La misericordia es la práctica del amor
que define a cualquier persona adulta
Por: Gvillermo Delgado OP
02/12/2021
La vida acontece entre alegrías y tristezas. A simple vista,
cualquier mortal que intente sobreponerse al sufrimiento estará siempre cuesta
arriba. Con razón la civilización occidental encontró en la paradoja cimentada
en la muerte, el martirio y la religión, un refugio seguro para encarar las
miserias y proyectar su futuro.
Es de la naturaleza social anhelar progreso y realizaciones
creando aventuras de cambios; ya que siempre nos hemos sentido obligados a
transformar los modos de ver el mundo y las actuaciones sobre él. Haciendo
con ello inevitable las lágrimas y las sonrisas, el luto y el sueño como si
fueran las alas de un pájaro en vuelo.
Abordar la tristeza y el sufrimiento como augurios seguros de muerte,
buscando aplacar sus impactos, es posible si miramos en los otros aquello que
es inevitable en nosotros. Es frecuente ver pasar de largo a la muerte sino no
toca nuestras puertas y a la debilidad del cuerpo mientras tenemos salud. Por
eso no es una fatalidad decir: “se acerca el final de mi vida mientras avanzo”,
más bien fortalece el sentido de la existencia y permite abordar con realismo
emocional las dificultades más acuciantes y cotidianas.
Ser misericordiosos -como quien siente la miseria del otro y lo auxilia- al modo
en que lo enseñó el Maestro de Nazareth y lo practicó la Madre Teresa de
Calcuta, nos cuesta tanto porque es normal aprender sólo aquello que
experimentamos en la propia piel. Y no siempre tenemos la actitud para ser tan
siquiera empáticos con quien no es a fin a nuestros intereses. Por eso, es
necesario hacer esfuerzos por “apoyar a aquellos que apoyan” a las personas
vulneradas en la comunidad. La misericordia se ancla en el alma cuando imitamos
los buenos ejemplos de otros. La misericordia es la práctica del amor que
define a cualquier persona adulta, de tal manera que aliviando los males de los
otros curamos nuestras propias dolencias.
Los tiempos fuertes del ciclo anual como el inicio del verano, los
tiempos de navidad, el aniversario del fallecimiento de la abuela, los recuerdos
de una tempestad, etc., se configuran y rehacen continuamente evocando aquellos
días, ya sean de lágrimas o sonrisas. De ahí que es indispensable dedicarles
suficiente tiempo a esos sucesos del pasado, con símbolos construidos por
nosotros mismos, por ejemplo: con comidas al gusto, en lugares de referencia,
invitar a familiares y amigos a reunirnos; con el fin de cantar los cantos de
siempre, hacer los rezos colectivos, comulgar en todo lo que nos hace afines;
de tal modo de enjugar las lágrimas o incorporarlas para convertirlas, también,
en expresiones de alegría y memorias edificantes.
Las experiencias propias o ajenas que fluyen del entramado y ensamble del sufrimiento y de las alegrías, configuran el carácter ético, en tanto estilo de vida. Con lo cual encaramos las dificultades, sobreponiéndonos a ellas y aprendiendo a celebrar dulcemente lo que puede ser festejado. Así, con las experiencias nos definirnos en valores; y, al priorizamos sobre las cosas, aprendemos, también, a elaborar criterios y a fortalecer los sistemas de normas, como instrumentos indispensables de comportamientos debidos; para “salir a flote” de las crisis, escuchando las aflicciones con los oídos del espíritu, y transformándonos en personas adultas en construcción permanente.
Este artículo fue publicado en Prensa Libre el día lunes 29 de noviembre de 2021, en la sección Buena Vida, p. 22.
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