Yo y Tú
Por: Guillermo Delgado OP
Al nacer traemos trazos, como mapa interior, que
dibujan los caminos por donde transitar sin la ayuda de nadie. Tal itinerario no
puede ser entendido sino caminándolo, poniendo límites, estableciendo
distancias, y definiendo metas.
En cuanto nacemos crecemos en todos los sentidos. A penas avanzamos por la vida, se impone una angustia
incómoda de tener que mirar hacia las demás personas, seguir instrucciones y obedecer.
Es el momento en que nos descubrimos como “necesitados”.
Esa incómoda sensación también nos descubre otro
estado natural: la rebeldía, de no querer necesitar de nada ni de nadie. Entonces,
se ilumina desde la propia alma la individualidad como concepto mental, que nos
acompañará el resto de la vida.
Digamos que la individualidad flota de aguas
profundas, que emerge espontáneamente y exige imponerse por encima de todo
pensamiento.
La adversidad de la individualidad da origen a una consigna
con gérmenes primarios de sobrevivencia, que dice: yo versus tú. Ese
egoísmo ensanchado será la propia sombra que no podremos sobrepasar por más que
queramos, no al menos mientras caminemos bajo el sol de este universo.
Lo que nos queda es validar la libertad a prueba de
voluntad, delante de las personas que amamos o que no.
O sea que, despertar al sueño de la vida nos obliga
comprender la “condición misteriosa” de lo individual y la necesidad de las
relaciones humanas.
Entendemos que junto al diseño de origen existe
una caja de herramientas que tendremos que aprender a usar, más allá de todo
egoísmo y más acá del puro amor.
Desde tiempos ancestrales los maestros de la moral
y la religión nos hablaron de guiar el comportamiento hacia el equilibrio de
las virtudes, sin las cuales no sería jamás factible la felicidad y la buena
vida. Pero la felicidad no tiene un lugar, una meta, ni es una realidad determinada
de una vez y para siempre. Sino que ella es el paraíso siempre habitado
mientras la vida acontece.
La felicidad es lo verdadero. Lo conquistado.
Partir de las propias disposiciones interiores, donde está el poder, el amor y
el dominio propio, del que le habló San Pablo a Timoteo (2 Tm 1, 7). Cuyo alcance
definitivo jamás será posible sin el auxilio de aquellos que nos aman.
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