La prisa trae
maravilla y error
Aristóteles
Gvillermo Delgado OP
Es costumbre entre nosotros empezar un año con festejos. Poner en cero el calendario. Así, renovados, iniciar un nuevo ciclo de tiempo.
De pronto, la prisa nos mete en la cotidianidad del trabajo, cuesta arriba para perseguir los sueños. En ese afán, como en un breve suspiro o agua entre los dedos, se nos van los días.
Pasados los años, perdemos fuerzas. Con lo efímero del tiempo decimos: otro año se fue. En ese “de pronto”, descubrimos que ya no tenemos la salud ni la ilusión, de al menos un año atrás. Todo cambió.
Por eso vemos a
personas defendiendo, con una exagerada radicalidad, posturas nuevas de libertad,
para disponer de la sexualidad, de las leyes de la naturaleza y la sociedad, de
la propia vida y ajena, sin medir con claridad las consecuencias de sus
acciones.
También, prevalece una actitud de las mayorías, que vemos con resignación el deterioro de los valores en la herencia familiar, consolidados desde los orígenes humanos.
Unido a esa realidad, las relaciones humanas mediadas por mecanismos tecnológicos artificiales hacen artificial también a las personas.
Ensimismados
en el mundo de la tecnología, el “tú y yo” de la condición humana, inhabilita
la vida social. Por lo mismo, al limitarnos a socializar en círculos estrechos
y selectivos, nos vemos obligados a buscar otras opciones de relaciones, muchas
veces, centradas en el consumo placentero de cosas, animales y personas, entre
las cuales destacan: las mascotas, la adopción de bebés o el contrato de
relaciones de convivencia.
Con lo cual, se facilita la adquisición de objetos o
personas a nuestra imagen y gusto. Imponiéndonos “hábitos” que nos
hacen esclavos. Entonces, el trabajo no nos dignifica, nos somete, acaba con
nuestras vidas.
Con todo eso, la vida se nos va, sin tener control de las capacidades mentales y emocionales. Mientras la incertidumbre va en crecida.
En estas aguas torrenciales, para religiosos o no religiosos, la fe puede ser el salvavidas. La fe es enfoque que orienta. No un dios (en minúscula) de antojos.
La fe orienta las búsquedas
y el sentido del por qué nos aferramos a la vida que ahora vivimos. Aunque,
no olvidemos nunca, que, con la fe, jamás hallaremos la única respuesta que
quisiéramos; pues la fe abre a más incertidumbre. La fe es, en cada caso, un horizonte
nuevo que abre a diferentes respuestas y a más interrogantes. Y esto no debe angustiarnos,
sino darnos sosiego.
Dios no es panacea de nuestros males, ni el responsable de las consecuencias de nuestras decisiones. Dios es la orientación segura que la fe atisba.
El día que comprendemos esta verdad, importarán poco las seguridades que las cosas, la ciencia, las personas o nosotros mismos, nos damos; porque habremos adquirido, por fin, facultades nuevas de quien presiente que la vida se nos va, y al adquirir el sentido necesario para vivir, relativizaremos todo lo anterior; todo aquello a lo que antes nos aferrabamos, incluida la propia autonomía. Comprender esta verdad es saber que, todo se hace nuevo en esta incesante incertidumbre que la fe confiere.
Simplemente HERMOSO, la Fe nos ayuda a no perder el sentido de nuestra vida, de nuestro Ser
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