Viendo "Posts antiguos"

El Rostro de la Pobreza


La pobreza no existe. Existen los pobres. Al no ser la pobreza un concepto sino una realidad social, los pobres la definen en las diversas problemáticas que se expresan en la desigualdad y la violencia, el racismo y las guerras, la religión y las culturas. Es así como la pobreza explica, por ejemplo, el fenómeno demográfico, de los nacimientos, la migración y la diferenciación de la esperanza de vida de las personas.

Por ser una realidad, la pobreza, enmarca a las poblaciones respecto a otras en estancamiento fatalista o en proceso de desarrollo económico y cultural.

Mientras los pobres sigan siendo parte del paisaje exótico para la explotación turística, industrial y ecológica, estarán condenados a ser objetos de consumo, la fuerza motriz y el combustible que mueve las locomotoras de las inmensas producciones industriales, en los nuevos y diversos modos de esclavismo.

Explotados, los pobres se convierten inevitablemente en escoria, quienes habitan los guetos, los suburbios, las zonas rojas de las grandes ciudades, o los cordones de miseria de las áreas rurales; donde sea que moren, son caldo de cultivo de los problemas más acuciantes y sin solución del planeta; no por ser pobres sino por ser empobrecidos, no por ser el sector más vulnerable de las sociedades sino por ser vulnerados.

La pobreza sólo existe, si logra definir el rostro de quienes la conforman, desvelando la inequidad como deuda social de los estados y herencia de la diversidad cultural a lo largo de los siglos, con el objeto de re-humanizar las sociedades y advertir el futuro de un planeta en proceso de involución, dada la aniquilación de sus recursos y la degradación de las relaciones humanas.

El grado de deshumanización ha llegado al extremo de afirmar que la pobreza es un mal necesario para el desarrollo de unos pueblos respecto a otros. Quienes se benefician de tal principio lo razonan diciendo que la pobreza es un mal social y que se erradica en la medida que la riqueza se distribuye en la creación de nuevos empleos como vaso que rebalsa y esparce el agua en su entorno. Sin embargo, la riqueza describe la codicia ilimitada que penetra en la condición humana hasta el tuétano, ampliando el precipicio infranqueable que separa a unos de otros.

Mientras la lógica de la estulticia subsista, la pobreza será un mal endémico generador de focos de miserias, no solo material, que aniquilará a toda la raza humana. El día que los recursos del planeta toquen fondo, y con ello la condición humana, quizá lleguemos a un consenso que permita aceptar las causas y consecuencias de los males que abrazan a todos por igual, pero será demasiado tarde.

La pobreza es causa y efecto al mismo tiempo de la frustración y de la perdida de sentido, que se manifiestan en las relaciones más próximas y cotidianas que lesionan a las familias y los proyectos de quienes aspiran realizar un proyecto de vida.

No contar con las posibilidades mínimas para satisfacer las necesidades elementales de un niño o un joven en tan solo un día o de las familias a lo largo de una semana, reproduce las causas de los males infinitos que impiden el normal desarrollo humano, lo deterioran y hunden en el fatalismo de infravaloración.

¿Qué debemos hacer quienes tenemos la posibilidad de comprender esta realidad social? De nada sirve inventar rezos, quejarnos o pedir a Dios que nos otorgue capacidades extraordinarias para soportar las consecuencias de tantos males.

Cada uno de nosotros, a nombre propio, tiene la obligación moral de erradicar la complicidad del engaño a partir del rol que ejerce, hacer prevalecer la equidad en los pequeños círculos de influencia, dignificar el trabajo en tanto responsabilidad social de cooperación con la creación en su conjunto haciendo uso debido de la propia voluntad, o tendremos que empezar por aceptar nuestro retraso racional poco evolucionado de homo sapiens que nos coloca en la determinación incontrolada de los instintos animales Ω.

Por: José G. Delgado-Acosta OP

Foto: jgda
miércoles, 8 de noviembre de 2017

SER LIBRE



La libertad es la “capacidad natural” de mi realización personal. La capacidad es aquel impulso dinamizado por mi propia voluntad a través de las decisiones que debo tomar para alcanzar lo que anhelo. Lo que anhelo es el todo, lo absoluto.

Eso se debe a que la libertad está en relación con “lo absoluto”. Solemos decir que absoluto sólo puede ser Dios: él es todo en todo. 

Lo absoluto tiene que ver con mi permanente insatisfacción de lo que ahora tengo y de lo que soy. Por lo que siempre quiero ser más. Quiero poseerlo todo.

La pretensión más grande es querer poseer a las personas, arrebatándoles su riqueza individual; inclusive queriéndoles arrancar su libertad. Sólo se poseen las cosas, a las personas se les ama en libertad.

Humanamente ese absoluto, como atributo de Dios, se encuentro en el “tú” de la “la-otra-persona”, de dónde finalmente encuentro mi verdadera identidad de hombre. Pero encontrarlo no significa que deba destruir lo absoluto que la otra persona me revela. La única manera de poseerla, sería dejando que la belleza se exprese del modo en que siempre ha sido. 

La belleza, la libertad, el amor, la bondad el y el ser no se pueden poseer nunca. Sólo ser parte de ellas, disfrutar su presencia. 

Al decir “soy libre” estoy diciendo que quiero hacer mía la libertad. Porque es el único modo de ser persona. Sin embargo, el día que yo posea la libertad nunca más la desearé; porque la libertad es el camino que me guía mientras vivo. Lo cual quiere decir que ese deseo prevalecerá hasta el día de la partida de este mundo.

Por ser la libertad el camino de realización, sólo me queda la opción de elegir una entre tantas cosas, privándome de las otras posibles satisfacciones. Yo no puedo recorrer más que un solo camino. 

Eso explica que no siempre es posible ser amigo de todos. Normalmente la verdadera amistad sólo acontece en un grupo pequeño de personas, especialmente en aquellas que yo eligo para vivir todos los días de la vida.

Es misteriosa la libertad. Por querer ser libre, tengo que optar por algo de manera preferente, dejando al margen otras tantas opciones. Eso me hace vulnerable. Muy pronto caerá sobre mí el terrible sentimiento que lo que poseo no es lo que realmente buscaba. Pero no hay otro modo de realizar la libertad que no sea en la elección.

Para que mi libertad no sea una conquista inútil debo someterme al cuidado de lo conquistado, disfrutando cada instante su presencia.

Mientras exista un camino que recorrer seré libre.

De Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 1 de noviembre de 2017

LA PALABRA QUE PERDURA


Es frecuente despertarme con preguntas sin respuesta que papalotean en mi mente en buena parte del día, mientras rebusco respuestas entre mis cajones que sopeso en la suavidad del alma tumultuosa.

Confieso que mis preguntas desatan otras tantas, que traigo desde que fui un pequeño niño. No olvido la primera vez que me anclé en mi barquito de papel consintiendo la incesante inquietud de la complementariedad humana.

A veces he encontrado sosiego a mis asuntos abismales; ha sido al comprender, por fin, que sólo me doy a conocer a las otras personas en la medida que “intento” escudriñar los “misterios escondidos” que están dentro de mí, y que, por alguna extraña razón, deben estar, también, afuera.

Esa exterioridad es mi alma expandida por las palabras y las manos. Es frecuente que sean las personas (“una persona” o “pocas personas”) quienes muestren esos secretos extraños, porque estoy convencido que es el diálogo la expresión sensible de las manos y las palabras la prolongación exterior de mi propia alma.

Con razón las palabras tienen poder de apagar mis inquietudes más intensas que, hundidas en el silencio, pueden, en algunos casos, arrinconarme en la soledad vacía de sentidos; y, a la vez desarrollar procesos interiores de autoconocimiento.

Sin embargo, no todo está aprendido para siempre. Todo puede ser dicho, pero no asimilado. Así es como justifico, que a veces niego aquello que antes afirmé con vehemencia. Esa aparente contradicción sólo es razonable al subir los peldaños de la escalera de mis búsquedas, o cuando desciendo al abismo de mis propios anhelos.

¿Cómo explicar estas verdades?

La palabra al conjugarse con otra palabra da origen al amor, por eso, revela mi propio yo, que una vez creado se va reinventado momento a momento a lo largo de toda la vida, como el río en dirección al mar.

El Creador es la primera palabra, quien al pronunciarse origina el amor. Yo, palabra originada, al conjugarme con otras palabras desvelo aquel gran amor, de donde procedo.

Yo vengo del gran silencio de Dios, y sólo puedo moverme en la dirección de la fuerza de las palabras. Mis palabras al ser atendidas por “otra palabra” se transforman en eco de amor que, regresa a mí para perfeccionarme.

Porque una vez originado el amor empieza a encarnarse en el alma de un modo progresivo, convirtiéndose en la energía que mantiene a la existencia humana en un movimiento sin fin.

Del mismo modo que Dios dialoga para comunicar su misma vida divina, (cuando dice “ustedes son mis amigos” Jn 15, 14-15), así mis palabras, en tanto portadoras del amor, son diálogo que abraza y se orienta hacia lo que perdura.

No existe cosa más excelsa que la realidad infinita experimentada en mi débil condición humana presente a través de las palabras en que fundo toda la existencia sostenida en el amor propio y ajeno.

No puedo deshacerme de ese sentimiento arcaico y original que habita en mí, que me mueve, cuya meta sólo puede ser la casa de “aquel que nos amó primero” (1 Jn 4, 19), él que está en mi sinuoso camino de la vida como río que desemboca en la profundidad de otras aguas, y que me coloca, al mismo tiempo, delante de aquello que puedo amar.

Lo excelso, por tanto, consiste, además, en darme cuenta de que las aguas dulces del río brotan de la misma fuente divina en las que me experimento evolucionando en el amor, mientras llego a la meta final.

El río es el amor que hace posible el encuentro y el diálogo, porque se renueva en cada palmo y se adapta de modo siempre nuevo. El río soy yo. La fuente y el mar la Palabra eterna. Tú, la otra palabra. 


Por: Gvillermo Ðelgado OP
Foto: jgda
domingo, 22 de octubre de 2017

SOMOS LO QUE CREEMOS




Cuando tus creencias te muevan hacia lo alto y al horizonte más próximo de tu mirada te habrás  convertido en lo que crees. Te habrás hecho un ser convincente, eficaz, razonable, libre y virtuoso: capacitado para el amor.


Por: Gvillermo Delgado OP


1.  Lo racional


Las “razones” son el cimiento del edificio de tus acciones. Si las demás personas dicen de de ti que "no funcionas en el mundo", quizá sea porque tus razones son débiles o no fundamentan consistentemente tu quehacer.


Consideremos que lo “racional” asume lo más primario e ínfimo de las pasiones, desde donde se eleva. Ademas, en lo racional consideramos al pensamiento, su base; y al sentido, como las repuestas  al por qué de las acciones humanas.


Tener razones para vivir es lo mismo que ser eficaz en las tareas asumidas en la transformación del propio mundo. Las razones son las capacidades del alma que lanzan a la voluntad universal, ahí donde todo tiende hacia lo más alto y bellos.


En esos términos, lo razonable armoniza lo que es conveniente para el alma, la mismidad, con lo beneficioso para el universo de todas las cosas, ahí donde el alma convive.


Tender al equilibrio permite descubrir las fuerzas negativas en las vibraciones discordes de los excesos del propio ego, ya sea en la exacerbación del propio abandono que no tiene como finalidad lo santo, o cuando el alma se disuelve desmesuradamente en las cosas ajenas, en detrimento del propio bien.

2. Cuidar lo que pensamos


Abrazados "lo propio" con "lo ajeno" hacen lo razonable. A lo que llamamos realización presente o vida con sentido.


Conviene que toda persona cuide sus pensamientos, esos que le dan origen a los razonamientos, que a su vez fundamentan hasta el más mínimo movimiento del cuerpo, porque el alma está en el cerebro, por tanto, es el altar sagrado del organismo individual y comunitario.
Con las razones examinamos todo, por ejemplo, las virtudes como naves ancladas en el mar del alma. Las razones mueven la voluntad moral, tanto así, que gobiernan las profundidades del océano del inconsciente. Por eso, insisto, en la necesidad de cuidar los propios pensamientos.

3. El valor de la persona


El ser humano es valorado socialmente por lo que hace, no sólo por las necesidades y pasiones que le mueven. Por eso se le otorga un estatus determinado, en primer lugar, como persona pensante, sabia o virtuosa, capaz de realizar una cualquier tarea; o en segundo lugar, se le degrada como irracional y parásito que vive en detrimento de la vida social, y, se le aparta de toda misión.


Sin embargo, nadie está hecho para la tierra sino para la altura del cielo. Con lo cual no basta lo razonable. Quiero decir que, hay que dar pasos hacia arriba.


La mirada puesta en la altura da las fuerzas que el alma necesita, porque hace extraordinaria la razón, transforma a la persona en lo que se cree. Este es el grado supremo de la vida humana. Da alegría a la vida que vive. Ya que, llega a saber que la existencia está arraigada en otra voluntad, distinta a la suya; además, la persona sabe que sus capacidades son inútiles sin esa relación y dependencia (así, por ejemplo, comprende su libertad). En este punto, es la libertad lo que mueve toda creencia a un grado superior. Entendida la libertad en el sentido real, este es: en cuanto la persona aspira ser más, o sea cuando decide para realizar su propia vida, y no "esa libertad" en la que  decide por el puro capricho de la misma decisión. 


Libertad y creencia son dos alas unidas a un solo corazón, contrario a la extraña arrogancia de quien intenta tocar el horizonte nadando en dos océanos a la vez.


4. Nos convertimos en lo que creemos que somos


Lo que hacemos, como lo que damos es la mejor definición de sí mismo. Esa identidad es el “desde donde” la comunidad humana, de la que somos parte, nos incorpora y protege.


Al mismo tiempo, convertidos en lo que creemos, nos hacemos valiosos y aptos para la convivencia. Nos convertimos en los maestros de otros, como el hontanar de amor, porque sin saberlo otros terminan no solo viviendo de lo que nosotros somos y hacemos, sino que nos imitan.


Insisto, cuando tus creencias te muevan hacia lo alto y al horizonte más próximo de tu mirada, te habrás convertido en lo que crees. Te habrás hecho un ser convincente, eficaz, razonable, libre y virtuoso: capacitado para amar.




5. La fe del corazón


San Pablo le escribió a la comunidad de los romanos aquello que el mismo había experimentado: el le llamó la fe del corazón. Les dijo: "la palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que les anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación" (Rom 10, 8-10).


O sea, el paso agigantado entre lo que pensamos y lo que llegamos a ser es aquel que se da a la hora en que afirmamos lo bueno que llevamos en el corazón o en el alma. Es lo determinante, porque nos hace gente de lucha, constructora de las grandes cosas, cumplidoras de la misión por la cual vinimos al mundo. Sabiendo que no sólo nacimos en el mundo sino también para el mundo.


Lo que San Pablo llama salvación, es lo mismo que la realización del aquí y ahora, y al mismo tiempo realización futura. Allá donde está tu ser realizado, con quienes amas y con quien es la fuente de esa amor que ahora te mueve, mientras avanzas con tu paso de gigante.

6. Un ejercicio de meditación


Termínate con cuidado y en silencio, preguntándote: ¿En que qué creo?, luego avanza: ¿En quién creo?


Al responder estas y otras cuestiones que nazcan de tu interior te habrás convertido en un alma unida al alma universal. Te habrás puesto en movimiento, como de la semilla a la flor. Te habrás convertido en fruto. En un ser que ama, que lucha, que sueña; como quien construyéndose así mismo perfecciona la creación entera que ha sido puesta en sus manos.


viernes, 13 de octubre de 2017

LA PUNTUALIDAD



Por Gvillermo Delgado OP

La puntualidad es la acción que hace del tiempo un valor y de la vida el movimiento orientado a la conquista de grandes cosas, solo quien lo comprende y práctica lo alcanza y disfruta.

La puntualidad trae consigo quietud, seguridad, confianza en uno mismo, hace creíble la palabra, origina el «movimiento de las cosas», porque hace de la voluntad humana un «alma grande», en tanto capacidad de realizar los sueños.



Pequeños dioses del tiempo

Las personas de «alma grande» infunden confianza, trazan sueños hacia otros mundos posibles, pues son como pequeños dioses del tiempo.

Para ellos, el tiempo es un valor porque enmarca la vida desde su inicio hasta su final. Al saber que la vida no sólo puede existir ahí, la revaloran constantemente para alcanzar todo lo que se proponen, y perdurar más allá de esos límites.

Al asegurar que Dios crea el tiempo, al mundo y el uso de todo lo creado, ellos se convierten «pequeños dioses» que se realizan, transforman la naturaleza para su bien, se plantan en el podio del éxito, y hacen del tránsito leve por este mundo, algo más que una huella imborrable, porque en aquello que transforman edifican los trazos de su propia perfección.


El uso indebido del tiempo

La puntualidad como valor marca el tiempo y la vida, define a cada una de las personas. En ese orden de cosas, cualquier anarquismo, en tanto desobediencia a las normas, es la indebida actuación sobre aquello que nadie en este mundo es capaz de crear o producir, como la vida y el tiempo. Por lo mismo el uso indebido del tiempo convierte a las personas en dioses prepotentes y autoritarios.

Cuando una persona «presume omnipotencia» se convierte en un ser malvado y curvado, inclinado al vacío abismal de sus acciones; extraviado, sólo puede ser alguien inútil en el trato, limitado de mente, sordo al conocimiento y a los latidos del corazón, pues, limitado a su propio vacío se priva de disfrutar del ritmo de la vida que transciende su pequeño mundo.


La puntualidad para hacer cosas grandes

Quienes existimos en el límite del tiempo y la vida, sabemos que no nos queda otra cosa que ser puntuales, porque ahí encontramos el único regalo para hacer de cada instante de tiempo un mosaico de realizaciones.

Quien, además comprende esto hace cosas grandes, pues, se deja llevar por los impulsos internos del alma, y hacia fuera, se expresa con tolerancia y respeto, afabilidad y ternura.

Esas son las personas exitosas en todo aquello que emprenden, ya que con su trabajo construyen la comunidad humana; o sea, sirviéndose a sí mismos aman a quienes ni siquiera conocen.

Estas son las personas prestigiosas que caminan por las aceras de las ciudades, pues, saben que nacieron en una hora puntual y que volverán a su punto de origen del mismo modo; y para no ser sorprendidos por la muerte, viven haciendo que todo dependa de ellos, mientras ellos no dependen de nada. Son libres en el tiempo, viven cada instante en puntualidad. 
viernes, 8 de septiembre de 2017

AMAR EN LIBERTAD


La libertad es fuente de Amor porque ha nacido del amor, es como una madre que es fuente de vida por haber nacido de la vida.

 O sea que, la libertad se recrea en el amor, por tener al amor como su fuente y como su meta. Ya que nada nace fuera del amor y nada avanza sin orientarse hacia el amor.

Antes de la libertad siempre estuvo el amor. El amor es anterior a todo lo que existe: es la gran fuente de todo lo que puede ser conocido y experimentado en este mundo.

Pero para ser experimentados humanamente, el amor y la libertad deben encontrarse, como se abrazan la justicia y la paz o el cielo con la tierra. El amor y la libertad se funden en una sola realidad. Uno es la fuente y fuerza, y el otro es energía y camino que moviliza toda la maquinaria hacia un fin definitivo.

En el momento en que la libertad brota como agua en movimiento, y se expande a lo largo de la vida, en que ella misma se ha transformado, da origen a la misteriosa condición humana que le permite navegar y beber de ese manantial. Es lo que llamamos “gracia”.

 La gracia es ese regalo, que nadie merece y que se entrega gratuitamente, a través del cual el amor puede ser experimentado. Fuera de la gracia el amor no es experimentado y tampoco se puede permanecer en él. Por eso, la afirmación de que “el amor es todo”; ya que nos permite no sólo “tener amor” sino “habitar en el amor”.

“Dentro del amor”, nada tiene fecha de caducidad, todo perdura más allá de la temporalidad. En el amor no hay “cosa” pequeña, todo es grande. Ahí, lo pequeño muestra su grandiosidad. Es así como, un gesto de amabilidad trasciende hacia la amistad, una sonrisa abre las puertas hacia la felicidad compartida.

Con justa razón afirmamos que Dios nos crea libres para amarnos, haciéndonos personas dispuestas al diálogo. Sólo en la libertad llegamos al “amor del otro” y el otro accede al “amor nuestro”. Y como ese amor es un amor dado, sin nosotros merecerlo y sin nosotros pedirlo, es así, como habitamos la profundidad del amor en todas sus manifestaciones humanas, y a la vez, alcanzamos el amor divino.

Hemos dicho que la libertad crea el amor y que a la vez es creada por el amor, o sea que, el amor como fuente es fuerza de la vida, y la libertad energía que la moviliza.

La persona regresa como el ciervo a reconocer su fuente de agua para saciar la sed, y, a veces vuelve queriendo distanciarse sabiendo que dentro de sí hay una fuerza que al parecer le hace dependiente de todo, y que le encamina hacia aguas más profundas; pero en realidad no hace otra cosa que volver a su punto de partida para atarse a él; con la diferencia que ahora lo hace en libertad y en plenitud.

Para eso le ha servido la libertad. O sea, el amor libera y ata, y la libertad busca al amor en aquello que lo realiza. Misteriosamente el amor y la libertad no pueden ser sino fundiéndose el uno con el otro: el “tú con el yo”, para dar lugar al “nosotros”.

Fundidos, libertad y amor, hacen una fuerza única como vía de acceso a Dios. Pero a Dios no se puede llegar como quien avanza hacia el cerro más alto para alcanzar altura. A  Dios sólo se accede a través de “del tú” de la otra persona, en la fuerza y la energía del amor y la libertad quemantes. Es entonces cuando, lo que llamamos realización, hace única a la persona a quien amamos; tanto, como al mismo Dios.

Dios y “la otra persona” sólo pueden ser uno e idénticos a nosotros. Sólo así, es como nos fundimos en el amor, nos hacemos Luz, podemos ser alcanzados, en definitiva, ser libres. Amar. Amar en libertad.

De Gvillemo Delgado OP
Foto: De Sara Delgado, Eclipse de Sol, Texas, agosto, 2017.
viernes, 25 de agosto de 2017

LA IDENTIDAD Y EL SER AUTÉNTICO


Varias maneras de ser
Cada vez que te posas delante de un espejo descubres que dentro de ti mismo hay varias maneras de ser, además, que esos modos de ser están determinados por las circunstancias que te obligan a actuar de uno u otro modo. Por lo cual, miras lo que en ese momento necesitas ver.

Eso pasa porque la naturaleza a veces opaca la posibilidad de aclarar a ciencia cierta lo que somos realmente, lo que queremos, y cuál es nuestro destino. Más allá de las puras satisfacciones humano-biológicas, que deben ser satisfechas a cada instante.

Sin embargo, la misteriosa naturaleza humana, es la fuerza motriz que nos mueve a que busquemos y que realicemos en el tiempo las diversas cosas del universo que habitamos. Considerando que ese universo está en las demás personas, por eso, interesa mucho saber que piensan las personas de ti. Ya que “la otra persona” da los contenidos a tu existencia, ahí te fundas.

La identidad primera
Por eso, el espejo debe dejarnos claro que hay una identidad que es la primera, que prevalece por encima de todas las demás, incluso por encima de aquello que buscamos con decisión, porque creemos que es lo que necesitamos en un momento dado. Esa identidad es la que da sentido a toda la vida.

La identidad primera la encontramos en el sentido. El sentido nos da las razones principales del ¿por qué existir? ¿por qué estoy aquí? Es la respuesta a la pregunta ¿Cómo vivir la existencia con vigor y afecto en los buenos o malos momentos?

El ser auténtico
Por consiguiente, la identidad define a la persona como auténtica, ya que aborda sin miedo los temas relacionados con las limitaciones o satisfacciones, las frustraciones o las alegrías, por ejemplo: ¿Qué es la muerte? La persona sabe que no camina hacia la muerte, sino que la muerte la lleva puesta, vive con ella, muere con ella en el tiempo que le toca vivir. La muerte es la única certeza del futuro, ya que aclara la existencia presente, determina todo "proyecto". Igual podrías pensar de la felicidad o de los sueños puestos en la cúspide de nuestras búsquedas.

De ese modo, el sentido es vivir el futuro de manera anticipada. Es afirmar, que el presente es el futuro que siempre quisiste, y a la vez, no apartar la mirada del futuro que anhelas, de tu proyecto, que perfeccionará tu existencia, aquí y ahora. Esto es el ser auténtico.

El sentido es el por qué, y el cómo asumir la vida, el coraje para encarar la muerte, a “las realidades límite”, y al mismo tiempo como avanzar con la mirada puesta en mayores realizaciones.

Por eso, todos debemos saber, hasta por obligación humana, cuál es esa identidad primera, la que da sentido a toda la existencia, porque permite vivirla de manera auténtica; más aún, para actuar con claridad a la hora de tomar cualquier decisión, y perseverar en tal acción.

Con todo, la identidad te define como un ser presente, auténtico, con un programa siempre por realizar, porque eres y a la vez tienes un proyecto, con enormes posibilidades de “ser más”.

De Gvillermo Delgado OP
Arte: [en línea]


miércoles, 16 de agosto de 2017

LA ESPERANZA HUMANA


LA ESPERANZA HUMANA

Guillermo Delgado OP

La frustración pone al descubierto lo susceptible que es la persona a todos los males y a todos los bienes.

Nunca la felicidad se extraña tanto como en los momentos del infortunio, que desatan los nudos del sufrimiento en el muro sin salida de la frustración. Cuando se expone la dura realidad, la felicidad se echa de menos.

Paradójicamente, en los días felices, la libertad se define como la posibilidad de abrirse al mal, lejos de toda conciencia; hasta que esta empieza a morder y a despedazar lo más sensible del alma.


La persona acongojada por sus propios males intenta de todo.  Baja a su propio infierno a traer las flores del consuelo. Angustiada reza a dioses inexistentes y es golpeada con sus propias palabras.

Convertido en reo de sí mismo, ¿quién puede salvar lo humano? Demasiado lejos suena aquella canción de la banda Scorpions, de los 90:

«Listening to the wind of change… The future in the air… Blowing with the wind of change».


¿Qué esperar?

Hay que partir de “un lugar presente”, y esforzarse para que el futuro no implique sólo una espera confiada. 

Este lugar presente sólo puede serlo la persona humana: ella es el terreno fértil desde dónde toda religión, toda ética, todo el arte, todo el pasado y toda realización adquiere vitalidad.


La persona es el “sueño verdadero” que se realiza en la comunión, porque se asume así mismo y asume a los demás. Realiza su sueño en la imagen del otro, como su otro yo, y en el universo de todo lo creado. Pero eso no es todo.

La esperanza es la realización del sueño humano por haberse posesionado en otra imagen distinta a la suya con quien le gusta medir su propia estatura, o sea la divina. De ese modo la esperanza ya no es puro acontecimiento de un sueño, sino “realización”. Ya que delante de esa otra imagen, distinta de la suya, la persona descubre  su propia belleza, a pesar de las frustraciones de su mundo.

La esperanza libera a la persona de su indigencia, haciendo habitable su entorno inmediato. Aristóteles definió la esperanza como "el sueño de los hombres despiertos".

La esperanza es el lugar del nacimiento y del alma que está en el porvenir, siempre mayor, hacia donde está referida. Aunque parezca contradictorio, también la esperanza acontece en el presente consciente. Ya que la esperanza eleva lo humano hacia la altura de sí mismo, desde su propia raíz, siempre misteriosa.

La persona de esperanza vive en el aquí y ahora cada fragmento de su futuro.  La esperanza es realización presente y a la vez por llegar. Con justicia, la esperanza se reanima a cada instante, en la angustia, en lo trivial, permitiendo que la persona se reconstruya siempre en algo nuevo; gracias a aquella Imagen Mayor hacia donde está dirigido su corazón.

Asumida la esperanza en el aquí y ahora, al llegar la tribulación como la alegría, sitúan lo humano en la profundo y lo más alto. Sabiendo que entre la frustración y los anhelos está la razón del tiempo que pasa y del espacio que habita. No en el vacío sino en la espera confiada de algo mayor. Lo mejor siempre está por manifestarse.

Foto: jgda
miércoles, 9 de agosto de 2017

Un Haz de Luz

Como un haz de luz
que se desprende de su fuente
es la vida mía.

Con la única diferencia
que la luz difuminada
no regresa nunca a su fuente,
se diluye en el camino del infinito,
o en el fondo de la duda. 

La vida mía, en cambio,
al igual que la  tuya,
sí retorna a su fuente.

 Y es certeza. 

De José G. Delgado OP
Foto: jgda
martes, 1 de agosto de 2017

AMAR AL PRÓJIMO



Nadie existe sin estar referido a algo o a alguien


Por: Gvillermo Delgado, OP
Foto: jgda



Existe en un dileme infranqueable en el ser humano que consiste en el anhelo de una persona adulta por volver a ser como niño y la de un niño por llegar a ser como un adulto. 


La explicación que cada quien se hace con este realidad frustrante tiene que ver con que nada puede ser saciado de una vez para siempre. Trantándose de como se define cada quien, teambién, es facil saber que el fundamento de sí mismo se aparece en el modo en que las otras personas nos ven y nos asumen y al mismo tiempo en el modo como en que uno mismo se mira y afronta la vida. 


Eso explica en parte que, añorar lo otro (o a la otra persona) es reafirmar lo propio. Porque nadie existe sin estar referido a a alguien o a algo y al mismo tiempo, ninguno puede estar referido a alguien si antes no está referido así sí mismo o a su propio interior.


O sea que, nadie puede llegar a ser alguien sino es a partir del otro. Yo soy yo, porque tú eres tú. Tú eres mi fundamento. Tú me perfeccionas.


De ese modo, y sólo después de ello, el yo desciende a su fuente interior para saciar su propia sed. Luego la persona se eleva para dar de su agua a otros sedientos. Porque del mismo modo como yo me fundo en ti, tú te fundas en mí.

Amar al prójimo es amarse así mismo. No hay cosa más grande que encontrar a Dios en ese intercambio, ya que estando tan dentro cómo tan fuera del alma, ha de ser la razón de la búsqueda. No existe otro modo de acceso a Dios que no sea por lo ya conocido, ni una añoranza más grande que beber de su agua, que sacie la sed de eternidad.

Mientras camines en este mundo necesitarás ser como niño sin dejar de ser adulto y ser adulto sin dejar de ser como niño. Seguramente, un día comprenderás que lo que realmente buscabas no era otra cosa que ser prójimo de Dios.

El afán de la búsqueda define los privilegios de cada quien. De tal modo que, siendo niño o adulto nadie quiere abandonar la condición presente, sino añadir aquello que aumente la admiración de sí mismo.



jueves, 27 de julio de 2017