La Gran Madre Hechos y Palabras miércoles, 8 de junio de 2016 Sin Comentarios

Madonna de la granada de Fra Angélico (1523-1524)

La expresión «Madre»

El concepto «Madre» representa la belleza y la vida en todo el acontecer humano. La belleza de la Madre se impone en todo lo que existe, es aura que envuelve lo viviente haciendo razonable aquello que se escapa a la comprensión mundana por ser manifestación de lo misterioso. Ese sentimiento le permite a la personas hallarle sentido a las cosas cotidianas, incluso a las horrendas, dándoles matiz de perfeccionamiento.
O sea que, existe una experiencia y una comprensión de tal expresión. Como experiencia es lo que extrañamente llamamos amor: fuerza arrasadora que vincula a una persona con otra, aunque sean diametralmente diferentes. La compresión, por su parte, es la representación simbólica de la belleza en la Madre que hace nacer, en toda comunidad humana y en la persona individual, las narraciones de tipo mitológico para explicar los sentimientos más profundos.
En el ámbito más personal o privado, la profundidad de los sentimientos subsisten en las relaciones orientadas a la complementariedad. Todo ser viviente -las plantas, los animales y hasta los seres inanimados- perduran en la complementariedad, todo es vacuo e inútil sin «su-otro-yo». El universo es caos sin el abrazo de la complementariedad. Las diversas representaciones simbólicas de la complementariedad se convierten en la justificación más idónea para entender el esplendor de la naturaleza humana y del mundo. Por ejemplo, las relaciones opuestas que nacen de «la atracción de lo-otro y extraño», como el día y la noche, la luna y el sol, el agua y el fuego, la vida y la muerte, el hombre y la mujer, dan a conocer la belleza de la Madre como fuerza unificadora que abraza y armoniza todo; de tal modo, que el sentimiento materno es el nervio que une a las partes, llama a la parte vacía para ser llenada, y a la parte inerte a ser vitalizada.
En la experiencia de la fe cristiana la Madre es el punto de encuentro de lo divino y lo humano, porque revela la omnipotencia de Dios y lo grandioso de lo humano. Dios hermana a toda la raza humana en su Hijo, en particular en la condición de Dios-Padre, sobre todo al «compartir» a la Madre de su Hijo con la comunidad humana -eso ocurre en el momento en que Juan, el discípulo de su Hijo, recibe «a su» Madre «en su» casa.

La expresión «Madre» en lo divino

Imaginemos por un instante a Dios creando los opuestos y ordenando las cosas para dar paso al Edén, donde el Creador se abraza con lo creado. En los primeros dos capítulos del libro de Génesis, el escritor sagrado, cuenta que Dios crea y pone las cosas en orden, y sólo después crea a la persona humana como hombre y como mujer. Al parecer, la «soledad» no le va al hombre, ya que para existir necesita exteriorizar lo femenino desde sí. Más allá de «una mujer», lo que al hombre le urge es realizar el gran sueño de lo humano, como un trascenderse desde-sí-mismo (es la razón por lo que Dios hace caer al hombre en sueño profundo, quien al despertarse, «se reconoce» él mismo en la mujer, al decir: «Ésta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos»).
Ser llamados a la unión no es sólo llenar el vacío o revitalizar lo inerte, sino hacer nacer y acompañar el desarrollo de los grandes sueños del que un día se despertó la vida. La unión es el sentimiento humano que siempre moverá inconscientemente a mirar el punto de origen, que «aparenta estar» en el horizonte visible inmediato -captado por todos los sentidos-. Por eso, la Madre como punto de unión o de re-unión está presente a lo largo de toda la vida, y la persona no puede vivir sin estar orientada a ella. Como la aguja del reloj que va tras cada segundo sin nunca alcanzarlo y retorna periódicamente a su punto de partida para marcar un nuevo comienzo, así la persona busca ser unificado en la Madre.

La expresión «Gran Madre»

La idea de la «Gran Madre» es tan familiar porque está presente en la feminidad que alcanza su máxima expresión en nuestras madres y abuelas -sobre todo, en las representaciones femeninas de la naturaleza-.
Con razón, lo femenino complementa la realidad y «envuelve» al universo en un solo abrazo. Así como nadie en este mundo nace sin madre, el hombre (Adán, en tanto ser humano) sólo es bello «en relación» a ella. Científicamente se ha demostrado que el diseño humano desde la «célula primaria» es femenino y tal realidad, en cierto modo, perdura a la largo de la vida.
De ahí que la única manera de poseer ese sentimiento sublime es adherirse radicalmente con aquello que sin saberlo tiene que representar esa cualidad femenina y divina. Con razón quien encuentra ese sentimiento representado en su ser amado «encuentra un tesoro» y «vende todo lo que tiene» para atarse irremediablemente a él o «lo compra con su dinero» haciéndolo suyo. Quienes logran captar esa verdad saben que deben atarse a su ser amado, y que tal atadura les sostendrá vigente el sentimiento (de amor) hasta el día en que vuelvan al lugar donde comenzó la vida.

La «Gran Madre» en la fe cristiana-católica

Muchas de las imágenes que representan a la Gran Madre sostienen a un niño en sus manos u otros símbolos que denotan la generación de la vida de modo perenne. En la fe cristiana-católica, las imágenes perfectas están en la Virgen María. Ella sostiene la vida, la del Dios encarnado. Aquellos que gustamos de tal belleza nos sentimos sostenidos en esas representaciones. Y desde los regazos de la Madre declaramos calladamente que «somos seres para la vida y no para la muerte», porque para cuantos amamos, la muerte nunca tiene la última palabra. La muerte no es otra cosa que la ausencia de ese sentimiento amoroso que contradice la genialidad de la obra creadora. Sabemos que todo lo que tiene vida en el basto universo envejece a cada instante. Cada segundo que pasa es letal, sólo la Madre como expresión de la belleza divina es quien nos hace hallar sentido incluso a lo calamitoso, al desprecio y a la muerte. En justicia oímos decir: dichosos quienes salvan su vida atándose a ese Gran Amor.

La realidad profunda del inconsciente

La Gran Madre es la realidad más profunda del inconsciente que al exteriorizarse conscientemente revela la verdad de los sentimientos. Así como nadie se contenta con la sola revelación del símbolo, sino con la satisfacción del deseo al poseerlo o sentirse poseído por él, así, la Gran Madre como expresión universal de la belleza es puente, es lugar que da crédito a lo que sentimos y queremos poseer. Que Dios haya tenido Madre y que esa Madre también sea nuestra, no es una simple invención ideológica ni un principio antropológico, sino la más grande revelación de quién es Dios. Esa madre es el lugar en que el Verbo (la Palabra Eterna) se hace carne "y habita entre nosotros" (Jn 1,14), más allá de toda analogía, es el espacio que nosotros también habitamos, donde encontramos la otra parte que nos permite encarnar el sentimiento, creer, esperar, amar y hacernos para las realidades que perduran más allá del acontecer presente.

Por: Fr. José G. Delgado
Foto: Museo del Prado
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