A veces las heridas son una muestra de amor
TOMÁS, EL APOSTOL DEFRAUDADO
Haciendo un poco de jardinería esta semana me pasé lastimando el brazo derecho con las espinas de un árbol de tzité, que yo mismo sembré, quizá hace dos años.
¡Duele! Aunque duelen los rasguños, uno le resta importancia porque sabe que las heridas del cuerpo externamente
visibles duelen, pero sanan pronto.
Hay heridas de dentro que siguen sangrando
y a veces uno las lleva hasta la muerte y nunca cicatrizaron. A veces nos toca acompañar, escuchar, sentarnos
a llorar con algunas personas que fueron lastimados de niños. Personas que hicieron promesas de amor, que iniciaron
un proyecto empresarial y en un momento determinado fueron lastimadas. Pues, se
encontraron con personas que les fallaron: les prometieron lealtad y les
mintieron. ¡Tuvieron que destruir todo y
hasta ahora sangran por dentro!
¿Es suficiente, que, a esas personas, les
sigamos escuchando y les demos consuelos y les digamos, por ejemplo: “Ten
paciencia, el Señor se va a encargar de ti, él te hará justicia” o decirle a
uno de los conyugues: “¡sopórtalo a él!, ¡por fin es tu esposo!, ¡aguántalo!”? ¿Qué hay con esto? ¿Hasta dónde podemos sanar a nuestros
hermanos desde la fe, desde el afecto, la compañía, y la complicidad que la
familia provoca?
Porque una herida externa se sana con el
tiempo. Y si la herida es profunda, vamos inmediatamente a quien pueda suturarla;
y al cicatrizar quedan visibles los recuerdos. ¡Ahí estarán y a pesar de todo, seguirán
siendo poco relevantes! Pero aquellas heridas
que siguen sangrando por dentro, ¿qué hay de ellas? Si nos han transformado en
personas de mal humor, si nos han hecho desagradables cuando antes éramos
agradables ¿Qué hay de nosotros? Hay expresiones abundantes como éstas: “Yo
antes era feliz, hoy no lo soy”, como dice Chente Fernández: “sangramos por la
herida”.
Hoy nos encontramos con esta narración
bellísima sobre el Apóstol Tomás llamado el mellizo. En el segundo domingo de Pascua siempre
escuchamos este texto. Hoy que también celebramos el día de la Misericordia,
día instituido por iniciativa del Santo Padre Juan Pablo II. Nos encontramos,
pues, con la figura de este Apóstol. En la narración del texto destaca un elemento
importante, ese es: ¡el momento en el que
él profesa su fe!, ¡ratifica su amor al Señor, precisamente en el instante en
que se encuentra delante de él.
¿Por
qué el apóstol Tomás no estaba con los demás discípulos cuando ellos estaban
reunidos? Juntos habían consolidado la unidad entre sí ante la ausencia del
Señor. Pero Tomás es el gran ausente.
Tomás junto con Pedro, fueron estos dos
Apóstoles que habían dicho en reiteradas ocasiones, al Señor: “Estoy dispuesto
a morir por Ti”. Tomás dijo en algún
momento a sus compañeros: “Vamos y muramos con Él”. Expresión profunda de amor, valiente, como quien
hace una promesa radical: “yo muero por ti, yo prometo darte mi vida y la
ofrezco delante de ti; es más, lo hago público para que todos lo sepan. “Estoy
dispuesto a todo, inclusive llegar al final contigo”. Algo así es la promesa de Pedro, de
Tomás.
Entonces ¿por qué ahora no está? Los que interpretan estos textos dicen que seguramente
se sentía defraudado. Defraudado: ¿Por
qué? Porque Jesús había muerto como un
bandido. La muerte de Cruz a la distancia quizás no nos impacta tantísimo, pero
en aquel contexto alguien que moría en la cruz era alguien cualquiera, alguien
de la calle, un delincuente, un ladrón; alguien que incluso, para aquellos
contextos mentales, tenía que morir. A
muchos de nosotros no nos asombra que un delincuente sea acribillado a balazos en
la calle porque andaba con su arma y se enfrentó con otro. ¡No nos sorprende porque pareciera que es de
su naturaleza morir así, por ser un delincuente! Esto y aquello, es un poco parecido. No es
que Jesús anduviera haciendo maldades, todo lo contrario, pero para muchos
pareciera que sí.
Si en algún momento te definen como un delincuente,
como alguien que incluso falta a los principios elementales de la fe, como le
pasó a Jesús; entonces la muerte es una consecuencia lógica para ti. Es por eso
por lo que Tomás se siente defraudado. Supongamos que le oímos decir: ¿Cómo es
que este hombre en quien yo expresé mi radicalidad de amor al punto de decir
que moriría por Él, no era tal como yo lo supuse? Eso solo puede ser expresión
del sentirse defraudado, derrotado y un poco frustrado.
Es natural que una persona tome distancia
ante la frustración, ante el desencanto y a veces deje pasar el tiempo para
aliviase y otras veces dejar pasar el tiempo para siempre. Esto es lo que pasó
con Tomás.
LA HERIDA UN PUNTO DE PARTIDA
Queridos hermanos, aquí hay dos elementos
que valen la pena tener en cuenta. El
primero es que si nosotros queremos sanar tenemos que establecer un punto de
partida. Desde Tomás ese punto de partida es la herida. Pues desde ahí interpretémoslo.
Cuando así ocurre la herida no es tal, aunque sea objetiva porque está a la
vista; porque la herida, extrañamente comienza a iluminarnos. Y para esto,
queridos hermanos, no debemos enfocarnos en los momentos felices de antes de la
herida. Si nos colocamos en ese momento previo ciertamente vamos a extrañar ese
momento feliz que tuvimos antes de ser heridos ¿no es cierto?
Cuando trazamos una frontera a partir de
la herida uno quisiera echar tan atrás, tan atrás, hasta aquel momento lejano
tan cómodo y seguro como el que teníamos cuando estábamos en el vientre de nuestra
madre. En el vientre de la madre estábamos totalmente protegidos, no expuestos
a los momentos de dolor.
Tomás está en aquel momento previo de la
herida. No quiere enfrentar la realidad que ahora ha acontecido. Por eso, hay
que traerlo a que mire la herida de las frustraciones. La frustración de la
herida es lo real. Lo demás, los tiempos felices de antes de la herida ya no
son posibles, ya no existen.
¿Por qué lloras, por qué te frustras ante
aquello que ya no existe, que ya no está?
No te engañes. La verdad debemos
iluminarla a partir de la herida para acá. Es decir, de lo que tenemos delante.
No desde lo que no tenemos. Imaginemos
los tiempos felices que tuvimos hace veinte años y cómo todavía seguimos atrás
de esos veinte años extrañando lo que antes fuimos y ahora no tenemos. Y nos
culpamos y culpamos a otros por ya no tener esos tiempos felices. Lo que realmente
importa ahora es la herida. Y trazar la vida desde la herida hacia acá. Cuando
procedemos así empezará en nosotros la verdadera sanidad. Eso es lo que finalmente
descubre Tomás.
Ahora, imaginemos al apóstol diciéndole al
Señor: ¡Me duele verte! Y no me atrevo a introducir mi dedo en tus heridas de tus
manos, Señor; ni mi mano en tu costado herido. ¡No me atrevo a hacerlo! Si Tomás no lo hace es porque ya no es necesario.
Es suficiente constatar el hecho de las heridas. ¡Ha sanado!
SANAR LAS HERIDAS CON LA VERDAD
La segunda cuestión tiene que ver con
responder a la pregunta: ¿Qué es aquello que nos ayuda a recuperarnos? Nos
guste o no lo que nos pasa por enfrentarnos con la verdad, lo que nos hace
sufrir muchas veces está en la mentira, en el engaño, esto que hemos adoptado
como que fuera la realidad, pero que no lo es.
Nuestra alma comienza a iluminarse al
aceptar con coraje la verdad de las cosas. ¿Te cuesta aceptar la verdad porque
te duele? No hay más alternativa que encararla.
Tienes que ser humilde para presentarte delante de los demás con tu verdad.
Todo lo demás es la mentira. ¿De qué te
sirve permitir que habite en ti una mentira?
Si no te abres a la verdad de las cosas
nunca sanarás las heridas. En la verdad es donde encontrarás la auténtica
salud.
En aquel momento en que permitimos que la verdad
se apropie de lo que está aconteciendo en nosotros, la crisis empieza a caerse a
pedazos. El miedo empieza a irse. Comenzamos a mostrarnos delante de los demás
como lo que realmente somos. Nos presentamos como quien dice: ¡Ahora es cuando!
LA FE COMO PUNTO CLAVE DE SANACIÓN
Por eso, queridos hermanos, comprendamos
la fe de Tomás a partir de estos dos momentos.
Tomás se encuentra
con Jesús. En ese encuentro acontecen dos realidades preciosas que son
las que definen prácticamente la fe. Ese
es el momento de la sanidad profunda en Tomás.
La primera realidad tiene que ver con las heridas
del Maestro. ¿Por qué si está resucitado
nos muestra las llagas, los recuerdos del sufrimiento? ¿Por qué? No es simplemente para llorar por
lo que le pasó, si no para darnos muestras de su amor. Las heridas son eso, una
expresión de Amor. Como cuando nos lastimamos haciendo trabajos de carpintería
o de jardín. A menudo nos lastimamos queriendo hacer mejor el jardín, queriendo
hacer una mesa nueva. Cuando trabajando
te lastimaste, tu trabajo se convierte en una muestra de amor. Por eso, llevo
la herida y mi cicatriz como si fuera un trofeo, para mostrar lo que yo he sido
capaz de hacer, lo que yo he sido capaz de hacer por amor.
Queridos hermanos, de no ser por el
cansancio del trabajo y de los años, las heridas fueran una verdadera
frustración solamente. El cansancio sería un reclamo, como cuando vamos por el
camino con bastón en mano porque no podemos caminar, podemos decir: me hice
viejo por ti, batallé por ti y mira lo desgraciado que ahora soy. Pero no. El bastón es más bien un trofeo, una
cruz que uno abraza con amor… porque así me desgasté y así llegué a este
momento. Eso es mostrarle las llagas a
Tomás. Por eso Tomás se impacta profundamente.
Y la segunda cuestión es, provocar precisamente en los Discípulos y en concreto a Tomás
este momento de fe. Este es el punto clave.
Aquel que es capaz de reconocer el Amor que a través de las llagas el
otro expresa, es capaz de adherirse profundamente a Aquel que nos ha amado y
profesarle su fe, como Tomás al decir: ¡Señor mío y Dios mío! En donde ya no hace falta explorar a fondo
las heridas de la otra persona ni mis propias heridas interiores. Es aquí donde
la fe sana, donde el Amor transforma, donde la persona se hace totalmente nueva.
Nueva en el presente eterno en el que Dios está actuando.
Entonces, nuestra vida cobra un nuevo
significado y sentido. La vida se traducido en lo que el mismo texto dice acá,
en la alegría de mirarlo a Él. En la alegría de hacer nuestro trabajo sabiendo
que Él obra también en nosotros y con nosotros.
Que no todo depende de lo que yo con mi inteligencia y con mis
capacidades soy capaz de hacer. Que Dios
también está obrando en mí, conmigo; y si igual me canso, me envejezco, me
deterioro, el Señor va actuando en mí, va transformando las cosas desde mí.
Queridos hermanos, posiblemente nosotros
llevemos heridas o cicatrices del cuerpo, visibles o invisibles interiormente.
Presentarnos delante del Señor con estas heridas con estos dolores, con estas
frustraciones y mirarle a Él, permitiendo entonces que desde la fe Él nos
levante, Él nos sanará. Este es precisamente el momento culminante en que la
Misericordia no simplemente es una expresión que está por encima de nuestras
cabezas, sino es el punto clave de nuestra sanidad.
Salgamos del mundo de las frustraciones,
del dolor dando nuevo sentido a las cosas.
La fe es ese lugar que nos coloca fuera del dolor y del
sufrimiento. “Ya estamos hartos de
sufrir”, nos decimos muchas veces. Si “topamos” con el dolor en la piel, podríamos
tomar decisiones de las que las que quizá no tendremos tiempo ni para
arrepentirnos.
La fe nos sana. En el Señor encontramos el
sentido de nuestra salvación. Por eso estas expresiones tan bonitas del
escritor sagrado del Evangelio de San Juan lo ratifica: “Se escribieron estas
cosas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios y para que
creyendo tengan vida en su Nombre”. Nosotros tenemos vida en Su Nombre. Y como
dice también el Apóstol San Pablo: nuestra fe es como el oro que se purifica en
el fuego. Así en la dificultad, en las pruebas, en las heridas, en las
frustraciones, no se apaga la fe; ahí nos purificamos. Las heridas nos iluminan
todavía mucho más. En ese sentido, las
heridas que vienen de las pruebas, del engaño y de las frustraciones se
convierten en luz que nos hacen mucho más poderosos. Decimos: ¡En el Nombre del
Señor, nuestra vida tiene sentido, la merecemos y vale la pena vivirla!
¡Qué el Señor nos sane! ¡Que el Señor nos
purifique a partir de nuestras heridas! ¡Desde sus llagas! ¡Desde la Cruz!
Abracemos esa Cruz. Es la que nos sana, esa es la Cruz que nos salva. Que así
sea. A Amén.
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