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El mal




El mal 


El mal es un problema humano que no debiera existir; pero existe.


El mal es muralla infranqueable con quien la persona libra una batalla de modo permanente. 


Desde que lo humano es humano el mal se ha convertido para él en una realidad inevitable; y como voz desesperada golpea el paredón como grito de muerte que al parecer Dios no escucha.


El mal no debiera existir ya que toda persona humana está llamada a una realización siempre mayor, la felicidad permanente, por ejemplo; y el mal impide tal anhelo. 


Humanamente no es posible la realización sin la pérdida, como no puede haber vida sin crecimiento. En el desarrollo o crecimiento siempre debe perderse algo, sin el cual no es posible alcanzar mínimamente aquello que se busca. Por ejemplo, nadie puede realizar su personalidad adulta sin renunciar a la felicidad de la niñez o de la juventud. 


Por tales razones el mal no sólo es inevitable, sino al parecer, parte de la naturaleza del ser limitado, que dará sentido a la vida en aquella hora en que, a pesar de lo que provoca, impulsa la búsqueda de la comunión plena con lo infinito, como lo entendía San Ireneo al referirse a la salvación “como crecimiento hacia la plenitud”.


De otra manera, el mundo sensible, el de la limitación, -no el de Dios- produce el mal inevitable, porque impide la perfección. 


¿Dónde está Dios? 
¿Por qué no acude al clamor de quienes sufren el mal? 


Si afirmamos que Dios es amor, que jamás abandona a quienes creó por amor. Eso quiere decir que, Dios padece el mismo grito desesperado de quien lo expresa, del mismo modo como la madre experimenta el sufrimiento de su propio hijo. El ser de Dios, estando entre nosotros, tiene que ver con la lucha permanente ante el mal. Y, es precisamente ahí donde nuestra existencia tiene verdadero sentido, a pesar del sufrimiento que el mal provoca.


Consideremos cómo la muerte de Jesús en la Cruz implica una tremenda confianza en el Padre, porque el Padre nunca estuvo tan unido al Hijo que en su muerte; tal afirmación es completamente válida, también al decirlo para nosotros.


¿Dios creo el mal?


Dios crea al ser humano finito, con realización infinita. Si Dios hubiera creado a la persona humana infinita, entonces ya no sería una persona humana, sino otro Dios, y Dios no puede crearse así mismo. Por consiguiente, Dios no crea el mal, sino a la persona finita.

Al crear a la persona con esa condición le da la capacidad de aspirar y alcanzar lo infinito. Por eso le crea por amor y le ama de modo permanente.


Eso quiere decir que Dios está en diálogo de amor con sus criaturas, y le está invitando de modo permanente a la comunión infinita de la que él  participa.


Por: Gvillermo Delgado OP




martes, 26 de junio de 2018

La Fuente del Amor



El amor define a la persona y a su Creador

 

Por: Gvillermo Delgado OP


El escritor sagrado de la primera carta de San Juan dijo que “Dios es amor” 
(1Jn 4, 8). En eso centró sus enseñanzas a las comunidades cristianas de finales del primer siglo. E incluso decía que, quien no ama, aún no ha conocido a Dios.

 

Ese amor uno y único, hace uno y únicos a aquellos en quienes acontece.


En las personas ese amor fluye como agua pura e incólume. Decir que fluye es afirmar que no nace en esa o aquella persona, sino que en ella, sólo corre como agua de manantial.


Entonces ¿Dónde nace? Nace en quien es uno y único, y hace uno y único en quienes corre como manantial.


De otro modo, ninguna persona puede presumir tener el amor. Cada uno sólo puede expresar un amor cuya fuente no está en él, sino en otra fuente. Sin embargo, cada persona ama y es amada en ese "otro" amor, que tiene una fuente única: la divina.


Con justa razón el amor es esa realidad que hace misteriosa a la persona y su búsqueda. No porque sea inalcanzable o incognoscible el amor que busca. No. Sino porque le hace extraordinaria por el mismo hecho de buscarlo. Buscar le da sentido a su existencia. Y en definitiva le lanza al conocimiento de su fuente. Que no sólo le hará feliz el día que lo halle, pues, ya es feliz buscándolo.

Así, por ejemplo, el amor hace extraordinario al hombre en aquella hora que buscando saciar la sed en su única fuente, halla agua en otra fuente. Esa es la “hora bendita” en que se descubre así mismo delante de otra persona. Porque ya empieza a amar.


Aquí y sólo aquí es cuando el escritor sagrado del Genesis (2, 23) pone en boca de Adán, aquellos sentimientos que lo inducen a decir: “Esa si es carne de mi carne y huesos de mis huesos”. Y cuando Levinas afirma: “Frente al otro me encuentro ante una fuente de significados y valores”. Eso mismo lo afirma radicalmente el antropólogo, al decir: “El acceso a lo humano es el otro”.


Es decir, el fundamento de una persona sólo puede estar en la otra persona; porque la otra persona será siempre el acceso a la fuente más lejana y profunda, de donde emana el amor.


Dios es esa Fuente inagotable del amor, en quien el alma se sacia. Así lo expresaban, también, aquellos místicos del siglo VI a. C. al cantarlo en sus cítaras: “Señor, tu eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma tiene sed de ti como tierra reseca agostada sin agua” (Sal 62, 1).


¡Qué gran misterio el nuestro al hallar tal riqueza en las otras personas!


Por lo mismo, solo podemos ser felices delante de las personas, nunca sin ellas. 


Quizá haya quienes encuentren felicidad en las cosas y las mascotas; si bien es cierto, habrá que certificarlo como algo agotable y efímero; porque el amor no acontece en algo, sino en alguien. Eso es precisamente lo que hace inagotable al amor
.
 
Por consiguiente, el amor humano, como indicación del único amor, el amor Fuente, es y será siempre inagotable. Y cuando lo vemos agotable es debido a sus flaquezas, por no transparentar convenientemente su pureza, como lo dijo el apóstol:
“Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4, 7).
domingo, 10 de junio de 2018

el Misterio de Dios


el Misterio de Dios

Es imposible comprender el misterio de lo divino sin comprender el misterio de lo humano. No es posible, a la vez, acceder al misterio de lo humano sin compenetrar en el misterio divino.

La comprensión del misterio supone la participación y abrazo de lo humano con lo divido. Cuyo abrazo no es un puro acercamiento como algunos quieren hacerlo creer. No. Ese abrazo indefectible ha quedado sellado como en una alianza, en el amor radical que Dios ha mostrado en su hijo Jesucristo. Por tanto, es de unión y amor puro que ya nada ni nadie lo puede romper jamás.

Cuando contemplo el llanto de los bebes recién nacidos y la desesperada actitud de sus padres por aquietar sus gemidos, confirmo el sentimiento íntimo de quien extraña a un amor único y extraordinario, que se visibiliza en otro amor semejante (el de los padres respecto a los hijos).

Esos llantos me han permitido entender los tres pasos del misterio humano, que describen el vínculo con lo divino. (Para mayor comprensión lo hago con la analogía de los tres pasos).

1. El primer paso tiene que ver con el nacer. Sin excepción, todos venimos de Dios: quien como “espíritu puro” perfecciona lo mejor del padre y lo mejor de la madre, porque él es padre y madre al mismo tiempo. En este primer nacimiento, somos acogidos en los brazos de una “madre que nos dio a luz”.

2. El segundo es el paso por este mundo. Tiempo único y breve. Donde ponemos a prueba las capacidades de aquel perfeccionamiento de donde procedemos. Este es el mundo de las posibilidades y de la libertad, que, por lo mismo, puede ser de realización o de pérdida, de salvación o condena.

Bienaventurados aquellos que eligen el camino del perfeccionamiento. Con razón las palabras del maestro suenan tan tristes en el alma cuando dice: de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida, y ¿qué puede hacer para recobrarla?

3. El tercer paso del misterio es el de la muerte. “Extraña” e imposible de conocer, porque mientras vivimos, ella es lo más ausente posible, y al morir, la vida no puede ser vivida nunca más, al modo del paso por este mundo. Quizá por eso hasta el mismo Jesús en la víspera de su crucifixión dijo que sentía una enorme tristeza de muerte.

La muerte es el segundo nacimiento. Sólo que esta vez no somos acogidos en los brazos de nuestra madre, como en el primer nacimiento, sino en los brazos del Padre.

En el misterio se dan a conocer todos los secretos del amor. Nada puede quedar oculto. Es decir, el misterio no tiene que ver con lo que no puede ser conocido, sino con lo que se nos muestra en el amor extraordinario.

Tres pasos tenemos, una sola vida y esta es la que viene del primer y único amor, de quien venimos y a quien retornaremos. 

O sea que, el paso por este mundo es tan breve porque es de retorno a la fuente de donde procedemos.

Ahora tengo la oportunidad de hacerme en el misterio y este, sólo puedo alcanzarlo en el amor. El “ahora” (el tiempo en que te amo) es el “mientras tanto” me encamino, y te encaminas conmigo, al abrazo unitivo de quien es la vida y el amor. 

Por: José Gvillermo D. OP
Foto-Arte: Sra. María Elida, 1959, a sus 21 años de Edad. Para entonces yo era un proyecto de amor, nada más. Años más tarde me dio a luz.










jueves, 17 de mayo de 2018

Madurez humana



La persona madura es una persona inteligente

Por: Gvillermo Delgado OP

¿Qué es la madurez humana? Cuatro realidades la definen: La responsabilidad como la condición de quien asume las consecuencias de sus actos de principio a fin. El dominio de sí mismo como la capacidad de sostenerse en lo más auténtico y santo. Las aspiraciones más profundas, como el reconocimiento de que nada caduca en la propia necesidad y su goce. Y la capacidad de crear ideas, que pone a toda persona sólo por debajo de Dios, como quien crea y recrea su propio mundo.

Ninguna de estas características se limita a cierta edad, condición religiosa, ni a capacidades intelectuales, sino estrictamente a la condición humana en crecimiento.

1. La responsabilidad

La persona responsable es aquella que asume las consecuencias de sus actos en todas sus manifestaciones.

La responsabilidad conecta con aquellas actuaciones que inspiran a las demás personas relaciones de confianza; desata los nudos que atan toda posibilidad de creer y dialogar.

A eso le llamo apertura, porque abre puertas hacia todo lo que puede ser. Con la apertura la persona intuye las posibilidades de acción, descubriendo, al mismo tiempo, señales de realización. Se nota cuando una persona abandona su condición pasiva para convertirse en el dinamizador de las posibilidades que tiene entre manos.

Así la responsabilidad hace visible el crecimiento humano. Cuando la responsabilidad se ilumina en la persona, la persona es transparencia, y autenticidad. No teme que lo desnuden en la verdad, tampoco teme a su propia muerte. 

Cuando eso ocurre estamos delante de la persona honesta. 


Si encuentras a alguien con estas características por el camino, no pases de largo. Es una especie en extinción. Domesticarlo es un verdadero reto para la salud moral de tu alma. Detente. La creación entera te lo agradecerá, porque finalmente lo imitarás y otros tantos, te imitarán a ti.

2. El dominio de sí mismo

Lo santo es por excelencia el dominio de sí mismo. Para muchos de nosotros quizá sea una camisa que nos quede grande. Pero no. Porque el dominio de sí mismo es poner en marcha el aprendizaje de la propia experiencia, es la autoconsciencia de lo que uno ha llegado a ser, gracias a la vida. En ese aprendizaje, la persona apunta a un destino que la conciencia traza.

Si la persona adulta es aquella que se define en el dominio de sí misma, eso significa que, en el lenguaje de la ética filosófica, es “virtuosa”, y en el lenguaje religioso es “santa”. Estas alusiones del “ser perfecto”, que se derivan del dominio de sí mismo, son indicios del ser “iluminado”. Eso es: mirar con la claridad del alma.

De ahí deviene la cualidad de la persona transparente. Esa persona que se aconseja primero ella misma antes de aconsejar; no engaña, simplemente porque ella misma no se engaña.

En este nivel, la persona se concibe en el marco del  "carácter de lo sagrado". Esto es la santidad de la persona, contagiada por Dios, que le define como inviolable; porque al mirarse en el espejo de sí mismo contempla el valor absoluto:  el grado más alto que le coloca "casi" al lado de Dios.

3. Las aspiraciones profundas

La madurez humana implica también la insatisfacción que la convierte en soñadora de cosas grandes. Pues, se mide con lo alto y “grandioso”; aspira persistir en lo más íntimo y “profundo”.

La insatisfacción apunta a la consideración de los orígenes de donde el ser ha evolucionado, pues, se remite a la profundidad inconsciente del alma con la cual construye su propia vida.

Estas cualidades hacen misteriosa a la persona. Son objeto de inspiración, sin duda que de ser imitadas.

4. Crear ideas

Finalmente, la madurez humana tiene que ver con las ideas. Las ideas son reales en la práctica porque crean la realidad. De otro modo, todo lo existente es palabra porque son palabras del alma.

La madurez humana implica crear ideas que de suyo están transformando su mundo inmediato, y las propone para trasformar la comunidad de referencia.

Pero no son ideas que vienen de la nada. La persona madura medita, por eso prefiere el silencio y la soledad al bullicio y la compañía; a ese punto se llega a través de la lectura o el diálogo.

Así, por ejemplo, leer es ver las ideas del alma, y, terminar un libro es liberar la nostalgia para transformar el mundo propio y ajeno. Me pasa con frecuencia, siempre que leo o escribo siento el inexorable sentimiento de nostalgia que me retiene o me libera. Esa sensación de luz que el alma libera para ver o para cegar. Igual ocurre en el diálogo, la otra persona revela algo de uno mismo y de la condición humana.

Las ideas son la noble expresión de la realidad. Sean nuestras o no, las ideas, siempre apuntan a una acción o simplemente son su expresión.

Quien se niega a no crear ideas está condenado a ser enajenado. Ajeno a su propia libertad, jamás verá la luz de su propia alma, ni verá por asomo el mundo que siempre soñó para él y su entorno.

Crear ideas es un aprendizaje que pasa por el tamiz de la propia interpretación. En función de todo lo que merece ser cambiado. Los grandes cambios son del pensamiento, de las grandes ideas que crean mundos. No hay transformación sin ideas, ni creación sin un Dios que la pronuncie para llamarla a su existencia real.

Crear y recrear es propio de la madurez humana.

5. La inteligencia moral 

La vida moral es la mejor síntesis de las virtudes antes descritas. De ahí la afirmación que "la persona madura es inteligente". Inteligencia que se  expresa como empatía o "sensibilidad por el otro" en los principios universales básicos (las reglas de oro y en el mandamiento del amor). Que se aplican a los valores personales, metas y acciones, por tanto, definen a la persona por lo que es y por lo que hace, así:
- La integridad como capacidad de armonizar la conducta con "principios humanos universales", con el fin de orientar la vida hacia el fin de toda persona: la realización, la felicidad, vivir en el amor. 
- La responsabilidad en tanto  capacidad de asumir las consecuencias de las acciones como muestra que las acciones son concordes con los principios universales.
- La compasión como capacidad de preocuparse por las otras personas y expresar respeto por ellas; 
- y el perdón como expresión de tolerancia hacia los errores, flexibilidad y capacidad de comprometerse para promover el bien de todos. 

lunes, 23 de abril de 2018

flor Silvestre



Cuando pasé tempranito
en la mañana, por la vereda,
rumbo a la montaña
sentí en la piel desnuda
la mirada de alguien.

Cuando volví a la Casa,
era mediodía,
una alegría
como bomba de fiesta patronal
 estalló muy dentro de mí...

Entonces supe que ella,
esa flor silvestre,
me había visto pasar.

Ya de tarde, casi de noche,
cuando te digo estas cosas.

De: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
martes, 10 de abril de 2018

Amor aPasionado




Amor aPasionado
El amor o es apasionado o no vale la pena. Y si vale la pena es porque ha trascendido hacia la compasión. La compasión es el grado máximo de la pasión.

La pasión es existir, por hacer sensible a los demás la propia experiencia de amor. Y la compasión es trascender más allá de uno mismo esa experiencia, por ser el modo en que un corazón apasionado habita otro corazón distinto al suyo.

La compasión es lo que mejor define al amor, por expandir la propia alma más allá de los propios límites. En el cristianismo hablamos del amor extremo y apasionado del Hijo Dios.

De ordinario la compasión se aplica a la solidaridad de una persona con otra en situaciones críticas, que ha hecho de lo humano  un ser miserable, quien hundido en el abandono, carece de esperanza próxima y lejana; pues, en la desventura todo, todo parece haber llegado a su final. 

Sin embargo, en cada luna llena del equinoccio de primavera, cuando hacemos memoria de la Pasión del Señor, los cristianos estrenamos una nueva sensibilidad espiritual, ese es el amor apasionado que inunda el alma de paz, de formas y olores, de luz y colores, de sabores y música, de recuerdos y sueños. Es la Pascua de la propia vida.

Compungidos, los cristianos, salimos de nuestras casas y elaboramos alfombras y atuendos que indican ese tránsito interior hacia un universo de misterios, o simplemente significamos la procesión permanente de la vida. Y es que, en cada equinoccio somos más viejos y menos dueños de este mundo.

Además, con cada Pascua aprendemos de nuevo que el Dios de los hebreos que se hizo pasar por uno más entre la gente, definió el sentimiento desde la compasión; en tanto, el paso de la propia pasión a la pasión de la miseria ajena. Siendo este, el único modo en que enlazamos con las cosas eternas, porque nos hace capaces de cambiar la desdicha en buenaventura y la desesperanza en aliento nuevo.

Aquellas alfombras de aserrín que decoran las calles en los días de cuaresma y Semana Santa se crean con el fin de dar paso a las andas procesionales. Como arte efímero acaba entre los pies de quienes llevan a hombros los enormes muebles con alegorías religiosas. Pero su destrucción no provoca sentimientos lastimeros, sino de gratitud ante la imagen de un Cristo a quien cada devoto se siente unido por fuertes vínculos matizados en el amor.

Como las alfombras, comprendemos que somos tan efímeros, parecidos a un haz de luz que se extingue con la simple mirada. Ya que, por fin empezamos a comprender que lo único que no se extingue y permanece es el amor misericordioso, pues, nos mueve a abrir el propio corazón y dar paso a tantas personas para que lo habiten.

Cuando eso acontece las alfombras con que decoramos las calles dan paso también a quienes avanzan con la frente en alto en la misma dirección del Hombre-Dios que sangró apasionadamente hasta dar la propia vida, como lo hacen los verdaderos amigos.

Por: José G. Delgado OP
Foto: jgda

viernes, 23 de marzo de 2018

El riesgo de ser-Uno-mismo


El riesgo de ser-Uno-mismo
Quien busca corre el riesgo de hallar lo buscado. Una vez encontrado ¿Qué hace con  eso? ¿Volverá a buscar en otro sitio, con la idea que es otra cosa lo que en realidad buscaba? 

Así pasarán los años. Hasta que un día, cansado de escudriñar, descubra que envejeció sin otra posibilidad que, esperar a que alguien lo encuentre a él, quizá en un destino sin futuro ni salida.

Por otro lado, la esperanza de quien anhela “ser más” (o tener más) es ser consolado con un futuro, que otros le prometen, sin tampoco tenerlo. En este caso la esperanza es creer que, los hijos serán quienes tocarán aquel sueño con sus dedos rosados.  Podría decirse que, esa esperanza es de los desdichados, por ser construida en cierto modo por quienes ostentan poder sobre otros.

La mejor ecuación para alcanzar cualquier sueño, alimentar esperanzas y anhelos, consiste en hallarse-Uno-mismo, y no buscar otra cosa que no sea la paz interior.

Un día le dijeron a Jesús que lo buscaban su madre y sus hermanos. Él señalando a sus discípulos dijo que sus hermanos y su madre son aquellos que cumplen la voluntad de “miPadre”.

Jesús es expresión del Hombre-iluminado que una vez se ha hallado él mismo en una voluntad superior, en este caso la de “suPadre”, es capaz de encontrarse él mismo en los amigos, la madre, los hermanos y las hermanas.

Entonces, lo primero que hay que tener antes de buscar cualquier cosa es tener un lugar seguro. Y ese lugar siempre será el alma apacible del propio interior; luego, los amigos, los hermanos y la madre. Es decir, primero la propia alma, después, el alma de los otros. Ese es el punto. ¡Nunca descansa tanto el alma como cuando reposa en otra alma! 

La más grande esperanza no tiene que ver con el cumplimiento de una promesa. Sería avanzar hacia el muro ciego de la frustración. La esperanza nace, crece, cuando se alimenta de la construcción de sí mismo y de convicciones profundas. Es perderle el miedo al miedo.  Cuando este no es el pedagogo que "me toma" de la mano sino la condena a una vida de parálisis.

Sólo con el tiempo comprendí el axioma de Sócrates, que dice: “Conócete a ti mismo”. O, la segunda parte del mandamiento de Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Porque no hay verdad más absoluta que conocerse, amarse y correr el riesgo de ser uno mismo.

Por eso, antes de buscar considera si realmente buscas lo que debes.

Si primero desciendes a la profundidad de tu propio pozo, sabrás que encontrarte a ti mismo es un gran riesgo, pero hay que correrlo, por ser el tesoro mayor que cualquiera puede hallar. Todo lo demás viene de ahí, incluso el gran amor. Porque en ti mismo está la fuente de todo, lo que sacia tu sed, y la sed de los amigos.

Por: José G. Delgado OP
Foto: jgda

miércoles, 21 de marzo de 2018

El Gran Olvido


El Gran Olvido

A la hora en que los amigos empiezan a marcharse la mirada del pensamiento se dirige a la distancia del pasado como una realidad finalizada.

Paradójicamente, el pasado se transforma en el único modo de comprender el porvenir de los acontecimientos, del que inevitablemente seremos parte.

Empezamos a definirnos por lo que fuimos, por las cosas que un día amamos y por el tiempo en que perduramos haciendo tareas en las que empeñamos todos los recursos posibles.

Cuando eso pasa por nuestras mentes, los pensamientos se amotinan al antojo en la certeza de que nada de lo que se ama puede ser olvidado.

El pasado es el alma de los sueños. Sueños como reconstrucción del paraíso querido, y la validación de lo vivido. En cierto modo, los sueños son un invento de lo que podemos llegar a ser.

Los sueños son «el mientras tanto» llegamos al lugar de los amigos que se han ido. Y para demorar en la buena espera, hacemos «del para siempre» canciones obligadas, así migrar a la profundidad del inconsciente Edén.

Con todo, Hombre-Dios es en quien comprendemos esto, que ahora afirmamos.

La gran novedad del Hijo de Dios consiste en que es Palabra hecha Carne. 

Tal misterio sólo puede ser experimentado en el sentimiento de que somos de propiedad divina, desde aquel día que despertamos como palabra de amor, dado que el paso por este mundo no es otra cosa que un tránsito breve de retorno a aquel abismal encuentro.

Esta certeza tiene que ver con que el Hijo de Dios es el amor visible, la ruta que señala y lleva a lo más profundo de los orígenes y a la meta más próxima de cualquier final. Con lo cual, nos aclara en definitiva que es lo humano. 
Lo humano no es la "naturaleza pura". Es el acontecer de Dios en el mundo. Claro está, tampoco aquello que nos define como dioses. Simplemente define lo humano.
Porque el Hijo es la participación de Dios en la humanidad, muy sensible para nosotros en las mejores muestras de amor posible, sobre todo al darnos a su Padre, también como Padre nuestro. 

No hay más grande ternura que sentir los abrazos del Padre en los abrazos de su Hijo.

Desde entonces y para siempre, toda la humanidad (incluidos tú y yo), nos entendemos en el hecho de que provenimos más allá del sueño de Adán. Venimos del sueño de Dios.

Para entonces, el paraíso deja de ser una plena añoranza, pues nunca estará perdido mientras el amor tenga vigencia en nuestras almas. 

Ese amor es uno, donde nada se separa, por ser divino.

En todo caso, por aquello de los extravíos, tenemos que regresar del gran olvido, cuando el amor deja de ser la energía que moviliza las acciones. 

Ya que el gran olvido que da origen a la estupidez tiene ver con la necedad de pronunciar la palabra separada de los hechos; aun sabiendo que las palabras son la materia prima del amor, o separar lo divino de lo humano, sabiendo que sin esa causa seriamos cualquier cosa, sin destino y sin mundo.

No podemos olvidar nunca que, fuera del amor nada existe, que todo pasará, menos el amor (así lo escribió el viejo Pablo). Y si no fuera por eso, nadie nos encontraría jamás. Dichosamente somos palabra, palabra de amor.

Queda prohibido, pues, no separar jamás lo humano de lo divino, ni toda acción del pensamiento amoroso. Ay, de quienes lo hagan en su inefable arrogancia, quedaran condenados a no volver a reunirse más con los amigos que un día se fueron.

Por: Gvillermo Delgado
Foto: en línea.

martes, 27 de febrero de 2018