Cómo acceder a Dios
Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda (Museo del prado, 2016)
Si lo humano es misterioso ha de ser porque se define en un
origen también misterioso.
Mientras vavamos en este mundo, pasaremos el tiempo intentando
comprender ese origen y acceder a él.
En ese "mientras tanto", nos jugamos la vida amando,
inventando problemas para intentar resolverlos, poseyendo lo humanamente
posible para mostrar lo grande que podemos ser, y sobre todo queriendo cambiar el pasado. Es frecuente constatar
que, lo único que logramos es colocarnos al borde de un abismo sin salidas.
Con las siguientes ideas intento iluminar ese misterio y
cómo acceder a aquello que nos define.
1. El gran sueño fallido
Cualquier persona, haga lo que haga nunca cambiará su pasado.
El pasado no puede cambiarse.
La gran fantasía del ser humano es cambiar la ecuación
inamovible. Esa quimera se ha transformado en una tentación inevitable, aun
sabiendo que es intentar lo imposible.
Previamente todos sabemos que intentarlo
es toparse con un abismo infranqueable que sólo lastimará el corazón.
El sueño de acceder allá atrás del tiempo, para modificarlo, hace débil al momento presente que añade incontables frustraciones al alma. El pasado es lo muerto que no puede revivirse.
A no ser que ese remontarse, atrás del tiempo, posea contenido en lo divino. En ese caso, el pasado en lugar de "un punto muerto" es la posibilidad de acceso a Dios. Pero, ¿Cómo hacerlo?
A no ser que ese remontarse, atrás del tiempo, posea contenido en lo divino. En ese caso, el pasado en lugar de "un punto muerto" es la posibilidad de acceso a Dios. Pero, ¿Cómo hacerlo?
2. La experiencia fundamental
Sin embargo, extrañamente, el pasado puede ser perfeccionado, al tomar
conciencia de lo que soy y somos.
Una vez anclado en esa reflexión puede la persona lanzarse a
la búsqueda infinita de la satisfacción de los deseos humanos. Es decir, no
sólo mirar hacia atrás, sino sobre todo al futuro. A esto llamamos experiencia trascendental o fundamental.
3. La conversión
3. La conversión
El pasado también puede asumirse y perfeccionarse en la
memoria histórica. La memoria es lo que sobrevive del pasado en el presente.
Es la razón por lo que ahora somos, pues, somos según lo que un día fuimos o
hicimos. Quienes reflexionan y asumen el pasado desde la memoria histórica, ciertamente
no cambian nada del pasado, pero sí cambian ellos, y se perfeccionan. A esto llamamos
conversión.
El pasado es lo conocido y punto departida para la
experiencia y la conversión en función de aquello
siempre nuevo que está por conocerse.
Sólo quien cambia de mentalidad y regresa el punto de partida, del cual se extravío, se "reinicia", se renueva. Eso es conversión. Ese punto de partida es donde lo divino acontece. Por eso la conversión es uno de los mejores modos de acceder a Dios.
Sólo quien cambia de mentalidad y regresa el punto de partida, del cual se extravío, se "reinicia", se renueva. Eso es conversión. Ese punto de partida es donde lo divino acontece. Por eso la conversión es uno de los mejores modos de acceder a Dios.
4. El acceso a Dios
Más atrás del pasado sólo puede colocarse la fuerza
originaria, que lo mueve todo, o sea Dios. Ese Dios que se deja sentir cuando toda criatura humana activa las
posibilidades de retorno a su fuente, promovidas por la propia razón.
La fuerza originaria, colocada atrás del tiempo, o sea Dios que sacia toda sed, nutre todo sentimiento carente de amor y fortalece las razones por las cuales existimos y somos.
Ese Dios es tan accesible e invisible a la vez para nosotros, parecido a lo que le pasa al enamorado que al sentir la pureza del amor en su alma no puede imaginar la grandeza de ese amor que le envuelve.
Ese Dios es tan accesible e invisible a la vez para nosotros, parecido a lo que le pasa al enamorado que al sentir la pureza del amor en su alma no puede imaginar la grandeza de ese amor que le envuelve.
Al mismo tiempo esa fuerza originaria, que también llamamos
Creador, traza el rumbo de la historia hasta el momento presente en que cada
uno se coloca, ahora mismo.
Ese punto o fuente originaria es de “encuentro”, mientras esperamos que venga lo
que está por venir o por conocerse de modo definitivo. Con justa razón esa fuerza la
experimentamos como Alfa y Omega: «El que es, el que era, el que viene, el
todopoderoso» (Ap 1, 8).
Así es como accedemos a él y resuena su voz, cuando dice:
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré a su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).
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