¿Cómo realizar cambios reales en uno mismo?
El punto de partida es considerar aquellas cosas que no están bien y necesitan ser cambiadas.
Frente
a ese balance de cosas son frecuentes las promesas. Promesas, a veces dichas según lo que
creemos que las otras personas esperan de nosotros. Hay otras, dichas “hacia
uno mismo”, calculando el impacto negativo que el hecho ha provocado y las consecuencias en el devenir.
Ante lo cual, propongo tres actitudes que deben darse en cada persona, sin excepción; actitudes, no como estados
diferentes o escalonados; sino unificados. Estos son: cambios desde abajo,
cambios desde dentro, cambios desde la pequeñez.
Cambios desde abajo. La actitud de cambio más
auténtica es aquella que nos mueve a doblar las rodillas. Reconociendo con humildad la
fragilidad en la que hemos caído. Ya que, mirar desde abajo es dejar que se abra para
nosotros lo inmenso de lo alto. Sabiendo que una vez nos pongamos en pie, seremos
envueltos por la inmensidad de la altura: donde está el bien preciado, que habíamos
perdido por los males consentidos. Es una actitud simple y grandiosa, al mismo tiempo.
Cambios desde dentro. Las rodillas dobladas expresan debilidad y al mismo tiempo grandeza. Un tronco de árbol erguido se eleva gracias a la madurez de su corazón. Pero una vez se fractura o se pudre cede a la fuerza de la gravedad de la que es objeto la tierra. Lo mismo pasa con la persona.
Elevados
somos grandiosos. Debilitados por dentro cedemos a la caída, sólo es cuestión
de tiempo, aunque tengamos raíces profundas.
Por tanto, la actitud de cambio que brota desde dentro es de recomposición, para evitar la caída definitiva. Recomposición no es reparación, sino resurgir con las fuerzas naturales con que el alma ha sido dotada, para elevarnos hacia las alturas, nuestra meta. Se trata de fortalecernos desde el propio interior.
Esto es la espiritualidad, ese lugar del alma, dode la salud se consolida, que nos sostiene en los momentos difíciles, el desde do donde surgimos para sobreponernos a la adversidad.
Si eso es verdad, entonces, ha de ser al mismo tiempo el punto central para realizar todo tipo de cambios y mejorarnos, en dirección de la plenitud.
Cambios desde la pequeñez. Somos grandiosos, no gigantes. No somos
para la presunción del poder o las riquezas efímeras. Somos para lo alto que no
se extingue, no para la tierra solamente. Somos como los árboles que, florecen
de pie. Capaces de dar frutos donde seamos plantados. Por lo cual, nunca será posible
elevarnos hacia lo infinito sin antes ser semilla o un frágil esqueje.
Experimentar lo grandioso desde la pequeñez es no olvidar
nunca nuestra limitación y que estamos en crecimiento permanente, como la semilla
que contiene al invisible árbol. Así, somos el silencio de la frágil semilla
que se pudre para despertar del sueño que alberga al interior de su alma, y ser
plantados.
El coraje y la fuerza para un cambio real proviene, pues, del
reconocernos pequeños como una invisible semilla de mostaza, como en su momento
nos ejemplificó el Señor, ya que de ahí nos elevamos o nos recuperamos para el
camino que originalmente traíamos.
Cambio real es recuperarnos. Es volver a ser. Volvernos más
fuertes; aunque sea a partir del defecto. Cambios reales ya no como expectativas
para nadie; ni siquiera para uno mismo. Los cambios reales son para recuperar
la estatura que nos corresponde por ser humanos, creaturas de Dios, ya que
fuimos creados para la altura, lo grandioso, para la felicidad.
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