el Silencio de Dios Hechos y Palabras viernes, 22 de febrero de 2019 Sin Comentarios



El Silencio de Dios

Cuando callamos, la voz de Dios empieza a ser fuerte y no sólo se oye fuera de nosotros, o a la distancia, sino en lo profundo de nuestras almas.

Guillermo Delgado OP

¿Cómo podemos atrevernos a decir que estamos capacitados para amar si somos incapaces de oír aquellas voces que sólo pueden ser atendidas con el oído del alma?

La capacidad de oír una palabra nos transforma en lo que esa palabra significa. Porque oír nos da capacidades. Cuando Dios creo el universo dijo: Hágase la luz; y la luz se hizo (Gn 1, 3-5). 

Al parecer, la luz oyó la voz de Dios. Ella que estaba en el puro silencio, se hizo luz. Desde entonces la luz ilumina, y adquirió otras capacidades.

María, la Madre del Señor, recibe la buena noticia de Dios porque la espera. O sea, tiene la capacidad de esperar. Porque quien espera como quien persevera alcanza lo que espera. Y es que tarde a temprano “todo absolutamente todo, llegará a ser o a cumplirse". Sólo no se alcanza aquello que no existe y que no se espera.

Esperar en el silencio es vaciar el corazón de todo lo innecesario para darle lugar a las grandes cosas, a lo realmente necesario e importante.

Es en el silencio donde la palabra eterna llega y llena todo aquello que requiere de su presencia. Cómo se llenan las aguas de los mares y las frutas de los sabores más deliciosos.

En el Silencio, Dios nos habla. Oímos y hablamos en él confianza, como lo hacemos con un amigo.

Nosotros estamos acostumbrados a rogar y a pedir a Dios, aquello que necesitamos. Y, Dios se comporta dando todo lo que pedimos:
Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. (Mt 7, 7-9).

Mejor si lo hacemos desde el silencio, porque esperar en el silencio es escuchar. En el silencio se filtran las voces de la eternidad, porque de allá venimos. 

En el silencio fue pronunciado nuestro nombre, por el mismo Dios, antes que nuestros padres se amaran.

Eso es el tiempo de Dios, que abre puertas a todas las direcciones. Santa Teresa que sabía de esas cosas, lo dijo: “la paciencia todo lo alcanza”.

Hoy tememos al silencio. El silencio no da pánico. Hemos hecho del silencio un vacío cercano a la muerte, carente de sentido. Para muchos el silencio es nada.

Por eso “procuramos distraernos”. Queremos saciarnos de nosotros mismos. Nada más. Al parecer, hemos perdido a Dios.

En la sociedad actual Dios ya no es tan necesario. Lo que no sabemos es que: Quien pierde a Dios se pierde así mismo. Jesús gritó:
¿De qué le sirve al hombre conquistar el mundo entero si se pierde su alma? Y ¿Qué puede hacer para recuperarla? (Mt 16, 26).

Para escuchar a Dios, reconocer su voz, necesitamos por lo menos una cosa: silencio. Soledad. Callar.

Cuando callamos, la voz de Dios empieza a ser fuerte y no sólo se oye fuera de nosotros, o a la distancia, sino en lo profundo de nuestras almas. El alma es el mapa por donde Dios camina, ahí nos encontramos para dialogar con él.

Necesitamos silencio y soledad para volver a tener la capacidad de amar. “Callar la boca para que grite el corazón” (San Agustín).

Foto: jgda

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