Democracia y civilización
Por: Gvillermo Delgado OP
La democracia fui intuida en las sociedades griegas 2500
años atrás. Tuvo su apogeo en las ciudades-estados de Atenas y Esparta. Desde
entonces se sigue definiendo por la participación política de los ciudadanos de
una nación. Como una hablar bien de los seres civilizados. Aunque en la antigua
Grecia se excluía a las mujeres, a los esclavos y a los extranjeros, aquella intuición
está vigente.
En la ruta de los civilizados
Hoy: ¿Somos más civilizados o democráticos que entonces? No
lo sé. Para declararnos abiertamente civilizados falta ganar terreno sobre la participación
de las mujeres en la toma de decisiones reales, no como validación de lo hecho por
los hombres a lo largo de los siglos, sino a partir de los usos y costumbres en
que ellas nos han educado desde niños y encaminado en sabiduría para alcanzar
la altura mínimamente requerida para ser humanos. También, para declararnos abiertamente
civilizados nos falta ganar terreno sobre los esclavos, los que algunos llaman “las
masas”, los manipulados sin pensamiento propio, los que trabajan para sobrevivir,
los que nacen y mueren anónimamente como si fueran apátridas sin apellido y una
herencia ancestral. Declararnos civilizados obliga ganar terreno sobre los extranjeros,
esos que algunos definen como migrantes: los perseguidores de sueños, que mueren
sobre la almohada de sus frustraciones. No digamos más. Con sólo que evolucionemos
democráticamente en dirección de las mujeres, los esclavos y los extranjeros
podríamos llamarnos mínimamente civilizados.
El gobierno de los
principios
De ser cierta esta connotación histórica; entonces, a
nosotros los civilizados y civilizadores de este siglo en marcha nos toca ejercer
la noble misión humana de orientar el gobierno de los pueblos a partir de los principios
fundamentales de la prudencia, la honestidad, la responsabilidad, la sabiduría,
el consenso, el respeto, el bien común y la justicia.
Y ejercer el derecho democrático para elegir a quienes nos
representan para gobernar nuestra ciudad: a los aptos o formados para esa digna
tarea. O elegir a quienes a pesar de la academia han integrado en su carácter ético
la sabiduría del buen vivir. No un carácter para vivir bien, porque eso puede apestar
con el paso del tiempo, al retorcerse en las malas prácticas de la irresponsabilidad
o de la corrupción, bajo premisas que finalmente sólo sirven para salvaguardar los
intereses de unos pocos, o de las gremiales económicas que históricamente han
ostentado poder a costa de lo que sea. No. Se trata del buen vivir, para convivir
de acuerdo con lo que la naturaleza humana ha puesto en nuestra alma como
herencia, y que se evidencia en los grandes principios universales y las
normativas respectivas para hacerlos prevalecer, sin preferencias de género,
sin discriminación racial o económica; sino con recta conciencia y principios
fundamentales. Por eso elegir como nos toca ahora, no debe hacerse por quienes
presumen una victoria, sino sobre quienes nos representan, aunque no canten victoria
en la plaza pública. En esos casos habremos ganado en democracia y civilización.
Si para hablar de democracia nos remontamos al tiempo de los
griegos de 2500 años atrás, para hablar de lo humano tendríamos que remontarnos
a los tiempos ancestrales o primordiales desde donde hemos evolucionado milenariamente;
por lo cual, ninguno de nosotros puede presumir que conoce su edad, porque la
suya es la edad de sus ancestros y en consecuencia del largo camino de la humanidad
del cual ahora somos su manifestación presente.
En clara conciencia de que un día seremos antepasados para
otras generaciones que están por surgir de nosotros, de no hacer bien las cosas
o no trazar debidamente la diferencia al respecto, como seres evolucionados, engrosaremos
la masa de los seres anónimos, perdidos en las antípodas de la memoria.
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