Por: Gvillermo Delgado OP
21/07/2021
Cada época y cada sociedad tiene sus santos y sus demonios. La nuestra tiene jóvenes, que nos avisan acerca de las características de los santos y los demonios; para que evitemos a unos y para configurar la vida según la vida de los otros.
La identidad de una persona se define al tomar conciencia que
en todo momento está y estará en “relación” con cosas, pero sobre todo con
personas y con Dios. En esa condición es como cada uno construye “su” propio
mundo.
La relación con Dios tiene tantos matices, como una paleta
de colores. Otro tanto igual, pero menos matizada, es la relación con la
familia y con los amigos.
Veamos cómo están las cosas en el mundo de los jóvenes.
En la relación con Dios
Dios es el ser hacia donde la vida tiende y por quien la podemos
tener asegurada. Eso no siempre obliga a crear relaciones bajo una religión
determinada. Las relaciones son personales. Esas que no obligan.
Dios está siempre, no nos falta, aseguran los jóvenes. Aun
cuando no le busquemos y emprendamos caminos como sí él no existiera. Dios es
como un amor asegurado, que siempre está y estará para nosotros.
En consecuencia, la aceptación de Dios en la vida es tan
cotidiana, aunque no siempre consciente; dado que es considerada como la base
de todas las relaciones. Sin Dios no nos podemos relacionar con casi nada, o
mejor dicho con nada ni con nadie.
La relación consigo mismo
La condición personal es “el mejor lugar” para ser y estar.
Es “la relación” de más conciencia, que nunca se abandona: seremos toda la vida,
hombre o mujer, niño o adulto, estudiante o ciudadano. Lo que importa es que cada
uno se defina, tal cual es. Una vez definida la persona está a gusto consigo
misma.
Eso que llamamos “uno mismo” es ese quien nos acompaña,
siempre; donde sea que estemos. Somos pasado, presente y futuro; nacemos, crecemos,
morimos, sufrimos y nos realizamos en esa identidad.
La afirmación de la identidad muchas veces emerge de las
inconsistencias; pero permite sentirnos cómodos "con lo ahora somos". Más allá
del reproche, la inconformidad de "mi propio fenotipo" es frecuente sentirnos
felices y agradecidos por lo que somos, tenemos y por lo que podemos llegar a
ser. O simplemente, nos amamos, porque nos tenemos.
En ese sentido, como generación espontánea, los jóvenes
emergen desde sí mismos como buenas noticias.
Los amigos
Los amigos son pocos y exclusivos. Se pueden tener o no, y no
pasa nada. Si se tienen estos deben ser de calidad, tal como uno mismo es.
Los amigos son auténticos, con valores o mejor no tenerlos.
Son probados en los momentos difíciles. Siempre deben ser buenos. Por eso suelen
ser muy pocos.
Los amigos están entre los de la propia generación. Son mi otro
igual. Por lo mismo han de estar bien definidos.
Parecido a otros tiempos la amistad es exclusiva y es definida
por cada persona. Aristóteles lo hizo hace más de 2,300 años, dijo: “Los
amigos, cuando son más en número de lo que reclaman las necesidades ordinarias
de la vida, son muy inútiles, y hasta llegan a ser un obstáculo para la
felicidad”.
Y, cómo los jóvenes del aquí y ahora, también dijo el
filósofo: “El amor es como el grado superior y el exceso de afección, y nunca
se dirige a más que a un solo ser”. Esa es la exclusividad de la que hablan los
jóvenes.
La vida en la familia
La familia es el lugar más seguro. Nada como ella. Dónde ir
sino a la familia, porque de ella venimos y ahí vivimos toda la vida.
Parecido a lo que ocurre en la toma de conciencia de sí
mismos, en la familia se describen tantas inconsistencias en las relaciones
con los hermanos, y los propios padres; pero ahí y sólo ahí están aquellos
valores que a veces creemos encontrar en la exclusividad de los amigos. Este es un
amor asegurado. Por ser el lugar donde nos hacemos y permanecemos durante toda
la vida.
La familia es el refugio más seguro para ser y estar mientras
la vida acontece.
En toda reflexión y toma de conciencia, al momento de pasar
de “la razón pura” a la expresión verbal o escrita, casi siempre habrá cierto
halo de “pura teoría”. Así debe ser. Así debe ser, porque la definición de las
ideas, por abstractas que sean, son indispensables y andamiaje que
guiará toda práctica.
¿A qué viene esta afirmación? Resulta que la opinión de los
jóvenes a la hora de ser cuantificada en cifras, es decir, al materializar la idea en la praxis moral, su discurso cambia.
En su opinión “uno mismo” y la familia son los mejores
lugares para vivir la vida. La condición de Dios tiene una definición particular;
mientras que la amistad sólo ocupa un lugar de exclusividad.
Al preguntarles, considerando los ámbitos o lugares antes
descritos ¿Qué es más importante para vivir la moral?
¿Si la familia es el lugar más asegurado para vivir la vida,
por qué en la encuesta no prevalece sobre los otros ámbitos? (sólo el 4%
destaca su importancia). Tiene que ser porque los jóvenes se configuran a
partir de sí mismos.
En tal razón, Dios como condición personal siempre está como
un eje configurador, bajo criterios personales. Por lo que Dios (42%) y yo
mismo (54%) son como de la misma naturaleza, pues, ayudan a configurar y
orientar la propia vida moral.
Para definir la vida moral es indispensable la doble
condición: yo y Dios. Y para vivir esa condición, la familia es el lugar más
factible. Con lo cual, el lugar de los amigos se desdibuja en su totalidad (0
%). Los amigos no figuran para la vida moral, de pronto, la amistad alienta a
una vida en otros marcos poco ortodoxos.
Aunque para vivir la vida exclusiva, se hace “necesaria” la
amistad sobre todo para aquellos ámbitos donde la familia no llega, por
ejemplo, en los equipos de futbol, ir una fiesta o salir a tomar un café.
Ámbitos que no trascienden a cuestiones más elementales como suelen ser aquellos
que son propios de la familia.
En consecuencia, uno siempre está feliz consigo mismo mientras exista Dios, la familia y los amigos; eso sí, cada uno de esos ámbitos es una luz que ilumina cada circunstancia de modo distinto. Unos más que otros, como suele ser Dios respecto a la familia; unos más efímeros o menos permanentes como ocurre con los amigos. Pero cuando esas luces se apagan, lo que se queda para siempre “es uno mismo”; por eso amar a los demás, en el fondo es amarse a uno mismo, ya que a la postre es lo único que tenemos para vivir toda la vida.
Publicado en Prensa Libre el día 30 de agosto del 2021. En la sección Buena Vida, salud emocional, pag. 22.
https://www.prensalibre.com/vida/salud-y-familia/el-mundo-de-los-jovenes/
Sin Comentarios
¿Qué piensas de esta reflexión? Dame tu opinión.