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LO ETERNO Y LO TEMPORAL

 




Todo se escapa en el mismo momento en que intentamos poseerlo


Por: Gvillermo Delgado OP

16/12/2021

 

Las cosas se definen por sus características sensibles. Todas las cosas tienen color, olor, forma, textura, tamaño, espacio. Valen, se compran. Tienen un principio y un final. Tienen causas y efectos. O sea que las cosas hacen comprensible la realidad que se nos presenta a la vista.


De ellas partimos para explicar las realidades más complejas, aquellas que tienen características visibles e invisibles a la vez.


Un árbol no asombra como el nacimiento de un niño; un cuerpo por simétrico que sea no provoca tanta incertidumbre como la eternidad de la vida.


Lo explicable da satisfacciones, tranquilidad, seguridad, estabilidad; porque, en cierto modo podemos poseerlo, como a un par de zapatos. 


Lo inexplicable, como la vida “después de la muerte” se aísla como tema aparte, porque al intentar poseerla se escapa como un atardecer entre las montañas de diciembre.


Por eso, la persona insinúa conocer lo eterno sin poseerlo. Lo cual desata en su alma una serie de añoranzas y un futuro prometedor al que nunca llega.


Con facilidad pasamos del gusto al disgusto; distinguimos lo oscuro de la luz, el nacimiento de la muerte, la alegría de la tristeza, el bien del mal, el amor del odio, lo bueno de lo malo, al diablo de los ángeles, y al Dios eterno de lo pasajero del mundo.


Tenemos dos “cosas” imprescindibles para vivir, que extrañamente no podemos poseerlas, como a un teléfono para manipularlo al gusto. Ellas son: el tiempo y el espacio.


Nadie puede pausar un segundo o alargar un día feliz. El tiempo pasa implacablemente dejando huellas imborrables en “un-de-repente”; en un ¡zas! se convierte en recuerdo, describiendo nostalgias en la memoria. 


Mi madre a sus ochenta años, suele decir: ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Cómo pasa todo! ¡La vida se nos va!


Igual ocurre con el espacio. Tenemos un territorio, una patria y una casa. Tenemos un cuerpo que se calca en la sombra, como huella indeleble mientras avanzamos por los caminos, pero no podemos poseer el propio cuerpo ni a otro ajeno. Todo se escapa en el mismo momento en que intentamos poseerlo. El día que morimos, el espacio queda, la sombra se borra.


Es fácil entender la eternidad de lo temporal. Uno se posee, el otro a tientas.


La persona es el punto de equilibrio entre lo eterno y lo temporal. Sacia sus necesidades, tiene valores, se perfecciona en virtud de la felicidad; y, aunque a veces simula no saberlo, es consciente que todo eso pasará como su sombra por el camino de su juventud.


Cuando la persona se hace en la justicia o se transforma en un ser justo, entonces expresa resabios de eternidad. Pues, sabe que, solo puede definirse en el amor y hacia ahí se encamina, aunque no lo alcance nunca en su totalidad. El amor provoca en todo ser humano una sed eternidad.


De ahí, sabemos que poseemos el amor y que somos poseídos por él. Para asegurarlo salimos a buscarlo en las demás personas y en el mundo de las cosas creadas; pues, lo eterno sólo puede acontecer en el amor, aunque sea a tientas.


El amor se posee sólo mientras la persona ama o es amada. Nadie nació para un par de zapatos. Todos nacimos del amor y para el amor.

viernes, 17 de diciembre de 2021

El valor de las lágrimas y las sonrisas

 




La misericordia es la práctica del amor 

que define a cualquier persona adulta


Por: Gvillermo Delgado OP

02/12/2021

La vida acontece entre alegrías y tristezas. A simple vista, cualquier mortal que intente sobreponerse al sufrimiento estará siempre cuesta arriba. Con razón la civilización occidental encontró en la paradoja cimentada en la muerte, el martirio y la religión, un refugio seguro para encarar las miserias y proyectar su futuro.


Es de la naturaleza social anhelar progreso y realizaciones creando aventuras de cambios; ya que siempre nos hemos sentido obligados a transformar los modos de ver el mundo y las actuaciones sobre él. Haciendo con ello inevitable las lágrimas y las sonrisas, el luto y el sueño como si fueran las alas de un pájaro en vuelo.


Abordar la tristeza y el sufrimiento como augurios seguros de muerte, buscando aplacar sus impactos, es posible si miramos en los otros aquello que es inevitable en nosotros. Es frecuente ver pasar de largo a la muerte sino no toca nuestras puertas y a la debilidad del cuerpo mientras tenemos salud. Por eso no es una fatalidad decir: “se acerca el final de mi vida mientras avanzo”, más bien fortalece el sentido de la existencia y permite abordar con realismo emocional las dificultades más acuciantes y cotidianas.


Ser misericordiosos -como quien siente la miseria del otro y lo auxilia- al modo en que lo enseñó el Maestro de Nazareth y lo practicó la Madre Teresa de Calcuta, nos cuesta tanto porque es normal aprender sólo aquello que experimentamos en la propia piel. Y no siempre tenemos la actitud para ser tan siquiera empáticos con quien no es a fin a nuestros intereses. Por eso, es necesario hacer esfuerzos por “apoyar a aquellos que apoyan” a las personas vulneradas en la comunidad. La misericordia se ancla en el alma cuando imitamos los buenos ejemplos de otros. La misericordia es la práctica del amor que define a cualquier persona adulta, de tal manera que aliviando los males de los otros curamos nuestras propias dolencias.


Los tiempos fuertes del ciclo anual como el inicio del verano, los tiempos de navidad, el aniversario del fallecimiento de la abuela, los recuerdos de una tempestad, etc., se configuran y rehacen continuamente evocando aquellos días, ya sean de lágrimas o sonrisas. De ahí que es indispensable dedicarles suficiente tiempo a esos sucesos del pasado, con símbolos construidos por nosotros mismos, por ejemplo: con comidas al gusto, en lugares de referencia, invitar a familiares y amigos a reunirnos; con el fin de cantar los cantos de siempre, hacer los rezos colectivos, comulgar en todo lo que nos hace afines; de tal modo de enjugar las lágrimas o incorporarlas para convertirlas, también, en expresiones de alegría y memorias edificantes.


Las experiencias propias o ajenas que fluyen del entramado y ensamble del sufrimiento y de las alegrías, configuran el carácter ético, en tanto estilo de vida. Con lo cual encaramos las dificultades, sobreponiéndonos a ellas y aprendiendo a celebrar dulcemente lo que puede ser festejado. Así, con las experiencias nos definirnos en valores; y, al priorizamos sobre las cosas, aprendemos, también, a elaborar criterios y a fortalecer los sistemas de normas, como instrumentos indispensables de comportamientos debidos; para “salir a flote” de las crisis, escuchando las aflicciones con los oídos del espíritu, y transformándonos en personas adultas en construcción permanente.


Este artículo fue publicado en Prensa Libre el día lunes 29 de noviembre de 2021, en la sección Buena Vida, p. 22. 

viernes, 3 de diciembre de 2021

Alcanzar el éxito

 



El éxito nunca será nuestro en su totalidad

Por: Gvillermo Delgado Acosta OP

El éxito como expresión de la felicidad es alcanzar metas, ser alguien; es compartir con quienes hacemos valer el horizonte que se cerró en el pasado y que se abre al futuro.

Como felicidad el éxito se muestra en el ahora mismo y transciende en el tiempo. De no ser así, lo más probable es que se frustre y se quede como marca o estigma doloroso para toda la vida.

El éxito abre las puertas hacia cualquier realización ya sean académicas, laborales, familiares y de vida social. La realización tiene que ver con la capacidad de hacer real aquello que se empieza con un entusiasmo mínimo, siendo apenas un sueño imaginado.

Como tal se convierte en una tarea permanente. Afirmando con eso que toda persona se construye día con día como quien pone un ladrillo en su propia casa, para que el que éxito persista en el tiempo. Santa Teresa de Calcuta decía que es fácil llegar a la meta, lo difícil es perseverar en ella.

Decir que el éxito es expresión de la felicidad, indica, además, que no seremos felices sólo aquel día que lleguemos a una meta trazada. La felicidad como realización es aquí y ahora (hic et nunc) o nunca será. De ahí que las luchas por costosas que sean no deben frustrarnos, Gandhi decía: “El fin se aleja continuamente de nosotros. Cuanto más avanzamos, más tenemos que admitir nuestra nulidad. Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”.

El éxito es para todos

El éxito nunca será nuestro en su totalidad. Lo hermoso siempre se nos escapa cuando creemos tenerlo entre manos, porque no es sólo nuestro, ni tampoco se retiene para siempre con una sola acción. Debiéramos decir siempre: Mi éxito es el de todos. Con razón los padres y los amigos se inventan fiestas para celebrar “nuestros triunfos”.

Eso obliga a demorarnos en su diseño, construcción y mantenimiento. Significa, aprender a pensar, a tomar decisiones para actuar. Pensar es orientar las ideas, discernir es anticiparse a los resultados y actuar es dar trámite al pensamiento y al discernimiento.

En el entramado de las relaciones actuales decidir no es fácil, dadas las diversas opciones que se nos presentan delante. Pensemos en una paleta de colores azules, optar es vernos obligados a escoger un solo matiz, ni siquiera dos. O frustramos las luchas propias y ajenas.

Un buen discernimiento da certezas para actuar. Ayuda a no errar sobre la marcha en dirección o búsqueda de las realizaciones permanentes, y no convertirnos en un barco a la deriva corroído por los arrecifes de coral en el pacífico mar, suena exótico y hasta poético, pero eso es inútil para una vida de realizaciones, pues el barco se hizo para navegar en dirección de horizontes siempre nuevos y no para anclarse en la seguridad de su puerto.

Publicado en Prensa Libre, sección Buena Vida, 1 de noviembre del 2021, p. 18.

martes, 2 de noviembre de 2021

¡Ay, de nosotros!

 



Vamos por la vida como barcos en alta mar de aguas apacibles o tormentosas, debido a un halo misterioso que nos define.

 

Por: Gvillermo Delgado OP


Los ayes y porqués del alma


De lo hondo del alma surgen permanentes voces de “ayes”, quejidos de pena y dolor, y “porqués” de incertidumbres como hontanar que emerge de montañas. Describiendo así el estado de miseria y misterio del que a menudo a atraviesa la vida de todo ser humano, en el ancho mar por donde define su existencia. Determinando de tal modo cada segundo del tiempo y la dirección del horizonte hacia donde se dirige.


Tal condición inspiró a Dante los relatos de la selva oscura en descenso al infierno en flanco contraste con el paraíso que le elevó a las moradas celestes.


Los lamentos y las preguntas provienen de ecos profundos que golpean los muros interiores del alma. Donde no podemos presumir ignorancia de sus causas y de las respuestas más auténticas; porque venimos de un mundo luminoso donde no podemos escondernos por más que lo intentemos.


Por ser estas, verdades sumergidas, dirán los maestros de psicología profunda, se manifiestan en sentimientos conscientes como tentáculos para alcanzar a quienes caminan a nuestro lado. Ocurre, que al no ser conscientes se exteriorizan simbólicamente en los sueños o en acciones espontáneas de las que no siempre tenemos control.


Lo mejor de todo de ese mundo interior de verdades es que ayudan a “conocernos a nosotros mismos” y a que los otros nos definan; para no perder el horizonte hacia donde marchamos.


Petróleo en el mar


Hay una tercera realidad que Hobbes miró monstruosa, parecida al Leviatán de los mares; representada en las instituciones sociales necesarias para poder convivir de modo racional. Con lo cual justificamos al Estado y sus mecanismos de control, a veces de violencia, coartando así la libertad individual con indolencia. Esa realidad a veces se nos presenta como petróleo derramado en nuestro mar.


¿Podremos un día erradicar ese monstruo y a sus profetas?


¡Ay, de nosotros! ¿Por qué avanzamos mar adentro y nunca abrazamos el horizonte que nos guía? ¡Ay, de las verdades que nos iluminan desde dentro!

martes, 5 de octubre de 2021

El éxito desde la familia

 




El éxito es una tarea permanente 

Por Gvillermo Delgado OP
28/09/2021

La familia es nuclear por su origen y extensa en su realización. Las relaciones más íntimas y profundas son el núcleo como el de un átomo, desde donde se desbordan las energías. Al mismo tiempo la familia es fuerza implosiva hacia donde se dirigen todas las energías. ¿Qué otra posibilidad puede haber para realizarse en la familia?


El termómetro del éxito se mide en la vida de familia. Es por lo que el trabajo y la vida social exigen grados íntimos o de confianza en los valores familiares. De lo contrario nos convertimos, por ejemplo, en trabajadores esclavos que se van consumiendo hacia el no-ser-nadie conforme se pierden las capacidades físicas e intelectuales.


No ser máquinas ni esclavos quiere decir que somos humanos para el éxito; por lo que, si el éxito nos realiza ahora mismo, seguiremos siendo útiles y necesarios para los demás, aun cuando hayamos perdido capacidades para el trabajo.


Quienes se resisten a comprender esta realidad aceptan con resignación que no les queda otra alternativa que vivir para la necesidad y el aburrimiento.


El éxito es, por tanto, el equilibrio entre lo que fue y lo que será. Es el aquí y ahora o el nunca de la vida. Es la realización que dinamiza aquello por lo que vivimos. Es una tarea permanente.


Eso es alcanzar éxito.


miércoles, 29 de septiembre de 2021

Alcanzar el éxito académico

 







Por Gvillermo Delgado OP

La motivación inicial de una realización académica consiste en anticiparse a la meta. Quien visualiza el punto de llegada de sus esfuerzos sabe que las dificultades no son dificultades en sí mismas sino retos y tareas necesarias para medir las capacidades de las que está hecho.

Entender así la vida académica es saber que ya somos potencialmente aquello que pretendemos alcanzar.

Por tanto, no seremos exitoso el día que nos llamen entre las filas para presentarnos como profesionales, sino ahora mismo.

Un profesional exitoso es un estudiante exitoso.

martes, 28 de septiembre de 2021

Llegar a ser alguien en la vida







Llegar a ser alguien en la vida


Por Gvillermo Delgado OP
21/09/2021


¿Para qué estudias?, le pregunté a un estudiante universitario de la Facultad de Administración de Empresas, dijo: “Estudio para llegar a ser alguien en la vida”. Él sabe que existe una posibilidad de convertirse en persona de importancia en un mundo donde las relaciones y el conocimiento son determinantes para hacer valer el esfuerzo académico.


El conocimiento y el interés no son suficientes para alcanzar las metas. Hay otra cosa necesaria. No siempre somos conscientes que el fundamento de lo que somos o podemos llegar a ser depende de las relaciones que creamos con los otros. Qué tan elemental sea depende del modo en que buscamos asegurarlo.


Es casi imposible alcanzar el éxito sin aferrarnos a los padres, a amistades sólidas o exclusivas que tengan como base la confianza. Esos son los referentes de sentido que finalmente nos definen como personas sabias. O sea, asegurando las relaciones, veamos por qué.


La confianza

Todos creemos en algo o en alguien, aunque no todos expresamos abiertamente que tenemos fe. La incredulidad es una decisión y la fe un horizonte de sentido, sin el cual es imposible realizar las posibilidades de alcanzar las metas que desde niños perseguimos.


La confianza como expresión de la fe, empieza por creer o encontrarse con alguien. Es colocarnos delante del otro para creerle, para darle el corazón y hacerle fuerte. Y hacerme fuerte “yo mismo”. Ese es el principio del conocimiento de las personas y de uno mismo. De tal modo que la fe es el amor que ve y permite divisar el horizonte hacia donde avanzamos cada día.


Los sueños

¿Qué sería de nuestros sueños, sin la fe y las personas con quienes nos relacionamos y en quienes damos consistencia a nuestros anhelos? La fe es ya, en sí misma la posibilidad de consumar nuestros sueños.


Soñar, ser alguien en la vida es poner de manifiesto que por más que presumamos de sí mismos, nunca un anhelo puede alcanzarse sólo con las propias fuerzas o el puro intelecto. Ya que estamos referidos, lo queramos o no, a un poder que nos trasciende, a quien podemos llamar Dios, o simplemente esa otra realidad que nos mueve a ser más, el poder al que estamos subordinados en este mundo limitado.


Para unos, Dios es experimentado de modo personal más allá de toda religión y es el tú infinito de todo anhelo, ya que permite ir más allá de lo que hallamos en nuestras posibilidades humanas; para otros no es otra cosa que el sentido de nuestras vidas.


El sentido de la vida

Llamamos sentido al mundo o al conjunto de todas las cosas incluido lo humano. También es viaje, dirección que se asoma, la meta final de una vida. Es la determinación de una dirección dentro de un amplio sistema de direcciones. Es subordinar la parte de nuestra realidad, que experimentamos como nuestro mundo, al todo de nuestros anhelos, incluido el más allá de nuestro mundo.


Decimos que hay sentido cuando todo concuerda, cuando las cosas van como deben ser, cuando todo se consigue y sale bien, cuando ilumina nuestro pensamiento y da satisfacción a nuestros sentimientos de vida. De tal modo, el sentido lo experimentamos en la satisfacción, la paz. Son los triunfos y la felicidad, un amor compartido o simplemente un perdón otorgado.


Con el sentido nos apoderamos del mundo para hacernos responsables de él. Ese mundo al que tenemos delante y es nuestro, que construimos a través del conocimiento y las obras, construyéndonos a nosotros mismos.


Así funciona la vida. Llevamos adelante los sueños, las profesiones y nos convertimos en ese alguien por el cual un día vinimos a la universidad.


Construir un mundo de sentido

Construirnos en el mundo de sentido es encaminarnos en la simplicidad ética de hacer el bien concreto, con el que apuntamos a un bien mayor; porque nadie se encamina a la nada sino al todo de sentido. Queremos decir que obrar importa cuando lo ponemos al servicio de una meta, cuando lo experimentamos como algo que hemos recibido de alguien. Eso es lo que define el anhelo de “llegar a ser alguien”, con lo que en cierto modo saciamos, nuestras inquietantes búsquedas o insatisfacciones humanas.


Viktor Frank, psiquiatra sobreviviente de los campos de concentración Nazi escribió, con razón: “No importa tanto lo que nosotros podamos esperar aun de la vida cuanto lo que la vida espera de nosotros”. Partir del sentido es creer, dar dirección a todo aquello en que nos ocupamos.


Creer en uno mismo es importante, pero no más que confiar en aquellos con quienes nos relacionamos. Quien no es capaz de sostenerse en las relaciones profundas para luchar por lo que quiere, podrá alcanzar lo que quiera e incluso ser feliz, pero será más difícil alcanzar sus metas. El sentido de la vida nos sostiene ahora mismo en la fe y traza el horizonte de las metas por las cuales vivimos.


 Publicado en Prensa Libre, el 20 de septiembre del 2021. En la sección Buena Vida, salud emocional, página 22.

https://www.prensalibre.com/vida/salud-y-familia/llegar-a-ser-alguien-en-la-vida/?fbclid=IwAR1LJ4zOx5F0LiwVVGlIvMPuvhN105Frhdsyvf1_RBuHxa8eylZHuOb2HtQ

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Condición Misteriosa

 




Condición Misteriosa
Por: Gvillermo Delgado OP
26/08/2021

Existe una condición misteriosa, que tiene ver con el surgimiento de acciones espontáneas, a veces imprevistas, inesperadas en las personas.

Se trata de la búsqueda de los orígenes y del destino del ser humano, con el deseo de prolongar la dicha y desaparecer la desdicha, en el ahora mismo de la vida. El asunto tiene que ver con el modo en que esa búsqueda acontece. Es extraño . A veces se hace presente como un "deja vu", prolongado en el tiempo.

La condición misteriosa, con el tiempo se transforma en cíclica, como las estaciones o lineales como se ordenan los años en lustros, las décadas, las centurias, etc. Lo extraño de esta condición, también tiene que ver con el modo en que ocurre en la interioridad y en la exterioridad, por ejemplo, en cada persona y en los colectivos humanos.

Esa condición suele visibilizarse en los gustos que se imponen con las modas. Se expresa en las tendencias en el vestir, hablar con expresiones nuevas, marcas de perfume, o tan simple como la preferencia por los colores o el estilo en que llevamos el pelo. Además, esta condición se impone en los gustos artísticos, las expresiones religiosas, sociales, la ética y hasta en la política. En algunos casos, esa condición se queda por largo tiempo, años; otras veces a penas dura una temporada, como el verano o las vacaciones de la navidad.

Eso explica por qué a veces vemos surgir poetas, santos, héroes, científicos; hombre que construyen grandes obras, niños prodigio; y de repente sólo los echamos de menos. O, por otra parte, aparecen, como ola nos que nos pasa encima, los tiranos, los falsos profetas, guerras cruentas, terremotos, pestes y sueños truncados. A veces, todo acontece al mismo tiempo, mientras la vida persiste en ser vivida.

Cuando eso es tendencia y gusta tanto, nadie puede eximirse de participar en ello. En su defecto habita lo ridículo. Una vez pasa, se rechaza al extremo en que si alguien persiste en “habitarla” es una persona anticuada, un fuera de lugar. Cuando no gusta y por tanto es rechazada, por más que la evitemos nos toca sufrirla, sustraernos, más allá de la propia voluntad, mientras pasa.

La condición natural misteriosa no necesariamente tiene que ver con el estado de ánimo, las condiciones de salud, de pobreza, la coyuntura política, los cambios climáticos, o los ciclos del año. No. Es aquella realidad natural espontánea que emerge como de un sueño subterráneo, tal cual habitara en el propio interior y en el exterior al mismo tiempo. Con lo cual nos permite coincidir con el diferente, con lo diverso. ¿De dónde viene? ¿Qué ley la determina?

Al no saberlo del todo, simplemente nos toca vivirla. Asumirla. A veces nos obliga a trascender hacia el pasado con nostalgia y hacia el futuro con exagerado optimismo. Es un modo de escapamos de este mundo y de habitarlo al mismo tiempo.

Yo pienso que esa condición natural espontánea que llamo misteriosa no es otra cosa que una leve expresión de lo que llamamos humano, como quien ha salido de las aguas lustrales profundas para habitar la tierra y, desde entonces no puede más que intentar sumergirse nuevamente en esas aguas para saciar su propia sed de eternidad.


viernes, 27 de agosto de 2021

El mundo de los jóvenes

 





El mundo de los jóvenes

Por: Gvillermo Delgado OP
21/07/2021

Cada época y cada sociedad tiene sus santos y sus demonios. La nuestra tiene jóvenes, que nos avisan acerca de las características de los santos y los demonios; para que evitemos a unos y para configurar la vida según la vida de los otros.

La identidad de una persona se define al tomar conciencia que en todo momento está y estará en “relación” con cosas, pero sobre todo con personas y con Dios. En esa condición es como cada uno construye “su” propio mundo.

La relación con Dios tiene tantos matices, como una paleta de colores. Otro tanto igual, pero menos matizada, es la relación con la familia y con los amigos.

Veamos cómo están las cosas en el mundo de los jóvenes.

En la relación con Dios

Dios es el ser hacia donde la vida tiende y por quien la podemos tener asegurada. Eso no siempre obliga a crear relaciones bajo una religión determinada. Las relaciones son personales. Esas que no obligan.

Dios está siempre, no nos falta, aseguran los jóvenes. Aun cuando no le busquemos y emprendamos caminos como sí él no existiera. Dios es como un amor asegurado, que siempre está y estará para nosotros.

En consecuencia, la aceptación de Dios en la vida es tan cotidiana, aunque no siempre consciente; dado que es considerada como la base de todas las relaciones. Sin Dios no nos podemos relacionar con casi nada, o mejor dicho con nada ni con nadie.

La relación consigo mismo

La condición personal es “el mejor lugar” para ser y estar. Es “la relación” de más conciencia, que nunca se abandona: seremos toda la vida, hombre o mujer, niño o adulto, estudiante o ciudadano. Lo que importa es que cada uno se defina, tal cual es. Una vez definida la persona está a gusto consigo misma.

Eso que llamamos “uno mismo” es ese quien nos acompaña, siempre; donde sea que estemos. Somos pasado, presente y futuro; nacemos, crecemos, morimos, sufrimos y nos realizamos en esa identidad.

La afirmación de la identidad muchas veces emerge de las inconsistencias; pero permite sentirnos cómodos "con lo ahora somos". Más allá del reproche, la inconformidad de "mi propio fenotipo" es frecuente sentirnos felices y agradecidos por lo que somos, tenemos y por lo que podemos llegar a ser. O simplemente, nos amamos, porque nos tenemos.

En ese sentido, como generación espontánea, los jóvenes emergen desde sí mismos como buenas noticias.

Los amigos

Los amigos son pocos y exclusivos. Se pueden tener o no, y no pasa nada. Si se tienen estos deben ser de calidad, tal como uno mismo es.

Los amigos son auténticos, con valores o mejor no tenerlos. Son probados en los momentos difíciles. Siempre deben ser buenos. Por eso suelen ser muy pocos.

Los amigos están entre los de la propia generación. Son mi otro igual. Por lo mismo han de estar bien definidos.

Parecido a otros tiempos la amistad es exclusiva y es definida por cada persona. Aristóteles lo hizo hace más de 2,300 años, dijo: “Los amigos, cuando son más en número de lo que reclaman las necesidades ordinarias de la vida, son muy inútiles, y hasta llegan a ser un obstáculo para la felicidad”.

Y, cómo los jóvenes del aquí y ahora, también dijo el filósofo: “El amor es como el grado superior y el exceso de afección, y nunca se dirige a más que a un solo ser”. Esa es la exclusividad de la que hablan los jóvenes.

La vida en la familia

La familia es el lugar más seguro. Nada como ella. Dónde ir sino a la familia, porque de ella venimos y ahí vivimos toda la vida.

Parecido a lo que ocurre en la toma de conciencia de sí mismos, en la familia se describen tantas inconsistencias en las relaciones con los hermanos, y los propios padres; pero ahí y sólo ahí están aquellos valores que a veces creemos encontrar en la exclusividad de los amigos. Este es un amor asegurado. Por ser el lugar donde nos hacemos y permanecemos durante toda la vida.

La familia es el refugio más seguro para ser y estar mientras la vida acontece.


Amarse a uno mismo

En toda reflexión y toma de conciencia, al momento de pasar de “la razón pura” a la expresión verbal o escrita, casi siempre habrá cierto halo de “pura teoría”. Así debe ser. Así debe ser, porque la definición de las ideas, por abstractas que sean, son indispensables y andamiaje que guiará toda práctica.

¿A qué viene esta afirmación? Resulta que la opinión de los jóvenes a la hora de ser cuantificada en cifras, es decir, al materializar la idea en la praxis moral, su discurso cambia.

En su opinión “uno mismo” y la familia son los mejores lugares para vivir la vida. La condición de Dios tiene una definición particular; mientras que la amistad sólo ocupa un lugar de exclusividad.

Al preguntarles, considerando los ámbitos o lugares antes descritos ¿Qué es más importante para vivir la moral?

¿Si la familia es el lugar más asegurado para vivir la vida, por qué en la encuesta no prevalece sobre los otros ámbitos? (sólo el 4% destaca su importancia). Tiene que ser porque los jóvenes se configuran a partir de sí mismos.

En tal razón, Dios como condición personal siempre está como un eje configurador, bajo criterios personales. Por lo que Dios (42%) y yo mismo (54%) son como de la misma naturaleza, pues, ayudan a configurar y orientar la propia vida moral.

Para definir la vida moral es indispensable la doble condición: yo y Dios. Y para vivir esa condición, la familia es el lugar más factible. Con lo cual, el lugar de los amigos se desdibuja en su totalidad (0 %). Los amigos no figuran para la vida moral, de pronto, la amistad alienta a una vida en otros marcos poco ortodoxos.

Aunque para vivir la vida exclusiva, se hace “necesaria” la amistad sobre todo para aquellos ámbitos donde la familia no llega, por ejemplo, en los equipos de futbol, ir una fiesta o salir a tomar un café. Ámbitos que no trascienden a cuestiones más elementales como suelen ser aquellos que son propios de la familia.

En consecuencia, uno siempre está feliz consigo mismo mientras exista Dios, la familia y los amigos; eso sí, cada uno de esos ámbitos es una luz que ilumina cada circunstancia de modo distinto. Unos más que otros, como suele ser Dios respecto a la familia; unos más efímeros o menos permanentes como ocurre con los amigos. Pero cuando esas luces se apagan, lo que se queda para siempre “es uno mismo”; por eso amar a los demás, en el fondo es amarse a uno mismo, ya que a la postre es lo único que tenemos para vivir toda la vida.

Publicado en Prensa Libre el día 30 de agosto del 2021. En la sección Buena Vida, salud emocional, pag. 22.

https://www.prensalibre.com/vida/salud-y-familia/el-mundo-de-los-jovenes/

jueves, 22 de julio de 2021

Reinventarme para la felicidad

 




Por: Gvillermo Delgado OP
11de junio del 2021


Existe una tensión que me mueve en todo momento. Se trata de aquello que quiero alcanzar en cada cosa. Estoy convencido que cualquier acción sino es en dirección de la felicidad, realmente no vale la pena.


¿Qué otra cosa me puede preocupar más que no tener la paz suficiente para vivir una vida tranquila?


Si quiero gozar la vida lejos de todo mal, me obligo a aceptar los límites que las leyes de la naturaleza me imponen, además de suprimir todo aquello que no necesito.


No necesito aquello que puede ser perdido. Lo que puede ser perdido, no me debiera imponer sufrimiento porque no es parte de la vida, por tanto, de los límites que la naturaleza me impone.


En tal caso, la muerte es el mayor de los límites, que acontece en cada momento del desarrollo cotidiano, como el reloj que va muriendo en cada segundo de tiempo.


Aceptar la muerte es estar preparado para gozar la vida, libre de todo mal y sufrimiento. La muerte como la finalización de todo, no la necesito, pero sí estoy obligado comprenderla como límite, para que el día que “caiga en el sueño de la muerte” (Sal, 13,3) pueda despertar a una vida feliz, sin relojes.


Lo que debe preocuparme es perder aquello que sí necesito y que nadie me puede dar. Eso es lo que depende de mí. Hay algo que nadie me puede quitar porque nadie me lo puede dar. Esa es la paz.


La quietud de espíritu depende de los límites que acepto y de los excesos que suprimo, cuando estos me conducen al dolor y al sufrimiento.


Al otro lado de mí, está la ciencia. Ahí, nada puede ser creado. La ciencia sólo pone al descubierto aquello que es invisible a la simple mirada del conocimiento. La ciencia reinventa lo que ya existe, para que pueda ser captado por la simple mirada. 


El impacto de la re-invención, propio de la ciencia, se debe al efecto de su utilidad y eficacia, pues resuelve aquellas cosas que otrora aceptábamos en la fatalidad del límite. Con la ciencia hacemos de todo cosa, una oportunidad para crecer hacia el mundo más deseado.


Por nuestra parte, la persona que se re-inventa, reconoce los límites de su propia naturaleza. Hace de la razón y de las pasiones, los instrumentos eficaces para guiarse.


Eso es aceptar aquella razón creadora que configura todo lo que existe y que da origen a la naturaleza de todo cuanto existe. A quien llamamos Dios. Si ese es Dios, delante de él, reconocer los limites es emprender caminos de libertad en dirección suya. Donde la meta es la felicidad que acontece en él, sin lo cual será siempre imposible la vida feliz.


Si no inventamos nada, quiere decir que reinventarnos es hacer de la felicidad la terea más digna por el cual vivimos en cada caso.


Esa es la paz que nadie me puede dar, que nadie me puede quitar. Pues yo me la doy, cuando me reinvento a cada instante, mientras el reloj del tiempo avanza.

sábado, 12 de junio de 2021

El DERECHO A LA FELICIDAD

 




El derecho a la felicidad


Por: Gvillermo Delgado OP


¿La felicidad se adquiere como un derecho? ¿Por qué es un derecho? Y, ¿Quién tiene que concederlo?


La felicidad más que un derecho es una tendencia propio de la persona (hacia donde orienta sus anhelos). Es el fin último al que se orienta. En ese afan, cruzamos las fronteras de este al otro mundo a otros universos posibles.


Con la felicidad se trazan las búsquedas mientras se vive y se sacian todas las necesidades e inquietudes. En pocas palabras con la felicidad se realiza la vida. Porque con ella se vive ahora mismo en el horizonte de la eternidad. Desde ahí se comprende la realidad de la dignidad, el sentido del endiosamiento humano: eso de creernos dioses, aunque no seamos más que simples mortales.


Si eso es verdad, entonces, la felicidad ya está en la persona. Forma parte de su diseño original. En lugar de hablar de derechos, más bien, ¿no es cierto que nos toca entenderlos y actuar como se hace con los metales preciosos a la hora de hacer brillar aquello que ya está contendido en su esencia?


Si ya poseemos el derecho a la felicidad nadie tiene que darlo. Aunque nos toque hacerlo valer en algunos casos. Como cuando en cierto modo nos ha sido negado en la convivencia social, en tal caso, toca, obrar como se hace con la mugre sobre la belleza del metal precioso. La mugre, como la envidia al posarse sobre lo bello, acabará más temprano que tarde diluyéndose en la nada, dando lugar a la luz de lo bello. Así pasa con la felicidad.


Santo Tomás de Aquino nos dijo en sus escritos que, los Estados deben organizarse con el fin de procurar el bien común, la paz y la felicidad de los ciudadanos. Tuvo razón. De lo contrario ¿con que otro propósito se rige el destino de un pueblo, sino promoviéndolo a la felicidad?


Por su parte, Dante Alighieri, en su obra Monarquía, afirmó que: el género humano vivirá tanto mejor cuanto más libre sea. En tal razón, dice el poeta, que Dios al crearnos nos dotó del mayor de los dones, el de la libertad. De donde afirmó que la libertad y la paz nos hacen obrar de un modo casi divino. Pues, la paz y la libertad son medios para la felicidad. Así, en este mundo somos felices como humanos y allá, en el cielo, lo seremos como dioses.


Los Estados Unidos de norte América al promulgar su constitución de 1788, lo hicieron en el fundamento de los principios de la libertad, la unidad, la justicia y la tranquilidad general. Ellos tenían claro, al menos en los inicios, que no hay otro fin mayor que el de la felicidad de los ciudadanos.


Si los Estados deben asegurarnos ese derecho, nos toca luchar colectivamente para que así sea. Al mismo tiempo que cada persona se convierte en el destinatario y la patria de esos derechos.


Así como es imposible que algo acontezca en otra cosa sin que haya en ella cierta disposición de recibir lo que se ofrece, también es imposible, no dar aquello que a la vez se ha recibido. Por tanto, es propio de las personas recibir y dar lo recibido. De lo contario aquello que es recibido gratuitamente pierde el misterio de su grandeza. ¿En qué se convierte un gobierno cuando no cumple con ese mandato? Y, ¿Qué es aquello que se frustra en toda persona si no experimenta la felicidad y la asegura para los otros?


Ningún atleta olímpico recibe la antorcha de los juegos para hacerla suya esperando ansioso la hora en que se extinga. En ese caso el atleta y la antorcha perderían su esencia. Lo mismo pasaría con cualquier persona.


La esencia humana está en su dignidad. Lo muestra cualquier hombre jugando, amando, luchando, trabajando…; sobre todo en aquello que le da sentido al vivir su vida presente en paz y tranquilidad mientras avanza en dirección de la felicidad, que en cierto modo ya posee o ya es poseído por ella.


Con razón toda persona se dignifica al punto de compararse con los dioses, al modo de los griegos. La dignidad describe lo grandioso de lo humano, tanto que al actuar lo hace como si fueran ellos mismos los dioses. Así es como se hicieron las catedrales de piedra firme, erguidas hacia las alturas; así es como se construyen puentes y aeronaves, se programan viajes a velocidades del sonido o la luz y se descifran los códigos genéticos.


Por tanto, una persona digna, jamás espera que los demás le declaren un derecho por pequeño o grande que este sea. Sabe que es un deber suyo asegurarlo. Sabe también, que el único modo de hacerlo valer para todos es asegurarlo primero para sí. Queda claro entonces que es necesario ser feliz siempre y en todo momento para hacer feliz a los otros. Por eso y de este modo es como definimos la felicidad como un derecho.


No hay mejor gloria para una persona que hacer feliz a todos los demás siendo feliz él mismo.

martes, 20 de abril de 2021

Yo y Tú

 



Yo y Tú

Por: Guillermo Delgado OP

 

Al nacer traemos trazos, como mapa interior, que dibujan los caminos por donde transitar sin la ayuda de nadie. Tal itinerario no puede ser entendido sino caminándolo, poniendo límites, estableciendo distancias, y definiendo metas.

 

En cuanto nacemos crecemos en todos los sentidos. A penas avanzamos por la vida, se impone una angustia incómoda de tener que mirar hacia las demás personas, seguir instrucciones y obedecer.

 

Es el momento en que nos descubrimos como “necesitados”.

 

Esa incómoda sensación también nos descubre otro estado natural: la rebeldía, de no querer necesitar de nada ni de nadie. Entonces, se ilumina desde la propia alma la individualidad como concepto mental, que nos acompañará el resto de la vida.

 

Digamos que la individualidad flota de aguas profundas, que emerge espontáneamente y exige imponerse por encima de todo pensamiento.

 

La adversidad de la individualidad da origen a una consigna con gérmenes primarios de sobrevivencia, que dice: yo versus tú. Ese egoísmo ensanchado será la propia sombra que no podremos sobrepasar por más que queramos, no al menos mientras caminemos bajo el sol de este universo.

 

Lo que nos queda es validar la libertad a prueba de voluntad, delante de las personas que amamos o que no.

 

O sea que, despertar al sueño de la vida nos obliga comprender la “condición misteriosa” de lo individual y la necesidad de las relaciones humanas.

 

Entendemos que junto al diseño de origen existe una caja de herramientas que tendremos que aprender a usar, más allá de todo egoísmo y más acá del puro amor.

 

Desde tiempos ancestrales los maestros de la moral y la religión nos hablaron de guiar el comportamiento hacia el equilibrio de las virtudes, sin las cuales no sería jamás factible la felicidad y la buena vida. Pero la felicidad no tiene un lugar, una meta, ni es una realidad determinada de una vez y para siempre. Sino que ella es el paraíso siempre habitado mientras la vida acontece.

 

La felicidad es lo verdadero. Lo conquistado. Partir de las propias disposiciones interiores, donde está el poder, el amor y el dominio propio, del que le habló San Pablo a Timoteo (2 Tm 1, 7). Cuyo alcance definitivo jamás será posible sin el auxilio de aquellos que nos aman. 


martes, 16 de marzo de 2021