habitan o la visitan.

Las hornillas de las casas campesinas ahúman el entorno. Otorgan identidad vital a las viviendas y al vecindario,  pues preservan los alimentos y aromatizan el aire que acerca a las personas en el silente fluir de una braza bajo el comal. 

¿Qué queda de una casa campesina sin el humo que se escapa por sus chimeneas?

La comida como símbolo de encuentro
Una persona cualquiera siempre se descubre «humana» delante de otra persona. Con frecuencia lo hace alrededor de la comida. Ya que la comida es el símbolo sagrado más preciado en todo el universo de las cosas.

La comida como símbolo de encuentro significa «unión y comunión». Con razón la comida no sólo satisface las necesidades objetivas, sino todas aquellas que demandan las circunstancias humanas. Así, por ejemplo, el paso de la vida a la muerte o de la muerte a la vida sin comida en la mesa no tienen sentido, ya que la comida hace posible la vida y traza estelas por donde la existencia se define en cada caso.

Imagina el matrimonio de tu hija o el funeral de un ser querido donde falte, por lo mínimo, una taza de café y un pedazo de pan. Cuando aquello que compartes, ya sea la tristeza o el festejo, lo simbolizas en la comida, eso que compartes toma un nuevo matiz: si es de tristeza deja de ser menos trágico, si es de gozo lo trasciendes a lo más profundo de tu interioridad o lo elevas a las alegrías más sublimes.


En el momento en que la comida es el símbolo del encuentro entre dos o más personas, lo que está ocurriendo es que «tu condición humana» está volviendo a nacer, tanto, como si Dios te tomara en sus manos como barro moldeable e hiciera de ti una vasija nueva.

La bendición del trabajo
El salario se sacraliza en aquel instante en que se transfiere el valor material del dinero a los alimentos como sustento elemental para la familia y los amigos. Del mismo modo, el trabajo significa «la bendición de Dios».

Dice el escritor sagrado: «Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y te irá bien» (Sal 128, 2). Esa es la razón de ser de la existencia humana: «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado» (Gn3, 19).

Mientras «volvemos a la tierra de la cual fuimos sacados» santifiquemos la mesa con la alegría de los niños que crecen y la bienvenida de los amigos que llegan a la casa. Hagámoslo en la unión y comunión. 

Simbolicemos en este acto al gran amor del cual venimos. En el que nos reunimos cada vez que la mesa se pone para contemplarnos, celebrar la vida o unirnos en solidaridad con quienes sufren una pena. 

Foto: jgda
jueves, 19 de julio de 2018

Madurez humana



La persona madura es una persona inteligente

Por: Gvillermo Delgado OP

¿Qué es la madurez humana? Cuatro realidades la definen: La responsabilidad como la condición de quien asume las consecuencias de sus actos de principio a fin. El dominio de sí mismo como la capacidad de sostenerse en lo más auténtico y santo. Las aspiraciones más profundas, como el reconocimiento de que nada caduca en la propia necesidad y su goce. Y la capacidad de crear ideas, que pone a toda persona sólo por debajo de Dios, como quien crea y recrea su propio mundo.

Ninguna de estas características se limita a cierta edad, condición religiosa, ni a capacidades intelectuales, sino estrictamente a la condición humana en crecimiento.

1. La responsabilidad

La persona responsable es aquella que asume las consecuencias de sus actos en todas sus manifestaciones.

La responsabilidad conecta con aquellas actuaciones que inspiran a las demás personas relaciones de confianza; desata los nudos que atan toda posibilidad de creer y dialogar.

A eso le llamo apertura, porque abre puertas hacia todo lo que puede ser. Con la apertura la persona intuye las posibilidades de acción, descubriendo, al mismo tiempo, señales de realización. Se nota cuando una persona abandona su condición pasiva para convertirse en el dinamizador de las posibilidades que tiene entre manos.

Así la responsabilidad hace visible el crecimiento humano. Cuando la responsabilidad se ilumina en la persona, la persona es transparencia, y autenticidad. No teme que lo desnuden en la verdad, tampoco teme a su propia muerte. 

Cuando eso ocurre estamos delante de la persona honesta. 


Si encuentras a alguien con estas características por el camino, no pases de largo. Es una especie en extinción. Domesticarlo es un verdadero reto para la salud moral de tu alma. Detente. La creación entera te lo agradecerá, porque finalmente lo imitarás y otros tantos, te imitarán a ti.

2. El dominio de sí mismo

Lo santo es por excelencia el dominio de sí mismo. Para muchos de nosotros quizá sea una camisa que nos quede grande. Pero no. Porque el dominio de sí mismo es poner en marcha el aprendizaje de la propia experiencia, es la autoconsciencia de lo que uno ha llegado a ser, gracias a la vida. En ese aprendizaje, la persona apunta a un destino que la conciencia traza.

Si la persona adulta es aquella que se define en el dominio de sí misma, eso significa que, en el lenguaje de la ética filosófica, es “virtuosa”, y en el lenguaje religioso es “santa”. Estas alusiones del “ser perfecto”, que se derivan del dominio de sí mismo, son indicios del ser “iluminado”. Eso es: mirar con la claridad del alma.

De ahí deviene la cualidad de la persona transparente. Esa persona que se aconseja primero ella misma antes de aconsejar; no engaña, simplemente porque ella misma no se engaña.

En este nivel, la persona se concibe en el marco del  "carácter de lo sagrado". Esto es la santidad de la persona, contagiada por Dios, que le define como inviolable; porque al mirarse en el espejo de sí mismo contempla el valor absoluto:  el grado más alto que le coloca "casi" al lado de Dios.

3. Las aspiraciones profundas

La madurez humana implica también la insatisfacción que la convierte en soñadora de cosas grandes. Pues, se mide con lo alto y “grandioso”; aspira persistir en lo más íntimo y “profundo”.

La insatisfacción apunta a la consideración de los orígenes de donde el ser ha evolucionado, pues, se remite a la profundidad inconsciente del alma con la cual construye su propia vida.

Estas cualidades hacen misteriosa a la persona. Son objeto de inspiración, sin duda que de ser imitadas.

4. Crear ideas

Finalmente, la madurez humana tiene que ver con las ideas. Las ideas son reales en la práctica porque crean la realidad. De otro modo, todo lo existente es palabra porque son palabras del alma.

La madurez humana implica crear ideas que de suyo están transformando su mundo inmediato, y las propone para trasformar la comunidad de referencia.

Pero no son ideas que vienen de la nada. La persona madura medita, por eso prefiere el silencio y la soledad al bullicio y la compañía; a ese punto se llega a través de la lectura o el diálogo.

Así, por ejemplo, leer es ver las ideas del alma, y, terminar un libro es liberar la nostalgia para transformar el mundo propio y ajeno. Me pasa con frecuencia, siempre que leo o escribo siento el inexorable sentimiento de nostalgia que me retiene o me libera. Esa sensación de luz que el alma libera para ver o para cegar. Igual ocurre en el diálogo, la otra persona revela algo de uno mismo y de la condición humana.

Las ideas son la noble expresión de la realidad. Sean nuestras o no, las ideas, siempre apuntan a una acción o simplemente son su expresión.

Quien se niega a no crear ideas está condenado a ser enajenado. Ajeno a su propia libertad, jamás verá la luz de su propia alma, ni verá por asomo el mundo que siempre soñó para él y su entorno.

Crear ideas es un aprendizaje que pasa por el tamiz de la propia interpretación. En función de todo lo que merece ser cambiado. Los grandes cambios son del pensamiento, de las grandes ideas que crean mundos. No hay transformación sin ideas, ni creación sin un Dios que la pronuncie para llamarla a su existencia real.

Crear y recrear es propio de la madurez humana.

5. La inteligencia moral 

La vida moral es la mejor síntesis de las virtudes antes descritas. De ahí la afirmación que "la persona madura es inteligente". Inteligencia que se  expresa como empatía o "sensibilidad por el otro" en los principios universales básicos (las reglas de oro y en el mandamiento del amor). Que se aplican a los valores personales, metas y acciones, por tanto, definen a la persona por lo que es y por lo que hace, así:
- La integridad como capacidad de armonizar la conducta con "principios humanos universales", con el fin de orientar la vida hacia el fin de toda persona: la realización, la felicidad, vivir en el amor. 
- La responsabilidad en tanto  capacidad de asumir las consecuencias de las acciones como muestra que las acciones son concordes con los principios universales.
- La compasión como capacidad de preocuparse por las otras personas y expresar respeto por ellas; 
- y el perdón como expresión de tolerancia hacia los errores, flexibilidad y capacidad de comprometerse para promover el bien de todos. 

lunes, 23 de abril de 2018

LA PUNTUALIDAD



Por Gvillermo Delgado OP

La puntualidad es la acción que hace del tiempo un valor y de la vida el movimiento orientado a la conquista de grandes cosas, solo quien lo comprende y práctica lo alcanza y disfruta.

La puntualidad trae consigo quietud, seguridad, confianza en uno mismo, hace creíble la palabra, origina el «movimiento de las cosas», porque hace de la voluntad humana un «alma grande», en tanto capacidad de realizar los sueños.



Pequeños dioses del tiempo

Las personas de «alma grande» infunden confianza, trazan sueños hacia otros mundos posibles, pues son como pequeños dioses del tiempo.

Para ellos, el tiempo es un valor porque enmarca la vida desde su inicio hasta su final. Al saber que la vida no sólo puede existir ahí, la revaloran constantemente para alcanzar todo lo que se proponen, y perdurar más allá de esos límites.

Al asegurar que Dios crea el tiempo, al mundo y el uso de todo lo creado, ellos se convierten «pequeños dioses» que se realizan, transforman la naturaleza para su bien, se plantan en el podio del éxito, y hacen del tránsito leve por este mundo, algo más que una huella imborrable, porque en aquello que transforman edifican los trazos de su propia perfección.


El uso indebido del tiempo

La puntualidad como valor marca el tiempo y la vida, define a cada una de las personas. En ese orden de cosas, cualquier anarquismo, en tanto desobediencia a las normas, es la indebida actuación sobre aquello que nadie en este mundo es capaz de crear o producir, como la vida y el tiempo. Por lo mismo el uso indebido del tiempo convierte a las personas en dioses prepotentes y autoritarios.

Cuando una persona «presume omnipotencia» se convierte en un ser malvado y curvado, inclinado al vacío abismal de sus acciones; extraviado, sólo puede ser alguien inútil en el trato, limitado de mente, sordo al conocimiento y a los latidos del corazón, pues, limitado a su propio vacío se priva de disfrutar del ritmo de la vida que transciende su pequeño mundo.


La puntualidad para hacer cosas grandes

Quienes existimos en el límite del tiempo y la vida, sabemos que no nos queda otra cosa que ser puntuales, porque ahí encontramos el único regalo para hacer de cada instante de tiempo un mosaico de realizaciones.

Quien, además comprende esto hace cosas grandes, pues, se deja llevar por los impulsos internos del alma, y hacia fuera, se expresa con tolerancia y respeto, afabilidad y ternura.

Esas son las personas exitosas en todo aquello que emprenden, ya que con su trabajo construyen la comunidad humana; o sea, sirviéndose a sí mismos aman a quienes ni siquiera conocen.

Estas son las personas prestigiosas que caminan por las aceras de las ciudades, pues, saben que nacieron en una hora puntual y que volverán a su punto de origen del mismo modo; y para no ser sorprendidos por la muerte, viven haciendo que todo dependa de ellos, mientras ellos no dependen de nada. Son libres en el tiempo, viven cada instante en puntualidad. 
viernes, 8 de septiembre de 2017