La pobreza no existe. Existen los
pobres. Al no ser la pobreza un concepto sino una realidad social, los pobres la
definen en las diversas problemáticas que se expresan en la desigualdad y la
violencia, el racismo y las guerras, la religión y las culturas. Es así como la
pobreza explica, por ejemplo, el fenómeno demográfico, de los nacimientos, la migración
y la diferenciación de la esperanza de vida de las personas.
Por ser una realidad, la pobreza,
enmarca a las poblaciones respecto a otras en estancamiento fatalista o en
proceso de desarrollo económico y cultural.
Mientras los pobres sigan siendo
parte del paisaje exótico para la explotación turística, industrial y ecológica,
estarán condenados a ser objetos de consumo, la fuerza motriz y el combustible
que mueve las locomotoras de las inmensas producciones industriales, en los
nuevos y diversos modos de esclavismo.
Explotados, los pobres se
convierten inevitablemente en escoria, quienes habitan los guetos, los
suburbios, las zonas rojas de las grandes ciudades, o los cordones de miseria
de las áreas rurales; donde sea que moren, son caldo de cultivo de los problemas
más acuciantes y sin solución del planeta; no por ser pobres sino por ser
empobrecidos, no por ser el sector más vulnerable de las sociedades sino por
ser vulnerados.
La pobreza sólo existe, si logra
definir el rostro de quienes la conforman, desvelando la inequidad como deuda
social de los estados y herencia de la diversidad cultural a lo largo de los
siglos, con el objeto de re-humanizar las sociedades y advertir el futuro de un
planeta en proceso de involución, dada la aniquilación de sus recursos y la
degradación de las relaciones humanas.
El grado de deshumanización ha
llegado al extremo de afirmar que la pobreza es un mal necesario para el
desarrollo de unos pueblos respecto a otros. Quienes se benefician de tal
principio lo razonan diciendo que la pobreza es un mal social y que se erradica
en la medida que la riqueza se distribuye en la creación de nuevos empleos como
vaso que rebalsa y esparce el agua en su entorno. Sin embargo, la riqueza
describe la codicia ilimitada que penetra en la condición humana hasta el
tuétano, ampliando el precipicio infranqueable que separa a unos de otros.
Mientras la lógica de la estulticia subsista, la pobreza será un
mal endémico generador de focos de miserias, no solo material, que aniquilará a
toda la raza humana. El día que los recursos del planeta toquen fondo, y con
ello la condición humana, quizá lleguemos a un consenso que permita aceptar las
causas y consecuencias de los males que abrazan a todos por igual, pero será
demasiado tarde.
La pobreza es causa y efecto al
mismo tiempo de la frustración y de la perdida de sentido, que se manifiestan
en las relaciones más próximas y cotidianas que lesionan a las familias y los proyectos
de quienes aspiran realizar un proyecto de vida.
No contar con las posibilidades
mínimas para satisfacer las necesidades elementales de un niño o un joven en
tan solo un día o de las familias a lo largo de una semana, reproduce las
causas de los males infinitos que impiden el normal desarrollo humano, lo
deterioran y hunden en el fatalismo de infravaloración.
¿Qué debemos hacer quienes
tenemos la posibilidad de comprender esta realidad social? De nada sirve inventar
rezos, quejarnos o pedir a Dios que nos otorgue capacidades extraordinarias
para soportar las consecuencias de tantos males.
Cada uno de nosotros, a nombre
propio, tiene la obligación moral de erradicar la complicidad del engaño a
partir del rol que ejerce, hacer prevalecer la equidad en los pequeños círculos
de influencia, dignificar el trabajo en tanto responsabilidad social de
cooperación con la creación en su conjunto haciendo uso debido de la propia voluntad,
o tendremos que empezar por aceptar nuestro retraso racional poco evolucionado
de homo sapiens que nos coloca en la
determinación incontrolada de los instintos animales Ω.
Por: José G.
Delgado-Acosta OP
Foto: jgda
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