La Religión Auténtica Hechos y Palabras miércoles, 3 de agosto de 2016 Sin Comentarios

En estos tiempos de civilización se cuentan historias de quienes frustran los sueños más deseados por razones diversas. En ésos casos, el problema no descansa en quien tiene mucho o no tiene nada, sino en quién ha encontrado -o no- el sentido a su vida con lo que posee.

El reloj de nuestra sociedad ha avanzada hacia una hora empunto de confusión, porque muchas personas no saben cuál es la razón principal por la cual viven.

Si en esta hora, la religión, por ejemplo, no da sentido a la existencia humana, no es una religión auténtica. De igual manera si el cansancio del trabajo al final del día sólo trae el tedio habrá que revisar hasta dónde se ha perdido la razón por la cual se hace.

Somos testigos de religiones que no dan el suficiente sentido a la vida de las personas. En muchos casos la religión es simulacro ritual que se vale de los símbolos sagrados para libaciones paganas. Tan paganas que justifican el crimen y la mentira.

Si la religión sólo es ungüento para consolar en la aflicción y no trasciende más allá de la pena efímera, quiere decir que su ministerio se ha relucido a prácticas conspicuas hacia dioses paganos; y cuando los pliegos de sus discursos se balancean entre el exceso o el defecto, el fanatismo o la indiferencia, hacen surgir de sus creencias mandamientos al gusto.

Cuando eso pasa, las relaciones humanas no se basan en las promesas ofrecidas sino en la satisfacción de necesidades momentáneas que pronto tienden al aburrimiento, dando lugar a anomalías mentales que afloran en tipos de ansiedades, complejos, depresiones, angustias y desesperanzas. En este estado, las personas no tienen un refugio seguro, han perdido el sentido de sus vidas.

Aunque no se trata sólo de la religión sino de la existencia humana, la religión tiene mucho que ver. Por lo mismo la religión debiera tender cada vez más hacia lo auténtico, de tal modo que dé a las personas las razones del por qué vivir y posibilite la realización en el afán de las pequeñas cosas.

Por: Fr. Gvillermo Delgado

Foto: jgda
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