Tu casa es fragancia de Cristo Hechos y Palabras jueves, 17 de agosto de 2023 Sin Comentarios

 


Tu casa es fragancia de Cristo

 

 

Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del 30 de abril del 2023.

Transcripción literal de: Lorena Natareno

 

 

La casa como epicentro de la vida

 

No hay entre nosotros quien no tenga un centro, un lugar de donde salir y hacia donde regresar cotidianamente. Piensen en cuál es su centro, su punto de irradiación. Este suele ser la casa: ¿No es cierto?

 

En la casa hay puntos claves e importantes. Si tuviéramos que mencionar el lugar de la casa donde permanecemos más tiempo y la vida transcurre: donde envejecemos, nos curamos, creamos relaciones, peleamos y nos reconciliamos, donde nos hacemos personas y permitimos que los otros también lo sean. Esos lugares de la casa posiblemente sean: la mesa en donde comemos (aunque cada vez nos reunimos un poquito menos a su alrededor). En la mesa cada uno tiene un lugar, una silla. Nadie lleva a un extraño a que se siente en ese lugar especial de la mesa. Otro lugar importante de la casa es la cama. Tampoco invitamos a cualquiera para que descanse en “nuestra cama”. ¡No, no, no, cuidadito! A lo sumo los hijos pueden descansar en la cama de los padres. Aunque a veces hay "ladrones", como dice el Evangelio, que se meten sin permiso a nuestras casas...

 

El cuerpo y el templo son también epicentro de la vida

 

La casa es el lugar más importante en la ciudad. De igual forma el cuerpo es templo en el ámbito de lo humano, cuyo altar es el cerebro. Ahí están las emociones y todo lo que rige el cuerpo. Nada puede ser gobernado sin el cerebro. Por eso es como el el altar del templo. En pocas palabras, en el cerebro está el alma del ser. Por eso hay que cuidarlo. Cuidarlo significa no dejar que entren ni que se queden ahí ideas y sentimientos malos. No permitir que el pasado nefasto nos siga carcomiendo como el comején lo hace con la madera. No permitir para no sufrir mientras carcome ese lugar sagrado.

 

Como es la casa para la ciudad, también son nuestros Templos o iglesias. Pues son referentes de identidad. El Templo es el epicentro, el lugar de llegada, desde donde salimos. Por eso la puerta más importante que nosotros atravesamos es la puerta del Templo.

 

Dice Santa Catalina de Siena que una vasija si está llena no hace ruido; hace ruido cuando está vacía.  Nuestros Templos están llenos. Están llenos del silencio de la presencia de Dios. Al entrar entramos en esa Presencia a través del silencio que ahí encontramos.

 

Sólo así nos capacitamos para oír la voz del Maestro cuando dice:

Vengan a Mí, todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón… Mi yugo es fácil y Mi carga ligera». (Mateo 11, 28-30) ¡Vengan!

 

Jesús es ese el lugar que buscamos

 

Al modo de Santo Tomás preguntemos: "Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?"(14,5). Jesús le dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

 

Jesús se define a sí mismo: “Yo soy la verdad”. Y reafirma: “Yo soy la resurrección”. Además, Él es puerta (Juan 10, 7). Es el acceso para habitar este Templo: epicentro desde donde Dios se hace sentir en el silencio, donde escucha nuestra voz muchas veces agobiada.

 

Solo así entendemos lo que hemos oído hoy en la primea lectura: “eviten vivir en un mundo corrompido”. Es decir, aquí hay una actitud primera, esa es apartarnos del mundo de la corrupción, de la perdición. Santa Catalina hablaba de “las aguas putrefactas” como sinónimo de lo apestoso de la maldad y el demonio. En contraposición con lo que decimos en las bendiciones de nuestras casas al pedir que desde nuestras casas se difunda la fragancia de Cristo. Entrar en el templo y salir de él es difundir esa fragancia.

 

En cuanto nos apartamos del mundo corrompido sabremos elegir la puerta por donde entrar.  Para eso requerimos de una actitud primera. Dios cuenta con nuestras disposiciones personales. Dios no va a resolver por ti aquello que tú puedes hacer a partir de aquello que Él ya te ha dado, que son las capacidades naturales. ¡Apártate, ya no te sigas saltando esos muros! ¡No te bañes más en las aguas putrefactas que sabes que te convierten en el apestoso, en tóxico, en destructor, en el que lleva ideas perversas, maquiavélicas, el que hace que los otros incluso se engañen porque les presentas como bueno lo que yo ya sé que es malo!

 

Escuchar la voz del Pastor

 

Revise cada uno su pasado. Atrévase a conocer a la persona que camina a su lado. Y descubrirá que siempre algo bueno nace incluso de aquello que parece malo.

 

Apártese cada uno del mal. El mal no lo hará por ti. Esa es la primera indicación para que podamos escuchar la voz del Pastor. De lo contrario oiremos otras cancioncitas. Seguiremos otros slogans. Y no la Voz del Pastor. Asimílate a él. Él tiene la capacidad de entender lo que hay en tu corazón. Como lo hacen los papás con sus hijos chiquitos. A veces no hace falta ni una sola palabra. Un gesto es suficiente para ser comprendido. Pues, un gesto es algo más que una palabra. De Igual forma el Evangelio de San Juan nos presenta la figura del Pastor.

 

El pastor, como sabemos es quien se ha convertido en el guía, en el maestro. Quien te cuida y guía. Y convierte a su vez a los otros en personas sensibles que escuchan y atienden su voz.

 

Curar las heridas y cumplir la misión

 

Desde nuestro epicentro, que puede ser el Templo, nuestras casas, nuestro corazón; desde donde salimos y regresamos a diario; ahí donde acontece aquello que da consistencia a nuestra vida, ahí es donde se entreteje el amor y desde donde resolvemos los problemas más grandes, y curamos las heridas por graves que sean.

 

¿Sabes que hace una loba herida para sanarse? Se esconde de la manada y lame sus heridas. Una vez sana, regresa a la manada, porque entiende su responsabilidad de guiar, de cuidar. La loba muere o se deja morir cuando entiende que ya no tiene la capacidad de guiar y de cuidar. Igual pasa con el lobo alfa: cuida, guía. Siempre avanza a lugares seguros para ejercer fielmente su tarea. Igual ha de pasar con nosotros. Sólo debemos irnos a un lugar seguro, a la casa o al Templo para aliviarnos y sanarnos.

 

Les habrá pasado muchas veces que no quieren que sus hijos los vean llorar para que no sepan de sus limitaciones. Dado que, no pueden perder la condición de guías. En esta misión, mostrar debilidad puede indicar que no estamos hábiles para cuidar de los demás. Por eso nos curamos, a veces lejos de todos. Como lobas heridas.

 

Los buenos pastores nunca merman en su ímpetu, aún en las debilidades del cuerpo. Nos pasa que cuando cuidamos de nuestros ancianos en su poca salud, descubrimos en ellos que siguen siendo el punto de referencia para nosotros. Aunque ya no hacen las cosas que hicieron con menos edad, quizás diez o veinte años atrás, siguen siendo nuestros guías, nos siguen cuidando desde el silencio de su propio dolor. Como es el caso de mi padre en su ancianidad. Esos son nuestros ancianos, y desde ellos, desde su corazón, se difunde la misma fragancia de Cristo, porque siguen siendo pastores.

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Somos puerta abierta

 

Hoy desde que se despertaron y se pusieron de pie atravesaron muchas puertas. ¿Las han contado? Probablemente la misma puerta la hemos atravesado muchas veces. Así a lo largo de todo el día. Ya no digamos si salimos de casa y entramos al carro, y los percatamos de las puertas de la casa, de la Iglesia, del súper mercado… Muchas puertas, como claves importantes. Entonces, ¡qué nuestra vida también sea esa puerta en la que otros entren! Así como no estamos conscientes de las puertas que a estas horas del día hemos atravesado, también hemos perdido la memoria y no recordamos a cuántos les hemos cerrado las puertas, ¿verdad? En eso también hemos perdido la memoria.

 

Les invito a que en la docilidad del mismo Cristo seamos una puerta abierta. Abrir tus puertas de par en par a quien hoy tendrías que permitirle entrar a tu alma, a tu corazón, a tu memoria y te pueda guiar y cuidar. De repente te estás perdiendo la oportunidad de guiar y de cuidar, de ser como Cristo: el Pastor de otros que te necesitan.

 

De repente uno de entre nosotros diga: “sí, pero es que yo ya le había abierto las puertas a esa persona, pero no quiere entrar, lo he invitado y le he dicho hablemos, arreglemos esto o lo otro y no quiere”. Eso es recurrente en las relaciones humanas. A pesar de eso: ¡Deja las puertas abiertas! Más temprano que tarde reconocerán tu voz de pastor. Si la otra persona conoce tus sentimientos, con la excusa que sea, tímidamente llegará un día a ti, porque el amor siempre encuentra su camino. No cierres las puertas.

 

Pidamos al Señor que nos conceda la capacidad de mantener nuestras puertas abiertas, así como la de nuestras casas…   Demasiados necesitan ser cuidados, ser guiados.  Nuestra casa es el punto de referencia y quizás no lo sabíamos. Ahora que lo sabemos, dejemos que otros entren en nuestras casas.  Dejemos las puertas de nuestra alma abiertas, de par en par… muéstralo con tu sonrisa, con tu manera de presentarte delante de los demás, para que esta gracia se derrame en ti y en tu casa.

 

¡Que seas tú y tu casa ese lugar desde donde se difunde ampliamente la fragancia de Cristo! ¡Amén!

 


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