El pensamiento ético
Los problemas de salud emocional tienen raíz en la salud moral y ética.
Por: Gvillermo Delgado OP
Los problemas de salud emocional tienen raíz en la salud moral y ética.
Por: Gvillermo Delgado OP
Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”
Por: Guillermo Delgado OP
La sabiduría divina no
es ajena a la sabiduría humana. Es más, la sabiduría de Dios sólo es
comprensible en el lenguaje y la experiencia humana. Dios es tan cercano al
corazón humano, dado el origen divino del corazón humano.
Un río es río en su
recorrido, al unirse al mar es mar. Los cristianos, lo somos en Cristo. El
cristiano que no se hace uno en Cristo no es cristiano, quizás porque en el camino de
su vida aún no ha encontrado el modo de fundir su vida a la de Cristo, tanto
como el río al mar.
Jesús no es para todos
porque su persona debe ser aceptada libremente, captada de tal modo que afecte el camino
que cada uno lleva en la dirección de su final inevitable.
Los cristianos lo
somos por el bautismo. Con el bautismo nos hicimos uno en Cristo, al participar de
su muerte y resurrección. Aún más, participamos de ordinario, en su vida divina
cada vez que escuchamos o leemos su evangelio y al participar de los
sacramentos, por ejemplo, en la reconciliación, y sobre todo al unirnos a su
mesa del pan eucarístico.
Sin embargo, en muchos
casos, “ser cristiano” sólo es una potencialidad o una capacidad sin usar; como una semilla de un árbol de aguacate guardada en un frasco de cristal. O como un un barco anclado en el
muelle. Seguro en el vaso o en el muelle, nunca llegará al ancanzar las metas para las cuales fue creado, y vino a este mundo.
El barco está seguro
en el puerto, pero es para navegar. Lo propio de la semilla es llegar a ser
árbol y el barco lanzarse al mar. Del mismo modo la identidad del cristiano no
es tener otro nombre que se guarda de lunes a viernes y se saca a pasear los
fines de semana. Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”, tanto, como un modo de
ser.
Jesús es para todos
porque es dado a todos, pero no es para todos porque sólo unos pocos logran
hacerse uno en él. Cómo el río se hace uno con el mar.
Tal experiencia no es
sólo para las personas religiosas o de gran experiencia mística, sino para
aquellos que quieran vivir una vida con sentido humano. Sabiendo que todo tiene un
inicio y un final. Y mientras se toca cualquiera de los extremos, la vida sólo
debiera ser de amor y en el amor, para que valga la pena. Eso es fundirse o
hacerse uno en Cristo en la vida cotidiana.
Para que Jesús sea
para todos, recomiendo tres prácticas que pueden insertarse en la vida
cotidiana.
Primero. No posponer la práctica de la conversión. La conversión es volverse a
lo mejor que hemos sido en el pasado, para recuperar el sentido de una vida presente y futura. Conversión es regresar al punto en que nos extraviamos. Los días
felices que tuvimos nunca están perdidos para siempre, pueden volver a ser
otra vez; todavía con más belleza, si los retomamos desde lo mejor de nosotros
mismos. Más aún si logramos examinar lo mejor de las personas. Ahí nos
enfrentaremos cara a cara con el mismo Cristo quien nos dijo: Ámense los unos a
los otros, como yo los he amado.
Segundo. Oír la voz de Dios en la propia interioridad. La persona o sabe vivir en silencio y en
soledad o es incapaz de atender las verdades que están dentro de ella misma y
de los grandes maestros, como Jesús.
La voz eterna de Dios
suena imponente en el silencio, sólo interrumpido por el llanto del niño que nace, por el silbo del aire nocturno, por la lluvia que golpea los techos de
madrugada, por el anciano que muere confiado en un amor mayor.
Hay que bajarse del
ruido del mundo para descender a tu interior donde Dios habla en lo secreto y
como águila te eleva por las alturas para enseñarte a amar desde lo infinito.
Tercero. Vivir en austeridad, moderación o sobriedad. Significa no acumular
cosas más allá de lo que necesitas para vivir. Es darse cuenta de lo poco que necesitas para tener una vida feliz. Casi siempre sólo llegamos a notarlo cuando una
persona se despide de este mundo por fallecimiento o cuando enfermamos
gravemente. Las despedidas y el regreso a casa nos dan ese sentido de comprensión.
Piensa, por un instante
que te vas de viaje por seis meses: echa en la maleta sólo lo que necesitarás
para ese tiempo. Luego considera, que viajas por un mes ¿qué pondrías en la
maleta? O piensa que viajas por dos días solamente. ¿Y si te vas para siempre
fuera del país?: ¿qué necesitas llevarte?
Te darás cuenta de que
son pocas las cosas que necesitas. Seguramente harás una selección de lo que en
verdad necesitarás.
La vida es un viaje
breve hacia la eternidad. ¿De cuanto tiempo? Nadie puede saberlo.
¡Respeta las leyes de la vida y serás beneficiado por ella! ¡O sancionado si no las respetas! No olvides nunca que Dios está en el camino de tu vida, ese es su plan: crear, acompañar, trazar caminos hacia una meta definitiva y feliz.
Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
En un plano geométrico, la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta. En el plano de las relaciones humanas la distancia más corta la
encontramos entre la palabra que se promete y su cumplimiento.
Al no cumplirse lo que se promete se rompe el plano de lo
humano que fundamenta los grandes principios éticos.
Quiero decir que, cuando no hay rectitud en la distancia entre
lo que se promete y su cumplimiento hallamos una falta grave.
La persona que falta a sus palabras miente y como
consecuencia pierde la credibilidad que un día tuvo. En adelante, no será más
una persona confiable, porque no es fácil volver a creer en la persona que
miente. La persona que miente decepciona. Muchas veces, para siempre.
Cuando apelamos a “la palabra de Dios” o cuando “juramos” en
su nombre para hacer creíble nuestra palabra es porque de entrada no tenemos la
credibilidad que quisiéramos tener. Con eso damos por sentado que la Palabra de
Dios es por definición cumplimiento. Como quien dice: “Cuando Dios promete,
cumple”. Pero, no siempre podemos decir lo mismo de una persona cualquiera.
Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, notaremos que, todo
lo que vemos es obra de Dios. Sin embargo, cualquiera de nosotros podría negar
esta afirmación argumentando que la mayoría de las cosas que vemos son
realización humana, pero ¿de dónde viene el ser humano y sus capacidades? Entonces,
no nos queda más que ver las huellas de Dios en todo cuanto existe.
Todo lo que existe contiene detrás una palabra, o es sostenido
por una palabra. Eso explica el por qué todo tiene un nombre. Aquello que no tiene
nombre, no existe. Lo que no existe no puede ser pronunciado jamás.
La palabra que le da forma a todas las cosas es la distancia más
corta entre un punto y otro. Piensa en una nube, un árbol, un durazno o un niño
recién nacido, y contempla la belleza como expresión de la palabra y su forma, en lo que miras.
Al captar toda belleza se nos revela con claridad la
realidad de las cosas, como le pasa a los colores con el sol de la mañana.
Entonces pasamos a describir con vergüenza las enormes crisis éticas que atraviesan las sociedades del mundo
presente. No sólo en quienes somos parte de una religión determinada por romper la línea recta
entre la palabra que se proclama en los templos y lo que hacemos en la vida práctica,
lo vemos también, en los discursos engañosos gestados en los ámbitos de los
poderes gubernamentales para saquear las arcas de los estados.
La gravedad de
esos males, desde donde queramos verlos, toca techo cuando alcanza a la gente
de a pie o a los niños, quienes imitan tales modelos, y creen tener el permiso para hacer lo
mismo. Entonces lo que tenemos es una sociedad hipócrita hundida en el caos. Y del caos ¿Qué podemos esperar?
Cuando callamos, la voz de Dios empieza a ser fuerte y no sólo se oye fuera de nosotros, o a la distancia, sino en lo profundo de nuestras almas.