Tu casa es fragancia de Cristo
Por: Gvillermo Delgado OP
Homilía del
30 de abril del 2023.
Transcripción literal de:
Lorena Natareno
La casa como epicentro de la vida
No hay entre nosotros quien no tenga un centro, un
lugar de donde salir y hacia donde regresar cotidianamente. Piensen en cuál es su
centro, su punto de irradiación. Este suele ser la casa: ¿No es cierto?
En la casa hay puntos claves e importantes. Si tuviéramos
que mencionar el lugar de la casa donde permanecemos más tiempo y la vida
transcurre: donde envejecemos, nos curamos, creamos relaciones, peleamos y nos
reconciliamos, donde nos hacemos personas y permitimos que los otros también lo sean. Esos lugares de la casa posiblemente sean: la mesa en donde comemos (aunque
cada vez nos reunimos un poquito menos a su alrededor). En la mesa cada uno tiene un lugar,
una silla. Nadie lleva a un extraño a que se siente en ese lugar especial de
la mesa. Otro lugar importante de la casa es la cama. Tampoco invitamos a
cualquiera para que descanse en “nuestra cama”. ¡No, no, no, cuidadito! A lo sumo
los hijos pueden descansar en la cama de los padres. Aunque a veces hay "ladrones", como dice el Evangelio, que se meten sin permiso a nuestras casas...
El cuerpo y el templo son también epicentro de la vida
La casa es el lugar más importante en la ciudad. De igual
forma el cuerpo es templo en el ámbito de lo humano, cuyo altar es el cerebro. Ahí están las emociones y todo lo que rige el cuerpo. Nada puede
ser gobernado sin el cerebro. Por eso es como el el altar del templo. En pocas
palabras, en el cerebro está el alma del ser. Por eso hay que cuidarlo. Cuidarlo
significa no dejar que entren ni que se queden ahí ideas y sentimientos malos.
No permitir que el pasado nefasto nos siga carcomiendo como el comején lo
hace con la madera. No permitir para no sufrir mientras carcome ese lugar
sagrado.
Como es la casa para la ciudad, también son nuestros Templos
o iglesias. Pues son referentes de identidad. El Templo es el epicentro, el
lugar de llegada, desde donde salimos. Por eso la puerta más importante que
nosotros atravesamos es la puerta del Templo.
Dice Santa Catalina de Siena que una vasija si está
llena no hace ruido; hace ruido cuando está vacía. Nuestros Templos están llenos. Están llenos
del silencio de la presencia de Dios. Al entrar entramos en esa Presencia a
través del silencio que ahí encontramos.
Sólo así nos capacitamos para oír la voz del Maestro
cuando dice:
Vengan a Mí, todos los que están cansados y agobiados que
yo los aliviaré. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso
y humilde de corazón… Mi yugo es fácil y Mi carga ligera». (Mateo 11, 28-30)
¡Vengan!
Jesús es ese el lugar que buscamos
Al modo de Santo Tomás preguntemos: "Señor, si no
sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?"(14,5). Jesús le dice:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Jesús se define a sí mismo: “Yo soy la verdad”. Y reafirma:
“Yo soy la resurrección”. Además, Él es puerta (Juan 10, 7). Es el acceso para habitar
este Templo: epicentro desde donde Dios se hace sentir en el silencio, donde escucha
nuestra voz muchas veces agobiada.
Solo así entendemos lo que hemos oído hoy en la primea
lectura: “eviten vivir en un mundo corrompido”. Es decir, aquí hay una actitud
primera, esa es apartarnos del mundo de la corrupción, de la perdición. Santa
Catalina hablaba de “las aguas putrefactas” como sinónimo de lo apestoso de la
maldad y el demonio. En contraposición con lo que decimos en las bendiciones de
nuestras casas al pedir que desde nuestras casas se difunda la fragancia de
Cristo. Entrar en el templo y salir de él es difundir esa fragancia.
En cuanto nos apartamos del mundo corrompido sabremos
elegir la puerta por donde entrar. Para
eso requerimos de una actitud primera. Dios cuenta con nuestras disposiciones
personales. Dios no va a resolver por ti aquello que tú puedes hacer a partir
de aquello que Él ya te ha dado, que son las capacidades naturales. ¡Apártate,
ya no te sigas saltando esos muros! ¡No te bañes más en las aguas putrefactas
que sabes que te convierten en el apestoso, en tóxico, en destructor, en el que
lleva ideas perversas, maquiavélicas, el que hace que los otros incluso se
engañen porque les presentas como bueno lo que yo ya sé que es malo!
Escuchar la voz del Pastor
Revise cada uno su pasado. Atrévase a conocer a la persona
que camina a su lado. Y descubrirá que siempre algo bueno nace incluso de
aquello que parece malo.
Apártese cada uno del mal. El mal no lo hará por ti. Esa
es la primera indicación para que podamos escuchar la voz del Pastor. De lo
contrario oiremos otras cancioncitas. Seguiremos otros slogans. Y no la Voz del
Pastor. Asimílate a él. Él tiene la capacidad de entender lo que hay en tu
corazón. Como lo hacen los papás con sus hijos chiquitos. A veces no hace falta
ni una sola palabra. Un gesto es suficiente para ser comprendido. Pues, un gesto
es algo más que una palabra. De Igual forma el Evangelio de San Juan nos presenta
la figura del Pastor.
El pastor, como sabemos es quien se ha convertido en
el guía, en el maestro. Quien te cuida y guía. Y convierte a su vez a los otros
en personas sensibles que escuchan y atienden su voz.
Curar las heridas y cumplir la misión
Desde nuestro epicentro, que puede ser el Templo, nuestras
casas, nuestro corazón; desde donde salimos y regresamos a diario; ahí donde acontece
aquello que da consistencia a nuestra vida, ahí es donde se entreteje el amor y
desde donde resolvemos los problemas más grandes, y curamos las heridas por
graves que sean.
¿Sabes que hace una loba herida para sanarse? Se
esconde de la manada y lame sus heridas. Una vez sana, regresa a la manada,
porque entiende su responsabilidad de guiar, de cuidar. La loba muere o se deja
morir cuando entiende que ya no tiene la capacidad de guiar y de cuidar. Igual
pasa con el lobo alfa: cuida, guía. Siempre avanza a lugares seguros para
ejercer fielmente su tarea. Igual ha de pasar con nosotros. Sólo debemos irnos a
un lugar seguro, a la casa o al Templo para aliviarnos y sanarnos.
Les habrá pasado muchas veces que no quieren que sus
hijos los vean llorar para que no sepan de sus limitaciones. Dado que, no
pueden perder la condición de guías. En esta misión, mostrar debilidad puede indicar
que no estamos hábiles para cuidar de los demás. Por eso nos curamos, a veces
lejos de todos. Como lobas heridas.
Los buenos pastores nunca merman en su ímpetu, aún en las
debilidades del cuerpo. Nos pasa que cuando cuidamos de nuestros ancianos en su
poca salud, descubrimos en ellos que siguen siendo el punto de referencia para
nosotros. Aunque ya no hacen las cosas que hicieron con menos edad, quizás diez
o veinte años atrás, siguen siendo nuestros guías, nos siguen cuidando desde el
silencio de su propio dolor. Como es el caso de mi padre en su ancianidad. Esos
son nuestros ancianos, y desde ellos, desde su corazón, se difunde la misma
fragancia de Cristo, porque siguen siendo pastores.
.
Somos puerta abierta
Hoy desde que se despertaron y se pusieron de pie
atravesaron muchas puertas. ¿Las han contado? Probablemente la misma puerta la hemos
atravesado muchas veces. Así a lo largo de todo el día. Ya no digamos si salimos
de casa y entramos al carro, y los percatamos de las puertas de la casa, de la
Iglesia, del súper mercado… Muchas puertas, como claves importantes. Entonces, ¡qué
nuestra vida también sea esa puerta en la que otros entren! Así como no estamos
conscientes de las puertas que a estas horas del día hemos atravesado, también
hemos perdido la memoria y no recordamos a cuántos les hemos cerrado las
puertas, ¿verdad? En eso también hemos perdido la memoria.
Les invito a que en la docilidad del mismo Cristo seamos
una puerta abierta. Abrir tus puertas de par en par a quien hoy tendrías que permitirle
entrar a tu alma, a tu corazón, a tu memoria y te pueda guiar y cuidar. De
repente te estás perdiendo la oportunidad de guiar y de cuidar, de ser como
Cristo: el Pastor de otros que te necesitan.
De repente uno de entre nosotros diga: “sí, pero es
que yo ya le había abierto las puertas a esa persona, pero no quiere entrar, lo
he invitado y le he dicho hablemos, arreglemos esto o lo otro y no quiere”. Eso
es recurrente en las relaciones humanas. A pesar de eso: ¡Deja las puertas
abiertas! Más temprano que tarde reconocerán tu voz de pastor. Si la otra
persona conoce tus sentimientos, con la excusa que sea, tímidamente llegará un
día a ti, porque el amor siempre encuentra su camino. No cierres las puertas.
Pidamos al Señor que nos conceda la capacidad de
mantener nuestras puertas abiertas, así como la de nuestras casas… Demasiados necesitan ser cuidados, ser
guiados. Nuestra casa es el punto de
referencia y quizás no lo sabíamos. Ahora que lo sabemos, dejemos que otros
entren en nuestras casas. Dejemos las
puertas de nuestra alma abiertas, de par en par… muéstralo con tu sonrisa, con
tu manera de presentarte delante de los demás, para que esta gracia se derrame
en ti y en tu casa.
¡Que seas tú y tu casa ese lugar desde donde se
difunde ampliamente la fragancia de Cristo! ¡Amén!
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