Cuando tus creencias te muevan hacia lo alto y al horizonte más próximo de tu mirada te habrás convertido en lo que crees. Te habrás hecho un ser convincente, eficaz, razonable, libre y virtuoso: capacitado para el amor.
Por: Gvillermo Delgado OP
1. Lo racional
Las “razones” son el cimiento del
edificio de tus acciones. Si las demás personas dicen de de ti que "no funcionas en el mundo", quizá sea porque tus razones son débiles o no fundamentan consistentemente tu quehacer.
Consideremos que lo “racional” asume lo más primario e ínfimo de las pasiones, desde
donde se eleva. Ademas, en lo racional consideramos al pensamiento, su base; y al sentido, como las repuestas al por qué de las acciones humanas.
Tener razones para vivir es lo
mismo que ser eficaz en las tareas asumidas en la transformación del propio
mundo. Las razones son las capacidades del alma que lanzan a la voluntad
universal, ahí donde todo tiende hacia lo más alto y bellos.
En esos términos, lo razonable armoniza
lo que es conveniente para el alma, la mismidad, con lo beneficioso para el universo
de todas las cosas, ahí donde el alma convive.
Tender al equilibrio permite descubrir las fuerzas negativas en las vibraciones discordes de los
excesos del propio ego, ya sea en la exacerbación del propio abandono que no tiene
como finalidad lo santo, o cuando el alma se disuelve desmesuradamente en las
cosas ajenas, en detrimento del propio bien.
2. Cuidar lo que pensamos
Abrazados "lo propio" con "lo ajeno" hacen lo razonable. A lo que llamamos realización presente o vida con sentido.
Conviene que toda persona cuide sus pensamientos, esos que le dan origen a
los razonamientos, que a su vez fundamentan hasta el más mínimo movimiento del
cuerpo, porque el alma está en el cerebro, por tanto, es el altar sagrado del organismo
individual y comunitario.
Con las razones examinamos todo,
por ejemplo, las virtudes como naves ancladas en el mar del alma. Las razones mueven la
voluntad moral, tanto así, que gobiernan las profundidades del océano del
inconsciente. Por eso, insisto, en la necesidad de cuidar los propios pensamientos.
3. El valor de la persona
El ser humano es valorado socialmente por lo que hace, no sólo por las necesidades y pasiones que le
mueven. Por eso se le otorga un estatus determinado, en primer lugar, como
persona pensante, sabia o virtuosa, capaz de realizar una cualquier tarea; o en segundo lugar, se le degrada como irracional y parásito que vive en
detrimento de la vida social, y, se le aparta de toda misión.
Sin embargo, nadie está hecho
para la tierra sino para la altura del cielo. Con lo cual no basta lo razonable.
Quiero decir que, hay que dar pasos hacia arriba.
La mirada puesta en la altura
da las fuerzas que el alma necesita, porque hace extraordinaria la razón, transforma
a la persona en lo que se cree. Este es el grado supremo de la vida humana. Da alegría
a la vida que vive. Ya que, llega a saber que la existencia está arraigada en
otra voluntad, distinta a la suya; además, la persona sabe que sus capacidades son
inútiles sin esa relación y dependencia (así, por ejemplo, comprende su
libertad). En este punto, es la libertad lo que mueve toda creencia a un grado
superior. Entendida la libertad en el sentido real, este es: en cuanto la persona aspira ser más, o sea cuando decide para realizar su propia vida, y no "esa libertad" en la que decide por el puro capricho de la misma decisión.
Libertad y creencia son dos alas
unidas a un solo corazón, contrario a la extraña arrogancia de quien intenta tocar
el horizonte nadando en dos océanos a la vez.
4. Nos convertimos en lo que
creemos que somos
Lo que hacemos, como lo que damos es la mejor definición de sí mismo. Esa identidad es el
“desde donde” la comunidad humana, de la que somos parte, nos incorpora y
protege.
Al mismo tiempo, convertidos en lo que creemos, nos hacemos valiosos y
aptos para la convivencia. Nos convertimos en los maestros de otros, como el hontanar de amor, porque sin saberlo otros terminan no solo viviendo de lo que nosotros somos y hacemos, sino que nos imitan.
Insisto, cuando tus creencias te muevan
hacia lo alto y al horizonte más próximo de tu mirada, te habrás convertido en lo que crees. Te habrás hecho un ser convincente, eficaz, razonable,
libre y virtuoso: capacitado para amar.
San Pablo le escribió a la comunidad de los romanos aquello que el mismo había experimentado: el le llamó la fe del corazón. Les dijo: "la palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que les anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación" (Rom 10, 8-10).
O sea, el paso agigantado entre lo que pensamos y lo que llegamos a ser es aquel que se da a la hora en que afirmamos lo bueno que llevamos en el corazón o en el alma. Es lo determinante, porque nos hace gente de lucha, constructora de las grandes cosas, cumplidoras de la misión por la cual vinimos al mundo. Sabiendo que no sólo nacimos en el mundo sino también para el mundo.
Lo que San Pablo llama salvación, es lo mismo que la realización del aquí y ahora, y al mismo tiempo realización futura. Allá donde está tu ser realizado, con quienes amas y con quien es la fuente de esa amor que ahora te mueve, mientras avanzas con tu paso de gigante.
6. Un ejercicio de meditación
Termínate con cuidado y en silencio, preguntándote:
¿En que qué creo?, luego avanza: ¿En quién creo?
Al responder estas y otras
cuestiones que nazcan de tu interior te habrás convertido en un alma unida al
alma universal. Te habrás puesto en movimiento, como de la semilla a la flor. Te habrás convertido
en fruto. En un ser que ama, que lucha, que sueña; como quien construyéndose así
mismo perfecciona la creación entera que ha sido puesta en sus manos.
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