La Providencia
Por: Guillermo Delgado OP
La vida es un reloj en marcha que acaba y se reinicia a cada instante. La vida es el latido del corazón, la oportunidad de oír la propia voz en el silencio y la voz de quienes amas, es el aquí y ahora (Hic et nunc) de la existencia.
La vida no conoce la prisa.
La prisa es un invento humano que enmudece la cadencia del alma que fluye como agua interior, y que hace fértil todo lo que halla en su paso. La prisa es ausencia de sosiego en el alma. Como tal, atrae al dolor, a la pena y al error. La prisa es la desarmonía del reloj.
Con razón, una vez damos lugar a la prisa, se desatan tormentas interiores, se entorpecen las aguas; y como siervos heridos huimos a guaridas ajenas en busca del consuelo y del remedio para las penas, lejos del remanso de los propios pastizales.
En el dolor se extrañan en extremo los días felices. Y en la urgencia que la herida y el desorden imponen, a veces prolongamos las penas que queríamos remediar.
Es por lo que, mientras la angustia persiste no vale la huida ruin, más bien se hace necesario ceder a la calma que viene con el silbo de los vientos. Lo necesitarás para sanar, y para no dañar a quienes caminan al lado tuyo.
Sólo retírate a tu propio pastizal. Deja que la calma de los vientos y el sereno que dejó la noche halle su morada en el alma dolida; deja que la serenidad penetre por las cicatrices que dejó el dolor. Porque la herida solo sana con el silencio, con el paso leve que deja cada segundo tras de sí.
La señal de que ya habitas la calma se evidenciará en tu capacidad de resistencia: en no permitir nunca que, todo aquello que amas, empezando por ti mismo, sea lastimado. Entonces, protegerás al indefenso, no al modo de los huracanes, sino como lo hace la suave brisa con los cipresales, que perfuman las tardes de los domingos.
En tales circunstancias se alumbra desde ti mismo la luz de la sabiduría; porque la luz te enseñó que la vida es el eterno presente, el ahora mismo, el ritmo de cada segundo, el punto de partida de cada suspiro.
Todo lo demás es la Providencia.
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