El creyente se impone a sí mismo una vida moral, una vida ética, de acuerdo con lo que cree.
Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del viernes de Pascua 14/04/2023
Transcripción literal: Lorena Natareno
Los creyentes, sin excepción, donde sea y
sobre todo donde expresemos nuestra fe, vamos a encontrar personas que no van a
estar de acuerdo con nosotros porque no creen en lo que nosotros creemos.
Al no conocer lo que nosotros conocemos
por la fe, tampoco tendrán la capacidad de creer. ¿Por qué? Porque quienes no creen, no conocen.
Y si conocen, sólo conocen aquello que su mente, o que sus capacidades a partir
de la objetividad les permiten. Así construyen un mundo, -y aquí el lenguaje
del Evangelio de San Juan es muy descriptivo- un mundo, de acuerdo con su
comprensión racional. Eso quiere decir,
que ellos giran alrededor de ese mundo. Y por más que quieran, no pueden salir
de esa realidad construida bajo sus criterios, su modo de ser. La fe es ir mucho más allá de ese mundo. Es
salir de ese mundo, escapar de ese mundo que, en cierto modo, atenta contra ellos
mismos, donde perdieron la capacidad de resolver sus problemas más grandes,
tales como el sentido de sus vidas.
La fe, por el contrario, nos permite salir
de ahí y otorgarnos ese sentido que a veces perdemos. Pero como no se trata
simplemente de entrar a discutir y convencer a aquellos que no creen y que,
obviamente tienen sus razones para no creer, pues tienen sus argumentos
persuasivos, nosotros sólo expresamos nuestra fe y nos valemos de los símbolos,
de los signos de fe.
Hay realidades que sólo pueden ser
comunicadas a través de símbolos.
Recuerden ustedes cuando se enamoraron.
¿Qué símbolos usaban? No hacían falta las palabras ¿verdad? Un pestañazo era suficiente para que el
corazón de la otra persona latiera en modo desesperado. Un signo, un gesto, un movimiento, un corazón
dibujado no tiene sentido en sí mismo; pero sí, que lo tiene.
Para las grandes cosas no hacen falta
grandes argumentos, sino símbolos que lo representen. Por eso los símbolos son aquellas cosas
materiales visibles y sensibles como puede ser una flor, una cruz, el agua, la
luz. Esas cosas expresan una realidad no visible y la hacen totalmente
presente. Jesús es una realidad visible,
perceptible a través de nuestros símbolos, de nuestros gestos que son
expresiones de la fe.
El pez y el pan, dos
símbolos que en la Sagrada Escritura destacan, por ejemplo, en la multiplicación
de los panes y los peces. Sobre todo, el pez, que en la iconografía es el ictus:
“Jesús Hijo de Dios verdadero”, es una expresión simbólica que nos comunica al
Dios verdadero, propio de los primeros símbolos del cristianismo, que los
encontramos, todavía, en las catacumbas: lugar de refugio de los cristianos
perseguidos por el imperio romano.
El pez es uno de los símbolos que a mi
personalmente me gusta muchísimo. El pez
como expresión de Jesús. Es la expresión de Jesús el Hijo de Dios en Quien yo
creo, en Quien yo ordeno mi vida.
Jesucristo, el Hijo del Dios verdadero. Él es Aquel en Quien yo desgasto
mi tiempo, en Quien yo creo relaciones, es por Quien yo estudio. Es en Quien yo confío. Por eso los símbolos que me hacen presente Su
condición Divina, se adhieren a mi condición humana.
Cuando yo, por ejemplo, porto una Cruz, le
pongo mucho significado. La Cruz deja de ser una materialidad cualquiera y se
adhiere a mí, según Aquel a Quien yo busco y en Quien yo creo. Intenten destruir una foto de su primer hijo
o de las personas que aman: ¡quizás lo hagan! Pero siempre quedará esa imagen
en su corazón, porque no es posible destruir aquello que se adquiere por la fe.
Así son nuestros símbolos, nos hacen según
esta comprensión. Éstas son las cosas hermosas ¿verdad? ¡Cómo desde la fe,
siempre vamos de lo menos a lo más, de lo poquito a lo grande! ¡Porque Dios así
se ha comunicado siempre con nosotros!
No tengamos miedo, al hecho de que, a
veces no podamos expresar nuestra fe con argumentos y conceptos. Simplemente la
experiencia que en nosotros comienza por ser poquita va alcanzando un destello
inmenso en el que, después ni nosotros lo podemos explicar. Si no lo sabes decir, es porque te
trasciende incluso a ti mismo. Si al amor no lo puedes agarrar, no lo puedes
expresar, pero lo vives; eso te hace grande y como te hace grande, entonces,
aquellos que presumen de racionalidad no saben qué hacer contigo.
Por eso la mejor condición del cristiano,
que lleva en su corazón la fe de Aquel que ha resucitado y viven en él, es
simplemente vivir de tal manera que su ser cristiano le convierte en un modo
distinto, siempre nuevo de ser. ¡Nada
más!… ¡Nada más que en ese modo de ser!
Yo vivo lo que creo y como vivo de acuerdo
con lo que creo, pues, esto me es suficiente.
Y por eso, queridos hermanos, el creyente se impone a sí mismo una vida
moral, una vida ética, de acuerdo con lo que cree. Con razón y con facilidad nos
señalan cuando caemos en un error, en una contradicción ¿verdad? Porque la fe, la gran verdad que nos
ilumina, nos impone en si mismo un modo de ser de acuerdo con lo que creemos. Es
la vida ética, que nadie nos la impone desde afuera, nosotros la aceptamos como
un modo propio de ser y esto a mi me embellece y embellece mis relaciones
humanas, porque lo hago precisamente basado en lo que yo creo.
Todo esto, digamos, cuando lo aceptamos
como un modo propio de ser y en ello renovamos constantemente toda nuestra
vida, deja fuera de combate a aquellos que no creen, aquellos que no creyendo en
Jesucristo no se han adherido a la fe, aquellos que no se congregan con
nosotros, aquellos que ordenan su vida de acuerdo con sus únicos criterios.
A nosotros simplemente nos toca ser, como
una pequeñita luz, una pequeñita candela encendida con una llamita iluminando
las oscuridades de este mundo.
Eso nos convierte en un modo de ser propio porque nuestra vida está
configurada en base a Aquel que es la piedra que desecharon los arquitectos
¿verdad? Esa expresión muy bonita de
este Salmo, de aquel a quien despreciaron, aquel “que no tenía valor” ahora se
convierte en la base, en el sustento, sin el cual este mundo prácticamente no
es comprendido, no puede ser sostenido.
Queridos hermanos, nuestra fe en el
Resucitado está basada en un hecho histórico, que sobre todo, le da contenido a
nuestra vida. Nos convierte en algo diferente, en un modo de ser nuevo.
Que esta Gracia abunde en nosotros y que
nos ayude a perseverar así, hasta el final de nuestras vidas. ¡Amén!
Definitivamente somos esa luz que necesitan los demás para creer en el que vive en cada uno de nosotros aunque muchos aun no lo conocen y únicamente hablando de él y presentando a un Jesús resucitado se logrará que los demás se contagien del que nos amo hasta el extremo.Saludos padre Guillermo esta reflexión nos hace ser conscientes del compromiso como bautizados
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