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CONFIANZA

 




Confianza


Por: Gvillermo Delgado OP


Las relaciones humanas fuertes tienen cimientos fuertes. Si estos fallan se derrumba todo. Esos cimientos o principios éticos con profundidad y universalidad son el verdadero tesoro del alma.


Entre esos principios existe uno que es medular, el de la confianza. Cuyo origen descansa en la fe, se consolida en el amor y se manifiesta al ofrecerse con la propia vida. Faltar a este principio es faltar a todo, es cambiarlo todo.


Debilitada la confianza se caen las relaciones humanas que antes tenían cimientos sólidos. Se caen a pedazos sin posibilidad de reconstruirse. Quedando arruinada para siempre cualquier relación verdadera.


La confianza es la expresión visible y externa de una verdad profunda que por su densidad forma parte del diseño natural de la persona. En tanto realidad visible de lo profundo del alma, la confianza define a la persona. Sin tal principio, la persona se anula, se reduce a “la nada” o se minimiza.




Como un asterisco que tiene un punto concéntrico, faltar a la confianza es dirigirse a todas partes sin un horizonte definido, imposibilitando en cada instante que la luz divina interior se manifieste en su esplendor. Faltar a la confianza aniquila la belleza y origina el desorden. Toda persona en desorden lo afea todo, expele hedor, porque se aleja del punto concéntrico de la verdad interior.


La confianza por tener cimientos y aromas insondables es frágil como pompa de jabón. Sostenida en lo blando y sublime de las relaciones de amor, puede esfumarse con suma facilidad, socavando todo lo demás. Por eso, exige ser cuidada, fortalecida y entregada. La confianza es el alma transferida del yo al tú, no como moneda de cambio sino como ofrenda de amor. Con lo cual si no se dona o no se recibe no existe.




Cuidar el alma que se expande desde uno mismo hacia quien se ama es cuidarse y entregarse en plenitud; para no perderse nunca. Esto es lo que Jesús entendía cuando dijo: dar vida y vida abundante.


Dice la sabiduría popular, desde distintas expresiones culturales, que la confianza se gana con mil actos, pero se pierde con uno sólo. Perdida la confianza ¿qué queda de la persona y para qué vive? Si la confianza afianza al amor, la falta de confianza lo cambia todo. ¡No lo permita el cielo! ¡No lo permitas tú!

miércoles, 28 de mayo de 2025

La fe y el miedo

 



¡Qué fácil es dar consejos! Decir, por ejemplo: ¡sé valiente, no tengas miedo! ¡Ten fe!

 De Gvillermo Delgado OP


¿Es posible no tener miedo? ¿Vivir en fe plena? De momento digamos que no es posible. Menos aún, superar los grados intensos de miedo o alcanzar un óptimo grado de fe y mantenernos constantes. No en personas normales como nosotros.

El reto para toda persona, religiosa o no, científico o filósofo, maestro o alumno, consiste en cómo responder a esas preguntas en el devenir de su vida. Sabiendo que el miedo, en muchos casos, es como el pedagogo interior que va advirtiendo de peligros y señalando las direcciones. En tal razón el miedo no se evade. Se le saca provecho. Lo primero es dejar que se manifieste, pero poniéndole límites: no más de 10 segundos. Los beneficios tienen que venir después.

Hay miedos que instruyen. Otros que no, pues son angustia real o imaginada ante el posible riesgo de no tener el control de sí mismos y de no alcanzar aquello que anhelamos. Es ese sentido al miedo, al ser creación propia, se le gobierna. No puede ser como un fantasma que yo mismo creo, y luego me espanta. Digamos pues, que es creación propia.

En cambio, la fe es certeza. Muchas veces opaca, no visible ni siquiera en el propio intelecto, los afectos o intuiciones. Sin embargo, permanece como el rumbo verdadero que moviliza, sin el cual seriamos almas ciegas, fuera de horizonte.

Por otro lado, hay muchos tipos de miedos, los más comunes son ciegos. Frecuentemente aparecen como impulsos que paralizan. Invitan a no hacer nada mientras la tormenta nos pasa encima. Nos anclan en pantanos a morir aterrados.

Si el miedo ciega, paraliza, te hunde en el pantano de la nada, te hace morir sin luchar; debes saber que, a pesar de todo, el miedo no se puede arrancar de tu piel, es la sombra de tu existencia, al menos mientras caminas bajo el sol. El miedo es de tu naturaleza. Es el grito silencioso de la conciencia que, aún mientras duermes te aconseja en los sueños. En consecuencia, el miedo es el buen consejero. El reto, la armadura para no huir, quedarte ahí, a enfrentar la batalla. El miedo es consejero, y si se ilumina con el sol de la fe puede conducirnos a buenos y seguros puertos.

Si el miedo es miopía, la fe es el ojo limpio del alma. Que orienta, hace ver y alcanzar lo que el miedo imposibilita.

Por eso, la fe como virtud es superación del miedo, gracias al esfuerzo de las decisiones y la angustia. Además, la fe es un regalo de la vida, de Dios, del universo, del todo, confabulando en favor de que tú, y tu entorno sean chispa, luz, fuego, llama que prende, ilumina, quema, evoluciona hacia las cosas grandes. Es decir, la fe define a las personas de “alma grande” (mahatma) como maestros, al modo del Señor Jesús.

En la lengua hebrea se utiliza el término “’amán” para decir amén. Este verbo significa apoyarse, asentarse, poner la confianza en alguien más solido que nosotros. Es decir, en la luz universal, que llamamos Dios.

De tal modo que la fe, y no el miedo, definen, finalmente, el tiempo como un regalo. Regalo es aquello que todos quisiéramos, pero lo esperamos de otros. Si lo compramos o exigimos ya no es regalo.

El tiempo como regalo, es aquello que no puedes darte, pero sí vivir, y para que lo vivas de acuerdo con la luz y las grandes cosas, con alma grande, los ojos de la fe serán siempre indispensables.

Foto: original de redes
domingo, 9 de agosto de 2020

SOMOS LUZ






Somos Luz

Quien vive brillando, brillará para siempre. Y no necesita más que apropiarse de lo bello en que su condición humana descansa.

 

Guillermo Delgado OP
18 de mayo del 2020

La existencia de las cosas depende de quien las valore. Lo que no vale no existe, por eso muchas cosas pueden ser fácilmente desechadas.

La persona a diferencia de las cosas es la fuente de los valores. Vale no sólo por el juicio que una persona tenga sobre otra. El valor de las personas es luz sin extinción. No puede nunca ser desechada.

Sin embargo, a veces la realidad de las cosas pareciera ser compatible con la de las personas. Lo vemos en la pobreza o en la maldad de unas personas sobre otras.

¿Por qué el juicio bueno o malo que una persona tenga sobre otra tiende a aplacar la dicha o aumentar la euforia de la felicidad a veces artificial? ¿De dónde nos viene esa actitud extraña? De donde venga y llegue el juicio, para bien o para mal, es controlado por el cerebro. Sin embargo, hay algo más que el dominio y la explicación neurológica.

¿Es la tendencia natural la explicación de las buenas o malas acciones? Tradicionalmente hemos respondido del siguiente modo: Si el lado de la balanza se inclina a lo malo, la concupiscencia es la fuerza que atrae y domina. Si se inclina a lo bueno es un estado de “gracia” cuya fuente recae en el misterio divino.

La bondad en las personas no es una valoración de contrapeso, respecto al mal, sino la condición original de todo ser, del cual fue llamado a la existencia. De ahí el “amor extremo” al que refiere lo santo.

Si una bolsa se rompe la tiramos y nos olvidamos de ella. Con facilidad pasa de existir a no existir. En una persona no pasa lo mismo. Jamás deja de existir. Si enferma aumenta el aprecio. Pero si enferma gravemente y muere, no pierde lo que antes fue, es más, se le añaden otros valores, con nuevos significados. 

Como la luz que no se extingue, y solo prosigue su camino, la muerte es un tipo de ausencia, mientras más lejana, más brilla en la densa y oscura noche.

¿Qué explicación merecen aquellas acciones “humanas”, que muchos califican de estupidez, cuando buscan suplantar la luz y su fuente? La estupidez o estulticia jamás brillarán, por más que intenten aniquilar la luz para ocupar su lugar. Más bien provocan un efecto contrario al de sus pretensiones. Quien pretenda matar una semilla enterrándola, solo con el tiempo se percatará que favoreció el regio inicio de lo bello.

Para brillar en el firmamento de la oscura noche nadie necesita morir. Tampoco ser adulado en la desazón de las opiniones. Quien vive brillando, brillará para siempre. Y no necesita más que apropiarse de lo bello en que su condición humana descansa.



San Pablo decía que, quien vive no vive para sí mismo; y quien muere, tampoco muere para sí mismo. Santo Tomas, añadiría a San Pablo, sólo que 13 siglos más tarde, diciendo: Ya que lo propio de la luz consiste en iluminar.

Una jaculatoria de los cristianos, delante de nuestros difuntos reza: “Dale Señor el descanso eterno, y brille para ella la luz perpetua”. Ese rezo recoge bien el hondo sentimiento que nos hace expresar, que lo bueno como el amor son eternos, y qué mejor modo puede haber que  el de asimilarlos a la luz eterna. Por eso, aquello que no puede ser amado o no es eterno no vale la pena.

Si somos luz que no se extingue ¿por qué los necios insisten en el intento por apagar la luz que brilla en nosotros?
lunes, 18 de mayo de 2020

La Luz del mundo






La Luz del mundo


El azar no es suerte irracional. Es dar lugar al misterio que vence lo irracional de las tinieblas mentales. Hemos aprendido que con miedo nadie llega lejos, hemos aprendido que la luz de la fe que abraza a la persona, le hace humano o algo más que humano.

 

Por: Gvillermo Delgado Acosta OP
23 de marzo del 2020.


En los tiempos de guerra se impone aquella incertidumbre, que dice: Nadie sabe qué pasará mañana y qué será de nosotros.

Por puro preconocimiento sabemos que: A pesar de lo incierto, no podemos quedarnos sin hacer nada. Hay que mirar las posibilidades que tenemos entre manos. Aunque estas sean pocas.

En la adversidad, de ordinario nos enfrentamos con muchos caminos, por ejemplo: Huir o quedarse, esconderse o combatir, sufrir con paciencia o renegar, orar o matar.

No queda más. Hay que tomar un camino (sin que por eso las otras salidas desaparezcan del todo). Necesitamos una dirección.

La dirección del camino consiste en esclarecer el horizonte que la oscuridad hace invisible.

1. Sin embargo, el miedo

El horizonte en tiniebla tiene lugar en la mente. Es el miedo. Con razón en la adversidad el miedo se impone de modo egoísta. Cada quien busca librarse por su cuenta. 

Protegerse con los demás es un aprendizaje pendiente de asumir, en cada situación. La expresión "peligro" activa la capacidad natural de del sobreviviente. Primero se atrinchera la persona individual, sólo después se percata de aquellos dejó atrás desprotegidos.  

Sin embargo, el miedo cuando es pensado, tiene una cosa a favor y es esto: nos “advierte” acerca de un riesgo cercano.  ¡Con esa señal de tomamos las medidas necesarias para no ser absorbidos por el peligro del agujero negro inminente!

2. Recordemos que

Toda persona perdida en las tinieblas que hace un recorrido interior terminará por encontrarse con “la Luz del mundo” (Jn 8,12). Ese encuentro cambiará su vida. Al punto de ser mirada como persona distinta. 

La certeza de la fe viene dada a sabiendas que "somos para luz". Igual somos para la belleza no para el cáos de la muerte. Lo entenderemos el día que emprendamos esto que llamo "El camino interior".

Otros, creyendo sólo en las capacidades humanas pueden cegarse por siempre. Cegarse en la frustración gigantesca de las pocas certezas que hallan en su mente. Es decir, viven del miedo y para el miedo. Ellos, serán ciegos sin horizonte. Habitados por las tinieblas, no tendrán jamás un Dios que les salve. 

3. No olvidar, nunca

El camino interior consiste en no olvidar, nunca, que todo cambio proviene de la necesidad ordinaria que combina “el re-inventarse uno mismo y re-iventar el propio mundo”

Cuando el miedo nace, por haber perdido la capacidad de autocontrol, lo obvio consiste en que debemos tomar el control de todo. ¿Cómo lo haremos? 

Hay que volverse sobre uno mismo, no en el sentido egoísta, sino desde la pasión que conmueve el alma, desde lo racional y el espíritu con el que buscamos ir al fundo y alcanzar altura. 

Empecemos por enfrentarnos con la aceptación de que somos necesitados y dependientes, que este es el ahora de cambios profundos. Estos que jamás vendrán solos: hay que encararlos.

Resistirse a cambiar es darle lugar al miedo. Una persona de negocios o pierde el miedo o jamás tendrá éxito. Debe gobernar la adversidad, o dejar que la suerte de la calamidad le gobierne.

Con justicia el día que vencemos el miedo, nos vemos como personas nuevas. De repente no sólo descubrimos las capacidades que teníamos durmiendo sino, sobre todo, de lo tan iluminados que ahora somos. 

4. Lo que llamamos misterio

Por eso, cuando cunda el pánico, avancemos, aunque sea a tientas. Hagamos camino, otros nos seguirán. 

Pero mucho cuidado con las falsas pretensiones. Ya que humano se define por el uso de la razón. Por mucho tiempo hemos creído que lo racional es suficiente para diferenciarnos de los seres inferiores.

De ahí deviene el orgullo, que nos hace presumir que sólo lo racional es real. Lo demás no. Ni siquiera Dios. Luego nos topamos con que lo racional sí explica la realidad externa, pero no puede ni siquiera explicarse ella misma.

Los estudiosos afirman que el cerebro humano es un misterio, que no conocemos ni el diez por ciento de su estructura y funcionalidad. ¿Cómo es eso, que quien conoce el universo de las cosas y hasta otros mundos, luego no pueda conocerse el mismo?

Quiere decir que no es para tanto la presunción de lo cerebral. 

Veamos. Un virus solo visible en un microscopio es suficiente para poner a la humanidad entera en el paredón de su muerte.

La gran frustración del “Homo Sapiens Sapiens” consiste en no saber qué hacer ante la muerte. El desarrollo de la bomba nuclear no puede contra un invisible enemigo que viaja por el aire y anida en alguna parte oscura de los pulmones.

O sea, a pesar de todo, la razón siempre nos deja en el desamparo de las tinieblas. Entonces, la frustración mayúscula del ser humano es ya no saber presumir de nada.

Hoy sólo queda abrirse a la opción del camino y de la luz, de donde, sin duda vino, la levedad de la luz que habita nuestra razón.

Lo más racional será, entonces, como Afirma Antonio Pagola (2014, 132) “reconocer que nuestra vida se mueve humildemente en el horizonte de lo desconocido”.

5. La persona de fe

Extrañamente, lo desconocido es el horizonte de las personas de fe. Porque se descubren necesitados, como “el ciego que busca la luz” en una piscina de agua (Jn 9). 

Lo humano es una realidad necesitada de cambios. Eso es el paso de las tinieblas a la luz. Desde donde la muerte, el miedo, la peste, el dolor, la incertidumbre, todo, todo, todo, es vencido. Sí. Vencido. 

La persona de fe sabe de su condición de “ser necesitado”, sabe que  puede ser saciado en lo desconocido y al mismo tiempo quedarse en un tremendo vacío, para dar lugar a lo nuevo. Descubre también que en él siempre habrá un resquicio de oscuridad para avanzar por el camino interior hacia la luz. 

¿No es eso lo que experimenta el enamorado que pasa la noche despierto pensando en su ser amado? ¿Por qué le pasa eso? Porque la persona enamorada ha tenido la valentía de enfrentar a un misterio mayor, que ha descubierto en lo que ha llamado su amor. Debe ser, sin duda alguna, porque sabe que en el gran horizonte existe algo desconocido y conocido al mismo tiempo, al que llamamos Dios.

Cansado de esperanzas vacías y falsas seguridades, no nos queda más que ser humildes. Ponernos de rodillas. Es el único modo de alcanzar altura o llegar lejos como las águilas.

Así es como el ciego mira y cambia de actitud al sentirse invadido por la tiniebla del miedo, así las almas confiadas en su búsqueda descubren la luz misteriosa de lo alto y lo profundo.

Así, lo grandioso de la persona humana no será nunca descubrirse  ella misma en un misterio egoísta, sino habitando el más grande de los misterios. 

Para entonces, ya no habrá lugar al miedo. Será la hora de la luz.

Algo grande está por venir. Una epifanía está a la puerta. ¿Qué será? ¡Sólo deja que el “azar” del misterio imponga su carga!




lunes, 23 de marzo de 2020

La Vida es un Sueño

La Vida es un Sueño

“Quiero recordar que la vida es un sueño
y en mi corazón siempre guardaré un lugar
por si te llego a encontrar al despertar”.
Pedro Calderón de la Barca.

Nacer es despertar de un sueño que Otro soñó. Ese sueño sólo puede ser conocido mientras vivimos. Nacemos para vivir el sueño de la vida. 

Una vez en el mundo aprendemos a movemos en espacios extremadamente pequeños y breves, que sólo empiezan a tener sentido en aquel instante que los imaginamos buenos. Que terminamos haciéndolos bellos. Esa tuvo que ser la razón que le llevó a decir al filósofo Leibniz que: el mundo que habitamos es el único y mejor entre los posibles mundos.

Tal belleza que ya está en las profundidades del alma la hacemos venir a nuestro mundo exterior visible.

La memoria es el maestro que nos ha encaminado a ser lo que ahora somos, porque se alimenta de una realidad interior donde todo sueño se materializa. Es decir, el sueño es una idea material, concreta.

El sueño es concreto como es concreta la vida. Es la vida la que en este momento me permite leer y pensar lo que leo.

En pocas palabras, la vida es un sueño imaginado y vuelto a imaginar tantas veces posibles, que emerge del alma, hasta día que nos digan: «Retornad hijos de Adán» (Salmo 89, 6).

Retornar es volver al punto de partida como en un círculo perfecto en que acontece la vida con un inicio y un final; que luego se abre como en un espiral hacia lo alto de modo infinito buscando fundirse con lo eterno.

Imaginar en círculo nos convierte en dioses poderosos: con capacidades de crear mundos, de viajar por el espacio, de convertir el agua en luz y calcular la velocidad de un haz por el basto espacio (300.000.000 m/s). Más aún, nos hace capaces de entender la vida como un sueño breve que acaba en otro sueño. Donde la luz no tiene velocidad. Un lugar en que la luz, la justicia y la paz se abrazan.

La vida vino de un sueño que nunca tuvimos y se nos concedió sin tampoco pedirla. Lo cual la convierte un auténtico regalo de amor.

Quien vive sueña la vida feliz. Aun viviéndola, porque sabe que siéndola suya nunca lo es del todo. Además, es consciente que delante de todo regalo de amor no queda más que agradecer el regalo, fundiendo su alma con el dador. Por eso, todo regalo funda la amistad o la hace consiste.

Eso explica las capacidades que tenemos de amar mientras vivimos. El poder de mirar lejos y comprender el dinamismo de las fuerzas misteriosas que nos mueven. La capacidad de abrir puertas, a través de las cuales avanzamos a otros mundos. De tal modo que el día que nos marchemos las dejemos abiertas para que otros tengan la posibilidad de mirar lejos, avanzar hacia horizontes lejanos y materializar sus sueños, tal como lo hicimos nosotros.

Como todo sueño, no puede retenerse para siempre. Al manifestarse en instantes mínimos y efímeros, mientras dormimos, una vez despiertos sólo puede ser narrado de diversos modos e incluso reinventarse. Del mismo modo, el sueño de la vida tiene que venir de una fuerza mayor e infinita que explique todos los demás sueños.

Así, al afirmar que la “la vida es bella”, alguien tuvo que soñarla primero. Crearla desde su propia belleza. Con tal dimensión que nosotros, los mortales de este mundo, nos sintamos obligados a buscarla en todos los rostros y destellos de luz; hasta el día que por fin nos demos cuenta de que la belleza está en el mapa interior del alma. Tomemos en cuenta que, en cierto modo, ahí prevalecen los atisbos más cercanos con aquel que soñó y creo cada vida humana.

Con todo esto que hemos afirmado, también podemos decir que vivir es vivir un sueño breve que sólo es comprendido con la muerte. Por eso exaltamos la bondad de quienes mueren.

Mientras vivimos nos pasamos los días entendiendo la vida y soñándola. Somos incapaces de crearla. Sólo tenemos la capacidad de recibirla y de recrearla. Como en el amor somos capaces de amar y ser amados porque hemos recibido el amor. Jamás hemos sido, ni seremos capaces de crearlo. ¡El amor es uno, como una es su causa!

La muerte muestra colores diferentes de los sueños queridos porque tiene que ver con los sueños consumados. Ese es un grado particular de la belleza hacia donde la vida tiende. Mirarnos desde lo que fuimos nos hace capaces de comprender aquello que ahora somos. No existe otro modo de comprender lo que ahora somos. Sólo se entiende desde lo que un día fuimos.

Por eso, lo queramos o no, somos un invento del pasado. No como un pasado cronológico sino como memoria escrita de manera indeleble en el alma. Despertar todos los días desde la memoria del alma, eso es vivir el sueño de la vida.

Es hermoso vivir el pasado como lo que un día fuimos, para imaginar el mejor mundo posible y contener aquella belleza en la que aún no somos, pero que sin duda seremos.

Si vivir es imaginar lo que podemos llegar a ser, morir es recobrar lo mejor que fuimos. Eso quiere decir que, imaginar la vida desde el pasado es querer la vida, no de cualquier modo, sino haciéndola bella.

Por eso cuando un ser querido fallece reconstruimos su vida hacia nosotros desde los esbozos más hermosos y buenos. Así, la muerte es un tesón necesario para que la vida sea siempre bella. Es una expresión del único y eterno amor.

La vida es un sueño por eso es bella. Por tal motivo, la mejor manera de vivir la vida es vivirla como un sueño. Que el trayecto haga que toda alma buena sea la alfombra por donde Dios camina entre nosotros.

Por: Fr. Guillermo Delgado OP
Revisión: Glenda Macz
Foto: jgda
lunes, 15 de abril de 2019

el Silencio de Dios



El Silencio de Dios

Cuando callamos, la voz de Dios empieza a ser fuerte y no sólo se oye fuera de nosotros, o a la distancia, sino en lo profundo de nuestras almas.

Guillermo Delgado OP

¿Cómo podemos atrevernos a decir que estamos capacitados para amar si somos incapaces de oír aquellas voces que sólo pueden ser atendidas con el oído del alma?

La capacidad de oír una palabra nos transforma en lo que esa palabra significa. Porque oír nos da capacidades. Cuando Dios creo el universo dijo: Hágase la luz; y la luz se hizo (Gn 1, 3-5). 

Al parecer, la luz oyó la voz de Dios. Ella que estaba en el puro silencio, se hizo luz. Desde entonces la luz ilumina, y adquirió otras capacidades.

María, la Madre del Señor, recibe la buena noticia de Dios porque la espera. O sea, tiene la capacidad de esperar. Porque quien espera como quien persevera alcanza lo que espera. Y es que tarde a temprano “todo absolutamente todo, llegará a ser o a cumplirse". Sólo no se alcanza aquello que no existe y que no se espera.

Esperar en el silencio es vaciar el corazón de todo lo innecesario para darle lugar a las grandes cosas, a lo realmente necesario e importante.

Es en el silencio donde la palabra eterna llega y llena todo aquello que requiere de su presencia. Cómo se llenan las aguas de los mares y las frutas de los sabores más deliciosos.

En el Silencio, Dios nos habla. Oímos y hablamos en él confianza, como lo hacemos con un amigo.

Nosotros estamos acostumbrados a rogar y a pedir a Dios, aquello que necesitamos. Y, Dios se comporta dando todo lo que pedimos:
Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. (Mt 7, 7-9).

Mejor si lo hacemos desde el silencio, porque esperar en el silencio es escuchar. En el silencio se filtran las voces de la eternidad, porque de allá venimos. 

En el silencio fue pronunciado nuestro nombre, por el mismo Dios, antes que nuestros padres se amaran.

Eso es el tiempo de Dios, que abre puertas a todas las direcciones. Santa Teresa que sabía de esas cosas, lo dijo: “la paciencia todo lo alcanza”.

Hoy tememos al silencio. El silencio no da pánico. Hemos hecho del silencio un vacío cercano a la muerte, carente de sentido. Para muchos el silencio es nada.

Por eso “procuramos distraernos”. Queremos saciarnos de nosotros mismos. Nada más. Al parecer, hemos perdido a Dios.

En la sociedad actual Dios ya no es tan necesario. Lo que no sabemos es que: Quien pierde a Dios se pierde así mismo. Jesús gritó:
¿De qué le sirve al hombre conquistar el mundo entero si se pierde su alma? Y ¿Qué puede hacer para recuperarla? (Mt 16, 26).

Para escuchar a Dios, reconocer su voz, necesitamos por lo menos una cosa: silencio. Soledad. Callar.

Cuando callamos, la voz de Dios empieza a ser fuerte y no sólo se oye fuera de nosotros, o a la distancia, sino en lo profundo de nuestras almas. El alma es el mapa por donde Dios camina, ahí nos encontramos para dialogar con él.

Necesitamos silencio y soledad para volver a tener la capacidad de amar. “Callar la boca para que grite el corazón” (San Agustín).

Foto: jgda
jueves, 21 de febrero de 2019