crecimiento Humano Hechos y Palabras lunes, 5 de febrero de 2018 Sin Comentarios




Toda relación humana comienza en el encuentro de la atracción, de las cuales algunas perduran hasta el final de la vida; otras, al ser adquiridas a la sombra de la familia exigen un esfuerzo extra en la compenetración de valores que se fundamenten en el amor, fuente y motor de toda relación y perfección humana. Ambos tipos requieren de una comprensión apropiada.

Explico esa tarea en cuatro “estadios de la persona” o etapas por las que se promueve a la persona hasta constituirse en “ser plena”.

1. El primer estadio de la responsabilidad
La responsabilidad es “hacerse cargo” de las propias acciones, define el alto grado en que la libertad acontece. La atracción y aceptación de las personas tiene que ver con ese grado de libertad.

La persona libre “seduce” con la simple atracción. Dado que quien “se hace cargo” de sí mismo es “capaz asumir lo otro”. En esta etapa la persona toma altura o penetra en la profundidad de los sueños, a tal punto de beber del puro amor. Se hace atractivo. De ahí, le deviene “la atracción de la simple mirada”.

¿Quién en este mundo no desearía ser parte de un ser libre que le envuelva en el amor, para cuidarle y dejarse cuidar al mismo tiempo?

2. El segundo estadio de la integridad
Del aire ni los aviones se sostienen, las aeronaves requieren de bases profundas, de leyes de la naturaleza cuyas fuerzas están más allá de ellas mismas, que les hacen capaces de “generar”, renovarse en nuevas fuerzas y advertir toda consecuencia.

La integridad se define como unificación del todo en la parte, cuya base está en el interior del ser y en las leyes de alcance universal. Básicamente una persona integral es sostenida por esa integración, que fortalece su vida interior.

La vida interior es como el silente amanecer que va creciendo indefectiblemente en el permanente despertar del “ahora mismo”. La vida interior define a las personas despiertas. Define a quienes viven en el asombro del amanecer y celebran cada instante maravilladas por el latir de su corazón.

Las personas despiertas están conectadas con la naturaleza de las cosas. Al comprender las causas y la finalidad de las leyes de la vida (que es el amor mismo), todo lo que hacen, lo definen como un gesto de agradecimiento. No alaban a Dios en vano.

Por consiguiente, la persona integral no necesita “duplicar” su personalidad. Para ellas la mentira, por ejemplo, no es requerida. La persona integral habita su propio lugar, existe para sí misma, no es aparente, no es enajenada. Al ser sostenida por la ley del amor, sostiene todo amor venga de donde venga, e integra la naturaleza de las cosas que tiende a lo bueno y bello.

3. El tercer estadio de la bondad
La bondad es lo más propio hacia donde tiende la naturaleza humana, negarle sería negar el origen más santo de todo ser, como matar el sueño, fumigar la flor y su fragancia, o ahogar para siempre el fuego de la luz.

La persona que ya asimiló los valores hasta en el inconsciente, vive en su tiempo, sabe que existe para lo justo y para el amor misericordioso.

Llegado a este punto, la mirada de la justicia ilumina lo bueno. La persona no tiene que esforzarse por hacer el bien, ya que es dominada por esa fuerza de ese amor interior. Delante de las personas, como delante de su Dios, hace suya las palabras del poeta cuando dice:
 «Siempre estás tú delante de mí y saltan de alegría todas mis glándulas. ¡Aun de noche mientras duermo, y aun en el subconsciente, te bendigo!» Ernesto Cardenal (1998).

4. El cuarto estadio de la belleza
La belleza es consecuencia de la responsabilidad, la integridad y la bondad. Lo bello es lo bueno por excelencia, el grado más alto del crecimiento humano, es el ser encaminado hacia la felicidad, o quien ya la habita.

La persona bella es algo más que atractiva, es apetecible. No por la bondad que emana de ella, sino por los fundamentos en que se asienta, porque ese tipo de belleza llega hasta la base de sus orígenes, que es lo santo, bello y lo bondadoso en todo su esplendor.
«La belleza está en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios» (1 Pdr 3, 3-4).
Con razón quien desea “tu belleza” no es que quiera poseerte a ti, sino al amor y a la fuente de ese amor. Y al no estar esas fuentes en ti mismo, te convierte en referencia del gran Amor que rige toda tu vida. Si alguien te dice que eres el amor de su vida, no te lo creas del todo, piensa tan solo que te has convertido en la mejor referencia de la belleza.

Es por eso por lo que, la persona bella irradia belleza en todo lo que dice y hace. Le embellece todo. Y no sólo es bella, además es justa, compasiva, autónoma, responsable, moral, etc.

En ese estado y culmen, dime: ¿quién no quisiera ser ese amigo bello, por quien apostar una vida entera?

Por: José G. Delgado OP
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