Viendo "Posts antiguos"

Yo y Tú

 



Yo y Tú

Por: Guillermo Delgado OP

 

Al nacer traemos trazos, como mapa interior, que dibujan los caminos por donde transitar sin la ayuda de nadie. Tal itinerario no puede ser entendido sino caminándolo, poniendo límites, estableciendo distancias, y definiendo metas.

 

En cuanto nacemos crecemos en todos los sentidos. A penas avanzamos por la vida, se impone una angustia incómoda de tener que mirar hacia las demás personas, seguir instrucciones y obedecer.

 

Es el momento en que nos descubrimos como “necesitados”.

 

Esa incómoda sensación también nos descubre otro estado natural: la rebeldía, de no querer necesitar de nada ni de nadie. Entonces, se ilumina desde la propia alma la individualidad como concepto mental, que nos acompañará el resto de la vida.

 

Digamos que la individualidad flota de aguas profundas, que emerge espontáneamente y exige imponerse por encima de todo pensamiento.

 

La adversidad de la individualidad da origen a una consigna con gérmenes primarios de sobrevivencia, que dice: yo versus tú. Ese egoísmo ensanchado será la propia sombra que no podremos sobrepasar por más que queramos, no al menos mientras caminemos bajo el sol de este universo.

 

Lo que nos queda es validar la libertad a prueba de voluntad, delante de las personas que amamos o que no.

 

O sea que, despertar al sueño de la vida nos obliga comprender la “condición misteriosa” de lo individual y la necesidad de las relaciones humanas.

 

Entendemos que junto al diseño de origen existe una caja de herramientas que tendremos que aprender a usar, más allá de todo egoísmo y más acá del puro amor.

 

Desde tiempos ancestrales los maestros de la moral y la religión nos hablaron de guiar el comportamiento hacia el equilibrio de las virtudes, sin las cuales no sería jamás factible la felicidad y la buena vida. Pero la felicidad no tiene un lugar, una meta, ni es una realidad determinada de una vez y para siempre. Sino que ella es el paraíso siempre habitado mientras la vida acontece.

 

La felicidad es lo verdadero. Lo conquistado. Partir de las propias disposiciones interiores, donde está el poder, el amor y el dominio propio, del que le habló San Pablo a Timoteo (2 Tm 1, 7). Cuyo alcance definitivo jamás será posible sin el auxilio de aquellos que nos aman. 


martes, 16 de marzo de 2021

La Providencia

 




La Providencia


Por: Guillermo Delgado OP


La vida es un reloj en marcha que acaba y se reinicia a cada instante. La vida es el latido del corazón, la oportunidad de oír la propia voz en el silencio y la voz de quienes amas, es el aquí y ahora (Hic et nunc) de la existencia.


La vida no conoce la prisa. 

La prisa es un invento humano que enmudece la cadencia del alma que fluye como agua interior, y que hace fértil todo lo que halla en su paso. La prisa es ausencia de sosiego en el alma. Como tal, atrae al dolor, a la pena y al error. La prisa es la desarmonía del reloj.


Con razón, una vez damos lugar a la prisa, se desatan tormentas interiores, se entorpecen las aguas; y como siervos heridos huimos a guaridas ajenas en busca del consuelo y del remedio para las penas, lejos del remanso de los propios pastizales.


En el dolor se extrañan en extremo los días felices. Y en la urgencia que la herida y el desorden imponen, a veces prolongamos las penas que queríamos remediar.


Es por lo que, mientras la angustia persiste no vale la huida ruin, más bien se hace necesario ceder a la calma que viene con el silbo de los vientos. Lo necesitarás para sanar, y para no dañar a quienes caminan al lado tuyo.


Sólo retírate a tu propio pastizal. Deja que la calma de los vientos y el sereno que dejó la noche halle su morada en el alma dolida; deja que la serenidad penetre por las cicatrices que dejó el dolor. Porque la herida solo sana con el silencio, con el paso leve que deja cada segundo tras de sí.


La señal de que ya habitas la calma se evidenciará en tu capacidad de resistencia: en no permitir nunca que, todo aquello que amas, empezando por ti mismo, sea lastimado. Entonces, protegerás al indefenso, no al modo de los huracanes, sino como lo hace la suave brisa con los cipresales, que perfuman las tardes de los domingos.


En tales circunstancias se alumbra desde ti mismo la luz de la sabiduría; porque la luz te enseñó que la vida es el eterno presente, el ahora mismo, el ritmo de cada segundo, el punto de partida de cada suspiro.


Todo lo demás es la Providencia.

martes, 9 de marzo de 2021